Guy de Maupassant (1850-1893)
gran novelista y cuentista insuperable. Un filón para el cine que justo comenzó
su andadura cuando él tempranamente moría. Apenas habían pasado quince años de
su desaparición y ya la cinematografía francesa, con Firmin Gemier, nos
regalaba una versión muda de su cuento Le père Milon (El compadre Milon, 1908)
y un año después, 1909, la estadounidense, otra del relato La parure (El
collar), esta vez realizada por Griffith y con Mary Pickford como protagonista.
Bel-Ami, su novela más celebrada, se
ha llevado al cine no menos de cinco veces, la primera en 1939; la última, de momento, en
2011. También Buñuel hizo una película de otra de sus novelas: Pierre et Jean (Pedro y Juan) en 1951 y
la tituló Una mujer sin amor. Y
Ripstein en 1998 adaptó, bajo el título La
mujer del puerto, otra novela de Maupassant, Le port, que ya había sido objeto de anteriores versiones en 1934 y
1949. Y cabe mencionar todavía otra más, Une
vie (Una vida), la primera que Maupassant escribió y que Stéphane Britzé ha
realizado en 2016 bajo el mismo título de la obra literaria, que aquí
caprichosamente se ha dado en llamar El
jardín de Jeanette.
Pero
lo que más juego da en la pantalla, tanto en la grande como en la pequeña, son
sus cuentos: decenas de cuentos (los escribió a centenares) han sido adaptados
al cine una y otra vez y nunca se cansa uno de verlos, tampoco de leerlos y releerlos. Hay
tantos y tan buenos que se puede volver sobre los mismos sin dejar de disfrutarlos.
Claro que en la pantalla ya no sólo dependen de su maestría y una misma
historia tiene diferente sabor según el cineasta que la reelabore. En algunos
casos las versiones son tan libres, que tenemos que fiarnos de lo que nos dicen
sus directores, como Joseph von Stenberg o John Ford que aseguran ambos haber
partido de Boule de suif (Bola de sebo)
para contarnos El expreso de Shanghai (1932) y La diligencia, (1939)
respectivamente. También Godard afirma que su película Masculino y femenino (1966) se inspiró en los cuentos La femme de Paul, (La mujer de Paul) y Le
signe, (La seña). La mayoría sin embargo son más fieles a los relatos
originales y aunque entre ellos, además de los ya nombrados, hay otros
directores muy reconocidos (Robert Wise, Christian Jacques…), nos vamos a
detener solo en dos en particular, especial e indiscutiblemente geniales
recreando los mundos narrativos del autor, porque sus historias parecen estar
rebosando el perfume que los cuentos destilan, su sensualidad, su erotismo, su
gracia.
Une partie de campagne (Jean Renoir, 1936) |
Por
su parte, Max Ophuls alcanza casi la perfección con Le plaisir, (1952) amalgama de tres diferentes cuentos de
Maupassant: La masque (La máscara), La maison Tellier (la Casa Tellier) y La modèle (La modelo), ingeniosamente
trabados y trabajados para pasar de uno a otro con agilidad y desenvoltura y
conseguir un resultado que solo se puede calificar de verdadera joya. En
realidad como todo el cine de Ophüls, que parece tocado de una gracia especial.
Su ritmo ondulante y armonioso, su elegancia y minuciosidad al abordar las
historias, su manera sugerente de rozar las más variadas emociones: el
erotismo, la ternura, el temor a envejecer, el ansia de vivir… cualquier tema
siempre tratado con una finura y un hacer leve y sutil que nos seduce y nos
arrastra suavemente a sus mundos armónicos, minuciosos, complejos, cargados a
veces de ironía o de humor y siempre de vida.
La
televisión francesa abordó en los años 2007, 2008 y 2011, la serie Chez Maupassant, en tres entregas que
contenían cada una de las temporadas un número notable de sus cuentos, en una
realización de gran calidad, que es una delicia visionar. Suponemos que
derivada de su éxito o simplemente en el contexto de difundir su literatura,
han ido produciendo en la misma línea otra serie en dos temporadas, 2009 y
2010, bajo el título Contes et nouvelles
du XIXe siècle, con
obras de otros escritores franceses como Balzac. Y ahora que las series están superando al cine en poder de
convocatoria no parece una mala recomendación.
