lunes, 15 de octubre de 2018

Actrices: Gloria Grahame (1923-1981) y Romy Schneider (1938-1982)


Dos generaciones distintas, dos diferentes tipos de mujer. Gloria con ese aire sensual y peligroso de mujer fatal tan característico de aquel cine del Hollywood de mitad de siglo veinte, Romy con una belleza elegante de europea cultivada que quiere hacerse perdonar su pasado.

Porque la Romy de madurez tiene un pasado, o mejor dos: el de sus inicios rosas en el cine alemán, cuando Sissi y sus secuelas, de las que ella reniega a veces. Y el que le viene de familia por la proximidad (¿ideológica?) a la cúpula nazi de sus progenitores, de su madre en especial, la también actriz Magda Schneider, a quien se le atribuía estrecha amistad con Goebbels e incluso con el mismo Hitler. 

Romy, nacida en Austria durante la Ocupación, en el seno de una familia proveniente de varias generaciones de actores, era de padre austríaco y madre alemana, y mantuvo la nacionalidad de la madre adquiriendo también la francesa. Fueron sus películas de adolescencia de la segunda mitad de los 50, Sissi, Sissi emperatriz y El destino de Sissi, una trilogía con la que rebasó fronteras y se hizo famosa. Luego vendrían sus trabajos de las siguientes décadas con directores como Visconti, Preminger, Orson Welles, Chabrol, Sautet, Clouzot, Losey, Granier-Deferre, Tavernier y tantos grandes de la cinematografía prioritariamente francesa pero también internacional del momento, trabajos por lo demás algunos de ellos altamente valorados. Pero por mucho que quiso hacer olvidar con sus obras de madurez aquellas historias de adolescencia sobre la emperatriz de Austria, éstas habían quedado grabadas en la sentimentalidad de los niños europeos que crecieron con esas películas, de manera que para ellos había dos Romys, la entrañable de su infancia y la mujer interesante, brillante y de enorme talento que demostró ser después. Un talento, reconocido por el medio cinematográfico con la concesión de dos César consecutivos por su actuaciones en Lo importante es amar (1976) y Una vida de mujer (1978).

La Sissi de  Marischka, 1955                                                           La Sissi del Ludvig de Visconti, 1972

Pero antes de estos trabajos sus incondicionales de la infancia ya nos habíamos reencontrado con ella en El proceso (Orson Welles, 1964), donde aparece dando la réplica a Tony Perkins en esa pesadilla angustiosa que es el mundo moderno visto por Kafka. O algo después en La piscina, (Deray, 1968), con Alain Delon como oponente; película a cuyo éxito no fue ajeno ese reencuentro con aquel amor de juventud; un noviazgo sonado en su día y que mantuvo en vilo a sus fans, llenando la prensa del corazón del momento. Pero sobre todo fue en el Ludvig de Visconti, reencarnando a nuestra Sissi con una madurez que nos deslumbró, donde volvería a ganarnos para su causa.

Es de justicia señalar su trabajo en Lo importante es amar, (L’important c’est d’aimer, Andrezej Zulawski, 1976), un melodrama oscuro, desasosegante y perturbador, como una de sus mejores actuaciones. Allí la actriz desbordó todas las previsiones por su capacidad para emocionarnos intensamente con esa su enorme aptitud para la tragedia.

https://www.youtube.com/watch?v=65qS_ieFd00

Continuaría dándonos más pruebas de su buen hacer hasta el mismo año de su muerte acaecida poco después de filmar Testimonio de mujer, (La Passante de Sans Souci, de J. Ruffio) a cuyo término pidió que constara al final de la proyección la dedicatoria Para David y su padre.

Aunque el cine la trató muy bien la vida le hizo vivir experiencias terribles, en particular la muerte accidental de David, su hijo, en el verano de 1981, una tragedia que no pudo superar. Destrozada, se encerraría en su casa, tratando de ahogar su pena en alcohol. Moriría al año siguiente, ¿fue de puro dolor, del llamado síndrome del corazón destrozado?, ¿fue suicidio?... Nunca se practicó la autopsia. La enterraron junto al niño en una localidad cercana a París.

La cineasta Emily Atef ha realizado, sobre sus últimos meses de vida, el film Tres días en Quiberon, premio del Cine Alemán a la Mejor Película en 2018.  No ha gustado a su familia, sin embargo, la imagen que de Romy refleja esta producción. La película a España aún no ha llegado; lo que es seguro es que guste o no la visión que proyecte de la actriz, no cambiará en absoluto la que los espectadores que han seguido su trayectoria vital a través de los años tengan interiorizada en su imaginario sentimental, donde sin duda Romy Schneider tiene ya su lugar propio bien asentado.  

