Una de éstas va a sacar a las mujeres de su casa; el feminismo, que gana terreno por momentos. Las mujeres se quieren hacer oír ya; mujeres conscientes de su capacidad intelectual y que no están dispuestas a cargar con el acostumbrado papel de sumisas. Mujeres cultivadas, con vocación profesional y conciencia política, que quieren participar y participan activamente en la vida pública. Son las primeras que han podido acceder a la universidad; algunas, como María Goyri o Zenobia Camprubí, bastante ensombrecidas por la fama de sus maridos; otras como María de Maeztu, María Zambrano, Victoria Kent o Clara Campoamor, que logran hacerse un lugar en el mundo laboral o político sin que nadie las eclipse.
Mercedes Pinto |
Mercedes Pinto, pertenece a esta generación de mujeres, las que van a atreverse a pensar por su cuenta y decirlo. Miembro de una distinguida familia de la sociedad canaria, a los 26 años está contrayendo matrimonio en Tenerife, donde reside, con un capitán de la marina. Le siguen años de malos tratos por parte de un marido patológicamente celoso, pero prestigiado en su ambiente y a quien sociedad y familia disculpan y protegen mientras le aconsejan a ella paciencia y resignación. Tres hijos y un suplicio que se resuelve con el marido internado en un psiquiátrico y la mujer huyendo con sus criaturas a Madrid es el balance de aquellos años de vida en común. En Madrid se moverá en el círculo de Ortega, se relacionará con Carmen de Burgos, y frecuentará la Residencia de Estudiantes. Y en Madrid también conocerá a su segundo marido, un jovencísimo abogado que le gestiona sus pleitos con el primero. Mujer valiente y muy trabajadora ni se rinde ni pierde las ganas de luchar; escribirá en periódicos, dará conferencias y se revelará enseguida como la feminista militante que lleva dentro.
En 1923 lee en la Universidad Central El divorcio como medida higiénica. Son los años de la primera dictadura, la de Primo de Rivera, que no va a tolerar ideas tan rompedoras. Había que ser valiente para hablar del divorcio en un entorno tan conservador; de hecho, le cuesta el destierro a Fernando Poo, en la antigua Guinea Española, (hoy, Bioko, Guinea Ecuatorial), así que habrá que seguir huyendo. La pareja opta por marcharse a Uruguay, donde puede casarse y allí Mercedes intenta reproducir la experiencia de la Residencia de Estudiantes organizando en su propia casa encuentros con invitados de la talla de Rabindranath Tagore, Luigi Pirandello o Alfonsina Storni.
En 1926 escribe Él, novela autobiográfica sobre la dolorosa experiencia vivida con su primer marido. Vendrían luego otras novelas, como Ella, y poesía, y teatro y en su momento programas de radio también. En México, último de los países en que residió llegó a tener un programa de radio, que concitaba a un montón de seguidoras, donde abordaba problemas del mundo y la sociedad, donde incluso se atreve con la educación sexual, tema entonces tabú.
Mercedes Pinto con su hijo Gustavo Rojo |
En Uruguay funda además su propia compañía teatral, empresa familiar en la que debutan todos sus hijos, y, trabajadora incansable, desarrolla simultáneamente infinidad de actividades culturales a lo largo y ancho de Hispanoamérica, (Argentina, Paraguay, Bolivia…). En 1933 se traslada a Chile y unos años después a Cuba. Muerto su segundo marido fija su residencia en México, realizando a partir de entonces esporádicos viajes a España, donde su hijo Gustavo Rojo está alcanzando fama como actor en el cine español. En resumen, toda una vida de intensa tarea como oradora, dramaturga e incansable activista en defensa de los derechos de la mujer en particular, y de los oprimidos en general, que también la vemos plantando cara al antisemitismo en momentos clave, hecho que la comunidad judía le reconoció dedicándole un bosque en Israel. Moriría en México D.F. en octubre de 1976, a los 93 años de edad.
En su novela Él narra en primera persona la experiencia traumatizante de su primer matrimonio. Describir esos hechos de los que nadie se atrevía a decir nada por entonces fue algo revolucionario, y Mercedes se mostró con ello particularmente adelantada a su época.
Buñuel confiesa que cuando leyó la novela de esta compatriota suya le fascinó ese personaje de alucinado que la autora retrata, que “lo estudió como a un insecto”, según sus propias palabras, y que la película, que rodó en solo tres semanas, se convirtió enseguida en su favorita. “Quizá es la película dónde más he puesto yo, hay algo de mí en el protagonista”, parece que reconoció el director en alguna ocasión. Desde luego, era de sobra conocido su carácter celoso, y así lo confirma Jeanne Rucar, su esposa, en su autobiografía Memorias de una mujer sin piano. Así que, como buen celoso no es de extrañar que a Buñuel le impactara esa acertada y compleja descripción de semejante patología
Buñuel confiesa que cuando leyó la novela de esta compatriota suya le fascinó ese personaje de alucinado que la autora retrata, que “lo estudió como a un insecto”, según sus propias palabras, y que la película, que rodó en solo tres semanas, se convirtió enseguida en su favorita. “Quizá es la película dónde más he puesto yo, hay algo de mí en el protagonista”, parece que reconoció el director en alguna ocasión. Desde luego, era de sobra conocido su carácter celoso, y así lo confirma Jeanne Rucar, su esposa, en su autobiografía Memorias de una mujer sin piano. Así que, como buen celoso no es de extrañar que a Buñuel le impactara esa acertada y compleja descripción de semejante patología
Delia Garcés y Arturo de Córdova en Él |
El guión lo escribe al alimón con Luis Alcoriza, su colaborador en tantas de sus obras, y para la fotografía contó con Gabriel Figueroa, que ya había demostrado su valía profesional con directores como John Houston y John Ford. Los actores fueron también excelentes intérpretes de la cinematografía mejicana: Arturo de Córdova, Delia Garcés, Luis Beristaín y José Pidal (da miedo la intensidad de Arturo de Córdova metiéndose en la piel del personaje).
