sábado, 29 de agosto de 2020

A lágrima viva: Iris y Tal como éramos

No hay nada que guste tanto como que alguien con su ingenio haga saltar la risa, pero tampoco hay nada más difícil, que si se pasa o no llega la cosa ya no tiene gracia. Es más fácil conmover hasta las lágrimas con un buen dramón. Y eso es algo que también gusta, siempre que sean tristezas de otros y no propias las que originen el llanto. Por eso una buena historia que toque la fibra sensible y remueva los más profundos sentimientos será un éxito seguro.

Tiempo de amar, tiempo de morir (A Time to Love and a Time to Die, Douglas SIrk, 1958)

Los muy sentidos llorarán a moco tendido y los algo más duros lucharán para que las lágrimas no lleguen a resbalar por las mejillas, pero en ambos casos todos saldrán aliviados después de haber sufrido un buen rato con penas ajenas, orgullosos de la capacidad de empatía demostrada y felices de saberse ajenos a ese drama que se acaba de vivir de refilón.
 
Alemania año cero (Germania, anno cero, Rosellini,1948)
Por eso hay tantas historias empeñadas en hacer sufrir al espectador: interesan, entretienen, emocionan y descargan de esa necesidad de experimentar intensa compasión… sin pagar precio por ello. Amores no correspondidos, enfermedades que matan, injusticias del destino…, cualquier desgracia que a un ser humano le pueda sobrevenir es buena para una historia que acongoje. Claro que hay muchos tipos de dramas, tanto colectivos como individuales. Entre los primeros, que más que dramas son verdaderas tragedias, abundan los de catástrofes naturales, (Lo imposible, 2012, Bayona, o, Tsunami, 2005, Oelsner); accidentes tecnológicos (Aeropuerto, 1970, Seaton, o, Titanic, 1997, Cameron), desastres de la guerra (Adios a las armas, Borzage, 1932, o, Tiempo de amar, tiempo de morir 1956, Sirk)… Aunque en estos casos de grandes cataclismos, abrumados por la enormidad del suceso, el individuo en su pequeñez apenas parece contar. A veces se da una mezcla de ambos casos: sufrimientos del individuo singular en esos contextos de daños colectivos. En Europa, el cine de postguerra contó historias desgarradoras producidas en esas situaciones. Lo llamaron neorrealismo y trataba de lo difícil que era salir adelante en aquel mundo en ruinas en que había que sobrevivir a tanta destrucción y tanta ira. Era complicado no conmoverse con esas historias de Rossellini (Alemania, año cero -Germania, anno zero- 1948), De Sica (Ladrón de bicicletas -Ladri di biciclette- 1948) y tantos otros, verdaderas tragedias más que dramas, donde el peso de lo colectivo abrumaba al desamparado ciudadano.

Y en otras ocasiones la desventura se circunscribe a la intimidad del individuo, encajado desde luego en su contexto histórico, pero enfocando prioritariamente su vivir cotidiano, donde el dolor busca algún respiro, cierto confort para el espíritu, entornos más amables, momentos dulces mezclados con la desgracia que nos cuentan… El personaje podrá estar viviendo una experiencia dolorosa, un amor desgraciado, una enfermedad o cualquier otra pena personal, que le hunda en su soledad, pero no tendrá todo en contra, el mundo no estará necesariamente derrumbándose a sus pies: es el melodrama, quizá dentro de este género el subgénero que más títulos ha venido dando y más sigue emocionando.

En el Hollywood de los años dorados vivió momentos muy felices. Lo hizo a manos de directores como Douglas Sirk, quien ostentó durante años el título de incontestable maestro del melodrama. Danés, nacionalizado alemán y huido a Estados Unidos en 1937, realizaría en las siguientes dos décadas un montón de historias que harían llorar a muchas gentes Obsesión (Magnificent Obsesion, 1954), Solo el cielo lo sabe (All that Eaven Allows, 1955), Escrito sobre el viento (Written of the Wind, 1956), Imitación a la vida (Imitation of Life, 1959)… No sería el único en conmover con eficacia; seguía la senda de John Stahl, un ruso tempranamente llegado a Estados Unidos, más de un cuarto de siglo antes, experto también en emocionar al personal con historias parecidas e incluso las mismas, Sublime obsesión (Magnificent Obsesion 1935), Que el cielo la juzgue (Leave Her to Heaven, 1945), Débil es la carne (The Foxes of Harrow, 1947). Y detrás, delante y alrededor, claro, tantos y tantos de todos los lugares y nacionalidades narrando con eficacia historias conmovedoras.

