viernes, 30 de abril de 2021

Cine en familia: El hombre tranquilo

Nos referimos a esas películas que gustan a todos, a chicos y a grandes, perfectas para veladas hogareñas: padres, hijos, abuelos, tíos, primos que siguen atentos e interesados alguna historia que visionar en la tele todos juntos, porque no es necesariamente para niños ni mayores sino una historia para cualquiera, que en definitiva todo asunto puede ser seguido por el público más variopinto si está narrado de manera adecuada, con la sensibilidad y la delicadeza necesaria para no herir los diferentes grados de madurez emocional por los que el ser humano pasa. 


Hay miles de ejemplos de historias así contadas, en todas las épocas, pero quizá son más fáciles de hallar en las décadas de los cuarenta a los sesenta, años dorados del cine que dieron tantos ejemplos de buena narración para nada supeditada a escenas aterradoras, repugnantes, demasiado violentas o de sexo explícito, susceptibles de perturbar a los pequeños, ni lastradas por un abuso de efectos tecnológicos en detrimento del argumento; eso vendría luego, conforme avanzara la tecnología.

En cuanto a los géneros todos valen, aventuras, vida cotidiana, humor, relatos de juicios o historias del oeste e incluso cine negro; cualquier asunto puede retener nuestra curiosidad siempre que esté bien narrado. Con o sin niños, que no necesariamente tienen que estar en las historias para sentirse ellos interesados por la trama.

Rebuscando en el cine de aquellos años, el más olvidado por la distancia que marca el paso del tiempo, encontramos infinidad de joyas. En el género de aventuras ya hemos señalado algunas en anteriores ocasiones: nobles medievales como Ivanhoe o Quentin Durward; arqueros al borde de la ley, Robin de los bosques o El halcón y la flecha (The Flame and the Arrow); espadachines valerosos, Scaramouche, El prisionero de Zenda; aventureros de río, La reina de áfrica; o de mar, El mundo en sus manos, (The World in His Arms), El temible burlón (The Crimson Pirate) , La mujer pirata, Moby Dyck.

En el de juicios contamos con títulos señeros como Testigo de cargo (Witness for the Prosecution) o Doce hombres sin piedad (12 Angry Men), que a todos pueden interesar. El cine de suspense nos da también obras estupendas como El hombre que sabía demasiado o Con la muerte en los talones (North by Northwest). El de humor ofrece tramas variopintas que nunca decepcionan: Sopa de ganso, Me siento rejuvenecer (Monkey Business); incluso en su faceta de humor negro: El quinteto de la muerte (The Ladykillers) o Arsénico por compasión (Arsenic and Old Lace). El musical es otro filón: Mary Poppins, Sonrisas y lágrimas (Sound of Music), El rey y yo… y sobre todo los debidos a Minnelli y a Donen, unos cuantos brillantes títulos que pueden fascinar a todo tipo de espectador. Las del Oeste, no digamos, Horizontes de grandeza (The Big Country), Solo ante el peligro (High Noon), Raíces profundas (Shane)…

Pero la simple enumeración se hace tediosa, bastaría con retener los nombres de alguno de los cineastas de entonces y buscar entre sus obras mejores para seleccionar unas cuantas y acertar las más de las veces: Ford, Huston, Wyler, Hawks...

El director con algunos actores de El hombre tranquilo
Deteniéndonos en Ford un ejemplo estupendo podría ser su película El hombre tranquilo (The Quiet Man, 1952), una comedia redonda, maravillosamente bien contada desde cualquier ángulo que se mire, historia nostálgica sobre un país, Irlanda, y una época, idealizados tiempos pasados, que respira amor a esa tierra y a sus habitantes. Amor contagioso que viene del director y parece impregnar a todo el equipo de filmación: guionistas actores, técnicos…, a juzgar por los resultados. E incluso acabará apoderándose también de los espectadores, que salen del cine con los verdes campos fijos en su retina, y los bien trazados personajes habitándole todavía, fascinados por ese cuento aparentemente tan sencillo en que les acaban de sumergir.

