El cine recurre de tanto en tanto a
retratos que los escritores hacen de sí mismos, autorretratos que a veces
tienen una vocación más global de aspirar a integrar también lo que les rodea o,
todo lo contrario, se limitan a una mirada narcisista sobre su propia
individualidad. En ocasiones es pura añoranza por recordar tiempos perdidos lo
que les lleva a escribir sobre su pasado; otras veces es la necesidad de
desahogo o la confesión de una culpa nunca superada.
Karen Blixen, en su casa en Kenia, a
donde vivió ente 1914 y 1931. |
Las historias que bajo el seudónimo de Isak
Denisen publica en 1937 Karen Blixen (1885-1962) sobre su vida en África, Out of Africa, son un canto de añoranza
de un tiempo, una tierra y unos paisajes mitificados en el recuerdo. Lo que
Marguerite Duras (1914-1996) vuelca en La
douleur es el sufrimiento que le causaron unos hechos en los duros tiempos
de guerra. ¿Una confesión?, ¿una justificación?, ¿una disculpa? En cualquier
caso un a modo de descargo de conciencia.
Out of África (Memorias de África, 1985) cuenta algo más que un
episodio en el discurrir de la vida de Karen Blixen, cuenta 17 años de su existencia,
los transcurridos desde que se embarca recién casada en la aventura singular de
regentar con su marido una granja en Kenia, hasta el regreso a su Dinamarca
natal, una vez arruinada la empresa africana.
Y asistimos a su llegada a la plantación como
flamante esposa del barón Blixen, presenciamos cómo éste, escapista, mujeriego
impenitente y carente por completo de habilidades empresariales, pronto la
abandona, dejándola sola al frente del proyecto, eso sí, con el título de
baronesa, el status de mujer casada y una sífilis que le contagia por todo
capital. Mujer valiente, no se va a arredrar; levantará la empresa y la
defenderá sola contra viento y marea, en un medio y una época poco favorable a
aceptar a la mujer como una igual. Y vivirá allí años que le dejarán huella y
que más tarde evocará en tono elegíaco en una excelente obra: Memorias de Africa, que Sidney Pollack
adapta libremente al cine con éxito y brillantez en 1985.
Pollack conserva del libro el tono elegíaco, pero
nos narra fundamentalmente una romántica historia de amor, la de nuestra
baronesa, mujer independiente, y el cazador Denys Finch Hatton, personaje a la
antigua usanza, aventurero y celoso de su libertad. La ambientación histórica, los
decorados, el vestuario, la belleza paisajística y todo lo que rodea al relato
ayudan con su perfección a dejarnos captar por la trama.
Meryl Streep como la baronesa, Klaus Maria
Brandahuer como el barón y Robert Redford en el papel del amante nos contaron magistralmente
una historia preciosa, enmarcada en deslumbrantes panorámicas bañadas de luz, y
mecidas por una banda sonora sensacional que nos hizo soñar y alcanzó numerosos premios. El tiempo la ha
convertido en un clásico inolvidable.
Varios episodios de la película se fijaron de
manera imborrable en la sentimentalidad del espectador: uno, el lavado de cabeza
de Denys a Karen al ritmo del poema de Coleridge que le va recitando; otro, la sobremesa
en su casa cuando, a la luz de las velas y copa de coñac en mano, la escritora va
envolviendo al amante y a su amigo en la embeleso de una narración improvisada,
mientras la leña chisporrotea en la chimenea. Pero, sobre todo, el paseo en la
avioneta que el amante se acaba de comprar, y al que Denys invita a Karen para
vivir una experiencia radicalmente nueva: contemplar el mundo desde arriba. estrenando la cara, hasta entonces nunca vista, que la tierra presenta desde el cielo, un placer subrayado para el espectador por la música que ensancha el
corazón y amplifica sabiamente la experiencia.
Tres momentos de fuerte corte romántico, muy
conseguidos, en un melodrama en el que subyacen otros elementos menos dulces y
espléndidos: la resistencia del cazador a ser cazado, a pesar de la fascinación mutua y los comunes gustos literarios: la persistente y aplastante
soledad que atenaza a Karen; la ruina insalvable de la plantación, o el
accidente de Denys que cierra definitivamente el no muy seguro, pero ansiado final feliz que la
escritora soñaba para esa su historia de amor.
