domingo, 20 de junio de 2021

Ladrones de guante blanco


Siempre resultan fascinantes las películas sobre robos, así que asuntos de ladrones han sido muy tratados y retratados por el cine. Ladrones de todo tipo, hábiles o patosos, cosmopolitas o lugareños, actuando en grupo o solitarios… y, entre todos, uno de estos tipos resulta especialmente atractivo, el ladrón de guante blanco, que presenta unas constantes muy bien definidas que le singularizan.

                     
                                                      Lupin, prototipo de ladrón de guante blanco

Para empezar se trata de individuos extremadamente habilidosos que ejecutan sus planes limpiamente, sin sangre ni violencias. Inteligentes, astutos, ingeniosos y observadores preparan cuidadosamente sus golpes, sin dejar nada al albur. Y mucho menos el destino del botín, que es fundamental darle correcta salida para que la operación resulte exitosa, brillante y redonda. Audaces en la acción suelen ser elegantes y sutiles en sus maneras, sigilosos en sus movimientos, ágiles, atléticos y de estampa atractiva.

De inclinada querencia por las joyas, los diamantes y el dinero son sus metas más codiciadas y sus motivaciones se reducen a dos, el afán de enriquecerse por el gusto de la buena vida y tal vez también cierto vértigo por el peligro. Ejercen su oficio con deportividad, como si se tratara de un juego y nunca pierden su sangre fría.


                                Las aventuras de Arsenio Lupin (Hacht ichi san, Mizoguchi, 1923)

Arsenio Lupin, personaje literario creado por Maurice Leblanc a partir por lo visto de un individuo real, responde muy bien a este prototipo. Nacido en un cuento de 1904, el personaje impactó tanto que su fabulador volvería sobre él con frecuencia, publicando sobre sus aventuras unas veinte novelas más. En cine lo hemos visto en diferentes ocasiones: en Hachi ichi san (1923) de Kenji Mizoguchi; en Les aventures d’Arsène Lupin (1956) de Jacques Becker; en Arsene Lupin (2004) de Jean Paul Salomé, y más recientemente en Lupin, (Georges Kay y François Uzan), serie de la televisión francesa estrenada en Netflix el 8 de enero de 2021.


Cary Grant y Grace Kelly en  Atrapa a un ladrón (To Catch a Thief, Hitchcock, 1955)

Pero no ha sido el único; otros ladrones de guante blanco nos han seducido también con su encanto. Por ejemplo, el que encarna Cary Grant en Atrapa a un ladrón (To Catch a Thief, Hitchcock, 1955), la esencia de la elegancia y el glamour como John Robie alias el Gato, ex ladrón de joyas retirado en la Costa Azul. O el rico playboy inglés que interpreta David Niven en La pantera rosa (The Pink Panther, Blake Edwards, 1963), sir Chales Lytton, sospechoso de ser el Fantasma, ladrón distinguido, sofisticado y exquisito también.


David Niven y Claudia Cardinale en La pantera rosa (The Pink Panther, Edwards, 1963)

Y nada que envidiar a los anteriores el Simon Demott que Peter O’Toole compone en Como robar un millón y… (How to Steal a Million, William Wyler, 1966) para ayudar a una Audrey Hepburn, metida en la piel de Nicole, estafadora de raigambre que pretende sacar de un apuro a su padre, falsificador de oficio. Y, con aires todavía más sesenteros que la anterior, ese millonario aburrido, metido a ladrón para divertirse, que nos ofreció Steeve McQween en El caso de Thomas Crown (The Thomas Crown Affaire, Norman Jewison, 1968), película que contó con un remake en 1999 protagonizado por Pierce Brosnan y Rene Russo.

Pero tal vez ninguno tan redondo como Herbert Marshall en la genial película de Ernst Lubitsch Un ladrón en la alcoba (Trouble in Paradise, 1932).

Herbert Marshall como Gaston Monescu, el ladrón de esta historia, está espléndido en su cometido: elegante, seductor y con un dominio extraordinario de la escena. Sólo que aquí no es el único del oficio, que Lily, la falsa condesa víctima de sus planes inmediatos, se dedica a lo mismo y alberga idénticas intenciones para con él. Desde muy pronto nuestro ladrón se percata de ello y en una cita romántica, (góndola veneciana, cena en reservado con velitas...), desvelan cada uno la condición del otro en unas escenas de gran comicidad donde la agudeza de los diálogos rivaliza con la gracia de la imagen.

 

         
                           Un ladrón en la alcoba (Trouble in Paradise,  Ernst Lubitsch, 1932)

Almas gemelas enseguida se enamoran y se asocian para trabajar en comandita. Abandonan Venecia, el lugar de su encuentro inicial y se dirigen a París donde enseguida dispondrán de un nuevo blanco para sus flechas, Madame Colet (Kay Francis), una riquísima y bellísima viuda para quien Gaston Monescu consigue trabajar como secretario. Claro está que su objetivo es seducirla y desvalijarla luego, pero entre ambos la seducción es mutua y aparece el inevitable conflicto cuando Lily, consciente de la evolución del trabajo en curso, no se conforme con asumir la peor parte del juego. La espinosa situación se acabará resolviendo con un derroche de ingenio y desenfado, es decir a la manera ocurrente y divertida propia de Lubitsch.

Película espléndida donde la trama fluye con ritmo y elegancia; los actores brillan con luz propia, todos, porque los secundarios rivalizan en gracia con los protagonistas, y éstos, Herbert Marshall sobre todo, pero también Miriam Hopkins, consiguen aquí tal vez sus mejores interpretaciones. Los decorados y los objetos, como suele ocurrir en las películas de Lubitsch, adquieren además un marcado protagonismo: puertas que se abren o se cierran, escaleras que se suben o se bajan, relojes que hablan marcando las horas, bolsos, joyas… todos ellos se cargan de simbolismo cuando la cámara los elige con intención y nos cuentan lo que la palabra calla.  



                                         Un ladrón en la alcoba (Trouble in Paradise,  Ernst Lubitsch, 1932) 

Lubitsch, como acostumbra, recrea aquí todo un mundo despreocupado, alegre y libre llenando la escena de gracia y encanto y logrando una espléndida comedia sofisticada, frívola, e ingeniosa donde la condición de ladrones de sus protagonistas no es más que un pretexto para hacernos reír con situaciones ingeniosas, cómicas y picantes; un derroche de frivolidad e inteligencia, contado con toda la desenvoltura y saber hacer de que este genial director era capaz. No estaba todavía en vigor el código Hays con sus estrictas normas censoras, por eso no afectó a su ejecución. Sí en cambio a su difusión, ya que acabo siendo prohibida durante años y años por una moral que no le veía la gracia a su erotismo atrevido y provocador. Por fortuna el tiempo rescató esta joya para nosotros.

 

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