Escena de El hombre tranquilo

Sean Thorton (John Wayne), un emigrante, vuelve a su pueblo, Innisfree con ánimo de quedarse. Salió de niño y se ha hecho rico y famoso en América  boxeando, pero en una pelea ha resultado muerto su oponente y él, conmocionado, cuelga los guantes definitivamente. No quiere pelear nunca más, nunca. Regresa a Irlanda, a sus raíces, donde nadie le recuerda ya, añorando comenzar en paz una vida nueva y sencilla. Una fotografía hermosísima nos trasmite la emoción que le embarga al reencuentro con su tierra.



En la estación, un vecino de su aldea que por azar acaba de conocer, Michaleen Flynn (soberbio Barry Fitzgerald) le acerca en su carro hasta el lugar de destino, y en las praderas cercanas, la imagen de Mary Kate Danaher (una espléndida y bellísima Maureen O’Hara) cuidando sus ovejas, le asalta como una aparición. Al instante le enamora su estampa y todo un mundo de promesas risueño y esperanzado se abre a su alrededor. Pero enseguida surgen las dificultades. Como primera medida quiere recuperar su casa familiar e inmediatamente se la compra a su actual propietaria. Pronto conocerá a su futuro cuñado y no se caerán precisamente bien. Menos le gustará a éste que corteje a su hermana, de modo que sus primeras aproximaciones son siempre encontronazos. En resumen, enseguida veremos que, aunque la chica le corresponde, no se ha ganado la amistad de ese individuo, por lo demás tosco y algo bruto. Lo veremos nosotros y también todos sus vecinos, que en los sitios pequeños nada pasa desapercibido y en este caso el hecho despierta la curiosidad del pueblo entero.

Will Danaher, (Victor McLaglen), el hermano de la que enseguida será su esposa, viene a ser como su contrafigura, un tipo bronco, malencarado y pendenciero que le va a poner las cosas difíciles cuando se niegue a entregarle la dote de rigor; algo sin importancia para él, pero vital para ella, que le despreciará por no haber defendido su derecho. Así que más bien será su mujer la que le ponga las cosas difíciles, porque Mary Kate y su dote son inseparables. Y sólo cuando él lo entienda conseguirá el respeto de su dama… y, de rebote, el del lugar. Y así, aunque no quiere pegarse con nadie, tiene que pasar la prueba de fuego de una gran pelea, intensa, larga, violenta y bastante cómica, que funciona además como ceremonia de integración en esa sociedad algo primaria y anticuada, cuyas normas desconoce y que necesariamente tendrá que asumir. Una sociedad, por otra parte, al completo volcada en el desarrollo de la pendencia. Sólo después de la monumental paliza, se calma la curiosidad de las gentes, se deshace como un azucarillo en agua la rivalidad entre los cuñados y lo que es más importante, Sean recupera el amor y la estima de su amada.

John Wayne y John Ford
Claro que este hombre tranquilo es algo rudo de maneras y tal vez a primera vista podría parecer brusco y dominador con su chica, aunque a ella sería difícil verla como una víctima, porque, temperamental y valiente, no se amilana ante el criterio del hombre, sino que bravía defiende su territorio sin dar su brazo a torcer hasta imponer su voluntad, que nadie va a dejar a Mary Kate sin lo que es suyo. Contada en clave de fábula, Inisfree viene a ser una especie de Brigadoon, territorio idealizado por la fantasía donde hay que sumergirse para moverse con soltura por ese mundo primitivo, con valores tan distantes del nuestro. Y así una humilde aldea irlandesa de casitas de cuento entre prados jugosos y aguas cristalinas, con sus remotas canciones y sus costumbres ancestrales, suavizadas bajo el manto de la tradición, se convierte en el escenario perfecto para esta historia de tiempos remotos que la nostalgia hermosea con el encanto del paraíso perdido.

