Aunque ha costado reconocerlo
casi siempre se ha hecho buen cine negro en España, claro que durante el
franquismo bastante condicionado por la censura. Pero aun así, y con la carga
de tremenda limitación que ello suponía, son muy numerosos los títulos de
interés que ese largo período nos ha dejado.
Contra todo pronóstico y con pocas excepciones, (El Crack de Garci, por ejemplo), en los años ochenta se produce un parón en el género, como si la sociedad anduviera entonces algo desorientada para reconocerse en sus miserias. Por fortuna en la siguiente década se vuelve a abordar un cine capaz de mirarse en los aspectos más oscuros de la España del momento. Y ahí están como prueba Días contados, (1994), de Imanol Uribe, Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto, (1995), de Agustín Díaz Yanes, Adosados, (1996), de Mario Camus, o Tesis, (1996), de Amenábar. Con todo, será con el cambio de milenio cuando el género experimente el salto definitivo. Y lo hará de la mano de una generación que ya había comenzado a hacer cine antes, pero que ahora es cuando cosecha resultados verdaderamente sólidos.
Contra todo pronóstico y con pocas excepciones, (El Crack de Garci, por ejemplo), en los años ochenta se produce un parón en el género, como si la sociedad anduviera entonces algo desorientada para reconocerse en sus miserias. Por fortuna en la siguiente década se vuelve a abordar un cine capaz de mirarse en los aspectos más oscuros de la España del momento. Y ahí están como prueba Días contados, (1994), de Imanol Uribe, Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto, (1995), de Agustín Díaz Yanes, Adosados, (1996), de Mario Camus, o Tesis, (1996), de Amenábar. Con todo, será con el cambio de milenio cuando el género experimente el salto definitivo. Y lo hará de la mano de una generación que ya había comenzado a hacer cine antes, pero que ahora es cuando cosecha resultados verdaderamente sólidos.
Muy pronto, en 2002, coincidirán
en cartelera dos espléndidos relatos criminales: El alquimista impaciente,
de Patricia Ferreira y La caja 507 de Enrique Urbizu. La primera,
adaptación de la novela de Lorenzo Silva del mismo título, nos muestra a sus
habituales agentes, Bevilacqua y Chamorro, desentrañando crímenes en un
recorrido policial que va despejando intrigas conforme el relato avanza por una
trama bien urdida sobre mafias, especulación inmobiliaria, corrupción política
y otras complejidades. Estupendos el guión y la dirección y estupendos también
los actores que hacen del todo creíble una historia en la que, claro está, tampoco
faltan componentes de crítica social.
Enrique Urbizu, por su parte nos sorprendió muy favorablemente también con La
caja 507. Una trama contada con seriedad y concisión sobre aspectos inquietantes de la
realidad de hoy. El relato se inicia con el atraco a una sucursal bancaria en
un pueblo de la Costa del Sol. Allí, por azar, el director de la sucursal bancaria víctima
del atraco descubre entonces que el incendio en que años antes había muerto su
hija no había sido fortuito, sino intencionado. A partir de ese momento pondrá
sus cinco sentidos en vengarse y siguiendo sus pasos nos iremos adentrando en
un mundo alarmante y aterrador. La calidad tanto del guión de Michel Gaztambide
como de la interpretación a cargo de José Coronado, el malo malísimo, y Antonio
Resines, el justiciero, hacen todavía más creíble una historia muy bien
contada.
Un año después, con el mismo
guionista, Gaztambide, y el mismo intérprete, Coronado, Urbizu realiza La
vida mancha, intimista
historia de perdedores, que elude el pasado oscuro de los personajes,
moviéndose con delicadeza por lo más hondo de sus sentimientos y mostrando su
presente como algo a punto de quebrarse. Quizá sólo en parte se pueda
considerar policiaca esta película tan sobria, tan triste y tan ambigua; de una
ambigüedad calculada que desborda romanticismo.
Pero será con No habrá paz para los malvados con la que Enrique Urbizu nos conquistará definitivamente en 2011. Y lo hará otra vez de la mano de Michel Gaztambide y José Coronado con una historia muy negra, la que iremos destejiendo en torno a Santos Trinidad, un inspector de policía involucrado en un triple asesinato.
Hay un testigo a quien Santos Trinidad tratará de encontrar para eliminarlo. Y, en paralelo, una juez quien, al investigar el triple crimen, empezará a vislumbrar algo mucho más hondo que un simple ajuste de cuentas en lo que se le va desvelando.
Una trama compleja, contenida, bien contada, con un ritmo soberbio desde los primeros momentos y un final desolador. Urbizu logra darnos con esta película una prueba de buen cine. A Coronado, por su parte, lo encontramos en estado de gracia, en un papel que sin duda marcó un antes y un después en su trayectoria de actor.
