jueves, 31 de mayo de 2018

Dos ejemplos de cine sueco: Hamsun y The Square


Cuando Jan Troell acomete la realización en 1996 de una película sobre Knut Hamsun no está simplemente abordando la biografía de un escritor noruego célebre, el de mayor alcance internacional después de Ibsen; está también lanzando un mensaje al público escandinavo: ¿No va siendo ya hora de recuperar esta gloria literaria nórdica?...

Jan Troell
Porque la película de Troell es un relato biográfico delimitado al invierno de la vida del escritor noruego, a aquellos años de su pasado que resultan ingratos de revisitar, pero también quizá acto de obligado cumplimiento para poder pasar página. 

Protagonizada por Max Von Sidow y Ghita Norby, la obra arrasó en 1997 en los paises nórdicos, alzándose con los Premios Guldbage de la Academia Sueca a mejor dirección, mejor guión, mejo actor y mejor actriz. Prueba evidente de su calidad, pero seguramente también de que su mensaje resultaba oportuno.

La historia pues se centra en los años conflictivos de la segunda guerra mundial y la inmediata postguerra para contarnos un episodio incómodo: Hamsun, admirado y venerado literato de fama mundial, orgullo de la nación noruega, se ha mostrado en la guerra decidido partidario de Hitler.

Remontémonos un poco: Hamsun había nacido en 1859 cerca del Círculo Polar Ártico. En su juventud, algo anarquista, bohemio y aventurero, emigró a América y de allí volvería manifestando un fuerte desagrado por los Estados Unidos, desagrado al que no serían ajenas sus inclinaciones racistas, coincidentes con un momento en que en Europa estaba en boga un racismo seudocientífico. La fama le llega en 1888 con la publicación de Hambre, una de las novelas más influyentes de su siglo. Hamsun, entusiasta de la vida bucólica, pasa grandes temporadas en el campo, un entorno que le inspiraría gran parte de sus obras más famosas como Pan o La bendición de la tierra, verdaderos cantos a la naturaleza.

Su difusión mundial la alcanzaría con la concesión del Nobel en 1920. Años después, en 1929, con motivo de su 70 cumpleaños, Tomas Mann, Gorki, André Gide y Galsworthy y otros importantes escritores del momento le dedican un emocionado homenaje. Singer le señala como padre de la literatura moderna y otros muchos se han pronunciado en su favor, en términos elogiosos valorando, el peso indiscutible de su obra. En definitiva, Knut Hamsun es universalmente estimado como escritor y su calidad literaria queda fuera de discusión.

Sus ideas políticas le van a jugar no obstante una mala pasada. Manifiestamente admirador de la cultura alemana desde siempre, en las dos guerras mundiales se confesó ardiente germanófilo, postura por otra parte bastante común en la primera guerra entre las clases conservadoras de media Europa, por lo que todavía seguiría siendo muy respetado en los años treinta. La deriva de los acontecimientos haría que su estrella se fuese apagando conforme fueran siendo más conocidas sus simpatías políticas por el régimen nazi.

Tras la derrota alemana, el escritor, señalado como traidor a la patria, se volvió maldito en su país natal. Cuando llega la paz, el gobierno noruego no puede mirar para otro lado, pero tampoco quiere renunciar a una gloria nacional. Knut Hamsun tiene que ser juzgado; para evitarlo se le envía a un sanatorio psiquiátrico donde será sometido contra su voluntad a un proceso de desnazificación. El escritor exige ser juzgado. El proceso se cierra con una fuerte multa y la declaración oficial de que sus facultades intelectuales están mermadas, algo que él desmentiría con la publicación en 1948 de Sobre senderos invadidos por la hierba, donde explicaba su denostada postura. De momento su nombre es borrado de calles y plazas y bajo un manto de olvido se pretende ocultar su memoria, de manera que durante años en su país se leerá a escondidas.

Las dos últimas décadas de su vida es lo que nos cuenta la película de Troell: las actitudes públicas de Hamsun durante la ocupación alemana de Noruega, su desastrosa entrevista con Hitler, sus escasas simpatías por el gobierno títere proalemán de Quisling instalado en su país, pero su persistente fervor pronazi. Nos cuenta también su carácter huraño, su vida familiar, la postura de entusiasta hitleriana de su esposa, sus desencuentros con ella, el ambiente hostil que le rodea y la honda soledad en que él se mueve, así como la reconciliación final con Marie, su mujer.

Lenta y tímidamente se ha ido recuperando su recuerdo y medio siglo después de estos acontecimientos, Troell parece querer decirnos si no habrá llegado ya el momento de olvidar rencores y recuperar a Hamsun para los nórdicos, sin negar nada de lo que pueda hacer odiosa a su figura, pero tratando de separarlo de su obra. De acuerdo, el fue un racista y un nazi convencido, pero eso no invalida su espléndida creación literaria, que supone una contribución determinante a la literatura universal. Algo que parece obvio ha tardado décadas en poder ser asumido en su tierra. 

