martes, 7 de agosto de 2018

El muro de Berlín (1961-1989)

Cuando Billy Wilder estrena su genial comedia  One, two, three (1961) se estrella contra el muro, contra el muro de Berlín, porque justo entonces los soviéticos acaban de levantarlo, aislando su zona de influencia de las restantes áreas en que los triunfadores han dividido la ciudad ocupada. Y a nadie le parece motivo de broma.


Justamente esta divertidísima película denuncia, burlándose con insolencia, el clima de guerra fría que se estaba apoderando de la postguerra; dispara contra tirios y troyanos, satirizando la prepotencia del imperialismo americano y la estólida rigidez soviética, y divierte al espectador con unos diálogos rebosantes de ingenio y ocurrencias que nos hacen reír hasta las lágrimas. Pero no es momento para tomarse las cosas a chacota. E incluso muchos le recriminan al director su falta de respeto hacia el dolor de tantos afectados por medida tan dura, como si él hubiera podido predecir lo que ocurriría en Berlín cuando estaba rodando la película. El caso es que el dramatismo de los hechos, que llegó a ocasionar muertos entre los centenares de berlineses que quisieron saltar el muro, opacó el estreno y malogró las buenas críticas que la película merecía, que, juzgada con perspectiva, resulta una de las grandes de la comedia americana.

El levantamiento del muro agudizó en cualquier caso el ambiente de guerra fría entre las potencias militarmente dominantes Estados Unidos y Unión Soviética, disparando el gusto por el cine de espías, ya de antes estimado, hasta consagrarlo como todo un género. Y así, asistiremos a partir de ahora a la tanda de películas de James Bond, el agente 007 de Ian Fleming, y del Smile de John Le Carré, de personalidades aparentemente distantes pero que perfilan ambas los límites en que se moverían los héroes del relato de espías de Occidente, siempre al servicio de USA y Reino Unido para envolver en triunfo de ficción los fracasos de la realidad (Hungría en el 56, Cuba en el 62, Irán y Afganistán en el 79, e incluso el derrumbe de la URSS, que no llegaron ni a sospechar).

La caída del muro nos trae además otro tipo de películas, las que se articulan en torno a la realidad de aquel cercado Berlín Este desde la experiencia de los que allí vivieron, algunas realizadas bajo una mirada amable de comedieta irónica, como Good Bye Lenin (2003), otras desde planteamientos más oscuros, como La vida de los otros, (2006), una denuncia del clima policial instalado en aquella sociedad; o más dramáticos, En tiempos de luz menguante, (2017), retrato de su lento y ya cantado fracaso.

Han tenido que pasar unos cuantos años desde la caída del muro para que el efecto distanciador del tiempo, permitiera la aparición de estas películas sobre la realidad de entonces, vista desde diferentes perspectivas según haya quedado la experiencia en el recuerdo de sus narradores.

Good Bye Lenin, realizada por Wolfgang Becker en 2003, nos sitúa en el Berlín Este de 1989, justo en vísperas de la caída del muro. Una fervorosa comunista acaba de entrar en coma y en ese estado permanecerá los siguientes ocho meses. Cuando a continuación despierta, su hijo, alarmado por el impacto que la noticia del radical cambio político pueda producir en la salud de su madre, intenta por todos los medios maquillar la realidad para que no se percate de que está viviendo en una Alemania reunificada y capitalista. Las situaciones se van enredando y cada vez es más difícil mantener el espejismo. La historia, contada en clave de humor, resulta una comedía ligera  y divertida sin mayores pretensiones.

Mucho más denso y angustioso resulta el asunto que en 2006 nos cuenta Florian Henckel en La vida de los otros. La trama se desarrolla en el Berlín Oriental durante la década de los ochenta y nos relata un caso de espionaje, el ejercido por un policía de la Stasi sobre un conocido dramaturgo, describiéndonos la transformación interior que experimenta el espía durante su trabajo de vigilancia y acecho conforme van apareciendo ante sus ojos acontecimientos inesperados que cambian su posición respecto del personaje espiado, (cuya personalidad además ha acabado seduciéndole), hasta el punto de dedicarse a encubrirle. Desenmascarado por su jefe, el agente observador será retirado de su misión y relegado a funciones anodinas en el ministerio. El tiempo pasa, cae el muro, se disuelve la Stasi y nuestro espía se ha convertido en un repartidor de publicidad. El dramaturgo, cada vez más famoso, descubrirá un buen día por azar el haber sido espiado por alguien que deliberada y desinteresadamente le encubrió.


La película se sustenta en el giro que van experimentando las conductas de ambos antagonistas, espía y espiado, conforme evolucionan los hechos que cada uno maneja y que a su vez inciden en ellos modificando sus comportamientos.

El clima de opresión, la ausencia de libertad, el saberse vulnerable, el no poder bajar la guardia, porque ni sospechas de dónde puede venir la delación; todo eso, que forma parte del vivir en un estado policial, lo señala esta película, contada con sobriedad y contención. Muy premiada en su día, tuvo también gran éxito de crítica y de público no solo en Alemania sino a escala internacional, éxito quizá intensificado por la novedad del tema, pero, en cualquier caso, el director supo mantener la tensión del relato y el interés por la trama hasta el final.

En tiempos de luz menguante (Matti Geschonneck 2017) 
Por último, En tiempos de luz menguante, adaptación libre de la exitosa novela homónima de Eugen Ruge, llevada al cine por Matti Geschonneck en 2017, retrata con dolor las contradicciones generacionales que el transcurso del tiempo ha ido poniendo de manifiesto en una familia residente en la República Democrática Alemana. Y lo hace situando la acción justo el día de la caída del muro, el mismo en que el patriarca de la familia cumple 90 años. Camaradas, amigos y parientes homenajean al anciano, pero la ausencia del nieto, que acaba de huir al Berlín Oeste, subraya el derrumbe del régimen que dio sentido a la vida del abuelo, poniendo de manifiesto las escondidas decepciones y frustraciones que los personajes acumulan y que corren paralelos o se amalgaman con los que el sistema político ha supuesto para ellos. Envuelta en un clima de melancolía, la historia desvela la condición de destacado estalinista del abuelo, que se siente traicionado por sus descendientes, pero sobre todo por Gorbachov; el desengaño que el gobierno comunista ha producido en la generación intermedia de sus hijos, desilusionada, pero pasiva y cansada; y el rechazo en la de los nietos, hartos ya del sistema y en franca rebeldía con una realidad decepcionante donde se asfixian.

La acción, girando en torno a Bruno Ganz que está perfecto encarnando al patriarca, parece como obra concebida para teatro, un efecto tal vez buscado por la película pero no achacable al original, densa historia sobre una saga familiar condensada argumentalmente para su adaptación cinematográfica. Ambas, novela y película, altamente recomendables.
  


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