sábado, 11 de julio de 2020

Cine histórico: La inglesa y el duque, Doctor Zhivago, El gatopardo


Si por histórico nos referimos al que refleja una época anterior, casi todo el cine lo es porque incluso lo más actual enseguida se vuelve pasado y por lo mismo documento de otra época por muy involuntario que esto sea. A veces definimos así sólo a las películas que narran hechos trascendentes del pasado, pero casi siempre entendemos por históricas a aquellas que nos cuentan cualquier trama ambientada en tiempos que ya fueron, cuando el contexto histórico se hace sentir tanto en el relato que parece determinarlo, como si la peripecia que nos cuenta sólo hubiera podido suceder en ese entorno y de esa manera. Y esta ilusión se siente en muchas ocasiones en la medida en que las circunstancias inciden siempre en los hechos.

Escena de La inglesa y el duque (L'Anglaise et le Duc, 2001, Rohmer) 

Ahí van tres ejemplos de cine histórico: La inglesa y el duque, Doctor Zhivago y El gatopardo.

En 2001 Eric Rohmer realizó una esplendida película muy denostada en Francia por los poderes oficiales y también muy premiada allí por la crítica de vanguardia, sector en el que Rohmer podría decirse que militaba. Nos referimos a La inglesa y el duque, inspirada en Diario de mi vida durante la Revolución francesa, memorias en realidad de la británica Grace Elliott, que relatan las vivencias y sucedidos de esta aristócrata en el París de la época del Terror.

Considerado en su momento políticamente incorrecto, el film fue rechazado en el festival de Cannes, pero también presentado a continuación en el de Venecia con gran éxito de su director, Eric Rohmer, cineasta anticonvencional y combativo, acabaría ganando la partida. La historia nos habla de la Revolución francesa desde la óptica de una dama inglesa de clase alta, amante del príncipe Felipe de Orleans, conocido entonces como Felipe Igualdad por sus simpatías revolucionarias, y aún así decapitado bajo el mandato de Robespierre. Aristócrata como él, también la dama inglesa contemporiza en principio con estos nuevos aires renovadores que acabaron destruyéndolos. En su caso, poco faltó para subir al cadalso, aunque rescatada a tiempo pudo regresar a su país, salvando así la vida.




La película dirige una mirada sobre la historia de Francia muy alejada de la historiografía oficial, que de alguna manera ha sacralizado ese acontecimiento revolucionario desde la óptica de los vencedores, minimizando la violencia, la crueldad, la sinrazón y las contradicciones inherentes a este tipo de procesos. A ningún país le agrada enfrentarse con el lado oscuro de su historia, por eso la visión crítica de Rohmer no gustó en las altas instancias de la vida francesa, acostumbrada a esa interpretación edulcorada de la historia que, ignorando lo tenebroso, glorifica el acontecimiento, y que, asentada cómodamente en la enseñanza escolar, se ha adueñado del imaginario nacional. Visión canónica inesperadamente contestada en esta ocasión por una postura libre de prejuicios y lista para enfocar lo acaecido desde otros ángulos, muy lejanos del de la óptica del vencedor. Postura valiente la de Rohmer, arrostrando que se le tildara de reaccionario y se le acusara de hacer propaganda monárquica. Denuncias ambas de las que desde luego no se salvó.

También técnicamente la película de Rohmer fue innovadora al incorporar métodos informáticos para el tratamiento de la imagen, jugando con fondos que no son ni reales ni producto de un decorado tradicional, sino resultados obtenidos a partir de imágenes de cuadros y grabados, con las técnicas digitales más vanguardistas de su momento, logrando secuencias de gran belleza plástica. Así que esta película es también sin duda pionera en el género de digitalizar con éxito imágenes utilizadas como escenografías, lo que animaría a otros directores a seguir sus pasos.

En conclusión un film tanto valiente en lo ideológico, reivindicando la libre circulación de ideas por mucho que éstas choquen con lo generalmente aceptado, como vanguardista en lo técnico, apostando desde muy pronto por la incorporación de métodos digitales en el cine.

Otra narración que no puede soslayar los acontecimientos históricos que la rodean y condicionan, es la que nos cuenta la película Doctor Zhivago, dirigida con mano maestra por David Lean. Se rodó fundamentalmente en España: Sierra Nevada en Granada, los pinares de Valsaín en Segovia, las llanuras sorianas, la estación de Delicias de Madrid y uno de sus barrios, se convertirían como por arte de magia en estepas nevadas, bosques, ciudades y ferrocarriles rusos. Fue en su momento superpremiada por la crítica, alcanzando cinco óscars y otros tantos globos de oro y aunque no gustó al principio, que su estreno resultó un profundo fracaso, enseguida pasó a convertirse en muy estimada por el público logrando mantener su popularidad durante décadas.