Daniel Monzón nos había impactado
dos años antes, en 2009, con su estupenda Celda 212, sobre novela homónima de Francisco Pérez Gandul, con guión propio y de Jorge
Guerricaechevarria, además de un
acertado reparto, donde destaca Luis Tosar, de sobra ya conocido como excelente
actor, y que ahora nos atrapa con la fuerza de su personaje. Mejor película del
año, ganadora de un montón de Goyas y a partir de la cual ya no se podía dudar
de la calidad de nuestro cine negro.
Monzón revalidaría su título dos años después con El niño, sobre el tráfico de cocaína en las aguas del estrecho: “El niño” y “el compi” saben que no es un juego, que arriesgan la vida, pero si sale bien se hacen de oro. Claro que la policía no es tonta y trabaja para cerrar esa vía a la droga. Ésta es la trama. Monzón la desarrolla de manera brillante, en pantalla panorámica, con espléndidos efectos visuales y un aire muy cosmopolita en la realización.
En 2016 Daniel Calpalsoro volvería a confirmar la altura alcanzada por
nuestro cine negro con Cien años de perdón, una historia con la crisis económica como
telón de fondo y plagada de alusiones a la situación política del momento. El
guión, bien trabado, es también de Jorge Guerricaechevarría y en el reparto
volvemos a encontrarnos a Luis Tosar, esta vez en un papel completamente
distinto del anterior. En la trama nada es lo que
parece: un puñado de hombres, mandados por “el uruguayo” y su segundo “el gallego”,
asaltan un banco en Valencia. El plan parece concebido como un golpe rápido,
pero una serie de circunstancias hace que se vean rodeados de policías y desde
ese momento se desvelarán nuevos y más peligrosos aspectos de la intriga. No es un relato de buenos y
malos, como ya el título advierte, sino que todo está más matizado. Y el
resultado es una película ingeniosa, inteligente, llena de crítica social y desalentadora
en su mensaje.
Estamos en plena Transición, en un escenario de una belleza paisajística deslumbrante, contando una historia brutal, desplegando un análisis inteligente y sutil tanto de la sociedad que los policías encuentran como de sus propias personalidades: un policía demócrata y otro de la vieja guardia, paradojas no infrecuentes en los momentos de cambio. Un guión perfecto, unos intérpretes perfectos y una realización perfecta. La película es, sencillamente, redonda
Pero poco después, en 2016, todavía nos ofrecería algo tan bueno o mejor: El hombre de las mil caras, donde, basándose en los hechos reales nos cuenta el acuerdo sellado entre Luis Roldán, exdirector general de la Guardia Civil huido entonces de la justicia, y Francisco Paesa, aventurero, espía y fabulador insigne.
Seguramente la mejor película de espías española y, desde luego, una historia de esas en que la realidad supera a la ficción.
Raul Arévalo, con una trayectoria consolidada como actor se nos ha revelado recientemente también en su faceta de director. Su ópera prima, Tarde para la ira, (2016), ha alcanzado todo un éxito de crítica y público y se ha visto merecidamente recompensada en los Goyas. Se trata de una historia áspera y brutal, con un fuerte color local, que está rezumando rencor y violencia contenida hasta que todo estalla en una furibunda venganza. Bien narrada y bien interpretada por un Antonio de la Torre, inspiradísimo en el papel principal, y unos muy acertados secundarios.
Rodrigo Sorogoyen es el más
joven de este grupo de creadores de buen
cine negro. Que
Dios nos perdone constituye su tercera película y su
primera incursión en el thriller. Dirigida también en 2016, año de buenas
cosechas en el género, y también con Antonio de la Torre como protagonista,
junto a Roberto Álamo, Javier Pereira y Luis Zahera, todos ellos notables en
sus interpretaciones.
La película, moviéndose por el Madrid del 15 M y la visita
del Papa, desarrolla una historia muy negra centrada en tres personajes a cual
más oscuro, tanto el asesino como la pareja de policías. Sorogoyen construye
con este título una obra muy sólida y personal.
Todo esto ocurre
en casa. Mientras tanto otro español, Jaume
Collet Serra sigue creando espectaculares thrillers en América, con Liam Neeson, su
actor fetiche de protagonista. Con él lleva ya realizados varios policiacos
oscuros y claustrofóbicos, Unknown, (Sin identidad. 2011), Non
Stop, (Sin escalas, 2014), Run all night, (Una noche para sobrevivir, 2015) y ahora
estrena The Commuter, (El
pasajero, 2017), siempre en la línea del cine comercial que
él quiere hacer, pero siempre bien hecho y muy entretenido. Parece que el
talento español para el cine negro desborda fronteras.
Recapitulando, los
quince años que median entre El alquimista impaciente y Que
dios nos perdone han supuesto
el aterrizaje en nuestro cine de nuevos nombres con mucho que contar, la
consagración de otros ya conocidos, y la aparición de un ramillete de policiacos
tan buenos que si la tendencia no cambia, y nada hace presagiar que cambie,
estamos asistiendo a la edad de oro del policiaco español.
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