El cine nos ha contado muchas historias de atentados. Algunas tratan de crímenes imaginarios y otras, de asuntos reales. En ocasiones cuentan intentos frustrados: atentado contra Hitler, (1940), o contra el papa Juan Pablo II, (1981). Otras, magnicidios logrados: asesinatos de los Kennedy (1963, John; 1968, Robert), los Gandhi (1948, Mahatma; 1984, Indira); o Trotsky (1949). Y a veces, hasta hechos que rebasaron desproporcionadamente las intenciones de sus ejecutores, como sucedió con el asesinato del heredero al trono de Austria, espoleta que dio origen a la primera guerra mundial.
Los políticos de alto nivel son los personajes que más frecuentemente conforman los blancos de estos delitos, ya que con frecuencia los conspiradores pretenden desestabilizar al poder que ellos representan, fin último que rara vez logran, pero que a priori, como se ha visto, nunca se sabe lo que pueden desencadenar. Sin irnos demasiados lejos nuestra historia en particular es rica en estos sucesos: atentados contra Alfonso XII, (1878 y 1879), Antonio Maura, (1904 y 1910) y Alfonso XIII, (1906) y asesinatos del General Prim, (1870), de los políticos José Canalejas, (1912) y Eduardo Dato, (1921) o del almirante Carrero Blanco, (1973).
Entre las muchas películas
que tratan estos temas con acierto y que por lo mismo merece la pena volver
sobre ellas elegimos Chacal, (The day of de Jackal), un relato seco y
sin concesiones que realizara Fred Zinnemann en 1973 sobre un frustrado intento
de matar en 1963 al general De Gaulle. La película se sigue con interés
creciente y vista hoy no ha perdido nada de sus frescura.
Zinnemann, austríaco
nacido en territorios de la Polonia actual durante el Imperio Austrohúngaro, en
el año 1929 está en Alemania participando, junto a otros dos cineastas austríacos,
Billy Wilder y Robert Siodmack, en la realización de Hombres de Domingo (Menschen
am Sonntag, 1929), interesante
película a caballo entre el cine mudo y el sonoro. A continuación, como lo
harán también estos compatriotas suyos, emigra a los Estados Unidos y enseguida
lo vemos actuando en una película de Hollywood, Sin novedad en el frente (All
Quite on the Western Front, 1930), preludio de su fructífera carrera de más
de medio siglo como director. En los años cincuenta ha alcanzado ya la fama con
obras tan renombradas como Solo ante el
peligro (High Noon, 1952) y De aquí a la eternidad (From
Here to Eternity 1953) y continuará
en activo hasta 1982. Chacal es una
de sus mejores realizaciones.
El general De
Gaulle, presidente de la república francesa en el momento en que se produce
este intento de asesinato, había dirigido durante la 2ª Guerra Mundial la resistencia francesa frente a la Alemania
nazi, presidido el gobierno provisional en la postguerra, restablecido la
democracia en Francia, y, tras unos años alejado, vuelto a la política activa
en 1958. Personaje de peso incontestable en la historia de Francia y muy
influyente en el concierto europeo, con su decisión de otorgar la independencia
a Argelia en julio de 1962 había concitado los odios de la OAS.
La OAS (Organization
de l’Armée Secrète) fue un movimiento de oposición a la concesión de independencia para el
territorio argelino, entonces colonia del país galo. Organización terrorista,
con fuerte presencia en el ejército francés, a partir de 1962, lucha con
renovados bríos por una Argelia francesa sin Francia. En ese contexto hay que
situar este proyectado magnicidio que la película nos cuenta.
Desde una
perspectiva casi documental la narración desarrolla con un ritmo perfecto la
preparación del asesinato: la cuidadosa selección primero del sicario idóneo,
un asesino a sueldo que parezca el más adecuado para el éxito de su misión y,
una vez elegido éste, el lúcido revelado de su perfil psicológico de individuo
paciente, metódico y autocontrolado, y la exposición minuciosa de su modus operandi preciso y certero, muy en consonancia con su mostrada personalidad.
A continuación, ya detectada la operación por el poder, la historia aborda en paralelo
cada uno de los pasos de la investigación puesta en marcha para atraparle y atrae
también nuestra atención hacia la personalidad del individuo ocupado en
semejante tarea.
El actor inglés James
Fox que da vida al protagonista, está perfecto en la recreación de un personaje
inteligente, introspectivo y despiadado, que no deja nada al azar y que nunca
pierde los nervios. Michael Longsdale en el papel del investigador que sigue la
pista del mercenario para darle caza, está también soberbio en su manera de
abordar una persecución cuyo ritmo parece acelerarse conforme se acerca el
momento del magnicidio. Y hasta la Francia que le sirve de escenario ocupa un
lugar de peso para la comprensión de la historia.
Película, en fin, contada
con elegancia y esmero y un dominio deslumbrante de los silencios que tanto nos
revelan acerca de la historia. Y aunque ésta nos narra una persecución contra
reloj, sus secuencias se despliegan con sosiego y se nos permite asistir con
calma a cada una de las jugadas del asesino, adelantándose a los que pretenden
darle caza, así como a las respuestas sabiamente orientadas de un poder que ni
se desanima ni se rinde ante adversario tan escurridizo.
El guion, magnífico,
repleto de situaciones novedosas que se siguen con interés creciente, está basado
en un best seller de Frederick
Forsyth sobre un hecho histórico a partir del cual el novelista fantasea. Cuenta
además de con una buena trama bien narrada, ambientada e interpretada, con una fotografía y una banda musical
excelentes que redondean el estupendo resultado final. Una obra de arte que,
con su casi medio siglo a cuestas, sigue sin envejecer.
El asunto fue objeto de una nueva versión en los años noventa, The Jackall (Caton Jones, 1997), remake intrascendente, así que pongan atención para no confundirlas. Pero la nuestra no se la pierdan.
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