Películas como Breve encuentro (Brief Encounter, 1945) de David Lean; Vivir (Ikiru, 1952) de Akira Kurosawa; Esplendor en la hierba (Splendor in the Grass, Elia Kazan, 1961); La linterna roja (Da hong Deng long Gao gao Gua, 1991 Zhang Yimou); Kolya (Jan Sverak, 1996); La buena estrella, (1997, Ricardo Franco); Manchester frente al mar (Manchester by the Sea, Lonergan, 2016), tratan el drama individual en su infinita variedad y desde bien diferentes sensibilidades y culturas, mostrando mundos más o menos lejanos, hasta remotos a veces, y que sin embargo no parecen ajenos, porque es fácil la identificación con los protagonistas en sus desdichas, vivir sus vidas y sufrir con ellos. Se crece hacia dentro con sus historias.

Y precisamente porque son tantas y tan variadas sus temáticas es difícil poner el foco en alguna en particular. O demasiado fácil; basta quizá con pararse en una de tantas que haga surgir las lágrimas. De niños pudo ser Bambi la primera película en despertar esa emoción con el desgarro que el dolor de ese tierno cervatillo en su orfandad transmitía. O Marco, aquel chiquillo desamparado y solo, viajando de Italia a la Argentina en busca de su madre. Pero viniendo más cerca otras muchas pueden llenar de desconsuelo. Infinidad de títulos habría para elegir, algunos más desatados, otros más contenidos pero todos capaces de emocionarnos profundamente. Con frecuencia se trata de relaciones de parejas cuya felicidad se ve truncada por desencuentros o enfermedades.

Un ejemplo del primer caso Tal como éramos (The Way We Were, 1973, Sidney Pollack), nos muestra el enamoramiento entre dos estudiantes. Ambos se atraen, se admiran, se quieren. Inician una estrecha relación cargada de promesas pero enseguida chocan sus diferentes formas de ver la vida hasta obligarlos a romper para seguir sus caminos, tan distantes. Ella, activista política hondamente comprometida con sus ideales; él, en el otro extremo de la balanza, en paz con su medio y por completo ajeno a inquietudes políticas. Al deslumbramiento inicial seguirán los desencuentros, las rupturas, las reconciliaciones hasta que se impone la realidad de que, por muy profundamente enamorados que estén, sus ideologías, radicalmente opuestas, hacen inviable su día a día en común. Aunque nunca dejaran de amarse, su amor es imposible.


Robert Redford y Barbara Streisand nos lo cuentan conmoviéndonos en una película de Sidney Pollack de 1973, un drama romántico muy exitoso en sus días y que ha envejecido muy bien.

Un ejemplo del segundo caso puede ser Iris, película de Richard Eyre de 2001, también muy emotiva, sobre la historia de Iris Murdoch. En ella se cuenta la vida de la famosa escritora irlandesa desde la óptica de su marido, partiendo del momento en que se conocen, también cuando estudiantes, en plena juventud, y hasta sus días de dolor, cuando el mal de Alzheimer le vaya arrebatando cruelmente a la esposa la conciencia de sí misma y hasta el recuerdo de las palabras, esos símbolos que tanto y tan conscientemente significaron en su vida de escritora. Kate Winslet y Hugh Bonneville interpretan con acierto y calor a la pareja en sus momentos juveniles; Jim Broadvent y Judy Dent, dos genios de la escena inglesa, lo harán de mayores con tal sabiduría y sensibilidad que logran transmitir el drama en toda su hondura. Richard Eyre, desde luego, conduce la historia por terrenos sobrios, muy apartados de la blandenguería por donde se deslizan con frecuencia muchos de estos relatos y el resultado es magnífico.


