viernes, 2 de febrero de 2018

El cine negro español hoy


Aunque ha costado reconocerlo casi siempre se ha hecho buen cine negro en España, claro que durante el franquismo bastante condicionado por la censura. Pero aun así, y con la carga de tremenda limitación que ello suponía, son muy numerosos los títulos de interés que ese largo período nos ha dejado

Contra todo pronóstico y con pocas excepciones, (El Crack de Garci, por ejemplo), en los años ochenta se produce un parón en el género, como si la sociedad anduviera entonces algo desorientada para reconocerse en sus miserias. Por fortuna en la siguiente década se vuelve a abordar un cine capaz de mirarse en los aspectos más oscuros de la España del momento. Y ahí están como prueba Días contados, (1994), de Imanol Uribe, Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto, (1995), de Agustín Díaz Yanes, Adosados, (1996), de Mario Camus, o Tesis, (1996), de Amenábar. Con todo, será con el cambio de milenio cuando el género experimente el salto definitivo. Y lo hará de la mano de una generación que ya había comenzado a hacer cine antes, pero que ahora es cuando cosecha resultados verdaderamente sólidos.

Muy pronto, en 2002, coincidirán en cartelera dos espléndidos relatos criminales: El alquimista impaciente, de Patricia Ferreira y La caja 507 de Enrique Urbizu. La primera, adaptación de la novela de Lorenzo Silva del mismo título, nos muestra a sus habituales agentes, Bevilacqua y Chamorro, desentrañando crímenes en un recorrido policial que va despejando intrigas conforme el relato avanza por una trama bien urdida sobre mafias, especulación inmobiliaria, corrupción política y otras complejidades. Estupendos el guión y la dirección y estupendos también los actores que hacen del todo creíble una historia en la que, claro está, tampoco faltan componentes de crítica social. 

Enrique Urbizu, por su parte nos sorprendió muy  favorablemente también con La caja 507. Una trama contada con seriedad y concisión sobre aspectos inquietantes de la realidad de hoy. El relato se inicia con el atraco a una sucursal bancaria en un pueblo de la Costa del Sol. Allí, por azar, el director de la sucursal bancaria víctima del atraco descubre entonces que el incendio en que años antes había muerto su hija no había sido fortuito, sino intencionado. A partir de ese momento pondrá sus cinco sentidos en vengarse y siguiendo sus pasos nos iremos adentrando en un mundo alarmante y aterrador. La calidad tanto del guión de Michel Gaztambide como de la interpretación a cargo de José Coronado, el malo malísimo, y Antonio Resines, el justiciero, hacen todavía más creíble una historia muy bien contada.

Un año después, con el mismo guionista, Gaztambide, y el mismo intérprete, Coronado, Urbizu realiza La vida mancha, intimista historia de perdedores, que elude el pasado oscuro de los personajes, moviéndose con delicadeza por lo más hondo de sus sentimientos y mostrando su presente como algo a punto de quebrarse. Quizá sólo en parte se pueda considerar policiaca esta película tan sobria, tan triste y tan ambigua; de una ambigüedad calculada que desborda romanticismo.





Pero será con No habrá paz para los malvados con la que Enrique Urbizu nos conquistará definitivamente en 2011. Y lo hará otra vez de la mano de Michel Gaztambide y José Coronado con una historia muy negra, la que iremos destejiendo en torno a Santos Trinidad, un  inspector de policía involucrado en un triple asesinato. 

Hay un testigo a quien Santos Trinidad tratará de encontrar para eliminarlo. Y, en paralelo, una juez quien, al investigar el triple crimen, empezará a vislumbrar algo mucho más hondo que un simple ajuste de cuentas en lo que se le va desvelando.


Una trama compleja, contenida, bien contada, con un ritmo soberbio desde los primeros momentos y un final desolador. Urbizu logra darnos con esta película una prueba de buen cine. A Coronado, por su parte, lo encontramos en estado de gracia, en un papel que sin duda marcó un antes y un después en su trayectoria de actor.

Daniel Monzón nos había impactado dos años antes, en 2009, con su estupenda Celda 212, sobre novela homónima de Francisco Pérez Gandul, con guión propio y de Jorge Guerricaechevarria, además de  un acertado reparto, donde destaca Luis Tosar, de sobra ya conocido como excelente actor, y que ahora nos atrapa con la fuerza de su personaje. Mejor película del año, ganadora de un montón de Goyas y a partir de la cual ya no se podía dudar de la calidad de nuestro cine negro. 

Monzón revalidaría su título dos años después con El niño, sobre el tráfico de cocaína en las aguas del estrecho: “El niño” y “el compi” saben que no es un juego, que arriesgan la vida, pero si sale bien se hacen de oro. Claro que la policía no es tonta y trabaja para cerrar esa vía a la droga. Ésta es la trama. Monzón la desarrolla de manera brillante, en pantalla panorámica, con espléndidos efectos visuales y un aire muy cosmopolita en la realización.

