martes, 12 de mayo de 2020

Las películas de vaqueros


Las películas de vaqueros, que llegaron a alcanzar tanta fortuna y difusión como para formar todo un género e incluso ser copiadas por diferentes cinematografías europeas y asiáticas están fuertemente entrelazadas con el despertar de Hollywood, ese barrio de Los Ángeles que acogió a la industria estadounidense del cine desde su primera infancia y llegaría a proyectarla al mundo de manera tan exitosa.

Asalto y robo de un tren (The Great Train Robbery, Porter, 1903)

Para considerarla como película de vaqueros, bastaba en principio con que la historia se desarrollara en el Oeste de los Estados Unidos cuando aún era territorio recién anexionado y por lo mismo inexplorado, que los personajes se vistieran como vaqueros y que se liaran a tiros. Enseguida la cosa se convirtió en un enfrentamiento entre buenos y malos, para ir derivando a la exaltación épica del nacimiento de una nación, el proceso de fundación de los Estados Unidos, donde los buenos son los colonos que van implantando su civilización y los malos los indios, salvajes que hay que exterminar porque son un peligro para la vida de los pacíficos civilizadores. Poco a poco las historias se van haciendo más ricas en contenido y van cargando de matices psicológicos a sus personajes hasta generar un friso de caracteres que trasciende lo local para presentar tramas que podrían trasplantarse a otros diferentes escenarios.





El primer western cinematográfico se debe a Edwin S. Porter que en 1903 realizó Asalto y robo de un tren (The Great Train Robbery), pero su época dorada se extiende entre los años 40 y 60 del siglo veinte. Ford, Hawks, Wellman, Aldrich, Man, Walsh, Ray, Vidor, Zinemann, Stevens y tantos otros nos han dejado ejemplos señeros en este género; algunos cultivándolo con una dedicación casi exclusiva, como John Ford, (La Diligencia, Pasión de los fuertes, Centauros del desierto o El hombre que mató a Liberty Valance,) y otros, como Alfred Zinneman, solo en ocasiones pero ocasiones trascendentales para el género como su legendaria Solo ante el peligro.























El caso es que todos ellos realizaron títulos inolvidables que gozan todavía de la aceptación general: La trilogía de Hawks (Rio rojo, Río bravo, Río lobo); Tambores lejanos (Distant Drums,1951) de Raul Walsh;  Caravana de mujeres (Westward the Women, 1951) de William Wellman; Johnny Guitar (1954) de Nicholas Ray; Duelo al sol (1946) de King Vidor; Raices profundas (Shan, 1953) de George Stevens; Veracruz (1954) de Robert Aldrich; Horizontes de grandeza (The Big Country, 1958) de William Wyler… figuran entre las decenas de obras espléndidas que hemos visto repetidas veces y siempre acaban enganchando de nuevo.





















Con el cambio de década la producción entra en decadencia, el género deja de estar de moda, el racismo latente e incluso descaradamente manifiesto en tantas de ellas empieza a chocar con la mentalidad del momento, la ingente cantidad de títulos del género comienza también a saturar… en fin, el caso es que Hollywood va descartando el desarrollo de sus tramas en aquellos escenarios y ambientaciones.

Sin embargo, en el sur de Europa ha resurgido el género con extraordinaria vitalidad. Directores de cine italianos como Sergio Leone, en escenarios españoles (parajes en las provincias de Burgos y Huesca, la Sierra de Madrid, y sobre todo el desierto de Tabernas en Almería…) están haciendo westerns muy originales, en los que, gracias a Ennio Morricone, la música se ha convertido en personaje de primera. Se producen a cientos y despectivamente empiezan a ser conocidos como Spaguetti Westerns, pero algunos de ellos son extraordinarios y acaban imponiéndose por su calidad y originalidad, en especial la famosa trilogía del dólar, con Clint Eastwood de protagonista.


Personajes rudos, turbios y engañosos que reaccionan con extremada violencia en tramas que giran siempre en torno al amor, la amistad y la muerte. Individuos solitarios y violentos que encarnan nuevos mitos, antihéroes que desmitifican a los héroes de una pieza del western clásico y que no carecen sin embargo de patrones morales. Historias contadas con poco presupuesto y mucho ingenio, aprovechando en infinidad de ocasiones decorados ya utilizados y generando una estética propia, naturalista y estilizada a la vez. Historias en las que el acompañamiento musical se revela como parte protagonista del film. 

Ya había pasado antes, recordemos la melodía de Solo ante el peligro, por ejemplo, tan evocadora de la película



Pero ahora se siente de manera consciente como absolutamente fundamental y nuclear de la trama y desde el primer acorde se identifica intimamente con el relato. 



Y en fin, el caso es que el espaguetti western, tan despreciado en sus inicios, acaba convirtiéndose en un brillante episodio del cine europeo. La trilogía del dólar de Sergio Leone: Por un puñado de dólares (Per un pugno di dollari, 1964), La muerte tenía un precio (Per qualche dollaro in più, 1965) y El bueno, el malo y el feo (Il buono, il brutto, il cattivo, 1966) son los títulos de culto por excelencia. Pero otros directores como Corbucci, Valeri, Castellari o el español Romero Marchent realizaron otros westerns también interesantes.

La oferta comienza a declinar en la década de los 70 y cuando parece que definitivamente el cine del Oeste está ya muerto y enterrado, cierta nostalgia por aquellas historias le hará renacer, esta vez de nuevo en América. Es lo que se ha denominado el western crepuscular que nos ha ido ofreciendo un rosario de títulos interesantes desde los primeros 70 y a lo largo del último cuarto del siglo veinte. 


      
                           
Títulos como Pequeño gran hombre (Little Big Man, Arthur Penn, 1970); La puerta del cielo (Heaven’s Gate, Michel Cimino, 1970); La balada de Cable Hogue (The Ballad of Cable Hogue, Sam Pekimpah, 1970);  Forajidos de leyenda (The Long Riders, Walter Hill, 1980), Bailando con lobos (Dances with Wolves, Kevin Costner, 1990) y, sobre todo, El jinete pálido (Pale Rider, 1985) y Sin perdón (Unforgiven, 1992), dos incursiones de Clint Eastwood en este género que le revelan como el verdadero modernizador del cine del Oeste.
















Y con respecto al siglo XXI, Apaloosa (2008), de Ed Harris, Django desencadenado (Django unchained, 2012) y Los odiosos ocho (The Hateful Eight, 2015), de Quentin Tarantino, así como No es país para viejos (No country for Old Men, 2007) o La balada de Buster Scruggs (The Ballad of Buster Scruggs2018), de los hermanos Coen, son también buena muestra de que el género no se resiste a morir. Eso sí, convenientemente renovado con otros enfoques, que a su vez van respondiendo a nuevas sensibilidades y valores.


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