Impagable la habilidad de hacer reír.
Por ahí empezó el cine a conectar con el público, con esos genios del humor que
fueron los grandes cómicos del mudo como Buster Keaton, Charles Chaplin, Harold
Lloyd o tantos otros algo menos famosos que hacían reír hasta las lágrimas con
sus caídas, tartazos, golpes y contragolpes… El cine estaba en su infancia y el
espectador funcionaba como un niño.
Harold Lloyd en su escena más famosa |
Poco a poco dejaría de
bastar con los porrazos, la demanda se volvería más exigente y las tramas más
sutiles. Quizá de estos sus comienzos algo primitivos derivará el tópico de
considerar menos valiosas las películas de humor respecto de las dramáticas,
pero algún día se haría evidente que eso de hacer reír era lo más difícil de
todo.
En una panorámica
histórica rápida es fácil observar cómo, en el cine hecho en los Estados Unidos,
(que, por lo demás antes o después se verá en toda Europa y más allá), a
caballo entre el mudo y el hablado, Laurel y Harvey (el Gordo y el Flaco en
España) continúan esa tradición de divertir con las torpezas y los actos
fallidos, mientras los hermanos Marx inauguran un humor del absurdo
extremadamente ingenioso, corrosivo, hilarante y revolucionario que
desembocaría en la comedia alocada y la alta comedia (Capra, Sturges, Hawks,
Lubitsch…). Después de la contienda, durante la llamada guerra fría, la sociedad
se va volviendo más y más puritana, y así, a lo largo de los años cincuenta y
primeros sesenta empiezan a proliferar en Hollywood comedias sosas y mojigatas
que parece que fueran a arrinconar las estupendas precedentes, pero algunos genios
como Billy Wilder salvan el humor de aquellos años y posteriores. Luego vendría
Woody Allen a renovar el humor y muchas de sus películas supondrían también un
soplo de aire fresco.
En Méjico destaca Mario
Moreno, Cantinflas, que debutó en el cine a mediados de los años treinta y experimentó
un fuerte impacto en todo el mundo de habla española, sobre todo en las tres
décadas siguientes aunque continuaría en activo hasta principios de los
ochenta.
En Europa sobresale ampliamente
por su vena cómica la comedia italiana de los años sesenta. Peter Sellers en
Gran Bretaña, Jacques Tati en Francia, y en el cine español, Berlanga primero y
Almodóvar bastante después. Aunque muy afamados tanto Peter Sellers como Jacques
Tati, sus respectivos sentidos del humor
son muy particulares, por lo que quizá tampoco gocen del general aplauso y,
vistas con perspectiva, sus visiones de lo cómico hayan perdido eficacia. Hay
además toneladas de películas fácilmente etiquetadas como graciosas sin serlo,
que es demasiado difícil hacer reír. Y lo peor de todo, que cuando no se logra la
chispa se cae en el efecto contrario; por eso hay tantas historias clasificadas
convencionalmente como de humor que
resultan infumables, toscas, groseras, empalagosas... aplastando con su número
verdaderas joyas de la comicidad.
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Rescatando alguna de
estas joyas, qué divertido es recordar Ser o no ser (To be or not to be, Lubitsch, 1942) o volver una y otra vez a Con faldas y a lo loco (Some Like it Hot,
Billy Wilder, 1959), dos títulos que jamás defraudan.
El primero es obra de
Ernest Lubitsch, un judío alemán emigrado a los Estados Unidos en 1922. Tenía
30 años y era ya un maestro consumado cuando llegó a su nuevo destino donde
desarrollaría un tipo de comedia refinada e irónica, con un estilo personal
mezcla de sutileza, ironía, frescura, cinismo y gracia sin igual. Y todo ello había
que añadirlo a su enorme talento para sugerir con imágenes lo que de forma
explícita no se mostraba. Realizó un buen número de películas con brillantes
resultados, y de entre ellas Ser o no ser constituye sin duda su obra cumbre.
La trama gira en torno a una compañía teatral, que, en la Varsovia ocupada por los nazis, urde un plan para evitar que cierta información sobre los grupos de resistencia caiga en manos de los ocupantes. Disfrazándose de militares alemanes, suplantando personalidades y moviéndose en terreno enemigo se va desarrollando el argumento que nos cuentan estos cómicos, una historia de sátira política, heroísmo, celos y, vanidad extremadamente hilarante e ingeniosa.
