Hemingway, Fitzgerald, Dos Passos... constituyen un grupo de escritores estadounidenses que Gertrud Stein bautizó como generación perdida. Con verdadero acierto, ya que formaban parte de la promoción de jóvenes que la estúpida guerra del año 14 sacrificó. Una guerra por lo demás europea en la que vinieron a morir tantos soldados americanos.
Ellos también participaron en la contienda, o lo intentaron, que Fitzgerald no pasó del campo de entrenamiento. Pero Hemingway y Dos Passos estuvieron en el frente y de sus vivencias de entonces dejaron constancia en memorias, novelas y cuentos. Gerturd Stein en realidad sólo se refería a los supervivientes, en alusión al desconcierto y desorientación que en la inmediata postguerra demostraron. Y más concretamente pretendía señalar al grupo de escritores estadounidenses que vivieron en París en su inmediata postguerra y principalmente a Hemingway y a Fitzgerald, aludiendo a su estilo de vida y a su visión del mundo según lo reflejaron entonces en sus escritos, comportándose, al igual que la propia Gertrud, como expatriados. Especialmente Hemingway que seguiría toda su vida vagando por el mundo, aunque volviendo cíclicamente a sus raíces. Pero fue el propio Hemingway, al utilizarlo en 1926 en el epígrafe de su novela Fiesta, quien popularizó el término que tan bien parece retratarlos, tanto a él como al Fitzgerald de los años veinte.
De la proyección que el propio Fitzgerald y sus novelas tuvieron en la pantalla, así como de su faceta de guionista de Hollywood, nos ocupamos anteriormente en este blog, en el apartado Scott Fitzgerald y su gran Gatsby Ahora el foco de atención será Hemingway y la forma en que el cine se ha venido interesando tanto por sus obras como por su persona.
A diferencia de Fitzgerald, Hemingway no llegó
a escribir guiones para el cine, con excepción del utilizado en Tierra de España (Joris Ivens, 1937),
documental realizado durante nuestra guerra civil en ayuda de la República
Española, en el que intervino en comandita con otros escritores como Dos Passos
y Lillian Hellman entre otros. Su vinculación con el cine procede de las muchas
filmaciones que autorizó de sus narraciones.
Adios a las armas (A farewell to arms, Franz Borzage, 1932)
La primera de sus historias llevada al cine y
con gran éxito fue la novela Adiós a las armas (A
Farewell to Arms), que recogía
sus primeras vivencias de guerra. La
realizó, bajo el mismo título, Franz Borzage
en 1932. Se trata de un conmovedor drama romántico sobre los amores de un
soldado americano (un joven Gary Cooper, todo un icono ya entonces) y una
enfermera inglesa en el Milán de la Gran Guerra. La novela se volvería a llevar
al cine en otras dos ocasiones, en 1951, por Michael Curtiz y en 1957 por King
Vidor, en ambos casos con alto grado de aceptación.
Menos suerte tuvo Por quién doblan las campanas (For Whom the Bell Tolls, Sam Wood, 1943) sobre su experiencia en la guerra española, que, a pesar de contar con dos grandes estrellas como Gary Cooper e Ingrid Bergman encabezando el reparto, resultó una historieta de cartón piedra nada convincente en su penosa y tópica ambientación de aquella España en guerra.
En cambio completamente rompedora resultó la primera versión de su relato Tener y no tener (To Have and Have Not, Howard Hawks, 1944), una entretenida historia de seducción entre un tipo duro (Bogart) y una joven misteriosa (Bacall), en un marco de aventura y peligro, desarrollada sobre la base de un guion rebosante de ingeniosos diálogos, cargados de doble sentido, y con una puesta en escena brillante en la línea de Casablanca, estrenada poco antes con gran fortuna. Este mismo relato de Hemingway, que para nada figura entre los mejores, daría lugar a otros dos buenos ejemplos de cine negro, The Breaking Point (Michael Curtiz, 1950) y Balas de contrabando (The Good Runners, Don Siegel, 1958).
