En la década de los ochenta, la comedia ligera experimenta en España un nuevo impulso. La democracia recién estrenada viene con ansias de libertad y cambios de estilo y de mirada. Para contextualizarla debidamente hay que buscar sus antecedentes en la llamada Nueva comedia madrileña una serie de películas en clave de humor que, coincidiendo con el cambio de régimen, se empiezan a estrenar aquí en la segunda mitad de los setenta. Se trata de historias urbanas, contadas con un estilo desenfadado y con la sana finalidad de hacer reír y reírse de uno mismo. Y tanto en su temática, los problemas de los jóvenes de allí y de entonces, como en su mirada, que desborda ironía y afecto por los personajes, se adivinan casi las pinceladas autobiográficas. Tienen en común además otras afinidades: son frescas, divertidas y agiles, realizadas con pocos medios, sonido directo y actores poco o nada conocidos todavía. Y además, planeando sobre ellas, se dejan sentir también los aires de Truffaut y de Woody Allen.
Aunque
sin duda se hizo en Madrid por gente de Madrid, a sus directores no les gustó
la etiqueta de madrileña para sus comedias porque argumentaban que podrían
suceder en cualquier parte y si ese lugar era Madrid sólo se debía a motivos
tan prosaicos como que entonces les resultaba un lugar donde era fácil y barato
rodar. Pero, vistas hoy estas comedias, son tan deudoras de aquella
España que, si no madrileña, al menos sin duda sería comedia española, porque
trasplantados sus personajes a otro país, otras habrían sido sus formas de responder al entorno,
ya que otro habría sido sin duda ese entorno.
Sus
mayores representantes, Fernando Colomo, que inauguró el género en 1977 con Tigres de papel y lo continuó
brillantemente con Qué hace una chica
como tú en un sitio como éste (1978), con canción del mismo título que se
convertiría en icono de la llamada movida madrileña; Fernando Trueba, cuya Opera prima (1980) resultó un exitazo; y,
de manera más marginal, Pedro Almodóvar con su alocada y desmadrada Pepi, Luci Bom y otras chicas del montón
(1980).
Con idéntica visión divertida, alegre, libre
y desenfadada, estos mismos autores y algunos más abordan la España de los años
ochenta, acentuando los perfiles humorísticos en su cine, ahora más suelto,
maduro y producto de su experiencia pero también de una mayor financiación. Se sigue
percibiendo en el ánimo de todos una gran liberación, muchas ganas de vivir y de
pasarlo bien y desde luego una férrea voluntad de transmitir optimismo. En
plena ebullición política y social, que es momento de grandes cambios, este
cine no deja de reflejar temas conflictivos de actualidad: los cambios en las
relaciones sexuales, la hipocresía de los políticos, la droga, el sida… son asuntos
espinosos que están ahí, pero siempre tratados con humor y bajo un cierto grado
de juvenil inconsciencia. Y si antes se sentía la influencia de Truffaut o
Woody Allen, ahora el estilo de sus comedias remite más a Lubitsch y sus
elegantes y desenvueltas historias. La ligereza en el tratamiento, la capacidad
de sorprender, los juegos de equívocos, el ritmo trepidante, la comicidad de
los enredos…
Cierto que en España la comedia de enredo cuenta con
antecedentes apabullantes, que tenemos en Lope de Vega (por cierto, vecino de
Madrid) al creador del género. Y en él encontramos ya perfiladas muchas de sus
constantes: el ámbito urbano, Madrid, Toledo, Valencia, Sevilla o Nápoles eran
su medio; infidelidades, pasiones y sospechas, sus temáticas; equívocos e
intrigas, la sal de su desarrollo; y el ritmo de la acción, vertiginoso.
Ante tanta semejanza no parece disparatado decir que en esencia comedias de enredo son todas estas que bajo distintos términos (comedia ligera, comedia frívola, comedia de equívocos e incluso vodevil…) llevan siglos y siglos haciéndonos reír a los humanos.
Pero volviendo a la comedia española de los años 80 hay que reconocer que dio estupendos frutos, nos contagiaba su buen humor, nos arrancaba carcajadas, y desprendía por todos sus poros ganas de vivir. Entre las mejores se cuentan sin duda obras de Colomo, Trueba y Almodóvar. Ahí van seguramente las más logradas:
En 1985 Trueba nos sorprendió y nos hizo reír con ganas llevando al cine Sé infiel y no mires con quien, una obra teatral de Noel Coward que había cosechado y seguiría cosechando grandes éxitos en las tablas. Aunque se tomó algunas libertades con el libreto, la historia no perdió un ápice de su gracia. Una buena realización y un reparto bien elegido y dirigido hizo el resto.
