sábado, 16 de enero de 2021

Cine japonés

Llegó pronto el invento de los Lumière a Japón y llegó con una cámara fabricada por Gaumont con la que ya en 1899 se están filmando escenas de gheisas. En el primer cuarto del siglo XX se cuentan a miles los cortometrajes que allí se realizan y durante la década de los treinta se registra también una fuerte producción cinematográfica, coexistiendo entonces ambas opciones, el mudo y el sonoro.


En este último, ya entonces destacan las aportaciones de Kenzi Mizoguchi, que acabará convirtiéndose en uno de los directores más influyentes del siglo veinte: Las hermanas de Guion (Gion no shimai, 1936), o La historia del  último crisantemo (Zangiku monogatari, 1939) pertenecen a este período de su creación. Su cine, atento tanto a la historia de su país como fascinado por el universo femenino, a menudo gira en torno a la problemática social de la mujer ambientada en el Japón de tiempos pasados.

Escena de El intendente Sansho

En los años cuarenta se estrenan las primeras obras tanto de Akira Kurosawa,  (La leyenda del gran Judo, -Sanshiro Sugata- 1943) como de Yasuhiro Ozu (Primavera tardía, -Banshun- 1949) aunque la difusión mundial de ambos sólo comenzaría en la siguiente década, que por lo demás constituye la época dorada del cine japonés. Rashomon (1950), óscar a la mejor película extranjera de aquel año, lanza a Kurosawa, su director, al estrellato mundial  y abre las puertas del cine japonés a los mercados de América y Europa. Las siguientes películas de Kurosawa (Vivir –Ikiru- 1952 y Los siete samuráis Shichinin no samurái- 1954); de Ozu (los cuentos de Tokio -Tokyo monogatari-, 1953 y Buenos días –Oahyo- 1959); de Kobayashi, (Trilogía de la condición humana -1958/1961-) o de Mizoguchi (Cuentos de la luna pálida -Ugetsu monogatari-, 1953 y El intendente Sansho -Sansho Dayu-, 1954) se cuentan entre lo más destacable de lo que, procedente de Japón, iba llegando a nuestras pantallas, obras todas de altísimo nivel que sitúan la filmografía nipona en lugar de preferencia en la estima de Occidente.

En lo que atañe a Kurosawa siempre se le ha tenido por el más occidental del cine oriental, como parecen subrayarlo incluso su afición por Shakespeare (dos de sus películas están inspiradas en sus obras Trono de Sangre (1957) en Macbeth, y Ran (1980) en El rey Lear; su devoción por Dashiell Hammett, y la declarada influencia en sus realizaciones del cine de Ford, que expresamente señaló y que resulta fácilmente rastreable en las conexiones de sus samuráis con los tipos duros del western. La cuidada estética de sus películas, sus atrevidas soluciones de montaje que cambian el ritmo de la narración, la variedad de su temática que parece abarcar todo lo que afecta al ser humano, desde lo más cotidiano a lo más épico… son  rasgos de su cine que explican su general aceptación y aprecio.

El de Ozu es otro mundo, un ámbito costumbrista e íntimo de emoción contenida y resignada aceptación de lo cotidiano. Sus personajes, que apenas exteriorizan sus sentimientos, más que estar en escena parecen tener vida propia y el espacio en que se mueven, gracias a ese original recurso suyo de colocar la cámara a ras del suelo, adquiere una dimensión distinta. Y de esta manera nos acerca a pequeños detalles del día a día que desvelan la condición humana. Cine contemplativo y relajado, donde se respira y palpa el tiempo, que se abre al espectador para dejarle mirar y escuchar en silencio.  

Kobayashi por su parte ocupa también un lugar relevante en la cinematografía japonesa. El se definía como soldado pacifista y desde luego su cine denuncia con frecuencia las terribles consecuencias que la segunda guerra mundial, que sin duda le marcó en lo personal, acarreó al conjunto de la sociedad nipona. Y tanto en estos que nos hablan de la guerra, como en cualquier otra de sus obras, sea cual sea su temática, es manifiesta su denuncia de la opresión y su resistencia al poder establecido.

En Mizoguchi lo más patente es su postura siempre a favor de los más necesitados. Hizo un cine riguroso y contenido que subraya la dignidad del ser humano común y corriente, personajes humildes con los que empatiza y a los que defiende contra viento y marea. Feminista en un mundo donde ser mujer supone una enorme dificultad añadida, su cine expresa claramente su compromiso a favor de esta mitad del género humano, tan postergada  a lo largo de la historia. 