Hasta aquí, nuestro recuerdo emocionado de Romy.

Gloria Grahame transmite otro tipo de mujer. Actriz de fuerte personalidad cosechó también tempranos y merecidos éxitos y nos dejó en la retina la imagen perturbadora de esas heroínas que con frecuencia encarnó: la chica del gángster, (Los sobornados), la mujer del jefe, (Deseos humanos) o cualquier otro perfil de mujer inquietante, pero siempre atrayente, una seductora peligrosa frente a la mirada misógina de aquellos tipos duros de historias oscuras en el estupendo policíaco de mediados del veinte.



No tenía una cara especialmente bonita, pero sí un cuerpo escultural y una manera de moverse ante la cámara que la hacía fascinante. Aparece en el Hollywood de la inmediata postguerra como actriz secundaria y ya en los primeros cincuenta ha ascendido a papeles protagonistas. Y es que su presencia ante las cámaras se hacía sentir al instante con fuerza, derrochando frescura y seguridad. Así queda patente por ejemplo en esa fugaz aparición como Violeta en Que bello es vivir (Capra, 1946). 


                                                    Como Violeta en qué bello es vivir

Por ello no cuesta entender que enseguida se hiciera famosa y es fácil recordarla en algunos de los títulos míticos del cine negro: En un lugar solitario, (In a Lonely Place, 1950, Nicolas Ray), donde obtuvo un Oscar, todavía como secundaria; Cautivos del mal, (The Bad and the Beautiful, Minnelli, 1952); Los Sobornados, (The Big Heat, Fritz Lang, 1953); Deseos Humanos, (Human Desires, Fritz Lang, 1954)… Trabajó con grandes directores del momento como –además de los ya citados- Frank Capra, Edward Dimitrick, De Mille, Von Stenberg, Elia Kazan, Zinnemann, Kramer, Robert Wise… Y uno de ellos, Nicolas Ray, fue el segundo de sus cuatro maridos, los cuales le dejaron una cosecha de otros tantos hijos.

Gloria Grahame y Humphrey Bogart , (En un lugar solitario, 1950)

A mitad de la década Gloria Grahame desaparece del cine prácticamente para siempre; sólo la volveríamos a ver y como secundaria en la famosa serie “Hombre rico, hombre pobre” (1976) y en dos películas de comienzos de los 80: Melvin y Howard, de Jonathan Demme, (1980) y La mansión, de Armand Weston, (1981). Sin embargo sí siguió en el teatro, compaginando actuaciones en Los Ángeles, donde habitualmente residía, y en diferentes ciudades de Inglaterra. Allí, concretamente en Liverpool, conocería en 1979 a Pete Turner, su última pareja, un joven actor principiante que ignoraba su pasado de diva de Hollywood; hasta ese punto se había eclipsado su fama y se había olvidado su corta pero brillante y exitosa carrera. Cuando se encuentran ella tiene 56 años y el 27. Y se quieren. Su historia discurre feliz hasta que un buen día, sin más explicaciones, Gloria corta toda relación con Pete, dejándole hundido y desconcertado. Varios meses después, en septiembre de 1981, ella volvió a dar señales de vida y le confesó el por qué de su brusca ruptura.

Pete Turner volcó toda su historia con ella en un relato autobiográfico que, con el mismo título, Las estrellas de cine no mueren en Liverpool, (Film Stars Don’t Die in Liverpool), ha llevado a la pantalla Paul McGuigan en 2017, con Annette Bening en el papel de Gloria y Jamie Bell como Pete.

Una cuidada puesta en escena, una historia interesante y poco conocida y una excelente interpretación hacen de ella una buena película que engancha y conmueve. Para los que recuerdan a la actriz en su paso por la pantalla, añade también un regusto amargo y un sentimiento de tristeza por ese duro final que la vida le reservó.

Gloria y Romy murieron con un año de diferencia; Gloria, olvidada ya en vida, completamente ignorada; Romy con su fama intacta, en activo y manteniendo su carácter de profesional de éxito. La muerte de Gloria paso desapercibida, la de Romy nos conmocionó. Ambas fueron dos grandes del cine y seguirán viviendo en sus películas y en el recuerdo emocionado de aquellos a quienes conmovieron con su personalidad y su buen hacer. Y también, seguro, en el de otros más a los que, gracias al cine, todavía pueden seguir conquistando.



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