Sé infiel y no mires con quien
Su núcleo argumental es el siguiente: Paco y Fernando tienen una editorial en crisis, contigua al piso que Fernando está a punto de estrenar y conectada con éste. Aquella noche Fernando va a firmar un contrato con una escritora de moda que les salvará de la quiebra y Paco le pide que, mientras él se ocupa de la escritora, le preste su flamante apartamento para llevar allí a un reciente ligue. Pero Carmen, su mujer, también se lo ha pedido a la mujer de Fernando para verse con un desconocido. Ambos acceden sin consultarlo entre ellos y así, por un piso en teoría desocupado empiezan a circular con soltura diferentes personajes inesperados y de alguna manera insólitos Esto unido a una serie de equívocos que enredan aun más la situación (una secretaria enamorada del jefe, una carta comprometedora, la confusión en una dirección…) conforma una historia llena de malentendidos y sorpresas que levantan constantemente las carcajadas del público.
La vida alegre, que realizara Colomo en 1987, resultó si cabe aún más divertida. El pretexto: una doctora desprejuiciada, especializada en enfermedades venéreas está casada con un tipo, bastante convencional, alto cargo del Ministerio de Sanidad. Por su mediación ha logrado, como medida publicitaria, que acuda a su consulta, frecuentada por prostitutas, chaperos y gentes de bajos fondos, el jefe de su marido para una revisión. De ahí van a colgar una serie de situaciones insólitas, sorprendentes, chuscas y jocosas que nos harán reír hasta las lágrimas. Y ello contado con un ritmo trepidante, a veces casi atropellado, que no da respiro al espectador. La naturalidad de los actores y su vis cómica, muy acusada en Verónica Forqué, inesperada por lo desconocida en Massiel, eficaz en Resines y de gran naturalidad en general en todo el reparto, le da tal aire de veracidad a la disparatada trama que acentúa el valor de la comedia.
La ironía, el humor y un punto de cinismo mezclado con ciertos aires costumbristas parecen ser la marca de estilo de este cineasta que lleva ya décadas haciéndonos reír. Un año después de La vida alegre Colomo volvería con otra comedia brillante, Bajarse al moro (1988). Y seguiría en los noventa con títulos tan divertidos como Rosa Rosae (1993), o El efecto mariposa (1995). Y en ello sigue ...
Mujeres al borde de un ataque de nervios
Por su parte Almodóvar nos regaló también una joya, tal vez su mejor película, Mujeres al borde de un ataque de nervios (1984): un trío de mujeres (esposa de la que ha huido, compañera de la que está huyendo, y nueva amante con quien escapa) sufren por un seductor de la peor especie, falso, vanidoso y cobarde. Alrededor se mueven insólitos personajes relacionados (la amiga con el novio chiita, el hijo del seductor y su estrafalaria novia, la portera, testigo de Jeová, el taxista, con un supermercado ambulante en su vehículo, los policías... y ¡hasta los desternillantes anuncios de la tele!) pero también ese peligroso gazpacho, o esos objetos voladores: la maleta, el teléfono... Y en fin un ático de lujo en Madrid con gallinas en la terraza, escenario de gran parte de la trama, repleta de situaciones delirantes e hilarantes con las que nos sorprende y nos divierte sin cesar, siempre al ritmo de una hermosa ranchera.
También en esta década, en otra línea de humor, una extremadamente personal y castiza, se descuelga Luis Cuerda primero con Total (1982), concebida para televisión, y luego, ya para el cine con Amanece que no es poco (1989), dos ejemplos de retorcimiento de la realidad acusadamente cómicos, que tendrían continuación exitosa con Así en el cielo como en la tierra (1995) y un broche final algo decepcionante con Tiempo después (2018). Un cine muy divertido que no abrió nuevos caminos pero generó un gran número de aficionados y seguidores.
Y como epílogo, no está de más reconocer la
estupenda labor que, en el estilo de comedia costumbrista de los Colomo y Trueba, Gómez Pereira, cineasta de reconocido talento, ha venido
realizando también a lo largo de toda la década de los
90 y después, con títulos tan logrados como Todos
los hombre sois iguales (1992); Salsa
rosa (1993); Por qué lo llaman amor cuando
quieren decir sexo (1994); Boca a Boca
(1996) o El amor perjudica seriamente la
salud (1996) que continúan este tipo de comedia ligera y divertida que tanto entretiene
y alegra la existencia.
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