Si por histórico nos referimos al que refleja una época anterior, casi
todo el cine lo es porque incluso lo más actual enseguida se vuelve pasado y
por lo mismo documento de otra época por muy involuntario que esto sea. A veces
definimos así sólo a las películas que narran hechos trascendentes del pasado,
pero casi siempre entendemos por históricas a aquellas que nos cuentan
cualquier trama ambientada en tiempos que ya fueron, cuando el contexto
histórico se hace sentir tanto en el
relato que parece determinarlo, como si la peripecia que nos cuenta sólo
hubiera podido suceder en ese entorno y de esa manera. Y esta ilusión se siente
en muchas ocasiones en la medida en que las circunstancias inciden siempre en
los hechos.
Escena de La inglesa y el duque (L'Anglaise et le Duc, 2001, Rohmer) |
Ahí van tres ejemplos de cine histórico: La inglesa y el duque, Doctor Zhivago y El gatopardo.
En 2001 Eric Rohmer realizó una esplendida película muy denostada
en Francia por los poderes oficiales y también muy premiada allí por la crítica
de vanguardia, sector en el que Rohmer podría decirse que militaba. Nos
referimos a La inglesa y el duque,
inspirada en Diario de mi vida durante la
Revolución francesa, memorias en realidad de
la británica Grace Elliott, que relatan las vivencias y sucedidos de esta
aristócrata en el París de la época del Terror.
Considerado en su momento
políticamente incorrecto, el film fue rechazado en el festival de Cannes, pero también
presentado a continuación en el de Venecia con gran éxito de su director, Eric Rohmer,
cineasta anticonvencional y combativo, acabaría ganando la partida. La historia
nos habla de la Revolución francesa desde la óptica de una dama inglesa de
clase alta, amante del príncipe Felipe de Orleans, conocido entonces como Felipe
Igualdad por sus simpatías revolucionarias, y aún así decapitado bajo el
mandato de Robespierre. Aristócrata como él, también la dama inglesa contemporiza
en principio con estos nuevos aires renovadores que acabaron destruyéndolos. En
su caso, poco faltó para subir al cadalso, aunque rescatada a tiempo pudo
regresar a su país, salvando así la vida.
La película dirige una
mirada sobre la historia de Francia muy alejada de la historiografía oficial,
que de alguna manera ha sacralizado ese acontecimiento revolucionario desde la
óptica de los vencedores, minimizando la violencia, la crueldad, la sinrazón y
las contradicciones inherentes a este tipo de procesos. A ningún país le agrada
enfrentarse con el lado oscuro de su historia, por eso la visión crítica de
Rohmer no gustó en las altas instancias de la vida francesa, acostumbrada a esa
interpretación edulcorada de la historia que, ignorando lo tenebroso, glorifica
el acontecimiento, y que, asentada cómodamente en la enseñanza escolar, se ha
adueñado del imaginario nacional. Visión canónica inesperadamente contestada en
esta ocasión por una postura libre de prejuicios y lista para enfocar lo
acaecido desde otros ángulos, muy lejanos del de la óptica del vencedor.
Postura valiente la de Rohmer, arrostrando que se le tildara de reaccionario y
se le acusara de hacer propaganda monárquica. Denuncias ambas de las que desde luego no se
salvó.
También técnicamente la
película de Rohmer fue innovadora al incorporar métodos informáticos para el
tratamiento de la imagen, jugando con fondos que no son ni reales ni producto
de un decorado tradicional, sino resultados obtenidos a partir de imágenes de
cuadros y grabados, con las técnicas digitales más vanguardistas de su momento,
logrando secuencias de gran belleza plástica. Así que esta película es también
sin duda pionera en el género de digitalizar con éxito imágenes utilizadas como escenografías, lo que animaría
a otros directores a seguir sus pasos.
En conclusión un film tanto
valiente en lo ideológico, reivindicando la libre circulación de ideas por
mucho que éstas choquen con lo generalmente aceptado, como vanguardista en lo
técnico, apostando desde muy pronto por la incorporación de métodos digitales
en el cine.
Otra narración que no
puede soslayar los acontecimientos históricos que la rodean y condicionan, es la
que nos cuenta la película Doctor Zhivago,
dirigida con mano maestra por David Lean. Se rodó fundamentalmente en España: Sierra
Nevada en Granada, los pinares de Valsaín en Segovia, las llanuras sorianas, la
estación de Delicias de Madrid y uno de sus barrios, se convertirían como por
arte de magia en estepas nevadas, bosques, ciudades y ferrocarriles rusos. Fue
en su momento superpremiada por la crítica, alcanzando cinco óscars y otros
tantos globos de oro y aunque no gustó al principio, que su estreno resultó un profundo fracaso, enseguida pasó a convertirse en muy estimada por el público logrando mantener su popularidad durante
décadas.