La fuerza de los actores potencia extraordinariamente una historia bien contada por un cineasta, cuyo talento hasta entonces había brillado quizá más en las tablas de los teatros que en el cine y que en esta ocasión logra conmovernos intensamente.

domingo, 16 de agosto de 2020

Más Highsmith: Las dos caras de enero y Carol

Había aparecido en este blog, allá por sus inicios, Patricia Highsmith, y ya entonces se comentó cómo le cambió la vida que Hitchcock, en aquel lejano 1950 en que ella era una veinteañera prácticamente desconocida, eligiera su novela, la primera y recién publicada, como asunto para una de sus geniales películas.

Aquello fue un golpe de suerte que le allanó muchas dificultades, y que, en palabras de la escritora, le permitió seguir escribiendo y viviendo de escribir, aunque también la encasillara en el thriller donde a priori ella no encuadraba aquella novela suya, Extraños en un tren, que “en mi opinión”, decía, “no era una novela de género sino simplemente una novela con una historia interesante”.

Pero sea como fuere, y con una sola excepción, su segunda obra, que luego se abordará, en adelante sus tramas tratarán de asesinatos y se convertirán en una fuente nada desdeñable a tener en cuenta por el cine negro. Y en efecto mirando hacia atrás es fácil constatar que muchos de sus argumentos han sido llevados a la pantalla, tanto grande como pequeña, en sucesivas ocasiones. Y muy especialmente aquellos que integran la saga de Tom Ripley, su personaje favorito, sobre el que volverá una y otra vez, como con ninguno de sus restantes protagonistas hiciera.

Aunque no solo ella siente especial predilección por este personaje, también sus lectores y desde luego el cine han demostrado sentirlo: Alain Delon, Dennis Hopper, Matt Damon, John Malkovich y Barry Pepper le han dado vida en las diferentes versiones que René Clair (A pleno sol, Plein soleil, 1960), Wim Wenders (El amigo americano, Der Amerikanische Freund, 1977), Anthony Minghella (El talento de Mr. Ripley, The Talented Mr. Ripley, 1999), Liliana Cavani (El juego de Ripley, Ripley's Game, 2002), y Roger Spottiswoods (Mr. Ripley, el regreso, Rypley Under Ground, 2005) nos han venido ofreciendo a lo largo del tiempo acerca de sus fechorías. Y quedan todavía un par de títulos de esta serie por adaptar, por si alguien se ve tentado en volver sobre el personaje y quiere hacerlo con asuntos nuevos.


Matt Damon en El talento de Mr. Ripley (The Talented Mr. Ripley, Minghella 1999) 

Y es que Ripley, ese tipo complejo, frío, amoral, impenetrable, oscuro y ambiguo; ese individuo hermético y escurridizo, siempre ocultando su verdadero ser, sus inclinaciones y sus afectos, si acaso los tiene, emana un atractivo al parecer irresistible. Sin duda para su creadora, que volvía intermitentemente a narrar nuevas maldades de este psicópata, pero también para sus lectores, y además para aquellos cineastas que, como los citados, insisten en contarnos una y otra vez sus andanzas, contagiados de la fascinación que parece emanar del personaje. El Ripley del francés René Clair, espléndidamente recreado por Alain Delon, fue tan solo el primero en abrir brecha a ese rosario de excelentes reencarnaciones que vendrían después.

Pero es que el cine francés en particular ha sido siempre especialmente receptivo a la novelística de Patricia Highsmith, como lo prueban además de esta película de René Clair las que Claude Autant-Lara, Claude Miller, Jean Pierre Melville o Claude Chabrol realizaran en distintas ocasiones sobre otras novelas de la autora como El cuchillo, Ese dulce mal, Mar de fondo… en la segunda mitad del siglo XX. No está mal para incursionarse en una cinematografía donde tenía que competir en ese género con novelistas de la talla del belga Georges Simenon, tan querido y versionado también por los realizadores franceses.