En 2009, 150 años después de su nacimiento, el arquitecto estadounidense de ascendencia noruega Steven Holl terminó de levantar, en pleno Círculo Polar Ártico, cerca de la aldea en que el escritor pasó su infancia, el Centro Knut Hamsun. Ha tenido que pasar mas de medio siglo para que su patria, Noruega, en reconocimiento de su valor literario vuelva a manifestar pública estimación por su obra, algo que sus simpatías nazis no permitían considerar políticamente aceptable. Tampoco puede sorprendernos mucho cuando en nuestros días ponemos en tela de juicio la obra de diferentes creadores en virtud de su moral personal, cierta o pretendida, confundiendo calidad artística con condición individual, preocupados por no incurrir en incorrecciones políticas.

No es el caso del director de The Square, el cineasta sueco Ruben Östlund, (1974) quien no se va a preocupar en modo alguno de obedecer a lo políticamente correcto, y sí se va a ocupar, en cambio, de jugar con ello para enfrentarnos a los numerosos prejuicios con que la moral social de nuestro mundo de hoy nos atosiga. Esto es lo que hace en The Square,(2017), una sátira inteligente de la sociedad europea a través de la figura de un tipo bien integrado. Un hombre joven, guapo, elegante, exquisito, culto y rico: un alto ejecutivo de la cultura. Divorciado con dos hijas, vive en una preciosa casa, conduce un coche eléctrico para no contaminar y trabaja en un museo de arte contemporáneo. Un hombre en perfecta sintonía con su mundo, defensor de grandes causas humanitarias, y sin nada que reprocharse en lo personal. La película nos lo presenta andando despreocupadamente por la calle de camino a su trabajo donde le espera rematar una instalación concebida como espacio de reflexión sobre el altruismo.


Una pequeñez, el robo del móvil y la cartera, va a precipitar una serie de reacciones en cadena que nos mostrarán al personaje desde una óptica muy distante y distinta de la imagen a la que socialmente cree responder. Este triunfador que parece tenerlo todo ni quiere renunciar ni sabe cómo recuperar su móvil y se va enredando en un rosario de torpezas que dejan cada vez más al descubierto su absoluta indefensión. Cuando las circunstancias le sacan de su medio donde todo parece rodar solo, la realidad le agrede, despertando su mala conciencia y su culpa con respecto a los más desfavorecidos: los sin techo, los emigrantes y, en fin, cualquiera que no forme parte de ese sector de privilegiados al que él pertenece. No digamos cuando su desacierto en una gestión le lleva a ser despedido de su cargo. O cuando la tensión por verse atrapado en situaciones insalvables le hace perder la paciencia con sus hijas, o su suspicacia ante esa joven con quien mantiene un encuentro amoroso desconfiado y estrafalario… La película está llena de momentos hilarantes que ponen en evidencia el contraste entre su verdadera naturaleza y la imagen que juega a proyectar, perfectamente ahormada con lo que la sociedad demanda.

Östlund compone una sátira fresca y atrevida donde se burla con gracia de la burguesía europea, de su buena conciencia y su buenismo, y de paso también, del esnobismo en que se mueve el mundo del arte; una comedia divertida y provocadora que sorprende por su desparpajo, su agudeza y su lucidez al señalar las contradicciones de la moral social que nuestra cultura nos impone.

Ruben Östlund
No es su primera película, es la quinta que ha dirigido. Las otras cuatro, The Guitar Mongoloid (2004), Involuntary (2008), Play (2011) y Force Majeure (2014). En cada una de ellas analiza diferentes aspectos sociales o familiares, desnudándolos de hipocresías y prejuicios y sacando a la luz los elementos ridículos ocultos en las rutinas diarias. Siempre en un estilo muy personal, ácido y mordaz, pero también contenido. La presión del grupo en Involuntary, la cuestión racial en Play, el rol patriarcal en la familia en Force Majeure diferentes elementos de la conducta humana puestos en la picota por un cine crítico desde dentro, que nos incomoda obligándonos a cuestionarnos ese falso bienestar moral del que nuestra sociedad presume.

Östlund ha cosechado ya con sus películas numerosos y merecidos premios. Esta que nos ocupa, The Square (2017), fue distinguida con la Palma de Oro en Cannes y con el Goya en Madrid a la mejor película europea de 2017. No es difícil convencerse de que estamos ante un ejemplo del mejor cine europeo; una revelación este director sueco cargada de promesas.


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