jueves, 11 de marzo de 2021

Sagas y trilogías: Berlanga y su Nacional

Con frecuencia una película resulta tal exitazo que sus realizadores enseguida se plantearán prolongarla con nuevas entregas. De alguna forma ese es el caso de la trilogía del dólar que Sergio Leone realizara en los años sesenta en torno a un pistolero, un hombre sin nombre, en busca de aventuras por el Oeste americano, que nos dejó las famosas Por un puñado de dólares (Per un pugno di dollari), La muerte tenía un precio (Per qualche dollaro in più) y El bueno el feo y el malo (Il buono, il brutto, il cattivo).


Es el caso también de la trilogía de El padrino sobre las vivencias de una saga familiar de mafiosos que nos contara Francis Ford Coppola con altísima brillantez. En otras ocasiones la cosa no para en tres entregas sino que genera numerosas nuevas películas como sucede con los personajes de Antoine Doinel o de James Bond. Respecto del primero Truffaut desarrolló un buen número de sus películas utilizándolo como alter ego. El segundo protagoniza decenas de títulos de diferentes directores que se valieron de la fama de este espía creado por Ian Fleming para volver una y otra vez sobre sus aventuras. Tanto el primer caso, la trilogía, como el segundo, el rosario de entregas, son fenómenos que se producen con frecuencia en el cine, espoleados sus realizadores por la esperanza de que se vuelva a repetir el éxito de la primera vez, lo que a menudo no sólo se produce sino que incluso se supera.

Esto sucede con la trilogía nacional de Luis García Berlanga: La escopeta nacional, Patrimonio nacional y Nacional III, espléndidas las tres, pero destacable sobre todas la segunda. Una trilogía por otra parte que iba para tetralogía, proyecto que se frustró básicamente por la muerte de Luis Escobar quien encarnaba con verdadera brillantez a uno de los personajes fundamentales de la trama, el marqués de Leguineche, patriarca de una impresentable familia de aristócratas, cuyas vicisitudes le sirven al director como punto de partida para transmitirnos su particular mirada, tierna y feroz a la vez, sobre la realidad social de la España de aquel momento, la del cambio de régimen de la dictadura a la democracia. Y lo hace desplegando toda su enorme capacidad de ingenio satírico, su estupenda habilidad para manejar un sinfín de personajes en escena, su destreza en la creación de climas disparatados e hilarantes y, en fin, su enorme e indiscutible talento, ya para entonces ampliamente demostrado.

La primera de la serie, La escopeta nacional, estrenada en 1978, se ambientaba en el final del franquismo y nos daba su visión de la época a través de un divertimento tradicionalmente atribuido como un cliché a la clase dominante de entonces: una cacería. Ésta, financiada por un industrial catalán que esperaba establecer así lucrativo encuentro con un importante capitoste político, se celebra en la finca de nuestro marqués, el marqués de Leguineche, y la película nos muestra las diferentes peripecias de los asistentes al festejo, componiendo un divertido y ácido retrato de las clases empresarial y política del tardofranquismo, con el añadido de una pincelada vitriólica sobre la aristocracia, implacable mirada en la que abundaría a lo largo de las siguientes entregas.

Escena de La escopeta nacional

Canivell, fabricante catalán de porteros automáticos; Álvaro, el ministro de industria saliente; la estrafalaria familia del marqués, con sus criados y capellán; secretarias, amantes, maestro de ceremonias y parte del nuevo equipo de gobierno entrante, son los individuos que componen en una desordenada madeja la hilarante fauna que puebla la película.

En 1981 se estrena la segunda de la serie: Patrimonio Nacional, otra estupenda película coral, pero ahora gravitando todo en torno a la figura del marqués de Leguineche, uno de los muchos personajes de la escopeta nacional, que se convierte aquí en el centro de la trama. Y es que su intérprete, Luis Escobar, marqués él mismo (marqués de las Marismas del Guadalquivir, para más señas), y verdadero prodigio escénico, resultó un descubrimiento. Siempre cercano a las tablas, había desempeñado importantes cargos en la cinematografía del período anterior desde fechas tan tempranas como 1938 en que fue nombrado Jefe de la Sección de Teatro dependiente de la Jefatura de Propaganda del Ministerio del Interior. Dueño después de un teatro, director de otro, dramaturgo con varias comedias en su haber… había incluso realizado también dos películas, pero cuando a fines de los años setenta Berlanga le propuso participar en La escopeta nacional, resultó toda una revelación en su faceta interpretativa y supuso para él el principio de una tardía carrera de actor, que seguiría desarrollando hasta su muerte. Como individuo pertenecía al grupo de Neville, Tono, Miura… que pasaron a la historia como la otra generación del 27, y que animaron con su ingenio, gracia y creatividad el clima severo de aquellos años. Él, con su gran sentido del humor, su rapidez de respuesta, su espontaneidad y originalidad podría ser considerado uno más de aquella estimulante promoción. Muy conscientes de su hallazgo, tanto Berlanga como Azcona, su coguionista, le sitúan en el centro de las siguientes películas que componen la trilogía.

Escena de Patrimonio Nacional

En Patrimonio nacional (1981) la acción comienza tras la inmediata desaparición del régimen anterior. Aquí el marqués ha regresado a Madrid, poniendo fin con la democracia a su retiro campestre, que él pretende ahora vender como exilio voluntario sufrido en señal de callada protesta por la dictadura. En su destartalado palacio de Madrid donde sigue viviendo su esposa, fanática franquista, sueña con reiniciar vida de cortesano y hace planes con su hijo sobre cómo amasar fortuna en esta nueva y esperanzadora situación política que supone la restauración monárquica. Sus afanes por eludir a Hacienda y figurar en la corte alcanzando privilegios y prebendas por su condición de aristócrata; sus desencuentros con la marquesa y las delirantes aventuras que esto provoca; todo el mundo anacrónico, estrafalario y desternillante que envuelve a este personaje y a los que le rodean, constituye el alimento de esta parodia divertida y sarcástica.

Escena de Nacional III

En la tercera parte Nacional III (1982), la historia comienza con el golpe de estado del 23 de Febrero de 1982. El marqués ha vendido su palacio y se ha instalado en un piso con familia, criados y capellán. Su nuera ha heredado y vendido también su finca de Extremadura, aquella que fuera escenario de cacerías en la primera parte, y, ante la inminente llegada de los socialistas al poder, la familia solo piensa en el modo de repatriarse con toda su fortuna. Como era de esperar, cada elemento  en la historia, sus miedos, sus afanes, sus planes, todo, resulta dislocado y sainetesco. Y los soberbios actores que dan vida a los personajes, siempre los mismos en las diferentes entregas, llevan la trama con gracia y desenvoltura a altos niveles de comicidad, componiendo tipos geniales, como ese cura trabucaire con que nos obsequia Agustín González, por citar alguno inolvidable.

Se cumplen ahora cien años del nacimiento de Berlanga, este singular y magnífico cineasta, y es de esperar que lluevan los homenajes, aunque la maldita pandemia que estamos sufriendo desluzca las diferentes y numerosas iniciativas que sin duda se producirán. Es posible en este contexto que televisión española nos programe alguna de sus películas (¿Plácido?, ¿El verdugo?...) o  incluso un generoso ciclo sobre su obra. Si es así no hay que perdérselo porque sin duda se trata, si no del más grande, que tal vez, de uno de los gigantes de nuestro cine, alguien que nos enseñó a reírnos de nosotros mismos y  a reflexionar sobre las grandezas y miserias de la condición humana.