La segunda mitad del siglo nos trae nuevas figuras. En coincidencia con el free cinema británico o la nouvelle vague francesa, surge también allí un nuevo modo de abordar el cine, la nueva ola japonesa. Sus representantes son entre otros, Imamura, (Nippon Konchuki, 1963), el propio Kobayashi (Kwaidan) y sobre todo Oshiba, que en la década siguiente causaría sensación en Occidente con El imperio de los sentidos (1972) película de fuertes tintes eróticos. Prohibida por ello en las salas japonesas durante décadas, pero estrenada en Francia primero y exhibida después enseguida en diversos países de Europa, causó en ellos un fuerte impacto tanto de crítica como de público. En los ochenta Kurosawa, cuya fama parecía irse apagando, volvería a primer plano con otros títulos exitosos de difusión mundial como Ran (1982), de nuevo Oscar de Hollywood, y en la última década comienza Miyazaki con sus películas de animación, la más famosa de las cuales El viaje de Chihiro, ya de 2001, consiguió el top de taquilla del cine japonés.

En la actualidad nuevos realizadores logran mantener en Occidente con esfuerzo el listón del cine japonés a la altura alcanzada, aunque sólo con cuentagotas van llegando a este mercado sus nuevas realizaciones. Hoy en día el más conocido entre nosotros sea probablemente Takesi Kitano, pero otros nacidos después van cogiendo ya el relevo como Kiyoshi Kurosawa (Tokyo Sonata, 2008), Tetsuya Nakashima (Confessions – Kokuhaku - 2010), Gen Takahashi (Confessions of a dog -Pochi no Kokuhaku-, 2006) o Hirokazu Koroeeda.

De ellos el más conocido en Occidente quizá sea Hirokazu Koroeeda que nos ofrece un cine complejo en su contenido pero no complicado de seguir; delicado y contundente a la vez, un cine de emociones y afectos, profundo y sentimental, pero nunca sensiblero. Historias que a menudo giran en torno a los niños en particular y a la vida familiar en general y que tratan de afectos, rencores, añoranzas… emociones que su cine nos muestra mezclando drama y humor y manteniendo la necesaria distancia para no resbalar jamás por la pendiente de la sensiblería empobrecedora. Kiseki: Milagro (2011), De tal padre tal hijo, (2013), Nuestra hermana pequeña (2015), Un asunto de familia (2018) son algunos de los títulos de este cineasta que venimos viendo en nuestras pantallas.

Escena de Nuestra hermana pequeña

Aunque él no parece reconocer influencia de Ozu en su manera de hacer, sin embargo sus películas sí nos recuerdan las historias intimistas que caracterizaban a aquel director. Porque, aunque sin el lirismo del cine de Ozu, el de Koroeeda nos introduce también en intimidades cotidianas, en asuntos familiares donde a menudo se esconden heridas del alma. 

Y de algunos más nos van llegando ejemplos destacables de su cine como pasa con ciertas películas de Kinji Fukasaku (Battle Royale -Batoru Rowaiaru-, 2000); de Yojiro Takita ( Departures –Okuribito- 2008); de Sion Sono (Exposición de amor -Love Exposure- 2008 o Cold Fish -Tsumetai nettaigyo-, 2010); de Yoji Yamada (El ocaso del samurái -Tasogare seibei-, 2002); de Yuya Ishii, (Sawako decides -Kawa no soko kara konnichi wa-, 2010); creaciones todas ellas destacables que confirman la calidad del cine japonés.

 

Final del formulario

lunes, 4 de enero de 2021

Donen y Minnelli: musicales y algo más

Donen y Minnelli fueron dos grandes del cine que supieron hacer con inteligencia y sensibilidad una obra espléndida y variada, cargada todavía de interés tantas décadas después de realizada, pero sin duda son sus musicales los ejemplos de su cine que más nos fascinan, títulos que siguen deslumbrándonos hoy y haciéndonos soñar, porque no han perdido ni un ápice de su encanto y que han hecho que recordemos aquellos años que van desde la postguerra a los últimos cincuenta  como los dorados del musical.

Melodías de Broadway (Band Wagon, Minnelli, 1953)

A modo de homenaje, ahí va una pequeña reseña de sus trayectorias profesionales.

Vincent Minnelli (1903-1986) era mucho mayor que Stanley Donen (1903-1986), pero sus creaciones más exitosas coinciden en el tiempo. Y es que Minnelli, aunque familiarmente ligado al teatro, no comienza su carrera artística hasta después de graduarse en la Universidad. Inicia luego su vida profesional ejerciendo como director de escenarios en Radio City Hall of Musical de Nueva York y solo tras dirigir además algunos musicales en Broadway, dará el salto al cine en 1937, debutando como cineasta con la comedia musical Cabin in the Sky (1943), que pasó bastante desapercibida.

