La Gran Guerra.
Así la llamaron sus contemporáneos, porque después de ese horror parecía que ya
no podría llegar nada peor, que Europa se había curado de espanto y no volvería
a pasar por otra. El tiempo demostraría enseguida todo lo contrario; o bien que
la herida se había cerrado en falso y se reanudaba el conflicto o que los
humanos no tenemos enmienda. O ambas cosas.
En 2014
conmemoramos el centenario de su estallido, (28 de junio de 1914), que no conviene olvidar lo que no hay que
repetir, pero ahora celebramos el
centenario de su término acontecido cuatro largos años después. El día 11 del
11 a las 11 se firma el armisticio: final o tregua, según se considere la
segunda como continuación o no de la primera.
Pero sea cual
sea el enfoque, lo cierto es que después de esos más de cuatro años de locura
feroz, el mundo ya no volvió a ser el mismo y Europa en particular se desangró
para perderlo todo: su poderío hegemónico, su ilusa confianza en el progreso
ininterrumpido, su visión triunfalista de la historia y casi su autoestima. Cuando
pararon las balas, muerte y destrucción fueron la primera cosecha. Cuando
empezó la reflexión, el horror de lo vivido supuso un aldabonazo en las
conciencias tan sonoro que urgía entender todo aquello y advertir del peligro para
no reincidir.
El cine volvió
sobre los hechos para contarnos lo sucedido, el cómo, el por qué, las
consecuencias y la infinidad de aspectos interesantes de un asunto en verdad inagotable
por los miles de enfoques que ofrece. No sólo negativos, que aunque nada
compense los horrores de la guerra, llegado su fin muchas innovaciones surgidas
al calor de la contienda fueron positivas en la paz, como la incorporación de
la mujer al trabajo remunerado o la infinidad de avances científicos y técnicos,
desarrollados primero para la guerra, pero que luego se aplicarían a los tiempos
de paz y dulcificarían la vida cotidiana: avances en la aviación, la radio, la
fotografía, la medicina y tantos más.
Numerosas
películas han retratado esta época certeramente desde los ángulos más dispares:
el estallido del conflicto, el sufrimiento de la guerra, el juicio moral o los innumerables
cambios sociales. Películas que nos ayudan a entender la vida, la de entonces y
la de hoy, porque el tiempo vive en la imagen y la imagen en el tiempo.
Chaplin en Armas al hombro, (1918) |
Algunas, desde
muy pronto, utilizando el humor de antídoto frente a lo siniestro, como hizo Charles
Chaplin con Armas al hombro, (1918),
estrenada incluso antes de terminar el conflicto. No hay que olvidar que son
los films de Chaplin, en el mercado desde 1914, los que hacen reír a los
soldados en el frente y que Europa, aún sin industria cinematográfica propia,
los distribuye con celeridad.
Otras rezuman
nostalgia por el mundo irremediablemente perdido, como De Mayerling a Sarajevo, (1940), donde Max Ophüls recrea, con
mirada añorante, unos modos de vivir que la guerra barrería para siempre. El
mismo asunto, el asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria, es el
argumento de Sarajevo, (2014), pero aquí el austríaco Andreas Prochaska, su director, desmenuza
el atentado, que sirvió de espoleta impredecible para la conflagración, en
clave de crónica para nada nostálgica.
Sarajevo de Andreas Prochaska, (2014) |
Gran número de
películas atienden a sucesos o personajes del conflicto en escenarios ajenos a
Europa como Lawrence de Arabia,
(David Lean, 1962), en torno a aquel enigmático oficial británico y su singular
participación en la contienda, o La reina
de África, (John Huston, 1951), esa historia inolvidable en que una extraña
pareja, encarnada por Bogart y la Herpburn, remonta en una barcaza destartalada
el río Ulanda huyendo de los alemanes.
Las hay que
ponen el acento en la condición no europea de los contendientes como Gallipoli, (1981), donde Weir narra la
pérdida de inocencia de una pareja de soldados australianos en una campaña que
supuso el traumático bautismo de fuego para el ejército de su país.
