Lo tenía todo pensado para que saliera bien; cinco años en la cárcel había sido tiempo de sobra para darle vueltas redondeando la idea y sí, lo había planeado cuidadosamente para que no quedaran cabos sueltos. Un golpe limpio, un botín fabuloso y lo mejor de todo, sin sangre. Eso sí, nada de delincuentes fichados por la policía; gente corriente, cinco individuos escasos de dinero y firmemente determinados a conseguirlo.
Atraco perfecto (The killings, Kubrick, 1956)
Este es
el planteamiento que se hace John Clay (Sterling Hayden) en Atraco perfecto (The killings, Kubrick, 1956) para desvalijar la caja fuerte de un
hipódromo en plena carrera. Y a reunir ese equipo y realizar su proyecto es a
lo que se dedica en cuanto sale de la cárcel. El plan se ejecuta correctamente,
pero en todo crimen perfecto siempre acaece algo imprevisto…
Estas
son las líneas de la trama. Kubrick las desarrolla con método, precisión y
originalidad. De entrada nos va presentando a los participantes en el atraco
incrustados en su medio cotidiano: sus esposas, sus motivaciones;
separadamente, aunque a veces sus vivencias se crucen con las de otros. Luego
va mostrando con minuciosidad cada fase en el desarrollo del plan. Y a través
de este enfoque los espectadores empiezan a intuir por dónde se puede quebrar
el proyecto y a comprobar cómo hechos impredecibles condicionan fatalmente el
resultado.
La
puesta en escena, con una estructura de rompecabezas a la que ya nos han
acostumbrado directores recientes como Tarantino, sorprendió en su momento por
su originalidad, que de alguna manera no ha perdido, como tampoco ha perdido frescura
el ritmo del relato, potenciado además por una excelente fotografía seca y
austera. Conclusión: una obra de arte en su género.
Como a
todos nos encantan las historias de robos, a mediados del veinte los atracos
cuentan con excelentes películas. Atraco
perfecto es una de ellas, pero ésta venía ya precedida por la jungla del asfalto, (Huston, 1950) o Rififí,
(Dassin, 1955), de manera que entonces empiezan ya a constituir un género por
sí mismas. Y, como todo género que se precie se hace acreedor de parodias,
también éste cuenta con las suyas, aunque cada cinematografía lo tratará a su
manera.
Una parodia a la inglesa, El quinteto de la muerte (MacKendrick, 1955), es buen ejemplo de ello. Se trata de una de las mejores comedias británicas de todos los tiempos, con un humor negro casi grotesco pero inequívocamente anglo. Sus personajes y escenario: una entrañable ancianita, unos siniestros malhechores y una vivienda típicamente british; la de la anciana, en la que, haciéndose pasar por músicos, se hospedan los maleantes. Allí, con el pretexto de ensayar sus conciertos, planean el atraco a un furgón blindado y, realizado el robo con éxito, allí también esconderán el botín dentro de un enorme baúl que la anciana, ignorante del contenido, se presta amablemente a recoger en su lugar, en la estación de Charing Cross, cercana a su vivienda. Con estos elementos (la casa, el disfraz de músicos, la estación de ferrocarril, el tren circulando por las vías entre humaredas y pitidos…) se desenvuelve una intriga extremadamente divertida que aumenta en interés conforme la historia avanza en medio de acentuados contrastes. Y el choque entre la inocencia de la anciana, las malas intenciones de sus realquilados, así como los prejuicios de esa pacífica sociedad londinense va salpicando el relato a base de humor mientras la trama avanza gradualmente, en una atmósfera en apariencia distendida, hasta la truculenta traca final. Ternura y violencia mezcladas con grandes dosis de ingenio son los componentes básicos de esta gran historia de humor, un humor que te hace reír más por dentro que a carcajadas, pero te divierte profundamente.
El quinteto de la muerte (The Ladykillers, MacKendrick, 1955)
Pocos años
después se estrena una parodia a la italiana
I soliti ignoti (Monicelli, 1958) conocida en España como Rufufú, porque llegaba precedida por el
éxito, enorme, de otra francesa (antes citada) sobre un sofisticado robo de
joyas ejecutado por expertos profesionales:
Rififí (Dassin, 1955); y ésta sí,
tratada en serio. En cambio en Rufufú (I soliti ignoti) los
atracadores no pasan de ser una panda
de infelices ladrones de medio pelo, que nos hicieron reír a placer con sus
torpezas y sus miserias, contadas magistralmente desde una perspectiva de
acerada crítica social.
Va a
ser ésta la semilla de la parodia a la española en que vamos a detenernos. La
cosa surge porque visto lo mucho que aquí gustó, a Pedro Masó, significado
hombre del cine español del momento, le viene in mente la idea de abordar, como hacía Rufufú con el contexto italiano, una
comedia popular que reflejara la situación social española de entonces. Él
mismo colabora en la elaboración del guion y produce la película que finalmente
realiza José María Forqué en 1963 y lleva por título Atraco a las tres.
Sus ingredientes, un argumento alegre que señalaba el paternalismo de entonces de manera no tan mordaz como lo hacían sus coetáneos Berlanga y Azcona, sino con personajes más cándidos y amables y un final agridulce algo blandito, que hacía más digerible la mirada sobre la realidad española.
Pero
aun así el resultado es extraordinariamente divertido y no exento de crítica
social, conformando una estupenda parodia del cine de atracos, con música
también paródica del jazz, y un plantel de extraordinarios actores,
maravillosamente bien dirigidos en una película de diálogos ingeniosos y humor
corrosivo tan bien dosificado que no choca con las exigencias censoras de la
época.
Atraco a las tres (José Mª Forqué, 1963)
Aquí el proyecto de robo parte asimismo de un grupo de aficionados, la plantilla de una sucursal bancaria que, indignada por el injusto despido del director, decide tomarse la justicia por su mano y aplicarle al banco un recio correctivo. Claro está que a estos ladrones aficionados (un sexteto de estupendos actores que con la excepción de López Vázquez no pasaban entonces de secundarios) les faltarán aptitudes para coronar con éxito semejante empresa. Y los espectadores disfrutarán con situaciones desternillantes donde la extraordinaria vis cómica de los intérpretes, pasándose de unos a otros los gags con absoluta soltura, aumentará la comicidad de las frases. Y en las distintas situaciones se colará sutilmente la mirada crítica sobre una realidad cotidiana de dificultades y escasez. Por citar alguna, ¡qué espectáculo el que dan los compañeros en su visita al conserje, ingresado en una clínica, devorándose entre todos la comida que el hospital destina al enfermo!
Películas
corales, con el robo como argumento, cada una enfocada desde una óptica
diferente y con diferentes objetivos, pero todas extraordinarias muestras del
cine de mediados del pasado siglo.
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