Minnelli con Judy Garland y Lyza

Cita en San Luis, (Meet Me in St Louis, 1944), con su  ya famosísima esposa Judy Garland como protagonista,  es su primer gran éxito en el género, revalidado enseguida con Ziegfeld Follies (1946). En cambio, sus fracasos con Yolanda y el ladrón (Yolanda and the Thief, 1945) y El pirata (The pirate, 1949) le llevan a aparcar este tipo de proyectos y a realizar en su lugar celebrados dramas (Madame Bovary, 1949) y comedias como El padre de la novia (Father of the Bride, 1950) y El padre es abuelo (Father's Little Dividend, 1951), pero recuperado el favor del público, regresa al musical con su espléndido Un americano en París (1951).

Melodías de Broadway (Band Wagon, 1953) y Brigadoon (1954), ambas con Cyd Charisse como pareja de baile de Gene Kelly primero y de Fred Astaire después, vienen a continuación a enriquecer el género constituyendo otro par de joyas.

A diferencia de Donen que escalonó su producción, primero musicales y luego comedias, Minnelli siempre compaginó ambos tipos de películas. Una comedia romántica con Deborah Kerr, Te y simpatía, (Tea and Shympathy, 1956), una magistral biografía de Van Gogh, El loco del  pelo rojo, (Lust for Life, 1956) y algunas películas más como Mi desconfiada esposa (Designing Woman, 1957) con una pareja de la talla de Gregory Peck y Lauren Bacall, serán sus siguientes realizaciones antes de abordar otra vez el musical con Gigi (1958), película con la que consigue el reconocimiento definitivo de todos sus colegas a la vez que nueve premios Oscar. Seguirían nuevos estupendos dramas para cerrar su carrera con otros dos musicales, Vuelve a mi lado  (On a Clear Day You Can See Forever, 1970), con Barbara Streisand, y Nina (1972), realizada a mayor gloria de su hija, pero que resultó un pequeño desastre comercial, aunque Liza Minnelli causaría sensación poco después protagonizando Cabaret, un maravilloso musical del discípulo de Stanley Donen,  Bob Fosse.

Gene Kelly y Stanley Donen

“Un mundo de fantasía donde todo parecía feliz y cómodo”. Así es como describe Stanley Donen a su biógrafo Josef Casper el efecto que los musicales ejercieron en su alma infantil. Le fascinaban sobre todo las películas de Fred Astaire y de algún modo esto le marcaría su futuro, orientando su vida profesional hacia el género de la danza. En 1940 ya se ha mudado a Nueva York para prepararse como bailarín y allí, en los teatros de Broadway, formando parte del reparto de Pal Joey, conoce a  Gene Kelly.

Algo más tarde éste, que empezaba a hacerse un nombre, le contrata como ayudante y le encarga algunas coreografías de Las modelos (Cover Girl, 1944) película que lanzaría a Gene Kelly definitivamente al estrellato. Repetirán juntos en Levando anclas (Anchors Aweigh, 1948) y, después, contratado por la Metro por un período de siete años, Donen se lanza al alimón con un Kelly ya famoso, a la realización de una serie de musicales rompedores, por primera vez rodados en las calles, precursores en una década en esto de rodar al aire libre, de la nouvelle vague francesa.

Un día en Nueva York (Donen y Kelly, 1949)

Un día en Nueva York (On the Town, 1949), Cantando bajo la lluvia (Singing in the Rain, 1952) y Siempre hace buen tiempo (It's always fair weather, 1955) son las tres extraordinarias obras que acometerían juntos. Enfriada después por temas personales su relación amistosa, cada uno continúa su camino por su cuenta. Bodas reales (Royal Wedding, 1951), Tres chicas con suerte, (Give a Girl break, 1953) Siete novias para siete hermanos  (Seven brides for seven brothers, 1954) y Una cara con ángel (Funny Face, 1957) son otros tantos musicales que Donen realizaría ya sin Kelly, todos brillantes también.


                  Siete novias para siete hermanos (Donen, 1954)

Pero a fines de los cincuenta parece que el género empieza a dar muestras de agotamiento y nuestro director decide orientarse hacia la pura comedia en su línea más canónica, campo en el que logra títulos tan brillantes como Indiscreta (Indiscreet, 1958), Charada (Charade, 1963) o Dos en la carretera, (Two on the road, 1967), donde pone otra vez de manifiesto su elegancia en la ejecución y su talento en la dirección de actores.

