Me gustan las
series españolas. No todas, claro; algunas son aburridas, están mal
documentadas o ambientadas; tal vez hechas con descuido, prisas o escasez de
medios, pero cuando salen bien son redondas. Y ello vale para todas, desde
aquellas de los primeros años (Fortunata y Jacinta, Los gozos y las sombras, La
huella del crimen, Juncal, La regenta…) a las realizadas ayer mismo. Este es el
caso de Fariña que rebosa veracidad desde la primera imagen.
Javier Rey presentando la serie Fariña, 2018 |
Son
años difíciles los primeros ochenta. Y los anteriores también: crisis
económica, escasez de trabajo… los pescadores lo tienen duro y alguno de ellos
caerá en la tentación de utilizar sus barcas no para pescar sino para un
comercio ilegal. En la Costa Brava y en Galicia ha surgido así un negocio turbio
que parece fácil: comprar tabaco rubio americano legalmente en Suiza e
introducirlo clandestinamente en España. Las autoridades no lo toman demasiado
en serio; hacen la vista gorda y desde luego los delincuentes cuentan, entre
los guardias, con la complicidad de más de uno. Además, traficar con un
producto de consumo habitual parece poco delito y éste del tabaco ya tenía su
historial en los sesenta, al menos en Galicia, cuando algunos lo pasaban clandestinamente
de Portugal; incluso tipos importantes, cercanos al poder. Y así van prosperando
estos “empresarios” con su negocio durante años. Sus actividades son secreto a
voces y no parecen tener consecuencias, hasta que en los primeros años ochenta
la legislación se endurece. Altadis, la empresa tabaquera nacional, cada vez es
más sensible a sus pérdidas económicas por esta causa y además la Comisión
Europea ya ha empezado a multar a las tabaqueras americanas por práctica tan
abusiva.
Fariña: los capos gallegos |
Y
así, en 1983, el tráfico de rubio americano comienza a sancionarse en España con
penas próximas a las de la introducción del hachís, que, sin embargo, dejaba
diez veces más beneficio. Por ello, dar el paso al hachís no les parece una
aventura desdeñable a los contrabandistas más jóvenes. El salto a la coca colombiana,
sería lo siguiente. De forma que, con la nueva generación y casi
insensiblemente, se cambia de manera radical el
modelo de negocio: de contrabandista de tabaco a narcotraficante.
Fariña: el recambio generacional |
Habíamos
visto antes bastantes películas españolas en torno al narcotráfico. Ya en 1983
Eloy de la Iglesia se adelanta a todos con El
pico, donde trata con dramatismo el efecto devastador de las drogas. Y en
1989 Colomo vuelve a abordar el tema en su divertida Bajarse al moro, aunque aquí el comercio de hachís no pasa de puro trapicheo de
cuatro infelices mientras el fin buscado por la película es hacer reír y no la
malignidad de las drogas ni la denuncia de las mafias organizadas. Desde
mediados de los noventa son ya frecuentes las obras que tocan el tema desde el
ángulo dramático de los efectos de su consumo y nos dan además a veces estampas de
narcos como individuos peligrosos, (Salto
al vacío, Calparsoro, 1995; Airbag, Bajo Ulloa, 1997; Todo es silencio, Cuerda, 2012), pero
quizá hay que esperar a fechas más cercanas para encontrar una película que haya
abordado el tema con una visión más panorámica de lo que supone el comercio
ilícito de las drogas. Es lo conseguido en El niño, que
Monzón realizó en 2014 partiendo de una historia real donde nos muestra magistralmente
las proporciones que el asunto ha alcanzado, logrando una aproximación al tema
más esclarecedora.
Fariña: las madres de los destruidos por la droga |
Pero
esta serie de Fariña aporta algo nuevo a todo esto que el cine nos ha ido mostrando
antes y es la respuesta a esa pregunta que muchos se hicieron ¿Y esto cómo ha
podido suceder? Fariña asume el trabajo de ponernos ante el problema desde su
surgimiento y contarnos su evolución y el paulatino desarrollo de sus efectos
en nuestra sociedad. Lentamente vemos crecer el asunto desde el negocio de poca
monta hasta el monstruo descomunal en que se ha convertido, capaz de infectarlo
todo y amenazar seriamente la salud pública. Y ello poniendo el foco en tan solo
uno de sus puntos de entrada, esa ría gallega, para diseccionarlo y acercarlo a
nuestros ojos en toda su dramática realidad.
La
serie nos cuenta este cambio y lo que sucedió a continuación. Está ambientada
en los lugares reales y con actores que se expresan en un español con acento
gallego, decisión que será su primer acierto, al menos a escala nacional, donde la hace todavía más creíble. El ritmo; la calidad del guión;
la excelencia de los actores; en definitiva, lo bien contada que está para
lograr acercarnos a un asunto de todos conocido por la prensa, y motivo de
preocupación, pero vivido con la distancia de lo que no parecía tan alarmante…
todo se confabula y entrecruza para hacer de esta historia algo que nos
engancha, nos hace seguirla con los cinco sentidos y nos obliga a tomar conciencia de la
gravedad de lo narrado.
La
serie, creada por Ramón Campos, ha sido bien dirigida por Carlos Sedes y Jorge
Torregrossa. Javier Rey, como Sito
Miñanco, y, Bajo Ulloa, como el sargento Darío Castro, encabezan un plantel de
actores donde todos rivalizan por hacer creíbles a sus personajes. Y desde
luego lo consiguen sobradamente. Rodada en los escenarios reales, nos da un
perfecto retrato de la Galicia de los ochenta, arropada con música de grupos autóctonos e interpretada por actores gallegos que hacen aún más creíble el sabor
local que la serie borda.
Consta
de diez episodios, uno por año, que abordan los hechos ocurridos entre 1981 y
1990, abarcando así toda la década de los ochenta. Estrenada entre febrero y
mayo de 2018, resultó muy exitosa desde el primer día, tanto de público como de
crítica, haciéndose enseguida con un montón de galardones correspondientes a
los siguientes premios para 2018: el Ondas a la mejor serie y cuatro Iris que premian las siguientes categorías: mejor ficción, dirección, actor protagonista
y guión. No se puede pedir más.
Una
serie, en fin, que a nuestro juicio puede competir con lo mejor de la
producción mundial.
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