De su cuento The Killers se hicieron también dos versiones, una primera
fascinante, Forajidos (The Killers, Siodmak, 1946), verdadera
joya del cine negro y, bastante después, otra también excelente, Código del hampa (The Killers, Siegel, 1964).
En la primera ese tándem formado por Burt Lancaster, en su debut, y Ava Gardner, en el esplendor de su belleza, no puede funcionar mejor, arropados además por una estética expresionista con fuertes contrastes de luces y sombras que subrayan lo tenebroso e inquietante de la trama.
En la segunda, donde Lee Marvin compone uno de sus estupendos malos malísimos, el resultado fue muy celebrado, hasta el punto de que, aunque Donald Siegel la había rodado para televisión, funcionó tan bien en la pantalla grande que acabaría convirtiéndose en todo un clásico del cine negro.
Alexander Korda adapta otro de sus relatos, The Macomber Affaire, bajo el título Pasión en la selva (1947), que abre todo un género de aventuras africanas, senda por la que discurrirían en la década siguiente Mogambo, La reina de África, Las minas del rey Salomón… un filón que sigue dando frutos, algunos tan brillantes como fueron aquellas Memorias de África que nos contara Sidney Pollack, en 1985.
En 1950 Negulesco realiza Venganza del destino (Under my Skin), basado
en otro de sus relatos, My Old Man. Y
en 1952, sobre una de sus novelas más famosas y con África de nuevo como telón
de fondo, Henry King estrena Las nieves
del Kilimanjaro (The Snows of
Kilimanjaro), donde el protagonista, herido en una cacería y perdido en medio
del continente africano, recuerda sus anteriores viajes por Francia y España, rememorando
su pasado de fracasos y lamentando su difícil presente. Un personaje
cosmopolita que responde fielmente al perfil de la generación perdida.
Ese retrato generacional de americanos
vagando sin rumbo por el mundo en pos de emociones fuertes que den sentido a su
vida, como si todo estuviera a punto de estallar, se hace aún más nítido en Fiesta (Henry King, 1957). Contó la
película con un plantel de estrellas famosísimas y reflejaba justo ese ambiente
de postguerra y ese estado de ánimo que era el del propio Hemingway.
En El viejo y el mar, quizá su obra más leída, se tocan otros tipos de
temas: la lucha por la vida, la soledad, la amistad, la lealtad… un montón de
emociones y valores condensadas por Hemingway en un relato corto, que en cine
cristalizó en una exitosa película de Preston Sturgess. La película supuso para
Dimitri Tiomkin el Oscar de Hollywood por su música y una nominación como mejor
actor para Spencer Tracy por su interpretación. Existe una segunda versión,
también interesante, realizada para televisión por Jud Taylor en 1990, con un
talentoso Anthony Quinn como el viejo pescador.
Desde fines del siglo veinte ha sido su persona más que su
obra la que ha concitado mayor interés por parte del cine, dando lugar a
diferentes series y películas sobre su vida en general o sobre diferentes
aspectos de ella. Contamos en primer lugar con dos biografías realizadas en
1988: una miniserie para televisión de Bernhard Sinkel, Hemingway, y una película de
José María Sánchez, Hemingway, fiesta y
muerte. Casi una década después, en 1996, Richard
Attenborough nos cuenta su romance con aquella enfermera inglesa que Hemingway
noveló en Adios a las Armas, en una
película algo almibarada que tituló En
el amor y en la guerra. En 1998 Sergio Dow realiza Hemingway,
The Hunter of Death, un episodio poco conocido de la vida del famoso
escritor, ambientado en Kenia, donde sucedió, y con Albert Finney como
protagonista. Y por último, en 2003 aparece una
nueva miniserie de televisión Hemingway
Vs Callahan, esta vez sobre cierto suceso puntual en su biografía, anécdota
referente a un combate de boxeo celebrado entre ellos, Hemingway y Callahan,
viejos amigos, en un reencuentro acaecido en aquella Francia de postguerra,
donde tantos escritores americanos coincidieron entonces.
Y vendrán más, porque tanto sus historias como su
vida aventurera sin duda pueden dar mucho juego en este medio.