miércoles, 13 de febrero de 2019

Abismos de pasión


Duelo al sol y El olor de la papaya verde: dos películas en torno al amor. El tema no puede ser más común, pero éstas destacan por la energía con que consiguen expresar la intensidad del impulso sexual. No son obviamente películas pornográficas, es sólo que la tensión erótica entre los componentes de la pareja está mostrada con tanta fuerza que la vehemencia de su deseo lo contagia todo, inunda la escena y arrastra al espectador implicándole emocionalmente.

Gregory Peck y Jennifer Jones en Duelo al sol, (King Vidor, 1946)
Son historias radicalmente distintas: nada en los mundos que describen ni en su trama argumental las acerca, pero ambas logran sugerir el deseo físico y de posesión del otro como una pasión descomunal e invencible, un sentimiento arrollador que todo lo atropella apoderándose de la voluntad.

En el primer caso se trata de un western del Hollywood de los años cuarenta, Duelo al sol, (Duel of the Sun 1946), realizado por King Vidor, con Jennifer Jones y Gregory Peck como pareja protagonista; en el otro, de un melodrama vietnamita, El olor de la papaya verde (1993) de Trang Anh Hung, la primera de una trilogía que pretende recuperar el Vietnam de los años infantiles del realizador.

Duelo al sol surge como un regalo que O. Selznick, el productor de Lo que el viento se llevó, quiere hacerle a su novia, Jennifer Jones: una película que supere con la fuerza y la energía de su historia a la mítica Gone with the wind, aquel romántico melodrama sureño sobre la guerra civil estadounidense, quizá el film más taquillero del cine en lo que éste lleva de andadura.

Como es bien sabido Duelo al sol no logró desbancar aquel éxito anterior, pero sí convertirse en un clásico inolvidable, una buena película de género, donde lo de menos en realidad fue que se tratara de un wéstern y lo de más el resultado: un relato exacerbadamente romántico y pasional con una fuerte carga erótica.

Pero sí, el argumento se desarrolla en ese entorno del Lejano Oeste. Estamos en el rancho de un rico hacendado tejano. Una adolescente, Perla Chávez, ha quedado huérfana, víctima de un crimen pasional. Su padre, ciego de celos, ha matado a su madre en un rapto de ira, pero ésta, antes de morir, confía su hija a Laura Bell, la esposa de un poderoso cacique tejano, quien se la lleva a vivir con los suyos a Pequeña España, una hermosa hacienda que constituye su hogar. Pero no va a ser una más en la familia; la madre de la joven era una india y los prejuicios raciales del ganadero y de toda su sociedad impone barreras emocionales insuperables. La acogerán por la bondad de la mujer del cacique, papel que Lilian Gish, alejada del cine desde comienzos del sonoro, borda, consiguiendo el Oscar por esta interpretación.

Jennifer Jones como Perla en Duelo al sol, (King Vidor, 1946)
Aceptada a regañadientes, todos tratarán a la joven en el mejor de los casos con el paternalismo del que se tiene por superior: el amo ha metido en casa un animalillo salvaje y su mujer insiste en que hay que sentir compasión.

Son años de cambio, en que asoman nuevos tiempos que el ferrocarril anuncia y contra los que el cacique se rebela a pesar de la postura conciliadora de su hijo mayor, abogado y hombre tolerante y con visión de futuro. Y en ese paisaje de fondo, entre personajes más abiertos (la esposa, el hijo mayor) y más primitivos (el padre, el hijo menor) se superpone, resaltando con fuerza, la historia de la mestiza. Y todo lo demás empalidece a su lado.

Perla, la intrusa, tiene un carácter fuerte y una gran belleza. Y en ese entorno en que nada se le rinde se mantendrá siempre a la defensiva. Los hijos del amo, un par de jóvenes radicalmente distintos, no se gustan entre sí: moderado el mayor, un hombre cultivado; violento el pequeño, un verdadero salvaje, el verdadero salvaje en esta historia. Ninguno de los dos es indiferente a la personalidad de la recién llegada, es más, ambos van a acabar enamorándose de esta atractiva mestiza y ella se va a convertir en el motivo central de sus enfrentamientos más serios y enconados.

Jennifer Jones y Gregory Peck en Duelo al sol, (King Vidor 1946)
Pero Perla siente una pasión incontrolable por el más joven, un hombre guapo, brusco e impulsivo, un tipo rudo y lleno de prejuicios que no le dejan reconocer que a él le pasa lo mismo que a ella. Responderá al influjo de la mujer con agresividad y desprecio, porque no está dispuesto a rendirse ante una india salvaje. Y ella  responderá con rencor y dando suelta a un torrente de incontenibles sentimientos encontrados, de furia, de amor y de odio, confusamente enredados.