Senderos de gloria, Stanley Kubrik, 1957 |
Las que inciden
en la condena moral de la guerra han dado lugar a títulos tan impactantes como Paths of Glory, (Senderos de gloria, Stanley
Kubrick, 1957), denuncia de un escandaloso hecho real ocurrido en el frente del
Marne; King and Country, (Rey y patria, Joseph Losey, 1964), durísima
crítica de la rigidez y arbitrariedad que puede imperar en el ejército; Johnny cogió su fusil,
(Dalton Trumbo, 1971), alegato antibelicista de extremada crueldad, o la
excelente La Gran Guerra, (Mario
Monicelli, 1959), con ese par de genios que fueron Alberto Sordi y sobre todo Vittorio
Gasmann, encarnando, en clave tragicómica, a dos reclutas del frente italiano; dos
personajes en las antípodas del ardor guerrero, atentos solo a sobrevivir en
plena batalla del Piave, que sin embargo les costará la vida. Verdaderas
herramientas, eficaces todas ellas, de toma de conciencia frente a lo
monstruoso, estúpido e inmoral de las guerras.
Tom Courtenay y Dirk Bogarde en King and Country, de Losey, 1964 |
Otras
historias se ocupan de la población en general, especialmente la civil, para
contarnos los efectos de la guerra sobre ellos: el entusiasmo colectivo en los
inicios de la contienda, prejuzgada desde la óptica de corta aventura
patriótica. El cambio de actitud de las gentes conforme se va alargando el
conflicto y se va asistiendo a las muertes de seres queridos. La escasez, la
desesperación y el cansancio frente a la duración interminable de la contienda y,
en fin, tantas y tantas consecuencias.
Hay una serie
inglesa, de esas que nunca defraudan, que dibujó todos estos aspectos de la
trastienda de la guerra integrándolos sabiamente en una trama que evoluciona en
el acontecer diario de la población civil, desvelando como de refilón la
aparición de nuevas necesidades, inquietudes, modos y modas de vivir. Se trata
de Upstairs, Downstairs (Arriba y abajo),
una producción de la BBC, rodada entre 1971 y 1975, de excelente guión e
interpretaciones y que, con el pretexto de contarnos la vida de una encopetada
familia de aristócratas en paralelo a la de sus sirvientes, nos muestra con detalle
cómo se comportaban las gentes de entonces, en qué creían, cuáles eran sus usos
y costumbres, cómo enfrentaron las desgracias sobrevenidas y de qué fueron
testigos. La serie, inglesa, se refiere a sus compatriotas, pero no es difícil
extrapolarlo a cualquiera de los restantes países europeos implicados en la
contienda.
Upstairs, Downstairs
no se limita a los años de guerra, sino que abarca las tres primeras décadas
del siglo XX, pero el hecho de tratar el antes y el después ayuda aún más a empaparse
de lo que supuso el conflicto, porque nos refresca cómo era previamente la vida
y nos evidencia hasta qué punto ya no podrá ser igual, porque las cosas nunca
vuelven al punto de partida.
He aquí
algunos ejemplos del modo en que los personajes de la serie se ven
condicionados por la guerra, en qué manera ésta los hiere y determina sus
cambios profundos y externos, conductuales, emocionales, y hasta la duración de
sus propias vidas.
Arriba y abajo, 1971-1975 |
La muerte de Hazel, la esposa del capitán James Bellamy (el hijo de la familia), por ejemplo, nos enfrenta con la terrible pandemia que la
guerra difundió y que la historia recoge como gripe española. La epidemia fue
tan grave, fueron tantos los millones de vidas que segó, que se considera con
mucho la mayor causa de muerte en toda la contienda. Se conoció con ese nombre
porque España fue quien dio la voz de alarma, pero vino a Europa en los barcos
de tropas estadounidenses que atracaban en Brest y ya se habían conocido en
Estados Unidos y en Francia infinidad de casos cuando estalló en nuestro país.
Sin embargo la censura militar de los estados beligerantes lo mantenía secreto
para no minar la moral de la tropa. España, como país neutral, no censuró las
noticias sobre la epidemia y de ahí que cargará con ese oscuro galardón de
adjetivarla.