La película se alzó con siete de las once estatuillas del Oscar y otros tantos Globos de Oro, NAFTA y demás premios,
potenciando sin duda nuevas traducciones de la obra a infinidad de lenguas y abriendo
además un filón de ofertas para las agencias de viaje por Kenia, Tanzania y
Zanzíbar que empezaron a bautizar sus excursiones con ese reclamo, Memorias de África.
Recuerdos propios de un tiempo pasado nos
desvela también Marguerite Duras, seudónimo de Marguerite Donnadieu (1914-1996) en La
Douleur, donde vuelca sus terribles vivencias de guerra. No hay aquí añoranza,
ni idealización de épocas mejores obviamente; hay más bien necesidad de desahogo, afán de
liberarse de furias interiores que acosan sin piedad y sin descanso.
Marguerite Duras en los años 40 |
En esta obra se basa la película de Emmanuel
Finkiel "La douleur", realizada en 2017 y titulada en España “Marguerite Duras
1944”, para ilustrar el sufrimiento por la ausencia de un ser querido y la
ansiedad en la inacabable espera de su
impreciso regreso. La trama nos describe el día a día, en plena Ocupación, de
esta joven ciudadana francesa, activista de la Resistencia a lo largo de 1944,
año en que su marido, miembro también de ese movimiento clandestino contra el invasor, es capturado y enviado
a los campos de concentración. En su afán por recuperarle se relacionará con un
colaboracionista, oficial de la Gestapo, y este asunto que siempre vivió como
recuerdo persecutorio y que volcó para exorcizarlo en su autobiografía El dolor es parte de lo que la película
recrea.
A continuación, finalizada la guerra, la
narración se centra en la espera interminable de la vuelta del ser querido, un
tormento insoportable. La incertidumbre del regreso, el caos organizativo en
torno a los que quizá retornen de los campos de concentración, la dificultad de
la búsqueda, el desorden emocional del reencuentro son aspectos que el cine,
que tanto ha tratado la guerra mundial, ha ignorado habitualmente y que esta
película para sorpresa de todos aborda con sensibilidad y originalidad.
Melanie Thierry como Marguerite Duras; (2017) |
La alegría del pueblo que desborda en las
calles con la Liberación corre paralela a la ansiedad de las gentes que aguardan
impotentes una incierta vuelta de los suyos. Y este contraste, bien marcado en el
film, se hace más intenso al mostrarnos el dolor de la protagonista que se
debate en un mar de confusos sentimientos encontrados, de amor y desamor, de
impaciencia y temor al reencuentro, de ambigüedad, ambivalencia, cansancio,
desasosiego. El buen hacer de la protagonista, Melanie Thierry, que sabe transmitir
ese íntimo malestar, compensa del excesivo metraje y del uso asimismo excesivo
de la voz en off, donde el film parece desequilibrarse.
La película también escamotea datos que surgen de repente sin haberse declarado a lo largo de su desarrollo y que sin embargo
harían más comprensible el tormento de Marguerite ante el inminente
reencuentro; datos que nos desvelarían sin ambigüedades cómo el amor del esposo
se ha desvanecido en la espera y el del amigo ha ido ocupando el lugar de la
ternura, del sexo y de la unión. Nos deja verlo sin abordarlo con franqueza,
como si se negara a admitirlo o confesarlo, siquiera ante sí misma, pero mostrando el tormento de la culpa que por
ello arrastra. Toda la narración parece querer moverse en la bruma del recuerdo
y quizá por eso no es más explícita con los hechos, confirmados de golpe en dos
frases que cierran la historia bruscamente en un momento en que se sugiere
además un terrible desenlace. Y esta elección narrativa oscurece demasiado la trama.
Aun con todo, interesante en su planteamiento,
y salvo por lo señalado acertada en su ejecución, la película es obra a tener
en cuenta, por su originalidad al abordar aspectos de la Segunda Guerra Mundial
poco atendidos, por la complejidad e interés de lo relatado, por su estupenda
interpretación y la excelencia de una fotografía que subraya la oscuridad
emocional en que su protagonista se mueve, así como la agonía inacabable de la
espera, acentuada, quizá con exceso, por el tempo inusualmente lento de las escenas.
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