Una fábula preciosa, maravillosamente bien fotografiada, que transcurre bajo un magistral dominio del ritmo narrativo, cautivándonos enseguida. Es sin duda una de las mejores películas del inmejorable John Ford que había empezado a hacer cine en 1914 y nos había dejado ya tesoros como La diligencia, Las uvas de la ira, Pasión de los fuertes (My Darling Clementine) o Qué verde era mi valle y seguiría después regalándonos otras joyas como Centauros del desierto (The Searchers) o El hombre que mató a Liberty Valance.

Si alguien no la ha visto todavía, que no se la pierda, pero si ya la ha visto, no se preocupe, que volver a verla sigue siendo una fiesta.




domingo, 11 de abril de 2021

Conrad visto por el cine

El universo narrativo de Joseph Conrad posee dos elementos muy atractivos para el cine: la aventura, siempre presente en sus narraciones, que nos permite pasearnos por brillantes escenarios exóticos, y el viaje interior de sus protagonistas, hombres de acción que tanto tienen de su creador.

                                                    Lord Jim (1965) de Richard Brooks


Ucraniano de nacimiento, polaco por educación y genio de la literatura inglesa, Joseph  Conrad, (1857-1924), a veces etiquetado de romántico, y considerado además precursor del modernismo, desarrolló una extraordinaria obra literaria que no ha dejado de entusiasmar. Atraídos por ella, muchos cineastas han tratado desde fechas tempranas, aunque no siempre con éxito, de llevarla a la pantalla. Es notorio el caso de David Lean, obsesionado con el personaje de Nostromo durante décadas y sin lograr conducir a término su trasposición al cine, dejando finalmente tras de sí un prometedor pero inacabado intento.

En realidad, adaptaciones de novelas de Conrad al cine se han venido haciendo desde muy pronto, a pesar de que no es un trabajo fácil de realizar. Con razón dijo Andrew Wadja que era más sencillo rodar una aventura al estilo de las suyas que versionar ninguna de sus narraciones. Y aun con todo se han efectuado numerosas películas a partir de sus relatos. Ya en pleno cine mudo se produjeron las tres siguientes: Victoria, realizada por Maurice Tourneur en 1919, Lord Jim, por Víctor Fleming en 1925, y, Nostromo que con el título de The Silver Treasure rodara Rowland V. Lee en 1926.

En los inicios del sonoro William Wellman volvió a adaptar Victoria, aunque sin mucha fortuna, con el título de Dangerous Paradise (Paraíso peligroso, 1930). Y en 1936 Hitchcock rodaba su novela El agente secreto bajo el nombre de Sabotaje, mientras Marc Allegrét se ocupaba de Under Western Eyes, en una versión con su mismo título, (Sous les yeux de Occidente), y un extraordinario reparto encabezado por Michel Simon, Pierre Fresnay y Jean-Louis Barrault, la crème de la crème de la cinematografía francesa del momento.

Victoria volvería a rodarse en 1940. Esta vez por John Cromwell, quien trasladó el argumento a su momento histórico de plena guerra mundial, intentando convertir un apasionante thriller tropical en un film de propaganda bélica. Y aunque quizá se trate de la mejor de las tres versiones realizadas hasta entonces, hoy está bastante olvidada.

En la década de los cincuenta, el británico Carol Red nos ofreció, contando con un reparto perfecto, Outcast of the Islands, (El desterrado de las islas), una película de gran fuerza visual, ambientada en escenarios de belleza salvaje y con un estupendo estudio de caracteres de personajes movidos por sus instintos más primarios. Probablemente, de todas las películas que sobre sus obras se han hecho, ésta es la que mejor refleja el espíritu de los relatos de Conrad.

En los años sesenta aparecen otras dos adaptaciones interesantes: el Lord Jim (1965) de Richard Brooks, según novela homónima publicada en 1900. Y El aventurero (1967), de Terence Young, película bastante desconocida a pesar de su gran calidad. Ambas contaron con excelentes repartos y la segunda, además, con una espléndida banda sonora de Ennio Morricone.