Su argumento, una romántica historia de amor entre Yuri Zhivago y Larisa Antipova, historia que nos contó Boris Pasternak en una novela que le valdría el premio Nobel del año 1957, galardón al que los poderes públicos de su país le obligaron a renunciar y que recogería su hijo treinta años después cuando se levantara la prohibición y la memoria de su padre fuera finalmente rehabilitada en la Unión Soviética. Porque la novela, cargada de elementos autobiográficos, estuvo vetada por largo tiempo en su país, y su publicación en Italia se produjo de manera semiclandestina y en medio de grandes dificultades. Pasternak moriría en 1960 marginado por las autoridades políticas que jamás le perdonaron esta narración, considerada algo absurdamente antisoviética.

En 1965 fue llevada a la pantalla por David Lean, con esa perfección que este cineasta sabía alcanzar en todas sus realizaciones. En la Unión Soviética no se podría estrenar hasta 1994. La trama, la historia de un hombre solitario con el corazón dividido entre dos mujeres y su vida traspasada por los acontecimientos históricos que constantemente le arrebatan su felicidad romántica. Un asunto en definitiva intimista, un drama personal pero que acaece con el telón de fondo de la primera guerra mundial y de la revolución de octubre, con lo cual la narración oscila necesariamente entre los tonos épicos de los acontecimientos sociales y los intimistas del drama subjetivo.

Muchos profesionales de cine españoles colaboraron en esta producción tan esmerada e imaginativa, porque Lean, que ya recientemente había rodado en España numerosas escenas de Lawrence de Arabia volvió a elegir sus parajes y sus gentes para Zhivago. Una puesta en escena magistral, un ritmo impecable en la narración, un original uso del paisaje y de los objetos, impregnados de los sentimientos que inundan a sus personajes y la bellísima banda sonora de Maurice Jarre, con ese inolvidable tema de Lara que se hizo tan popular.


Pero además, su exquisita escenografía, la fotografía, espléndida, y unos actores que bordean la perfección, empezando por Julie Christie, hechizante como Lara, pero el resto del reparto también, excelentes todos y ninguno aún en la cumbre de su celebridad. En resumen, cantidad de elementos que han hecho de esta película un clásico del cine que, superado con creces el medio siglo, seguimos frecuentando con delectación.

También basada en una novela de fuerte éxito editorial y autor prácticamente desconocido El gatopardo es película de Luchino Visconti que asimismo hizo época. Estrenada en Italia en 1963, el argumento gira en torno a la visión que el príncipe de Salina, personaje influyente en Sicilia, tiene acerca de los turbulentos momentos por los que la isla pasa: la invasión de Sicilia por las tropas de Garibaldi. Tiempos de disturbios desestabilizadores que anuncian alteraciones radicales de la vida italiana; aires de guerra que vienen a trastocarlo todo y que este personaje, acostumbrado a mandar y ser obedecido, y todavía en el cenit de su poder, afronta con la decidida intención de amoldarse a los cambios para que nada cambie; esto es para seguir en la cumbre, cediendo lo necesario e imprescindible para que los nuevos vientos no le arrastren ni le destronen, consciente de que la antigua aristocracia, la del terrateniente, que él representa, tiene que dar paso a la nueva, la del dinero, que viene a sustituirla, porque solo aliándose con ella evitará ser totalmente barrida de la escena.
   
Drama, romance y guerra se amalgaman también en esta historia bajo la melancólica mirada de Fabrizio Salina, personaje desgarrado entre la añoranza por una era que irremediablemente se va y a la que él pertenece, y el ímpetu arrollador de unos nuevos tiempos imparables e inexorables. Y subrayando el conflicto, la percepción de su propio declinar físico poniendo acentos de drama personal a los acontecimientos históricos. Y la trama avanza en dos ámbitos paralelos: lo que a la vista de todos sucede (el cambio de manos del poder de la aristocracia a la burguesía), desdramatizado, banalizado y amoldado a los requerimientos del momento, y el mundo interior del protagonista, escindido entre el pasado añorado y el presente ineludible, cargado de incertidumbres y de renuncias  por el paso del tiempo que se lleva su juventud y su poder personal, contestado también por una generación más joven, fresca y con nuevas energías, lista para desplazarle. 

Visconti se rodeó para la ocasión de grandes profesionales en todos los campos: los actores, excelentes, la fotografía de Giuseppe Rotunno, la bellísima banda sonora de Nino Rota, el acertado vestuario de Piero Tosi, la cuidada ambientación del más mínimo detalle, algo a lo que el director nunca renunciaría… en fin, todos estos elementos perfectamente integrados en una historia bien contada, que constituye una de las mejores películas no sólo de Visconti sino seguramente del cine europeo de su época.