Mario Camus (1935-2021)
Mario Camus hizo un cine sobrio, profundo, con alma; con
frecuencia partiendo de la literatura, como el buen lector que sin duda habrá
sido; adaptaciones tanto de escritores contemporáneos como Ignacio Aldecoa (Young Sánchez, 1963; Con el viento solano, 1967; Los pájaros de Baden Baden, 1975), Camilo
José Cela (La colmena, 1982), Delibes
Los santos inocentes, 1984), Arturo
Barea, (La forja de un rebelde, 1986-1990),
como de nuestros clásicos más o menos cercanos desde Pedro Calderón de la Barca,
(La leyenda del alcalde de Zalamea,
1973) a Benito Pérez Galdós (Fortunata y Jacinta, 1980) y Federico
García Lorca (La casa de Bernarda Alba, 1987). Nos dio muchas visiones de España en
diferentes momentos de su historia y se atrevió incluso con temas espinosos
como el de ETA (Sombras de una batalla,
1993, La playa de los galgos, 2002).
Alcanzó grandes triunfos: Festival de Cannes, Premio Nacional de Literatura…
pero, incómodo con las mieles del éxito mantuvo siempre una actitud discreta y
distanciada de oropeles y éxitos sociales.
Contemporáneo de Julio Diamante, Miguel Picazo, Manuel
Summers. Y de Carlos Saura, José Luis Borau o Basilio Martín Patino, formaba
parte de lo que se llamó el nuevo cine español. Su primera película como
director fue Los farsantes (1963),
pero su primer gran trabajo, una cinta sobre boxeo, Young Sánchez (1964). No sería su única película de tema deportivo,
vendría alguna más, como La vieja música
(1987) con el baloncesto de pretexto para una historia de amor o El prado de las estrellas (2007), con el
ciclismo en una historia de crítica social y denuncia de la especulación
inmobiliaria. Asuntos habituales de su cine fueron también otros diferentes momentos
pasados de nuestra historia: Los
desastres de la guerra (1983) sobre la invasión napoleónica; Curro Jiménez (1976) sobre el
bandolerismo decimonónico; Los días del
pasado (1977) sobre la postguerra española. O también de nuestro presente,
y éste visto desde una óptica desengañada que lo perfila como cada vez más gris:
'Después del sueño' (1992), 'Adosados' (1996) o 'El color
de las nubes' (1998).
Un cine siempre atento al fondo de
sus protagonistas, a menudo enmarcados en su paisaje santanderino y reflejando generalmente
nuestra realidad española. Un cine siempre honesto, sincero, casi humilde y
casi siempre centrado en historias intimistas, que sin embargo no pueden
desligarse de su contexto histórico del que necesariamente son deudoras.
Con anterioridad ya nos hemos
detenido en alguna de sus realizaciones (la serie de Fortunata y Jacinta, en Las mujeres de Galdós en el cine, y la película Los santos inocentes en Perdedores… En esta ocasión vamos a rememorar, a modo de
pequeñísimo homenaje, su estupenda recreación de La colmena, “un trozo de vida” -en palabras de Cela- ”narrado sin reticencias, sin extrañas
tragedias, sin caridad, como la vida discurre, exactamente como la vida
discurre”. Y así es como Mario Camus, con absoluta fidelidad, enfrenta el relato, mostrando en carne viva
ese Madrid de la inmediata
postguerra, en una dolorosa estampa del ir tirando por aquella realidad dura y
gris, ejemplificada en un ramillete de criaturas desamparadas y desesperanzadas,
que la vida aglutina en torno a “Las Delicias”, el café de doña Rosa, refugio de
seres heterogéneos que nos revelan la hipocresía, el rencor, el hambre, el
frío, las enfermedades, la represión, el miedo… porque todo esto anida en los
diferentes tipos que por allí se dejan caer: poetas, busconas, ególatras, sarasas,
estraperlistas… una fauna penosa como corresponde a un tiempo de miseria, duro,
dramático y difícil de digerir.
Un guion inteligente de José Luis Dibildos, ayudado en su trabajo por Camilo José Cela, el autor de la novela (que se reserva un cameo en la película), será el punto de partida de esta excelente realización, ejemplo como casi toda la obra de Mario Camus de cine sobrio y preciso. Película coral por excelencia donde se da cita lo más granado del cine español del momento: José Bódalo (Don Roque), Luis Ciges (Don Casimiro), Queta Claver (Doña Matilde),José Luis López Vázquez (Leonardo), Mª Luisa Ponte (Doña Rosa), Emilio Gutierrez Caba (Ventura Aguado), Concha Velasco (Purita), Luis Escobar (Don Ibrahím), Agustín González (Mario de la Vega), Mari Carrillo (Doña Asunción), Rafael Alonso (Julián Suárez), Charo López (Nati Robles), Manolo Zarzo (Consorcio), José Sazatornil (Tesifonte Ovejero), José Sacristán (Martín Marco), Ana Belén (Victorita), Antonio Resines (Pepe, el astilla), Victoria Abril (Julita), Mario Pardo (Rubio Antofagasta), Elvira Quintillá (Doña Visitación), Imanol Arias (tísico) … y hasta el genial humorista Antonio Mingote (un hombre de luto). Un excelente plantel de los cómicos del momento dándonos con maestría una pincelada de la vida de sus personajes, cuyas historias pasan ante nuestros ojos sin nudo ni desenlace.
Espejo preciso de un duro momento histórico que no conviene olvidar, aunque el exceso de películas sobre la postguerra, a veces demasiado maniqueas, haya acabado por empachar, desbordando el tema hasta hacérnoslo enfadoso. No es el caso de La colmena, película bien narrada, oportuna, honesta y fiel a la novela que le sirve de fundamento.
Estimada y merecidamente reconocida,
tanto por público como por crítica y tanto a escala nacional como
internacional, Mario Camus la realiza en una de sus mejores etapas creativas,
aunque el éxito aún mayor de su siguiente producción, Los santos inocentes,
contribuyera quizá a opacarla. Pero hoy, casi cuarenta años después de su
estreno esta película nos sigue resultando inolvidable. E inolvidable también
este admirado director, uno de los grandes del cine español, que a lo largo de
su vida supo acercarnos, con su mirada contenida profunda y precisa, infinidad
de momentos de nuestro discurrir.
Mario Camus nos dejó el mes pasado;
desgraciadamente ya no habrá nuevas películas suyas, pero ahí queda su obra,
interesante, serena, enriquecedora; películas y series que tantas veces nos
emocionaron y que siguen a la espera de ser revisitadas. Y lo haremos, sin
duda, con nostalgia y profunda gratitud.