Nos referimos a esas películas que gustan a todos, a chicos y a grandes, perfectas para veladas hogareñas: padres, hijos, abuelos, tíos, primos que siguen atentos e interesados alguna historia que visionar en la tele todos juntos, porque no es necesariamente para niños ni mayores sino una historia para cualquiera, que en definitiva todo asunto puede ser seguido por el público más variopinto si está narrado de manera adecuada, con la sensibilidad y la delicadeza necesaria para no herir los diferentes grados de madurez emocional por los que el ser humano pasa.
Hay
miles de ejemplos de historias así contadas, en todas las épocas, pero quizá
son más fáciles de hallar en las décadas de los cuarenta a los sesenta, años
dorados del cine que dieron tantos ejemplos de buena narración para nada
supeditada a escenas aterradoras, repugnantes, demasiado violentas o de sexo
explícito, susceptibles de perturbar a los pequeños, ni lastradas por un abuso
de efectos tecnológicos en detrimento del argumento; eso vendría luego,
conforme avanzara la tecnología.
En
cuanto a los géneros todos valen, aventuras, vida cotidiana, humor, relatos de
juicios o historias del oeste e incluso cine negro; cualquier asunto puede
retener nuestra curiosidad siempre que esté bien narrado. Con o sin niños, que
no necesariamente tienen que estar en las historias para sentirse ellos
interesados por la trama.
Rebuscando
en el cine de aquellos años, el más olvidado por la distancia que marca el paso del tiempo, encontramos
infinidad de joyas. En el género de aventuras ya hemos señalado algunas en
anteriores ocasiones: nobles medievales como Ivanhoe o Quentin Durward;
arqueros al borde de la ley, Robin de los
bosques o El halcón y la flecha (The Flame and the Arrow); espadachines
valerosos, Scaramouche, El prisionero de
Zenda; aventureros de río, La reina
de áfrica; o de mar, El mundo en sus
manos, (The World in His Arms),
El temible burlón (The Crimson Pirate) , La mujer pirata, Moby Dyck.
En el
de juicios contamos con títulos señeros como Testigo de cargo (Witness for the
Prosecution) o Doce hombres
sin piedad (12 Angry Men),
que a todos pueden interesar. El cine de suspense nos da también obras
estupendas como El hombre que sabía
demasiado o Con la muerte en los
talones (North by Northwest). El de humor ofrece tramas variopintas que nunca
decepcionan: Sopa de ganso, Me siento
rejuvenecer (Monkey Business); incluso en su faceta de humor negro: El quinteto de la muerte (The Ladykillers)
o Arsénico por compasión (Arsenic and Old Lace). El musical es otro filón: Mary Poppins, Sonrisas y lágrimas (Sound of
Music), El rey y yo… y sobre todo los debidos a Minnelli y a Donen, unos
cuantos brillantes títulos que pueden fascinar a todo tipo de espectador. Las del Oeste, no digamos, Horizontes de grandeza (The Big Country), Solo
ante el peligro (High Noon), Raíces profundas (Shane)…
Pero la
simple enumeración se hace tediosa, bastaría con retener los nombres de alguno
de los cineastas de entonces y buscar entre sus obras mejores para seleccionar
unas cuantas y acertar las más de las veces: Ford, Huston, Wyler, Hawks...
El director con algunos actores de El hombre tranquilo |
Sean Thorton (John Wayne), un emigrante, vuelve a su pueblo, Innisfree con ánimo de quedarse. Salió de niño y se ha hecho rico y famoso en América boxeando, pero en una pelea ha resultado muerto su oponente y él, conmocionado, cuelga los guantes definitivamente. No quiere pelear nunca más, nunca. Regresa a Irlanda, a sus raíces, donde nadie le recuerda ya, añorando comenzar en paz una vida nueva y sencilla. Una fotografía hermosísima nos trasmite la emoción que le embarga al reencuentro con su tierra.
En la estación, un vecino de su aldea que por azar acaba de conocer, Michaleen Flynn (soberbio Barry Fitzgerald) le acerca en su carro hasta el lugar de destino, y en las praderas cercanas, la imagen de Mary Kate Danaher (una espléndida y bellísima Maureen O’Hara) cuidando sus ovejas, le asalta como una aparición. Al instante le enamora su estampa y todo un mundo de promesas risueño y esperanzado se abre a su alrededor. Pero enseguida surgen las dificultades. Como primera medida quiere recuperar su casa familiar e inmediatamente se la compra a su actual propietaria. Pronto conocerá a su futuro cuñado y no se caerán precisamente bien. Menos le gustará a éste que corteje a su hermana, de modo que sus primeras aproximaciones son siempre encontronazos. En resumen, enseguida veremos que, aunque la chica le corresponde, no se ha ganado la amistad de ese individuo, por lo demás tosco y algo bruto. Lo veremos nosotros y también todos sus vecinos, que en los sitios pequeños nada pasa desapercibido y en este caso el hecho despierta la curiosidad del pueblo entero.
Will
Danaher, (Victor McLaglen), el hermano de la que enseguida será su esposa,
viene a ser como su contrafigura, un tipo bronco, malencarado y pendenciero que
le va a poner las cosas difíciles cuando se niegue a entregarle la dote de
rigor; algo sin importancia para él, pero vital para ella, que le despreciará
por no haber defendido su derecho. Así que más bien será su mujer la que le
ponga las cosas difíciles, porque Mary Kate y su dote son inseparables. Y sólo
cuando él lo entienda conseguirá el respeto de su dama… y, de rebote, el del
lugar. Y así, aunque no quiere pegarse con nadie, tiene que pasar la prueba de
fuego de una gran pelea, intensa, larga, violenta y bastante cómica, que
funciona además como ceremonia de integración en esa sociedad algo primaria y anticuada, cuyas normas
desconoce y que necesariamente tendrá que asumir. Una sociedad, por otra parte,
al completo volcada en el desarrollo de la pendencia. Sólo
después de la monumental paliza, se calma la curiosidad de las gentes, se deshace
como un azucarillo en agua la rivalidad entre los cuñados y lo que es más
importante, Sean recupera el amor y la estima de su amada.
John Wayne y John Ford |
Una fábula
preciosa, maravillosamente bien fotografiada, que transcurre bajo un magistral
dominio del ritmo narrativo, cautivándonos enseguida. Es sin duda una de las
mejores películas del inmejorable John Ford que había empezado a hacer cine en
1914 y nos había dejado ya tesoros como La diligencia, Las uvas de la ira,
Pasión de los fuertes (My Darling Clementine) o Qué verde era mi valle
y seguiría después regalándonos otras joyas como Centauros del desierto (The
Searchers) o El hombre que mató a Liberty Valance.
Si
alguien no la ha visto todavía, que no se la pierda, pero si ya la ha visto, no
se preocupe, que volver a verla sigue siendo una fiesta.
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