Hoy todos reconocen su extraordinario dominio del lenguaje y la calidad
de su obra está fuera de discusión. Muy hábil en la utilización del estilo
indirecto y sutil en la descripción de sus personajes, sus narraciones avanzan
a ritmo lento, desvelándonos la trama con diálogos y observaciones minuciosas
que van adensando la historia, donde parece que los hechos nunca asumen la
gravedad esperada. Su empleo de narradores múltiples y los monólogos interiores
de sus criaturas son recursos estilísticos con los que se anticipa a su tiempo
y sus lúcidos estudios psicológicos constituyen también rasgo dominante de su
manera de hacer.
Pero es sobre todo su capacidad para crear buenas
historias que nunca aburren lo que le ha hecho tan interesante para el cine. La
moral y las costumbres pueden cambiar, sus personajes comportarse con actitudes
hoy pasadas de moda, pero la curiosidad que despiertan y mantienen los
argumentos de sus cuentos y novelas pesa más que todos estos avatares que trae
consigo el paso del tiempo.
Aunque son muchos los géneros que frecuenta, (novela, cuento, teatro y crítica
literaria), han sido algunas de sus narraciones las que han acaparado la mayor atención
por parte de los cineastas que han hecho a partir de sus relatos muchas
historias de interés y alguna obra maestra en su género, como es el caso de La heredera (The Heiress), película, que en 1949 hiciera William Wyler versionando su relato Washington Square.
Otros directores como Agnieszka
Holland volverían a llevarla a la pantalla, ésta en 1997 y bajo el mismo título
de la obra literaria, Washington Square,
con resultados más que aceptables, aunque seguramente no tan brillantes como los de la versión anterior. La de
William Wyler constituye un clásico imperecedero que uno no puede ignorar. El
argumento, a partir del encuentro entre una dama poco agraciada y un cazafortunas, habla de amor y desamor, de hipocresía y de interés, de engaños y
desengaños, de traición, de rencor y de venganza, sin salirse de los estrechos
márgenes que la sociedad burguesa decimonónica impone a una señorita de buena
familia. Si el relato de James cautiva, su puesta en escena por Wyler logra
sumergir al espectador en este atormentado melodrama, atrapándolo con su manera
elegante y meticulosa de llevarnos por la historia. La película contó además
con un reparto de lujo, bellos diálogos y la espléndida música de Aaron
Copland, componentes todos que se suman a la gran sensibilidad artística del
director y dan como resultado una obra capital.
En 1961 Jacques Clayton rueda otro de sus relatos que en España se
tituló Suspense (Innocents) y constituyó una interesante película de género gótico.
Recreaba con inteligencia y sabiduría The
turn of the screw, (Otra vuelca de
tuerca), asunto de fantasmas con niños e institutriz contado de forma
ambivalente, de manera que nunca se aclara si asistimos a algo que está
sucediendo en la realidad o que sólo ocurre en la mente de la niñera. En 1972 y
a partir de la misma narración, el inglés Michael Winner dirige The Nightcomers, (Los últimos juegos
prohibidos), poniendo más el acento en el aspecto dramático y pasional de
la historia, aunque lindando también con el terror. En 2006 volvería a llevarse
al cine, esta vez por Donato Rottuno bajo el título In a dark place, (Atrapados en la oscuridad).Y entremedias, Eloy de la Iglesia en 1985, Graeme Clifford en 1989, la pareja formada
por Rusty Lemorande y Peter Weigh en 1992, y Antonio Eloy en 1999, nos
entregaron también sus particulares versiones de este cuento de terror que, por
lo demás, es sin duda y probablemente
seguirá siendo, su narración más versionada
Diferentes películas abordan otra de sus constantes temáticas, la relativa a los estadounidenses en Europa. Es el caso de las que, con títulos homónimos y diferentes resultados, realizan Peter Bogdanovich en 1974, Daisy Miller; Jane Campion, en 1996, The Portrait of a Lady, (Retrato de una dama); Iain Softley en 1997, The Wings of the Dove, (Las alas de la paloma; y James Ivory en 2000, The Golden Bowl, (La copa dorada).
Ivory había realizado con anterioridad otras dos
adaptaciones de James al cine, la primera, en 1979, de Los europeos, sobre dos
hermanos criados en Europa que regresan a Nueva Inglaterra con la intención de
mejorar fortuna a través del matrimonio con alguna de sus adineradas primas, y
la segunda, en 1989, de The Bostonians, (Las
bostonianas), cuyo argumento gira en torno al feminismo apuntando
además otro aspecto, la personalidad arribista, ya desarrollada en varias
ocasiones, pero sobre todo en Washington
Square, antes mencionada, donde trazaba de manera magistral el agudo perfil de
joven ambicioso y ávido de ascenso en la escala social.
También su novela Los papeles de Aspern cuenta con una versión en cine; la realizó
Martín Gabel en 1947 bajo el título The Lost Moment (Viviendo el pasado) y constituye una interesante rareza
injustamente olvidada: ¿melodrama romántico?, ¿cuento gótico? De todo tiene esta
interesante película desarrollada en un envolvente clima de misterio y
romanticismo como requiere la narración, y efectuada con elegancia y sobriedad. Y no hay que olvidar La chambre
verte, (La habitación verde),
una desolada recreación de diversos
relatos de Henry James como El altar de
los muertos, Los amigos de los amigos
y La bestia en la jungla efectuada
por François Truffaut el año 1978 en la más extraña de sus películas.
Patricia Highsmith hace a propósito de James este agridulce comentario:
“Henry James, que fracasó
estrepitosamente como autor teatral, debería vivir ahora para ver el partido
que otros dramaturgos sacan de sus obras. Se sentiría orgulloso”. Comentario lacerante, irónico y oportuno si tenemos en cuenta que el gran sueño jamás alcanzado por James, que admiraba y envidiaba a Oscar Wilde, fué triunfar en el teatro .Nunca hubiera podido imaginar el papel que el cine iba a reservar a su narrativa.
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