En cuanto a la
moral de la tropa un episodio nos habla del sufrimiento del soldado en la
persona del propio James. Su enfermedad al regreso del frente
encara el tema de las psicosis de guerra, suceso que afectó a tantos
combatientes, incapaces de sobreponerse al horror de lo vivido: cuatro
interminables años en la sordidez de las trincheras. El pánico a la muerte, a
las amputaciones o las deformidades monstruosas e irreparables no infrecuentes
en una guerra tan cruel sobrepasaba la solidez emocional de muchos.
La mirada
sobre la población civil nos da también varias claves de la época. Por ejemplo,
el oficio de conductora de autobuses, que por falta de personal masculino
realiza la primera doncella, como aportación solidaria a la sociedad, es una muestra
de incorporación de las mujeres al trabajo remunerado hasta entonces reservado
a los hombres. Y este terreno así conquistado ya no consentirán ellas en
perderlo.
La serie, que
empieza en 1903, también toca el asunto de las sufragistas. Sufragistas
militantes serán Elizabeth Bellamy, la hija de familia, y su doncella. A ambas las veremos manifestarse
y ser encarceladas en la defensa de sus ideales, así que quizá también sea
oportuno recordar que será este año de 1918 cuando consigan su objetivo de
acceder al voto. En Inglaterra, claro, que el resto de Europa tendría que
esperar mucho más.
Por su parte,
el noviazgo de Rose, una de las doncellas, con un soldado canadiense de permiso
en Londres nos introduce también en otro asunto interesante: la participación
de las colonias en defensa de sus metrópolis. Canadá, que seguía siendo colonia
inglesa, se vio así involucrado en el conflicto europeo, sacrificio que al
terminar la guerra se esgrimiría como incontestable argumento para la concesión
de autogobierno, lograda al fin en 1929.
Películas como
Adios a las armas, (Borzage, 1932),
nos enseñaron a asociar para siempre esta guerra con otro tema, el de la mujer como
abnegado socorro del soldado. En esta serie, la dedicación de la duquesita a
los heridos alude al trascendental papel que tantas mujeres desempeñaron entonces
como enfermeras, algunas como profesionales, porque desde la guerra de los
Boers ya existía el cuerpo de enfermeras, y otras, las más, como voluntarias,
papel no excesivamente reconocido, pero que transformó radicalmente y para bien
la profesión. Muchas de estas voluntarias pertenecían a familias aristocráticas
o eran sus sirvientas tal como nos muestran en Arriba y abajo.
Y además de
introducirnos todos estos elementos que condicionan sus aconteceres, la narración
va cambiando el decorado de su existir conforme transcurre el tiempo. Y presenciamos
la eliminación de barreras que dificultan el nuevo estilo de vida femenino: se suprime
el corsé, la falda se acorta, la melena también… y se aflojan gradualmente las
rígidas convenciones entre clases sociales y entre personas de distinto sexo,
tan características de aquella sociedad envarada y tradicional. Estos usos son asimismo
elementos que llegan con la guerra para quedarse y que la historia sutilmente señala.
La serie es
tan buena y está tan magníficamente ambientada que transcurridas varia décadas
aún no ha sido superada. Tuvo tanto éxito que en los años 2010-2012 se rodó una
continuación, alargando el argumento hasta la segunda guerra mundial.
Downton Abbey |
La serie, que
abarca seis temporadas, dedica la segunda a los años de la primera guerra
mundial e introduce también en los diferentes episodios numerosos elementos alusivos
al conflicto. Uno en particular especialmente amargo, el que hace referencia a las deserciones, asunto espinoso
que aquí se aborda en el relato de lo que aconteció con el sobrino de la
cocinera, donde al dolor de la pérdida se une la humillación del castigo y la
vergüenza del honor familiar mancillado. Asunto tabú durante mucho tiempo, en
esta ocasión está tratado con generosidad y comprensión.
Excelentes
ambas series. La primera tiene sin embargo doble mérito con respecto a la
segunda, el de haberse anticipado tanto en el tiempo, y, el fuerte influjo que ejerce
sobre Downton Abbey, incapaz de
desprenderse del peso de su ascendiente. Aún con todo, ambas merecen el aplauso
más caluroso.