Delia Garcés y Arturo de Córdova en Él |
La historia avanza con fluidez y está contada con la genialidad característica de Buñuel, con su sentido del humor, feroz y estimulante, tan bien reflejado en esa irónica descripción del ambiente extremadamente conservador y clerical de la sociedad que describe, y con su maestría para subrayar lo asfixiante de la trama, que la cámara acentúa encerrándola a veces en interiores agobiantes. O su lucidez para mostrarnos la soledad radical de la mujer, moviéndose en un entorno insensible a su drama; su miedo, su terror que incluso llega a contagiar al espectador en momentos en que cualquiera puede ser la reacción de ese loco. Pero es aún más agudo perfilando la personalidad del marido, su megalomanía, su temperamento despótico, su paradójica habilidad para ganarse la estima social o sus recurrentes episodios paranoides, como la fantasía de ser el hazmerreir de la gente, contada con ese inconfundible sarcasmo tan personalísimo de este genio del cine.
Y luego, claro está, el modo singular en que incorpora Buñuel sus mundos surreales y sus propias obsesiones: los rituales religiosos y el fetichismo, por ejemplo. Es sumamente Interesante cómo los aúna en esa escena en que el celoso, católico practicante y especialmente devoto, participa en el ritual de Jueves Santo del lavado de pies a los feligreses, y cómo la cámara va pasando de unos pies a otros hasta llegar a las piernas de la protagonista, cuya revelación enamora al instante a ese hombre alucinado.
Un par de veces más insiste la película en la obsesión por los pies. El momento en que el celoso guarda en el armario cuidadosamente y casi con devoción los zapatos de su mujer o cuando, durante una comida, se agacha a recoger la servilleta caída y al tropezar la vista con esos pies femeninos estalla en un gesto de amor apasionado hacia su esposa.
Es admirable también la forma en que recrea la sociedad que disculpa y protege al celoso, impregnada como él de machismo. El sacerdote que secunda la mirada censora del marido porque también a su juicio la esposa es ligera y desenvuelta en demasía; la madre de la víctima tomando partido por el yerno, porque a éste le avala una desahogada posición económica y un sólido prestigio social; el criado cómplice del amo, abusando impunemente de la doncella que será despedida en su lugar sin que nadie se escandalice del hecho. Mil claves de una sociedad culpable que Buñuel coloca bajo su dedo acusador y borda en su descripción.
Hitchcock dejó constancia de su admiración por Buñuel en su película Vértigo,(1958), creando en ella imágenes que claramente recuerdan escenas de El: el campanario de la misión, el traje de chaqueta de Kim Novack, obviamente inspirado en el de Delia Garcés, la tensión emocional latente que anticipa los momentos de violencia extrema.
La película, realizada en 1953, tuvo poca fortuna en su estreno, quizá a esa sociedad tan machista le costaba aceptar este relato, porque al igual que su director se veía muy reflejada en las situaciones descritas, demasiado reflejada. El día del estreno, al parecer, la gente se reía durante la proyección, claro que la risa, que no deja de ser un mecanismo de defensa, puede delatar algo más hondo. Fue solo la fama del protagonista la que impidió que la película fuera retirada fulminantemente y se mantuviera al menos tres semanas en cartel. La perspectiva del tiempo no tardó en cambiar esa valoración inicial y hoy su condición de obra de arte resulta incuestionable.
El interés de Buñuel por esta historia rescató la novela del olvido. A Mercedes Pinto, grupos feministas la están también tratando de recuperar de un silencio inmerecido, gracias a diferentes iniciativas de difusión de su figura y de su obra que comenzaron a producirse a comienzos de este siglo y que siguen hoy día celebrándose. Es de esperar que muy pronto ésta, su novela más conocida y agotada desde tiempo inmemorial, experimente una reedición, algo que algunas otras de sus obras ya han conseguido.
Y en cuanto a su persona, su condición de pionera en la defensa de los derechos de la mujer serviría de guía para las que vinieron inmediatamente después, las de la generación del 27, muchas de las cuales se encontrarían también empujadas al exilio.
Y, en fin, su carácter de mujer valiente, tenaz y comprometida con su tiempo sigue siendo un claro ejemplo a seguir.
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