Cuando Billy Wilder
estrena su genial comedia One, two, three (1961) se estrella contra el muro, contra el
muro de Berlín, porque justo entonces los soviéticos acaban de levantarlo,
aislando su zona de influencia de las restantes áreas en que los triunfadores
han dividido la ciudad ocupada. Y a nadie le parece motivo de broma.
Justamente esta
divertidísima película denuncia, burlándose con insolencia, el clima de guerra
fría que se estaba apoderando de la postguerra; dispara contra tirios y
troyanos, satirizando la prepotencia del imperialismo americano y la
estólida rigidez soviética, y divierte al espectador con unos diálogos
rebosantes de ingenio y ocurrencias que nos hacen reír hasta las lágrimas. Pero
no es momento para tomarse las cosas a chacota. E incluso muchos le recriminan
al director su falta de respeto hacia el dolor de tantos afectados por medida
tan dura, como si él hubiera podido predecir lo que ocurriría en Berlín cuando
estaba rodando la película. El caso es que el dramatismo de los hechos, que
llegó a ocasionar muertos entre los centenares de berlineses que quisieron
saltar el muro, opacó el estreno y malogró las buenas críticas que la película merecía,
que, juzgada con perspectiva, resulta una de las grandes de la comedia
americana.
El levantamiento del
muro agudizó en cualquier caso el ambiente de guerra fría entre las potencias
militarmente dominantes Estados Unidos y Unión Soviética, disparando el gusto
por el cine de espías, ya de antes estimado, hasta consagrarlo como todo un
género. Y así, asistiremos a partir de ahora a la tanda de películas de James
Bond, el agente 007 de Ian Fleming, y del Smile de John Le Carré, de
personalidades aparentemente distantes pero que perfilan ambas los límites en
que se moverían los héroes del relato de espías de Occidente, siempre al
servicio de USA y Reino Unido para envolver en triunfo de ficción los fracasos
de la realidad (Hungría en el 56, Cuba en el 62, Irán y Afganistán en el 79, e
incluso el derrumbe de la URSS, que no llegaron ni a sospechar).
La caída del muro nos
trae además otro tipo de películas, las que se articulan en torno a la realidad
de aquel cercado Berlín Este desde la experiencia de los que allí vivieron,
algunas realizadas bajo una mirada amable de comedieta irónica, como Good Bye Lenin (2003), otras desde
planteamientos más oscuros, como La vida
de los otros, (2006), una denuncia del clima policial instalado en aquella
sociedad; o más dramáticos, En tiempos de
luz menguante, (2017), retrato de
su lento y ya cantado fracaso.
Han tenido que pasar unos cuantos años desde
la caída del muro para que el efecto distanciador del tiempo, permitiera la aparición
de estas películas sobre la realidad de entonces, vista desde diferentes
perspectivas según haya quedado la experiencia en el recuerdo de sus
narradores.
Good
Bye Lenin, realizada por Wolfgang Becker en 2003, nos sitúa
en el Berlín Este de 1989, justo en vísperas de la caída del muro. Una
fervorosa comunista acaba de entrar en coma y en ese estado permanecerá los
siguientes ocho meses. Cuando a continuación despierta, su hijo, alarmado por el
impacto que la noticia del radical cambio político pueda producir en la salud
de su madre, intenta por todos los medios maquillar la realidad para que no se
percate de que está viviendo en una Alemania reunificada y capitalista. Las
situaciones se van enredando y cada vez es más difícil mantener el espejismo.
La historia, contada en clave de humor, resulta una comedía ligera y divertida sin mayores pretensiones.
Mucho más denso y
angustioso resulta el asunto que en 2006 nos cuenta Florian Henckel en La vida de los otros. La trama se
desarrolla en el Berlín Oriental durante la década de los ochenta y nos relata un caso de espionaje, el ejercido
por un policía de la Stasi sobre un conocido dramaturgo, describiéndonos la
transformación interior que experimenta el espía durante su trabajo de
vigilancia y acecho conforme van apareciendo ante sus ojos acontecimientos inesperados
que cambian su posición respecto del personaje espiado, (cuya personalidad además
ha acabado seduciéndole), hasta el punto de dedicarse a encubrirle.
Desenmascarado por su jefe, el agente observador será retirado de su misión y
relegado a funciones anodinas en el ministerio. El tiempo pasa, cae el muro, se
disuelve la Stasi y nuestro espía se ha convertido en un repartidor de
publicidad. El dramaturgo, cada vez más famoso, descubrirá un buen día por azar
el haber sido espiado por alguien que deliberada y desinteresadamente le
encubrió.
La película se
sustenta en el giro que van experimentando las conductas de ambos antagonistas,
espía y espiado, conforme evolucionan los hechos que cada uno maneja y que a su
vez inciden en ellos modificando sus comportamientos.
El clima de opresión,
la ausencia de libertad, el saberse vulnerable, el no poder bajar la guardia,
porque ni sospechas de dónde puede venir la delación; todo eso, que forma parte
del vivir en un estado policial, lo señala esta película, contada con sobriedad
y contención. Muy premiada en su día, tuvo también gran éxito de crítica y de
público no solo en Alemania sino a escala internacional, éxito quizá
intensificado por la novedad del tema, pero, en cualquier caso, el director
supo mantener la tensión del relato y el interés por la trama hasta el final.
En tiempos de luz menguante (Matti Geschonneck 2017) |
Por último, En tiempos de luz menguante, adaptación
libre de la exitosa novela homónima de Eugen Ruge, llevada al cine por Matti
Geschonneck en 2017, retrata con dolor las contradicciones generacionales que
el transcurso del tiempo ha ido poniendo de manifiesto en una familia residente
en la República Democrática Alemana. Y lo hace situando la acción justo el día
de la caída del muro, el mismo en que el patriarca de la familia cumple 90
años. Camaradas, amigos y parientes homenajean al anciano, pero la ausencia del
nieto, que acaba de huir al Berlín Oeste, subraya el derrumbe del régimen que
dio sentido a la vida del abuelo, poniendo de manifiesto las escondidas decepciones
y frustraciones que los personajes acumulan y que corren paralelos o se
amalgaman con los que el sistema político ha supuesto para ellos. Envuelta en
un clima de melancolía, la historia desvela la condición de destacado
estalinista del abuelo, que se siente traicionado por sus descendientes, pero
sobre todo por Gorbachov; el desengaño que el gobierno comunista ha producido
en la generación intermedia de sus hijos, desilusionada, pero pasiva y cansada;
y el rechazo en la de los nietos, hartos ya del sistema y en franca rebeldía
con una realidad decepcionante donde se asfixian.
La acción, girando en
torno a Bruno Ganz que está perfecto encarnando al patriarca, parece como obra
concebida para teatro, un efecto tal vez buscado por la película pero no
achacable al original, densa historia sobre una saga familiar condensada argumentalmente para su adaptación cinematográfica. Ambas, novela y película,
altamente recomendables.
No hay comentarios:
Publicar un comentario