Lord Jim, como es sabido, narra las aventuras de un oficial de la marina británica (Peter O’Toole) que marcado por un acto de cobardía huye a Sumatra, donde, atormentado por su conducta vergonzosa, tratará de compensar su falta. El aventurero cuenta las vicisitudes en plena Revolución Francesa, de un pirata (Anthony Quinn), perseguido en tierra firme que encuentra refugio en la granja de dos bellas mujeres (Rita Hayworth y Rosana Schiafino) y allí, desdeñando amores, sólo piensa en reflotar su barco para hacerse a la mar.

En la última mitad de los setenta aparecen tres nuevas adaptaciones de sus narraciones.

En 1976, Smuga cienia (La línea de sombra) donde el polaco Andrew Wadja nos cuenta, basándose en un relato autobiográfico de su compatriota, los avatares de unos marineros navegando por el golfo de Siam. Escrito en 1916, Conrad recogía en él sus primeras experiencias como marino.

En 1977, The Duellists (Los duelistas), realizada por Ridley Scott a partir de un cuento que Conrad había publicado setenta años antes, El duelo, sobre un sucedido real. Se trata de un relato obsesionante centrado en el interminable enfrentamiento entre dos soldados durante las guerras napoleónicas. Ópera prima del cineasta, fue muy alabada en su momento por su perfecta ambientación. Contemporánea de Barry Lyndon, que había deslumbrado a los espectadores por su conseguido naturalismo, Ridley Scott confesaba que pretendía lograr la calidad lograda por Kubrick en aquella ocasión.

En 1979, Apocalipse now, gran éxito de Francis Ford Coppola, es versión singular de la novela corta El corazón de las tinieblas, publicada por Conrad en 1899. Originalmente ambientada en África, Coppola traslada el escenario de operaciones a la guerra de Vietnam logrando con ello un resultado impactante. Mítica en su momento, vista con la perspectiva del tiempo, quizá resulte hoy algo confusa y pretenciosa.



No encontramos ningún ejemplo en los años ochenta y en los noventa sólo dos, y no demasiado interesantes: una nueva versión de The Secret agent, (El agente secreto, 1996) a cargo del británico Christopher Hampton y con un buen elenco de actores, y Swept from the Sea (El hombre que vino del mar, 1997) película de la también británica Beeban Kidrom y adaptación de Amy Foster, narración publicada por Conrad en 1903.

Y por último, estrenadas ya en este siglo dos obras que tienen poco en común: Gabrielle y la folie Almayer. 

Gabrielle, realizada en 2005 es adaptación del cuento El regreso, donde Conrad nos relata cómo la traición de su mujer hace que se tambalee el mundo del protagonista, hasta entonces sólido y seguro. Jean, personaje de la alta burguesía parisina se encuentra un buen día al llegar a casa con que su mujer, Gabrielle, ha decidido abandonarle. A partir de aquí, de su sorpresa, su ira y su estupor, la película desarrolla la reflexión de esta pareja sobre su vida de casados.  Escrito de una forma elegante y precisa, Patrice Cherau ha sabido llevarlo al cine sin traicionar su estilo literario y consiguiendo a la vez una obra muy personal.

La folie Almayer (La locura de Almayer), sobre la primera novela que Joseph Conrad escribiera en 1895, (Almayer Folly), es película de 2011 realizada por la belga Chantal Akerman. Esta narración ya había sido objeto en 1972 de una versión realizada para televisión por parte del italiano Vittorio Cottafavi, buen intérprete del mundo de Conrad; Akerman por el contrario hace un cine más acorde con su propia personalidad y Nina, la hija de Almayer, se convierte así, de alguna manera, en reflejo de su propia identidad. Centrada pues más en el personaje de la hija que en la ruina moral del protagonista de la novela, Akerman desplaza la atención hacia la relación tormentosa de padre e hija, incidiendo además en el componente hipnótico que destila el exótico paisaje de la selva malaya.

Hasta aquí, que sepamos, las adaptaciones al cine de la literatura de Conrad; no está mal para tratarse de un autor difícil de versionar.