Como el cine de Hollywood nos ha dado tantos ejemplos extraordinarios en el tema del crimen organizado (El Padrino, Érase una vez América, Los Intocables de Elliot Ness …) y, aunque a menudo la procedencia italiana de muchos de los delincuentes que nos retrataba y sus vinculaciones con el país de origen se remarcaban, nos hemos ocupado poco de los ejemplos que el propio cine italiano ha realizado sobre este fenómeno en Italia, a pesar de contar con extraordinarias películas y series donde el asunto se aborda con brillantez y profundidad.
Basta enunciar
algunas de las estrenadas en lo que va de siglo, películas o series o ambas
cosas, excelentes todas, y todas girando en torno a la Cosa Nostra que abarca no sólo a la Mafia Siciliana, sino también a organizaciones semejantes que
operan en las regiones de Calabria y Apulia y en ciudades como Nápoles o Roma. Nos
referimos a títulos tan señalados como Los
cien pasos (i Cento passi, Marco
Tullio Giordana, 2001); Gomorra (Matteo
Garrone, 2008); Romance Criminal (Romanzo
criminale, Michele Placido, 2005 - serie); La mafia solo mata en verano, (La mafia uccide solo d’estate, Pierfrancesco Diliberto, 2013 -
serie); Los despiadados (Lo spiatato, Renato De Maria, 2019); El traidor (Il traditore, Marco Belocchio, 2019); Pirañas: los niños de la Camorra (La paranza dei bambini, Claudio Giovannesi, 2019 - serie) o El alcalde de Rione Sanitá (Il sindaco del
Rione Sanità, Mario Martone, 2019).
Y asimismo
interesa destacar otras tres producciones italianas para televisión que bien
merecen un detenido comentario: El pulpo
(La piovra, 1984-2001), El capo de Corleone (Il capo dei capi, 2007), y El último padrino (L’ultimo padrino,
2008).
Chantajes,
muertes, odio, corrupción… amalgamado hábilmente con una historia sentimental y
contado todo sin concesiones, con crudeza y realismo, arropada además la
historia, desde la segunda entrega, con la extraordinaria música de Ennio Morricone,
da como resultado una obra brillante que logró contactar vivamente con el
espectador, no sólo nacional sino internacional. Muy exitosa fue en Alemania y
desde luego en otros lugares de Europa, como España adonde llegó en 1989. En
Italia se siguió con tal interés que incluso acabó por levantar protestas de
determinados políticos que, recelosos de su alcance, pretendieron en diferentes
ocasiones acabar con ella, consiguiendo al fin descafeinarla, o lo que es lo
mismo, que en su última entrega dejara de tratarse de manera clara y señalada
la vinculación de la mafia con la política y la alta empresa.
El capo de
Corleone (I capi dei capi) no es ficción, o mejor
dicho es ficción basada en hechos reales. Se trata de una miniserie de 2007
sobre la vida de Toto Riina, muerto en prisión en 2017 tras una tremenda
carrera criminal que aterrorizó a Italia durante un cuarto de siglo y que
llevaría a este individuo definitivamente a la cárcel en el año 1993. Desde allí
seguramente seguía moviendo los hilos de la mafia, pero allí quedaría largos
años y ya no lograría volver a salir vivo del encierro.
La
obra, estructurada en seis episodios, nos cuenta la vida de este sujeto,
también conocido por sus caracteres físicos o morales como “El Corto” o “la
Bestia”, desde su infancia a su detención cuarenta años después de iniciar su
carrera criminal. Nos lo muestra por primera vez en su pueblo de Corleone a la
edad de 13 años, siendo testigo de un terrible suceso familiar: la muerte de su
hermano, aún niño, y de su padre al estallarles una bomba que el adulto
pretendía desactivar. Enseguida comienza su carrera en la delincuencia a la
sombra de los capos del lugar, ascendiendo escalones gracias en gran parte a su
determinación y a su crueldad, que nada era obstáculo ni freno a su violencia.
Tres décadas esquivando a la justicia sin siquiera salir de la isla, protegido
por políticos, jueces y hasta cargos policiales a sueldo de la mafia, hasta que
su desafío al Estado resulta tan notorio que acaba perdiendo la partida.
La
serie, bien contada, está a la altura de las mejores películas de mafiosos, con
la ventaja por su parte de no recurrir a darle ningún brillo especial al
protagonista, exento del glamour hollywoodiense, de manera que nunca
perdemos la sensación de estar asistiendo a las crueldades de un asesino de
carne y hueso. Aun así, el guion recurre al artificio de oponerle una
contrafigura ficticia, un supuesto amigo de infancia convertido en policía que
funciona como pretexto para seguir sus crímenes y no perder la imagen de la ley
tratando de atraparle. En los últimos episodios, los relativos a la
incorporación a la lucha del juez Falcone y el comisario Borsellino, y al
asesinato de ambos ordenado por Toto Riina, la serie acentúa su carga de
realismo y veracidad hasta presentar tintes casi de documental.
L’ultimo padrino, (2008) miniserie de dos episodios sobre la posterior detención de Bernardo Provenzano, sucesor de Riina en el cargo de capo dei capi, complementa de algún modo la historia anterior.
Bernardo Provenzano, llamado entre sus socios Zu Binú (el tío Binú), U tratturi (el tractor), y conocido también como el fantasma de Corleone, era igualmente personaje escurridizo. Compañero de correrías de Riina desde los primeros tiempos y buscado por la policía desde 1963, logró vivir en paradero desconocido durante 43 años. Su nombre viene asociado al de Riina en múltiples procesos y parece que desde que éste se hizo con la jefatura de la Organización él ostentaba el segundo puesto, aunque según algunos compartían mando, llevando Riina lo militar y Provenzano lo político. Fuera como fuera, tanto uno como otro dejarían un reguero de sangre tras sus pasos. Inmensamente rico, su familia vivía con simplicidad y sin ostentación, procurando pasar desapercibida, tal como convenía a Provenzano, convencido, al menos en los últimos años, de que no había que volver a presentar batalla al Estado, sino actuar en la sombra, blanqueando el botín en negocios legales e infiltrándose de tal modo en ellos que fuera imposible despejar la procedencia de las inversiones.
La serie, dirigida por Marco Risi y protagonizada por Michele Placido, esta vez en la piel del jefe mafioso, se centra en los últimos años del delincuente, cuando ya septuagenario y con una grave enfermedad, todavía consigue zafarse de la policía. Nos cuenta su operación en el extranjero y las esforzadas actividades del equipo policial ocupado en darle caza, cosa que finalmente consiguen tras algún intento fallido. La narración termina cuando el individuo es por fin atrapado y conducido a prisión. Tal vez quisieron parar ahí, en el triunfo de la justicia para dejarnos un buen sabor de boca, porque sí, Provenzano, fue arrestado por estos esforzados policías en 2006 y finalmente encarcelado. Pero también sucedió que en 2011 sus abogados lograron reducir su situación al arresto domiciliario. Y Provenzano acabaría muriendo en un hospital de Milan en 2016 de una infección pulmonar. Éstas y algunas otras cosas poco edificantes no se nos cuentan seguramente para no deslucir en esta ocasión el triunfo de los buenos contra los malos, cosa que la realidad con tanta frecuencia amortigua o ensucia. En cualquier caso el balance del relato es siempre positivo ya que se trata de una narración bien construida, interpretada y bien contada, de manera que logra mantener hasta el final sin que decaiga en ningún momento el interés del espectador.
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