lunes, 15 de junio de 2020

Lobos de mar


Hay un tipo de cine de aventuras que bien merece reflexión aparte, ese que cuenta historias que suceden en los mares, lances de marinos, de cazadores de grandes cachalotes, de piratas y corsarios, y a veces también de orgullosos funcionarios de almirantazgos o incluso de cualquier otro espécimen de lobo de mar.

Gregory Peck y Ann Blyth en El mundo en sus manos (The World in His Arms,Walsh, 1952)

Si hubiera que elegir entre todas ellas no habría mejor opción que El mundo en sus manos (The World in His Arms,1952), relato de las andanzas de uno de estos seres en particular, el valiente cazador de focas conocido como El hombre de Boston, capitan de la goleta La Peregrina de Salem. Se estrenó en 1952, la dirigió Raul Walsh y cuenta las peripecias de este atrevido aventurero, hombre de buena presencia y buen temple, sólido y carismático, querido por su tripulación y admirado por su rival, el portugués, rápido y astuto personaje, siempre envidioso de todo lo que él posee y constantemente hostil y perseguidor de su sombra. Además de sus vicisitudes, la película recrea también su encuentro y enamoramiento de una princesa rusa, hecho que acabará por alterar sus planes iniciales y dará un giro a su vida.

Anthony Quinn y Ann Blyth en
El mundo en sus manos (Walsh, 1952)
La historia, bellísima en sus colores y perfecta en su desarrollo, de ritmo envidiable y diálogos ingeniosos, es una verdadera joya, que se disfruta con ánimo entregado, y se atiende con regocijo creciente al espectáculo de sus aconteceres. Y ese juego de rivalidades entre el leal hombre de Boston, un joven y atractivo Gregory Peck deslumbrante en su papel, y el tramposo portugués, un genial e inspirado Anthony Quinn; sus carreras en la mar, compitiendo por la primacía marinera, y sus luchas en tierra, verdaderas danzas de estupenda coreografía, en ese entrañable y lujoso hotel californiano… todo ello, y su constante buen humor, mantienen el ánimo expectante y el alma tan divertida que te gustaría que nunca terminara tan estupendo relato. Un canto a la libertad y al optimismo con sus pinceladas románticas para que nada le falte a esta cuento lleno de luz y alegría.

Escena de El mundo en sus manos

Aventuras de cazadores de focas como ésta, de pescadores de piezas desmesuradas como El viejo y el mar (The Old Man and the Sea, Sturges, King y Zinnemann, 1958) o de alucinados perseguidores de ballenas como Moby Dick (Huston, 1956) son trasuntos literarios que el cine nos ha recreado con fortuna.

El viejo y el mar, basado en la novela homónima del famoso Premio Nobel Ernest Hemingway, nos cuenta la historia de un anciano pescador en mala racha, que un día verá cambiar su suerte, al picar en su anzuelo un hermoso ejemplar de pez. Con Spencer Tracy en el papel protagonista, la película consiguió el Oscar en 1958.

Escena de Moby Dick

Por su parte Moby Dick, adaptación de la novela del mismo título de Herman Melville, es una estupenda película de John Huston, centrada en recrear en imágenes la obsesión del trastornado capitán Ahab por dar caza a la ballena blanca que años atrás le arrancara una pierna. De nuevo Gregory Peck dando vida brillantemente al alucinado protagonista. Y como complemento de la película, John Huston, en sus memorias, nos revela sabrosas anécdotas de su rodaje en las Navidades de 1954 en la preciosa playa de las Canteras allá en Gran Canaria así como de las tomas reales de caza de cachalotes que se hicieron en aguas de Canarias y Madeira.


