Se habían hecho tantas y tan buenas películas de cine negro en la década de los cuarenta y alrededores, que parecía que se hubiese agotado ya ese género y en los años siguientes estaba prácticamente desaparecido de las pantallas. Pero en los setenta algunos títulos como Adios muñeca (Farewell my Lovely, Dock Richard, 1975), La noche se mueve (Night moves, Arthur Penn, 1975) y Chinatown (Roman Polanski, 1974) vuelven a evocar aquellas historias y a traernos de nuevo el tufillo de sus turbios enredos.
De entre todas las citadas seguramente la que
despierta mayor interés es Chinatown, que mantiene hoy toda su frescura
a pesar de que hayan transcurrido ya casi cincuenta años desde que se estrenó.
Su complejo argumento, muy del estilo de Raymond
Chandler, no parte de una novela sino de un excelente guion que incluso hoy día
sirve de referente en escuelas de cine. Se trata de una bien articulada trama
de suficiente peso y complejidad, con personajes sustanciosos y diálogos
precisos y contundentes. Su autor, Robert
Towne, lograría un Oscar por este
trabajo.
Ambientada en los años treinta, el argumento gravita
constantemente sobre el personaje principal, Jack Gittes, un detective, tipo
inteligente, seductor y más o menos honrado, que Jack Nicholson compone con
acierto. No lo tenía fácil porque en la memoria de todos estaba Bogart, pero
sale exitoso con su creación de ese individuo de gestos contundentes que mete
las narices en lo más turbio y, como buen misógino, desconfía de la chica,
excelente figura de mujer fatal, que borda Faye Dunaway con su mirada de ojos
tristes. Por cierto que su nariz, la del detective fisgón, se la rajaría el
director -también actor en este caso-, convertido en enano malvado en una
violenta escena de gran impacto que dejaría al personaje señalado a lo largo de
casi toda la cinta, ya que aquí el protagonista acusa los golpes de verdad. De
verdad en la ficción, claro, aunque corriera insistentemente la leyenda de que
así había sucedido en realidad.
Soberbio también está el villano y padre de la chica,
que concentra en su estampa todo el poder corruptor del mal. Lo interpreta admirablemente
John Huston, que no quiso sin embargo dirigir el film. Su sola presencia, siendo
uno de los creadores del género (¡¡inolvidable su Halcón maltés!!) subraya
de algún modo el tipo de cine que estamos viendo. Huston, por otra parte volvería
a reincidir en el cine negro, que no otra cosa será también su penúltima
película, la extraordinaria El honor de los Prizzi (Prizzi’s Honor),
realizada en 1985, con el propio Nicholson de protagonista.
Volviendo a Chinatown, la trama se sitúa en los
años treinta y en la ciudad de Los Ángeles, vista ésta desde una óptica
amenazadora de ciudad árida, violenta y corrompida. Luz a raudales en pleno
desierto y casas fastuosas, las de los poderosos, en las que nos adentramos de la mano de Gittes.
De trasfondo, un caso de corrupción basado en un suceso real: el
colapso de la presa de San Francisco que acabó con la vida de centenares de
personas el 12 de marzo de 1928. Y también de trasfondo, las ocultas vivencias
de pesadilla que en su día devastaron a nuestro detective, aparente agua pasada
que sin embargo rebrotará al final de la trama en el barrio que da título a la
película; ese barrio retratado como algo sombrío en el momento más sombrío de
la historia, cuando alguien parece querer consolarle con el simple comentario
de “Olvídalo, Jake, es Chinatown”, como si eso lo explicara todo, y es que está
desvelando la otra historia no contada, la que hizo cambiar de vida a nuestro
Gittes, la que aún le duele.
Situándonos en el principio, el punto de partida del relato es la visita al detective de la supuesta esposa de Hollys Mulwray, el ingeniero de la compañía de aguas de la ciudad, que requiere sus servicios porque sospecha que éste le es infiel. Días después cuando Gittes ya sabe que aquella tipa le ha tomado el pelo, la verdadera esposa de Mulwray, una enigmática mujer que acabará enamorándolo, se deja caer también por su oficina. Asesinado poco después el ingeniero, dos diferentes clientes le contratan para investigar el caso y a partir de ahí irán saliendo a la luz escándalos económicos, familiares y todo un perturbador enredo de corrupciones y secretos.
Película muy cuidada en sus distintos aspectos: guion,
fotografía, fondo musical; vestuario, ambientación, estupendo tempo narrativo…
cada uno de los elementos funciona en ella a la perfección Y seguramente se realizó
además sin reparar gastos, a juzgar por la larga duración del metraje y la multiplicidad
de fondos utilizados en el rodaje.
La puesta en escena, de marcado acento clásico, planos muy largos
y secuencias muy realistas, acentúa su parentesco con aquellas películas de los
años cuarenta. Y en esta misma dirección funciona también ese a modo de juego de
cajas chinas de donde parecen ir saliendo las nuevas revelaciones que
sorprenden y complican la trama conforme la película avanza. O el recurso a situaciones
prototipo, como las bofetadas que el detective propina a la chica, mujer fatal
que siempre miente, menos precisamente en aquella ocasión. Bofetadas que, en
esa búsqueda de verismo, esta vez, según dicen, sí fueron reales, a petición de Faye Dunaway,
y que resultaron perfectas en una primera toma. O el inconfundible aroma de
romanticismo y sino fatal que desprende toda la historia.
Pero, aun respetando los cánones del género, Polanski hizo algo
mucho más personal de lo que se ve a
simple vista. Es verdad que en Chinatown se presienten otras
películas, como si flotaran en el ambiente historias ya conocidas, y vemos también
paralelismos con anteriores personajes o situaciones, pero nunca se limita el
director a jugar con las constantes del género, sino que las interpreta a su
manera: va al asunto directamente, sin esa acostumbrada voz en off que nos ponga sobre aviso,
hace en ocasiones sutiles anticipaciones, nunca da pistas falsas, y consigue
siempre una más fuerte sensación de realidad. Y por acentuar esa impresión de
verdad hasta llega a modificar el guion para darle a la historia un final más
amargo. En definitiva, Roman Polanski acaba realizando con Chinatown una obra diferente, espléndida y que hoy constituye sin duda una película de culto.
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