En lo que va del presente siglo, el cine ha seguido interesándose en sus obras ofreciéndonos nuevas adaptaciones de algunas de sus novelas más conocidas. Además de las ya señaladas que volvieron sobre los pasos de Ripley, la de Liliana Cavani en 2002 y Spottiswoods en 2005, Jamie Thraves vuelve sobre El grito de la lechuza con una adaptación de 2009 que no consigue sin embargo superar a la anterior versión, la de Claude Chabrol de 1987. En 2014 Amini nos ofrece también nueva adaptación de Las dos caras de enero y en 2015 se estrena otra más, la única de sus novelas que no trata de crímenes: Carol.

Viggo Mortensen y Kirsten Dunst en Las dos caras de enero  (The Two Faces of January, ,Amini, 2014)

La nueva adaptación de Las dos caras de enero sí supera ampliamente a la versión anterior, la de Wolfgang Storh y Gabriele Zerhau de 1987, y va a resultar una interesante película. Hossein Amini la realiza en 2014 bajo el mismo título de la novela, título alusivo a Jano, el dios de las dos caras que da nombre al mes de enero.

Y dos caras también muestran los personajes protagonistas, fatalmente enredados en la mentira para ocultar lo más oscuro de su conducta y de su miseria moral. Como siempre el mundo perturbador de Patricia Higshmith es el sustrato de una historia donde los personajes aparentemente normales tratan de esconder su oscuro secreto como medio de escapar al castigo, pero que, cada vez más enredados en sus mentiras, no podrán evitar que, contra sus deseos, éste acabe aflorando y señalándoles en toda su indignidad.

Cuenta esta película con algunos grandes aciertos: el reparto, estupendo ese trío formado por el matrimonio Mcfarland (Viggo Mortensen y Kirsten Duns) y su ocasional guía (Oscar Isaac); la utilización del paisaje, ese escenario griego tan importante en el relato que parece alcanzar la fuerza de un personaje más; la espléndida música del español Alberto Iglesias, compositor brillante, habitual en nuestro cine y con una trayectoria internacional también muy sólida.

Y en 2015 se estrena en cine la versión de otra de sus publicaciones, añadiendo la particularidad de no haberse llevado antes a la pantalla. Y por primera vez además ésta no habla de crímenes. Se trata de Carol, adaptación de la segunda novela de la escritora. La escribiría en 1948 con 27 años y la publicaría en 1952 bajo el seudónimo de Claire Morgan y con título diferente al de su reedición décadas después. El precio de la sal, que fue su primera denominación, nada tiene de novela policíaca. En ella, a partir de una experiencia propia, la novelista cuenta el encuentro y enamoramiento de dos mujeres, tema arriesgado cuando la compuso y editó por primera vez. Tres décadas después, cuando ya Patricia Highsmith juzgara oportuna su reedición con su propio nombre, lo hará así y bajo un nuevo título, Carol, el mismo que llevará su versión cinematográfica.

Cate Blanchett en Carol (Haynes, 2015)

Ésta, adaptación dirigida por Todd Haynes en 2015, rompe en efecto la línea habitual de las historias de Patricia Highsmith, a las que el cine tenía acostumbrados a los espectadores, para ofrecer una historia de amor narrada con naturalidad, elegancia y contenida sensualidad. Situada en el Nueva York de los años cincuenta hace una denuncia delicada, sin caer en lo melodramático, de las trabas sociales que entonces dificultaban la relación entre dos mujeres, componiendo una trama que huye de sensacionalismos y de intenciones panfletarias. Un guión exquisito, unos diálogos inteligentes, desarrollados en medio de silencios que potencian su efecto, nos van conquistando poco a poco hasta que nos dejamos cautivar por el relato.

Película armoniosa, perfectamente ambientada, desarrollada con un ritmo apropiado y contando además con dos excelentes actrices como protagonistas, Cate Blanchett y Rooney Mara, que potencian con su buen hacer los excelentes resultados finales.

Crímenes imaginarios, Cadáveres exquisitos, El diario de Edith, La celda de cristal y El temblor de la falsificación son otras tantas obras de la novelística de Patricia Highsmith adaptadas al cine. De momento, que sin duda directores y productores seguirán recurriendo a sus obras en busca de tramas y argumentos para contarnos con imágenes y recrearnos a su particular modo el inquietante mundo de esta estupenda escritora, americana de origen y europea de vocación, que tanto magnetismo logra infundir a sus historias.