Escena de La mujer pirata (Anne of the Indes, Tourneur, 1951)

Y muy cerca de estos lobos de mar quedan los numerosos relatos de piratas, tan de moda en aquellos mismos años cincuenta y de nuevo hoy en el candelero gracias a títulos como los de la saga de estos Piratas del Caribe que vuelven incansables con el cambio de siglo. Ya el cine mudo abordó esta temática (El pirata negro, 1926), pero seguramente fueron los años cincuenta los de apogeo del género con títulos como La mujer pirata (Tourneur, 1951), con una intrépida Jane Peters pilotando sabiamente el Reina de Saba y mandando con firmeza sobre una tripulación de rudos marineros;

El hidalgo de los mares (Captain Horatio Hornblower Walsh, 1951), donde encontramos otra vez a Gregory Peck cruzando ahora los océanos como capitán de navío de la armada británica; La isla de los corsarios (Against All Flags, Sherman y Sirk, 1952) que nos cuenta los amores entre Errol Flinn, al servicio de su majestad británica, y Maureen O’Hara, aquí llamada Spitfire, única mujer pirata en la comuna de facinerosos donde el audaz corsario se ha infiltrado para cumplir delicada misión; El temible burlón (The Crimson Pirate, 1952), en que Burt Lancaster, encarnando a un peligroso pirata, capturaba un galeón español en aguas del Caribe; Su majestad de los mares del Sur (, 1954), donde de nuevo Burt Lancaster, naúfrago ahora en una isla, se hace allí con su absoluto dominio; Los contrabandistas de MoonFleet, (Fritz Lang, 1955), un canto a la amistad, cuyo protagonista iba a ser Marlon Brando pero acabó siendo Stewart Granger; o el Peter Pan (1953) de la factoría Disney, con su tenaz perseguidor el capitán Garfio, por siempre inolvidable. Pero es que aquel brillante tecnicolor dotaba a las historias de toda la magia del mundo. Y actores como Errol Flynn, Gregory Peck o Burt Lancaster daban vida de manera irreprochable a aquellos aguerridos personajes, mientras que en la dirección estaban cineastas de la talla de Jacques Tourneur, Raoul Walsh, Robert Siodmak o Fritz Lang para contarnos sus arriesgados hechos con todo su talento y buen hacer. Y de los soberbios dibujos animados de Peter Pan sobra todo comentario, que ellos hablan por sí mismos.

                                                                Peter Pan (Luske, Geromini, Jackson, 1954)

A veces, además de la calidad, son sus tramas las que resultan inagotables, como sucede con la estupenda narración de Stevenson, La isla del Tesoro, adaptada una y otra vez (1934, 1950, 1972, 1973, 1990, 1996, 2002, 2012) sin que se agote el deseo de volver a vivirla. Por su parte la saga de Piratas del Caribe, que ha puesto de nuevo en actualidad las películas de este género, está inspirada en la atracción del mismo nombre del Parque Temático de Walt Disney y cuenta hasta ahora con cinco episodios de una serie, de resultados desiguales pero exitosos en general, lo que hace esperar nuevas y emocionantes entregas.

Escena de Rebelión a bordo (L. Milestone y C, Reed, 1962)

Hay quizá otros lobos de mar, integrados esta vez en marinas nacionales, como sucede con el capitán de fragata de la marina británica William Bligh, protagonista de una historia real, que no producto de la ficción, cuando, al mando de la Bounty, sufrió en 1789 la rebelión de su tripulación, que hasta llegó a abandonarle en una lancha en medio del Pacifico con 18 de sus fieles y sin cartas de navegación. Y en esa tesitura fueron, con Bligh al mando, capaces de llegar hasta la isla de Timor a 6700 km. de distancia, proeza que figura con letras de oro en la historia de la Naútica. El cine nos ha contado esta sublevación en cinco diferentes ocasiones: Una primera versión, muda, de Raymond Longford de 1916 y cuatro sonoras, In the Wake of the Bounty (Chauvel, 1933); La tragedia de la Bounty (Franck Lloyd, 1935), con Charles Laugthon y Clark Gable en sus principales papeles;  Rebelión a bordo (L. Milestone y C. Reed, 1962) con Marlon Brando y Trevor Howard y, la última, Motín a Bordo (Donaldson, 1984) con un plantel de actores también de primera fila entre los que destacan Mel Gibson, Anthony Hopkins, Laurence Olivier, Edward Fox, Daniel Day-Lewis y Liam Neeson.



Este dramático acontecimiento, que se adscribe tal vez mejor al cine histórico, figura aquí porque sin duda constituye una estupenda historia de sucedidos en los mares cuyo contenido aventurero nos parece difícilmente discutible y recio también el temple de sus protagonistas.

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