En 2016 Daniel Calpalsoro volvería a confirmar la altura alcanzada por nuestro cine negro con Cien años de perdón, una historia con la crisis económica como telón de fondo y plagada de alusiones a la situación política del momento. El guión, bien trabado, es también de Jorge Guerricaechevarría y en el reparto volvemos a encontrarnos a Luis Tosar, esta vez en un papel completamente distinto del anterior. En la trama nada es lo que parece: un puñado de hombres, mandados por “el uruguayo” y su segundo “el gallego”, asaltan un banco en Valencia. El plan parece concebido como un golpe rápido, pero una serie de circunstancias hace que se vean rodeados de policías y desde ese momento se desvelarán nuevos y más peligrosos aspectos de la intriga. No es un relato de buenos y malos, como ya el título advierte, sino que todo está más matizado. Y el resultado es una película ingeniosa, inteligente, llena de crítica social y desalentadora en su mensaje. 

Por su parte Alberto Rodríguez ya había hecho otro policiaco en 2012, Grupo 7, pero será en 2014 con La isla mínima cuando consiga un sonado reconocimiento general. La isla mínima cuenta la historia de una pareja de policías, bien dispares en sus mentalidades y procedimientos, enviados, de alguna manera como castigo, a las Marismas del Guadalquivir para aclarar la desaparición de dos chicas adolescentes en las fiestas de su pueblo del año 1980.



Estamos en plena Transición, en un escenario de una belleza paisajística deslumbrante, contando una historia brutal, desplegando un análisis inteligente y sutil tanto de la sociedad que los policías encuentran como de sus propias personalidades: un policía demócrata y otro de la vieja guardia, paradojas no infrecuentes en los momentos de cambio. Un guión perfecto, unos intérpretes perfectos y una realización perfecta. La película es, sencillamente, redonda

Pero poco después, en 2016, todavía nos ofrecería algo tan bueno o mejor: El hombre de las mil caras, donde, basándose en los hechos reales nos cuenta el acuerdo sellado entre Luis Roldán, exdirector general de la Guardia Civil huido entonces de la justicia, y Francisco Paesa, aventurero, espía y fabulador insigne. 

Seguramente la mejor película de espías española y, desde luego, una historia de esas en que la realidad supera a la ficción. 



Raul Arévalo, con una trayectoria consolidada como actor se nos ha revelado recientemente también en su faceta de director. Su ópera prima, Tarde para la ira, (2016), ha alcanzado todo un éxito de crítica y público y se ha visto merecidamente recompensada en los Goyas. Se trata de una historia áspera y brutal, con un fuerte color local, que está rezumando rencor y violencia contenida hasta que todo estalla en una furibunda venganza. Bien narrada y bien interpretada por un Antonio de la Torre, inspiradísimo en el papel principal, y unos muy acertados secundarios.

Rodrigo Sorogoyen es el más joven de este grupo de creadores de buen cine negro. Que Dios nos perdone constituye su tercera película y su primera incursión en el thriller. Dirigida también en 2016, año de buenas cosechas en el género, y también con Antonio de la Torre como protagonista, junto a Roberto Álamo, Javier Pereira y Luis Zahera, todos ellos notables en sus interpretaciones. 

La película, moviéndose por el Madrid del 15 M y la visita del Papa, desarrolla una historia muy negra centrada en tres personajes a cual más oscuro, tanto el asesino como la pareja de policías. Sorogoyen construye con este título una obra muy sólida y personal.

Todo esto ocurre en casa. Mientras tanto otro español, Jaume Collet Serra sigue creando espectaculares  thrillers en América, con Liam Neeson, su actor fetiche de protagonista. Con él lleva ya realizados varios policiacos oscuros y claustrofóbicos, Unknown, (Sin identidad. 2011), Non Stop, (Sin escalas, 2014), Run all night, (Una noche para sobrevivir, 2015) y ahora estrena The Commuter, (El pasajero, 2017), siempre en la línea del cine comercial que él quiere hacer, pero siempre bien hecho y muy entretenido. Parece que el talento español para el cine negro desborda fronteras.

Recapitulando, los quince años que median entre El alquimista impaciente y Que dios nos perdone han supuesto el aterrizaje en nuestro cine de nuevos nombres con mucho que contar, la consagración de otros ya conocidos, y la aparición de un ramillete de policiacos tan buenos que si la tendencia no cambia, y nada hace presagiar que cambie, estamos asistiendo a la edad de oro del policiaco español.

Para los que estén en Madrid es un buen momento de repasar alguna de estas películas, ya que la Filmoteca Nacional dedica uno de sus ciclos de este mes al “Noir ibérico”, con la proyección de unas cuantos títulos entre los que figuran buena parte de los aquí citados. Y casi con toda probabilidad, como suele hacer el Doré con su programación, el ciclo se continúe en marzo. Que lo disfruten.

No hay comentarios:

Publicar un comentario