Su argumento: dos músicos de medio pelo han presenciado involuntariamente, durante la ley seca, una matanza entre mafiosos, la famosa masacre de la noche de San Valentín, verdadero hito en la historia del crimen organizado en EEUU. Sorprendidos por los matones tendrán que escapar de sus garras, lo que les lleva a enrolarse en una orquesta de señoritas, nada raras entonces cuando aún no las había mixtas. Así, disfrazados de chicas, inician su escapada que les enredará en una serie de hilarantes peripecias sin fin.
Ser o no ser (To be or not to be, Lubitsch, 1942) |
La trama gira en torno a una compañía teatral, que, en la Varsovia ocupada por los nazis, urde un plan para evitar que cierta información sobre los grupos de resistencia caiga en manos de los ocupantes. Disfrazándose de militares alemanes, suplantando personalidades y moviéndose en terreno enemigo se va desarrollando el argumento que nos cuentan estos cómicos, una historia de sátira política, heroísmo, celos y, vanidad extremadamente hilarante e ingeniosa.
Realizada en los Estados
Unidos en plena guerra mundial, cuando estos acaban de incorporarse a la
contienda, la obra no puede abordar una trama más contemporánea, lo que
convierte a esta burla del nazismo, cargada de gracia e ingenio, en una
película además valiente. Los personajes creíbles, las situaciones divertidas, los
diálogos brillantes y la agilidad y desenvoltura en el desarrollo de la acción son
tales que suspenden y admiran al espectador. Carole Lombard, su guapa
protagonista femenina, casada entonces con el mítico Clark Gable, no llegaría a verla
estrenada. Con tan solo 33 años moriría en un accidente de aviación, cuando
regresaba de una actividad de apoyo a la guerra para acudir precisamente al
estreno de Ser o no ser. Su temprana
muerte pondría fin a una carrera muy prometedora.
Con faldas y a lo loco se rodó en un contexto bien diferente. También en Estados
Unidos, pero en unos años muy conservadores cuando allí marcaban la tónica las
comedias ñoñas y almibaradas de Rock Hudson y Doris Day. Por fortuna quedaban
otros realizadores como Vincent Minnelli, Howard Hawks y sobre todo Billy
Wilder, su director, que seguían haciendo como siempre unas películas extremadamente
divertidas, inteligentes, elegantes y libres, ajenas a la gazmoñería ambiente.
Tony Curtis y Jac Lemond en Con faldas y a lo loco (Some like it hot, Billy Wilder, 1959) |
Billy Wilder, también
judío centroeuropeo, austríaco en su caso, había emigrado a Estados Unidos en
1934 huyendo de los nazis. Allí comenzó a trabajar como guionista colaborando
como tal y en repetidas ocasiones con Ernest Lubitsch. Los argumentos de sus películas,
llenos de paradojas, ironías y giros sorprendentes responden desde luego a su ingenio,
que con frecuencia se nos antoja cercano al de éste. Él mismo comentaría cuando
pasó a la dirección que ante escenas difíciles de resolver siempre se preguntaba
cómo lo habría hecho su maestro Lubitsch.
Escenas de Con faldas y a lo loco (Some like it hot, Billy Wilder, 1959) |
Con faldas y a lo loco es otra obra genial, otro tesoro del cine. Un juguete cómico
desternillante, parodia del género de gángsters y enredo delicioso, con diálogos
sutiles y regocijantes, que se suceden ágiles sin dar tregua al
espectador… lo tenía todo esta película para ser una obra redonda. Y lo logró con creces.
Escenas de Con faldas y a lo loco ((Some Like it Hot, Billiy Wilder, 1959)
Su argumento: dos músicos de medio pelo han presenciado involuntariamente, durante la ley seca, una matanza entre mafiosos, la famosa masacre de la noche de San Valentín, verdadero hito en la historia del crimen organizado en EEUU. Sorprendidos por los matones tendrán que escapar de sus garras, lo que les lleva a enrolarse en una orquesta de señoritas, nada raras entonces cuando aún no las había mixtas. Así, disfrazados de chicas, inician su escapada que les enredará en una serie de hilarantes peripecias sin fin.
Marilyn Monroe en Con faldas y a lo loco (Some like it hot, Billy Wilder, 1959) |
Tony Curtis, Marilyn
Monroe y sobre todo Jack Lemmon están esplendidos en esta historia tan bien
contada, que engancha al espectador desde su inicio y no le deja un respiro
hasta el final. Una película que vuelve a divertir y a atrapar como el primer
día a aquel que repite su visionado; cosa nada infrecuente por la gracia
inagotable que destila.
Genios del humor irrepetibles
a quienes generaciones y generaciones de espectadores seguiremos estando
profundamente reconocidos.
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