Son infinidad las obras de teatro llevadas a la pantalla, desde los clásicos griegos (Esquilo, Sófocles, Eurípides, Aristófanes) y los grandes de las literaturas nacionales (Shakespeare, Lope de Vega, Calderón, Valle Inclán, Chejov, Molière, Pirandello, Ibsen, Tennessee Williams), mundialmente famosos, a comediógrafos muy estimados en sus ámbitos nacionales pero menos conocidos a escala mundial. Es el caso por ejemplo en España de Buero Vallejo, Jardiel Poncela, Mihura… y otros tantos cuyas obras cuentan con numerosas adaptaciones al cine.
Muerte de un viajante (Death of Salesman, Volker Schölodorff, 1985)
Son películas a las
que a veces se les acusa de no ser capaces de superar o esconder su procedencia
teatral, pero casi siempre gozan del favor del público. Descartando toda la
producción de ese verdadero filón que para el cine es Oscar Wilde, porque ya
nos ocupamos en este blog de su vida y su obra (La ingeniosa agudeza de Oscar Wilde), seleccionamos algunos títulos
estupendos de otros dramaturgos que interesan y mucho a este medio:
Muerte de un viajante (Death of Salesman, Volker Schölondorff,
1985), del estadounidense Arthur Miller, nos cuenta la historia de Willy Loman
un veterano viajante de comercio que en su declinar físico siente que toda su
vida, la laboral y la familiar, se desmorona por momentos. A punto de perder su
trabajo, arruinado, y en mala relación con sus hijos, su existencia se está
volviendo un infierno del que no sabe cómo escapar. La película originalmente
pensada para televisión, alcanzó un gran éxito en la pantalla grande. Ya
existía una realización anterior en cine, la de Laslo Benedek de 1951, con
Friedrich Mark como el viajante, pero en esta versión de Schlödorff, director
alemán muy avezado en adaptaciones literarias (El tambor de hojalata, El honor perdido de Catharina Blum…), la
riqueza de los diálogos, la sobriedad de la puesta en escena y la brillantez de
los protagonistas, (un Dustin Hofmann en la que él mismo considera la mejor
interpretación de su carrera y un entonces desconocido John Malkovich,
verdadera revelación en su papel de hijo del viajante), llevó el drama a
alturas poco comunes.
Muerte de un viajante (Death of Salesman, Volker Schölodorff, 1985)
Respecto al dramaturgo, Arthur Miller, otras de sus obras han sido también versionadas
en cine con buena acogida por parte del público. Ésta figura entre las más reconocidas,
pero también merecen ser citadas las adaptaciones de Todos eran mis hijos (All My Sons, Irving Reis, 1948) drama
familiar ambientado en la segunda guerra mundial, y Las brujas de Salem (Les sorcières de Salem, Raymond Rouleau,
1957) donde aquel proceso de brujería de 1692 sirve de alegoría para denunciar
el macartismo sufrido por la sociedad estadounidense a mediados del siglo XX;
ambas también versionadas en televisión.
La cena de los idiotas (Le dîner des cons, Francis Veber, 1998),
La cena de los idiotas (Le dîner
des cons, Francis Veber, 1998), es una comedia desternillante del propio
Veber, que la dirigió también en cine, pues además de comediógrafo es cineasta.
Se trata hasta ahora de su mejor película. La trama gira en torno a una broma, bastante
sádica y perversa, con la que unos amigos disfrutan en periódicas reuniones a
cenar. Consiste en invitar a cada reunión a un personaje elegido por su
estupidez y sin que se percate burlarse de él. En esta ocasión uno de los
habituales a estas cenas malévolas ha encontrado un personaje que parece
responder al requerido perfil de estúpido en grado superlativo y para
cerciorarse le cita la víspera en su casa. En ella transcurrirán la acción y el
argumento, apoyado en tres regocijantes llamadas telefónicas y en la incursión
puntual y sorpresiva de algún otro personaje. En ella también irá evolucionando
la trama hacia territorios insospechados.
Una historia sencilla que sirve para desvelar con eficacia arraigados prejuicios, odiosos sentimientos de superioridad, variopintas debilidades humanas… y que, en medio de la risa, nos hace comprender, con sorprendentes novedades y vuelcos en la acción, que las cosas no son tan sencillas como a primera vista parecen.
La cena de los idiotas (Le dîner des cons, Francis Veber, 1998),
Bien contada, la obra acierta con el ritmo y con los actores, espléndidos, en
especial Jacques Villeret en su extravagante personaje y Daniel Prévost como el
implacable inspector. Una historia que nos muestra la crueldad y la hipocresía
de que los humanos podemos llegar a ser capaces, pero en clave de humor, de
manera que resulta extremadamente divertida y de paso nos acerca también a
problemas que podrían ser fácilmente los nuestros (accidentes caseros, desencuentros
con Hacienda, males de amores…), y nos obliga a reflexionar sobre la condición
humana.
Y, por último, El método (Marcelo Piñeyro, 2005), basada en El método Groholm de Jordi Galcerán, aunque la película se distancia algo del original teatral, cosa que al dramaturgo le disgustó profundamente, porque además de modificar el final, distorsionaba en cierta medida el mensaje.
El método (Marcelo Piñeyro, 2005)
La película nos coloca, en el contexto actual, a siete personajes encerrados en un espacio reducido y puestos a prueba porque han de competir entre ellos. Se trata de los aspirantes a una plaza de alto standing en una multinacional. Desde las ventanas de elegante edificio en el que aspiran a convertirse en brillantes ejecutivos, contemplan, a la espera de ser seleccionados, el ambiente conflictivo en la calle, donde se desarrolla una airada protesta laboral, aviso a navegantes de cómo el mundo del trabajo no es precisamente una balsa de aceite. De entrada, la empresa exige a los aspirantes su conformidad para someterse a unas pruebas de selección que ellos desconocen. Aunque sorprendidos, todos acceden, y, a partir de ahí, obligados a competir sin límites, se verán sometidos a situaciones estresantes bajo las que saldrán a flote sus peores inclinaciones y sus más bajos instintos. La obra teatral pretende ser una crítica a esta sociedad globalista, competitiva y descarnada, que lleva al individuo a dar lo peor de sí mismo, pero la versión cinematográfica se centra más en la psicología de los personajes y el estallido de sus pasiones más recónditas; el juego perverso al que se ven sometidos genera en ellos un estado de paranoia que les hace luchar hasta grados salvajes, y la película desarrolla más esta faceta que la de crítica social subrayada por el libreto teatral.
El método (Marcelo Piñeyro, 2005)
El resultado, en cualquier caso, muy estimable. Partiendo de un buen guion se
logró una historia excelente, contada con la frialdad requerida y bien
interpretada por un ramillete de actores a la altura de la narración.
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