Ya no importa demasiado el espesor del medio en que la película se ambienta, ni tampoco ese enfrentamiento cainita entre los dos hermanos, que a priori parecía que serían clave en la historia. En realidad el verdadero tema es ese deseo dominador que va devorando a la pareja de amantes, fatalmente atraídos el uno por el otro aún a su pesar, y destruyéndolos. Un sentimiento avasallador que se ha infiltrado en sus almas atropellándolo todo y traspasando fronteras, incluso aquella irremediable que separa la vida y la muerte.

Lu Man San en El olor de la papaya verde, (Trang Anh Hung, 1993)
Y frente a esta película cargada de violencia y furor, El olor de la papaya verde es todo lo contrario: una historia que entra despaciosamente por los sentidos. Ya el título nos da una pista del peso que lo sensorial tendrá en lo que nos cuenta. La trama se va a desarrollar siempre en entornos quietos y caseros donde parece que respiramos el perfume de la teca en los muebles, y sentimos el calor tropical en la piel o la humedad de las plantas del jardín. Nos suspende el silencio sosegado de las estancias, apenas roto por los pasos sigilosos de unos pies desnudos, nos sobresalta el ruido de una gota al caer, nos alivia la penumbra fresca de los espacios interiores, tan gratificante frente al calor abrasador que presumimos en las calles, adonde la historia nunca nos asoma. Una película, en fin, muy contemplativa donde los diálogos son menos importantes que las imágenes y éstas logran decirlo casi todo.

Lu Man San en El olor de la papaya verde, (Trang Anh Hung,1993)
La historia avanza morosamente en torno a una adolescente que a lo largo del metraje se convertirá en adulta, primero sirvienta en casa rica adonde llega Mui, nuestra joven, con solo 10 años de edad, y a través de cuyos ojos se nos va a ir mostrando la vida en un hogar vietnamita de antes de la guerra americana. Un hogar donde ella es adiestrada dulcemente en sus tareas domésticas por la dueña de la casa, que ha perdido una hija que ahora tendría sus mismos años. Y también aprendemos a encontrar la belleza en los más humildes y pequeños acontecimientos de la naturaleza, que la mirada de Mui nos descubre: el resbalar del rocío por la hoja de una planta, el brotar de la savia blanca cuando se arranca una papaya de su árbol, la fiesta para los ojos en que se convierte la elaboración de un plato sin duda rico al paladar… Los contrastes entre los personajes se nos señalan igualmente casi sólo desplegándolos ante nuestros ojos, sin sentencias, sin juicios, sólo viéndolos vivir: el padre encerrado en sus preocupaciones, el hijo, pequeño tirano como dibujan sus actos, las demás sirvientas, afanadas, pululando por la casa. Y así transcurre sin demasiadas explicaciones verbales la primera parte de la película, informándonos de todo por la fuerza de las imágenes.

Tran Nu Yen Ke y Vuong Hoa Hoi en El olor de la papaya verde, (Trang Anh Hung 1993)
En la segunda parte nuestra joven ya es adulta y ha cambiado de residencia; ahora trabaja para un pianista, un hombre amigo de sus anteriores amos, joven como ella y a cuya casa acude con frecuencia su novia. Veremos a Mui viviendo siempre en interiores, ahora en un entorno aún más recogido que el anterior, que se nos va volviendo agobiante conforme vamos percibiendo a través de sus miradas como crece entre ella y el pianista un deseo cada vez más imperioso. Siempre sin apenas palabras, pero la corriente que con fuerza les va invadiendo nos la transmiten con toda su carga erótica sus miradas y sus silencios y es algo que parece adensarse en los oscuros corredores y rincones de la casa.

Así, sin muchas explicaciones vamos viendo crecer entre ellos esa mutua atracción cada vez más densa y agobiante que percibimos como si se pegase a su piel. Llega un punto en que él tiene que deshacer sus planes anteriores, romper con su novia y rendirse a la evidencia de que es Mui todo lo que anhela.

Así que en realidad no es más que un pequeño melodrama lo que esconde la historia, pero no importa demasiado, porque no es lo que cuenta; es en el modo en que nos contagia las sensaciones y en la intensidad con que lo hace donde reside la fuerza de esta película, delicada y hermosa, cuyas imágenes son a veces tan poderosas que se fijan insistentes en nuestra retina, desafiando al tiempo con firmeza.

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