En Indiscreta (1958)  vuelve a reunir a dos actores que ya habían demostrado su buena química unos cuantos años antes en Notorious (Hitchcok, 1946). Y lo hace para contarnos en una comedia de enredo, exquisitamente cuidada,  llena de gracia y de ironía, la amena historia de amor de un par de adultos que a veces se comportan como niños. Una trama, desarrollada entre brillantes diálogos y un inteligente juego de complicidades entre sus protagonistas, donde Cary Grant tiene ocasión de lucir sus dotes circenses e Ingrid Bergman de darle la réplica adecuada con su enorme talento y buen hacer. Divertidísima comedia, elegante y sofisticada que constituye una auténtica delicia para sus espectadores.

Indiscreta (Donen, 1958)

En la década de los sesenta Donen realiza otra serie de comedias interesantes y divertidas, algunas de las cuales destacan también por la elegancia de su desarrollo, como Página en blanco (Grass is greener, 1960), entretenida comedia de salón. Por la originalidad de sus planteamientos, como Charada, con su juego de suspense que de alguna manera recuerda a Hitchcock y que acabaría creando escuela. Por lo novedoso de su desarrollo, es el caso de Dos en la carretera, con una puesta en escena de estructura vanguardista. O por lo atrevido de su temática, La escalera (Staircase, 1969), esta última, sobre una pareja de homosexuales en crisis en la homófoba Inglaterra de los años sesenta. La trama nos muestra a dos antihéroes enfrentados al envejecimiento y al desgaste de su relación, en un estilo agridulce, más agrio que dulce, donde dos grandes de la escena británica, Richard Burton y Rex Harrison, perfilan una relación sadomasoquista, de acerados diálogos y ambiente sofocante. Muy atrevida para su época, tardaría siete años en estrenarse, pero constituye otra muestra más del genio osado y la creatividad valiente de Stanley Donen.

Aunque continúa haciendo cine durante todo el siglo veinte, ya no volverá a alcanzar su obra la altura conseguida en esos 20 años que van de 1949 (Un día en Nueva York) a 1969 (La escalera), logrando en cualquier caso un balance más que suficiente para figurar entre los grandes creadores de la historia del cine. Y si estuvo brillante en la comedia, en el musical desde luego resultó insuperable, alcanzando cotas tan altas como para que fuera una obra suya, Cantando bajo la lluvia,  la elegida por unanimidad como la más grande en su género, seguida muy de cerca eso sí, por un Minnelli (Melodías de Broadway) y también por algún otro título también de cosecha propia (Siete novias para siete hermanos), porque en esa modalidad era difícilmente superable. Su estilo dejó una huella rastreable en Cabaret (Bob Fosse, 1972) e incluso, en cierto modo también en el Chicago (2002) de Rob Marshall.

Maravillosos Minnelli y Donen, espléndidos cineastas en todo los géneros que tocaron, pero especialmente únicos para los amantes del musical, que siempre disfrutarán visionando una y otra vez sus geniales creaciones y siempre los recordaran con placer y admiración. Godard decía que el cine tenía que ser un pedazo de realidad; Donen en cambio aseguraba que en el suyo no había nada de eso, sino que respondía a algo mucho más profundo, el mundo de las emociones. Y ciertamente en él todo es ilusión. Por eso sus musicales, como también los de Minnelli, rebosan optimismo y alegría. Y ésa es una de las claves de sus grandes aciertos.

 He aquí una pequeña prueba:

1946   https://youtu.be/c1GV5o5xNqU     Ziegfeld Follies, Minnelli

1948   https://youtu.be/2msq6H2HI-Y      Levando anclas, Donen y Kelly

1949   https://youtu.be/Br706_plUFk       Un día en nueva york, Donen y Kelly

1949    https://youtu.be/j0AA_YuyY5g     El pirata, Minnelli

1951    https://youtu.be/wlvzGT1Ta2w     Un americano en Paris, Minnelli

1951   https://youtu.be/z0GgQKEQchA   Bodas reales, Donen

1952   https://youtu.be/gNuZbKdaxic      Cantando bajo la lluvia, Donen y Kelly

1953   https://youtu.be/wDHwJrbrp0Y    Melodías de Broadway,  Minnelli 

1953   https://youtu.be/bLQ81y29W1Y   Tres chicas con suerte, Donen

1954   https://youtu.be/FB0kKAPYJPI   Brigadoon, Minnelli

1955   https://youtu.be/8hs6iXpInTA      Siempre hace buen tiempo, Donen y Kelly

1956   https://youtu.be/JMKm-PpD8Aw Una cara con ángel, Donen

1957   https://youtu.be/TygmMPbwfjA   Siete novias para siete hermanos, Donen

1958   https://youtu.be/C9J6G_rdSDI     Gigi, Minnelli