A primera vista, la literatura de Delibes parece resultar muy cinematográfica: su estilo breve y conciso, donde nada falta ni sobra, su gran oído para el lenguaje hablado, la fuerza elemental de que están dotados sus personajes, todo ello facilita en alto grado la transposición de sus historias a este medio, conservando toda la verdad de lo que cuentan y toda la autenticidad que desprenden sus tipos.
Miguel Delibes
Su
acercamiento personal al cine, además, detectable ya en su temprana actividad
de crítico cinematográfico en el diario vallisoletano El Norte de Castilla, se complementaría después con sus trabajos
como adaptador de traducciones y otras actividades de pulido de textos para
funciones de doblaje. Suya es, por ejemplo, la adaptación de los diálogos de
Doctor Zhivago para su proyección en español.
Pero lo
que más nos interesa son aquellas de sus historias llevadas a la pantalla y el
modo en que lo han hecho. El escenario será siempre Castilla, territorio de
todos sus desvelos, porque para Delibes Castilla es algo así como para Kafka Praga, Dublín
para Joyce o Macondo para García Márquez, su mundo incuestionable. Se trata con frecuencia de la Castilla rural, ignorada
o postergada, cargada de seres desamparados y solos, que te encoge el corazón
como un aldabonazo en las conciencias; es la que está presente en El camino, Los santos inocentes, El disputado
voto del señor Cayo…
Y sus temáticas se corresponden con las vividas por su generación, la postguerra (Cinco horas con Mario), la miserable situación del campesinado pobre (Los santos inocentes), el éxodo del campo a la ciudad (Las ratas), la transición democrática (El disputado voto del señor Cayo)…
Julia Caba Alba y Mercedes Vecino en una escena de El camino (Ana Mariscal, 1963)Ana Mariscal fue la primera en 1963 en llevar al cine, por encargo, una narración de Delibes, El camino, novela muy leída, pero película maldita que nunca llegó a estrenarse en Madrid y tuvo una malísima distribución. Rodada en el precioso pueblo de Candeleda, con un reparto donde cabe destacar la espléndida actuación de Julia Caba Alba y la primera aparición, todavía niña, de Maribel Martín, actriz que más tarde alcanzaría cierta fama en nuestro cine.
Retrato de
familia,
basada en su novela Mi idolatrado hijo
Sisi, sería la segunda y la llevaría a la pantalla en 1976 el cineasta Giménez
Rico, su más fiel adaptador, que hasta el momento ha llegado a versionar dos
obras más de Delibes, El disputado
voto del señor Cayo en 1986, sobre las primeras elecciones democráticas, y en
1997 Las ratas, un cuento relativo a la
emigración a la ciudad que dejara los campos sin gentes, dando lugar a eso que
hoy algunos llaman la España vaciada.
En 1977 Antonio Mercero, una celebridad ya en el ámbito televisivo pero no tanto en el cinematográfico, adaptó otra de sus novelas, El príncipe destronado, bajo el título La guerra de papá, que gira en torno a la vida cotidiana de un niño desplazado en su protagonismo por el nacimiento de su hermana. En ella nos muestra a través de los ojos del pequeño el mundo de los mayores, donde la guerra que protagonizaron sus padres ha ido quedando lejana hasta parecer un juego. Más que un recuerdo de ese drama el asunto se convierte así en metáfora de la brecha generacional, ésa que separa las formas de ver la vida en función del momento histórico en que a cada uno le ha tocado vivir.
Mercero
repetiría de nuevo en 1988 con otra novela de Miguel Delibes, El tesoro.
La sombra del
ciprés es alargada, su
primera novela, y Diario de un Jubilado
son otros dos ejemplos de su narrativa que podemos encontrar adaptados al cine.
La primera, realizada por Alcoriza con su mismo título en 1990, aunque correcta,
pasó bastante desapercibida. La segunda, dirigida por Betriú en 1998 bajo el
título Una pareja perfecta, tampoco
logró despegar y resultó una narración algo plana a pesar de contar con una
excelente interpretación y por si fuera poco, con un guión del genial Azcona, de
quien podría esperarse ese punto ácido e irónico capaz de infundir al relato unos
gramos de pimienta que le saquen de su atonía. Pero claro, no es ése el mundo
de Delibes
El de
Delibes, desde un marcado localismo, es más bien con frecuencia el ámbito inocente
y franco de lo rural, poblado de seres imbuidos de verdades fundamentales olvidadas
ya en el mundo materialista y moderno de las ciudades. Almas profundas de
personajes sencillos arrinconados por el destino; criaturas inocentes, rudos campesinos
de una pieza, gentes de oficios rudimentarios, figuras siempre silenciadas en un
mundo que los ignora, pero cuyas vivencias cuando te asaltan te llegan
directamente al corazón porque sin duda desvelan realidades hondas y complejas
de alcance universal.
Será en
Los santos inocentes, adaptada al
cine por Mario Camus en 1984, donde quizá mejor veamos retratado este mundo de
Delibes. De hecho, constituye hasta el momento el gran éxito de sus historias
en la pantalla, un drama que supondría para este medio, salvando las
distancias, algo así como lo que sus Cinco
horas con Mario para el teatro, y que hoy, con la lejanía del tiempo, sigue
figurando entre las obras maestras de nuestro cine. Sus personajes,
verosímiles, reconocibles, auténticos, respiran en unas historias donde todo es
imprescindible porque no sobra nada. Y en esa parquedad los vemos vivir,
escuetos y precisos, conmoviéndonos con su reciedumbre. Hombres y paisajes
perfectamente compenetrados, resignados con su destino, porque las cosas son
como son, y pertrechados de energía interior para soportar la dureza del medio.
Frente a ellos, sus favoritos, perfila a sus contrafiguras, seres egoístas y
desconsiderados incapaces de empatía o en el mejor de los casos, distantes y
ajenos a sus problemáticas. Esta contraposición bien subrayada en la película
no resulta maniquea en la novela, que Delibes no es de los que cargan las
tintas, su denuncia se limita a poner de manifiesto lo que desfila ante sus
ojos, pero con tal fuerza que la dureza de lo real hiere en el alma.
Haciendo
balance, media decena de títulos adaptados con diferentes fortunas, entre las
décadas de los sesenta a los noventa, Y luego un largo silencio; seguramente su
España quede ya algo alejada de la actual, pero su prosa no ha perdido un ápice
de su belleza, y el cine, recreándonos su universo, puede seguir sacando
estupendas historias de la narrativa de Delibes. Falta sólo que algún cineasta
retome de nuevo el empeño y tal vez logre darnos alguna otra perla.
Donde sin duda
no parece perder actualidad su prosa es en el teatro, el medio en que más juego
ha dado la adaptación de su novelística, no tanto por el número de obras
llevadas a las tablas como por la persistencia en la puesta en escena de alguna
de ellas, especialmente su monólogo Cinco
horas con Mario, que desde 1979 en que se estrenara en el teatro Marquina
de Madrid por primera vez, se ha venido reponiendo y manteniéndose en cartel de
manera intermitente durante años y años. Y ahí sigue ahora junto con Señora de rojo sobre fondo gris, otro de
sus grandes éxitos en teatro, conmoviendo al público.