Giancarlo Giannini (Racconti neri, 2007) |
Estos
cuentos de terror que figuran entre los escritos en la última fase de su vida
responden en gran medida a las pesadillas del autor, que acabó sus días
despeñado en la locura, y aún así manteniendo la fortaleza de objetivar sus
alucinaciones y narrarlas. A ellos debe esa negrura que flota sobre su imagen, pero
hay otro Maupassant también lleno de alegría de vivir, de sensualidad, de
lucidez para reflejar la vida alrededor y el goce de estar vivo: el parisino, que
allí, en París, pasó la mayor parte de su etapa adulta, protegido por Flaubert
a quien desde pequeño conocía y trataba; o el normando, el de la tierra de su
infancia, vivida en Étretat, bajo la positiva influencia de su madre, quien le
orientaría hacia la creación literaria. Y todavía nos queda otra faceta más de
este genio, la patriótica, que le tocó vivir como soldado la guerra
francoprusiana, (1870-1871), marcándole hondamente, y que, en consecuencia,
aborda a menudo en sus cuentos. Cada una de ellas será punto de partida para
infinidad de relatos ricos en tramas, profundidad de observación, variedad de
tonos y colores… Y en fin, cualquier contexto o momento de su vida, que de
todos ellos sabía generar argumentos y contárnoslos con esa habilidad para
captar el interés del lector y acaparar
su atención, propias del buen narrador.
¡Gracias,
Guy de Maupassant!
Estos genios/locos nos pueden hacer disfrutar mucho con sus obras y sus biografías pero casi todos tuvieron una vida muy desdichada. Un alto precio a pagar. Demasiado, quizás, Luis Manteiga Pousa
ResponderEliminarCierto, Luis, pero parece que la locura de Maupassant no era nada congénito, sino que se debió a la sífilis que en algún momento de su vida había contraído. Una desgracia que le produjo tremendos sufrimientos y se lo llevó del mundo siendo aún bastante joven (43 años) y privándonos a todos de lo que este genio podría haber seguido creando. ¿Una maldad del azar? De alguna manera sí, en la medida en que podría no haberla contraído. Pero también es verdad que en aquellas épocas, en que además era mortal de necesidad, no era demasiado difícil contraerla. Su padrino, Flaubert, también la padeció y ninguno de los dos debieron de ser casos muy excepcionales; se sabe al menos que otros escritores franceses, como Baudelaire y Daudet, también la padecieron, hasta el punto de que llegó a correrse la broma, bastante negra, de que la gran literatura francesa se acabó en 1928, cuando Fleming descubrió la penicilina: una manera de darle la vuelta a la tragedia.
ResponderEliminarAl parecer la sífilis vino de América con la tripulación de Colón y hasta el siglo XX no tuvo tratamientos suficientemente exitosos, así que durante más de cuatrocientos años estuvo campando a sus anchas y sembrando miedo y dolor por el mundo.
Me parece que ser un genio puede dar miedo.
ResponderEliminarSer un genio pienso que te hace ver más allá de lo que se ve a simple vista, hace que tu cabeza de vueltas incluso aunque no quieras, planteandote cuestiones que la mayoría de la gente no se plantea, que le des vueltas y vueltas a las cosas rompiendo los estereotipos. Desde luego, te quita tranquilidad y te hace vivir en la incertidumbre contínua. Y eso puede dar miedo. Ya se dice que la genialidad y la locura pueden estar muy cercanas y ese es otro de los posibles miedos, a enloquecer. Profundizar demasiado puede llevarte al abismo mental incluso, muy a menudo, sin llegar a ninguna parte satisfactoria. Por otra parte, la genialidad también puede ser apasionante, entrar en territorios desconocidos y conseguir grandes logros. Puede tener esa ambivalencia, como de algún modo las drogas. Maupassant, quizás un ejemplo.
ResponderEliminarMatizo mi comentario del 2O2O. Estos genios/locos, en su mayoría, tuvieron unas vidas bastante desdichadas. Pero también vivieron la otra cara de la moneda. Vivieron con gran intensidad, para lo bueno y para lo malo (a menudo mezclados), fluctuando entre los extremos, para el placer y para el dolor (también a menudo mezclados), en esa ambivalencia radical, mucho mayor que la habitual en la mayoría de las personas. En ese sentido, también hay una parte envidiable de sus vidas.
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