Su argumento, una
romántica historia de amor entre Yuri Zhivago y Larisa Antipova, historia que
nos contó Boris Pasternak en una novela que le valdría el premio Nobel del año
1957, galardón al que los poderes
públicos de su país le obligaron a renunciar y que recogería su hijo treinta años después
cuando se levantara la prohibición y la memoria de su padre fuera finalmente rehabilitada
en la Unión Soviética. Porque la novela, cargada de elementos autobiográficos,
estuvo vetada por largo tiempo en su país, y su publicación en Italia se
produjo de manera semiclandestina y en medio de grandes dificultades. Pasternak
moriría en 1960 marginado por las autoridades políticas que jamás le perdonaron esta narración, considerada algo absurdamente antisoviética.
En 1965 fue llevada a la
pantalla por David Lean, con esa perfección que este cineasta sabía alcanzar en
todas sus realizaciones. En la Unión Soviética no se podría estrenar hasta 1994.
La trama, la historia de un hombre solitario con el corazón dividido entre dos
mujeres y su vida traspasada por los acontecimientos históricos que
constantemente le arrebatan su felicidad romántica. Un asunto en definitiva
intimista, un drama personal pero que acaece con el telón de fondo de la
primera guerra mundial y de la revolución de octubre, con lo cual la narración oscila
necesariamente entre los tonos épicos de los acontecimientos sociales y los
intimistas del drama subjetivo.
Muchos profesionales de
cine españoles colaboraron en esta producción tan esmerada e imaginativa,
porque Lean, que ya recientemente había rodado en España numerosas escenas de
Lawrence de Arabia volvió a elegir sus parajes y sus gentes para Zhivago. Una
puesta en escena magistral, un ritmo impecable en la narración, un original uso
del paisaje y de los objetos, impregnados de los sentimientos que inundan a sus
personajes y la bellísima banda sonora de Maurice Jarre, con ese inolvidable
tema de Lara que se hizo tan popular.
Pero además, su exquisita
escenografía, la fotografía, espléndida, y unos actores que bordean la perfección,
empezando por Julie Christie, hechizante como Lara, pero el resto del reparto
también, excelentes todos y ninguno aún en la cumbre de su celebridad. En resumen,
cantidad de elementos que han hecho de esta película un clásico del cine que,
superado con creces el medio siglo, seguimos frecuentando con delectación.
También basada en una
novela de fuerte éxito editorial y autor prácticamente desconocido El gatopardo es película de Luchino
Visconti que asimismo hizo época. Estrenada en Italia en 1963, el argumento
gira en torno a la visión que el príncipe de Salina, personaje influyente en Sicilia,
tiene acerca de los turbulentos momentos por los que la isla pasa: la invasión
de Sicilia por las tropas de Garibaldi. Tiempos de disturbios
desestabilizadores que anuncian alteraciones radicales de la vida italiana;
aires de guerra que vienen a trastocarlo todo y que este personaje, acostumbrado
a mandar y ser obedecido, y todavía en el cenit de su poder, afronta con la
decidida intención de amoldarse a los cambios para que nada cambie; esto es
para seguir en la cumbre, cediendo lo necesario e imprescindible para que los
nuevos vientos no le arrastren ni le destronen, consciente de que la antigua aristocracia,
la del terrateniente, que él representa, tiene que dar paso a la nueva, la del dinero,
que viene a sustituirla, porque solo aliándose con ella evitará ser totalmente
barrida de la escena.
Drama, romance y guerra
se amalgaman también en esta historia bajo la melancólica mirada de Fabrizio Salina, personaje desgarrado
entre la añoranza por una era que irremediablemente se va y a la que él pertenece, y el ímpetu
arrollador de unos nuevos tiempos imparables e inexorables. Y subrayando el
conflicto, la percepción de su propio declinar físico poniendo acentos de drama
personal a los acontecimientos históricos. Y la trama avanza en dos ámbitos
paralelos: lo que a la vista de todos sucede (el cambio de manos del poder de
la aristocracia a la burguesía), desdramatizado, banalizado y amoldado a los
requerimientos del momento, y el mundo interior del protagonista, escindido
entre el pasado añorado y el presente ineludible, cargado de incertidumbres y de
renuncias por el paso del tiempo que se
lleva su juventud y su poder personal, contestado también por una generación
más joven, fresca y con nuevas energías, lista para desplazarle.
Visconti se rodeó para la ocasión de
grandes profesionales en todos los campos: los actores, excelentes, la
fotografía de Giuseppe Rotunno, la bellísima banda sonora de Nino Rota, el acertado
vestuario de Piero Tosi, la cuidada ambientación del más mínimo detalle, algo a
lo que el director nunca renunciaría… en fin, todos estos elementos
perfectamente integrados en una historia bien contada, que constituye una de
las mejores películas no sólo de Visconti sino seguramente del cine europeo de
su época.
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