Agatha Christie viene ocupando un lugar
más que confortable en el imaginario cultural occidental durante casi los
últimos cien años, si consideramos que su primer policíaco se publicó en 1920 y
que en esa misma década se había llevado ya una de sus obras al cine, lo que parece
confirmar que no tardó en hacerse famosa.
Traducida a más de un
centenar de lenguas y con miles de millones de ejemplares vendidos, tal vez la
lectura de su obra hoy no alcance el entusiasmo que despertó a mediados del
veinte, pero a cambio es mucho más conocida. De hecho, estamos acostumbrados a oír
hablar de Agatha Christie como de la escritora más leída mundialmente y sabemos
que las adaptaciones al cine de sus relatos son innumerables, así que quizá no
sobre un comentario en torno a su figura.
Ciertamente son muy
numerosas las películas que nos recrean una y otra vez sus tramas de misterio,
pero en general no hay grandes realizaciones del cine que destacar en la marea
de versiones que sus obras han experimentado. Excepción hecha de la magnífica Testigo de Cargo (Witness for prosecution) con que Billy Wilder nos obsequió en 1957.
En aquella ocasión una estupenda puesta en escena, esos diálogos geniales que
le son propios al director, y los espléndidos actores que dieron vida al relato,
potenciaron la intriga de la trama y nos hicieron disfrutar a fondo.
Excelente también fue la versión
que Sidney Lumet hiciera en 1974 de Asesinato en el Orient Express, una novela de la saga de Poirot, llevada asimismo al
cine infinidad de veces, pero en este caso de una manera inusualmente
brillante, con Albert Finney como el detective belga y un reparto por lo demás
glamuroso.
Habría que señalar asimismo
Diez Negritos, pero más por el número
de sus versiones que por la calidad de las mismas. Entre las más celebradas no
obstante, la que René Clair realizara en 1945 y la de Peter Collinson, de 1974,
aunque la que ha recibido mejores
críticas es la rusa Desyat negrityat
realizada por Stanislav Govorukhin en 1987.
En resumen, que aunque muy versionada son pocos
los resultados destacables que sus misterios han alcanzado en cine. Y aún así algo tienen las historias de la Christie que
producen adición, y mejor o peor contadas siempre estamos dispuestos a volver a
verlas. El mundo decadente de sus personajes, el exotismo de sus lugares cuando
no son intensamente british, la
recreación de la época, generalmente bien conseguida, o el juego de adivinanzas
que propone en torno al asesino son todos ellos elementos causantes de la fascinación que destilan sus intrigas. Por separado ninguno es suficiente, pero esa mezcla, ese contener un poco de todo, es quizá el secreto
de su atractivo. Y en muchos casos también la brillantez del elenco de actores a
los que a menudo se recurre en sus repartos.
Éstas son seguramente las claves de que, aunque en la gran pantalla no haya superado un éxito discreto, en el mundo de las series en
cambio su obra esté resultando un verdadero filón. Y es fácil constatar cómo ha
reverdecido últimamente el interés por sus tramas de crímenes, como muestran
las sucesivas realizaciones en torno a sus ficciones. La casa torcida, El misterio de la guía de ferrocarriles, Inocencia
trágica… son algunas de las miniseries más recientes con las que la BBC nos
deleita, sin olvidar claro series de mayor tirada de años inmediatamente
anteriores como Los pequeños asesinatos de Agatha Christie, o las que giran en torno a los mundos de la señorita Marple
y el detective Hércules Poirot, los dos personajes más famosos de su novelística,
cuyas historias siempre han interesado, a pesar de que tanto Poirot como Marple a veces defraudaran a sus espectadores,
sobre todo el primero, con su perfil pomposo y estirado tan difícil de ser representado
atinadamente.
Tampoco es fácil acertar
con la señorita Marple. Margaret Rutherford la interpretó con éxito en cuatro películas
de los años cuarenta, dándonos un perfil de la perspicaz anciana que acentuaba
su lado cómico y estrafalario, en realidad ausente de la novela. También Angela
Lansbury un par de décadas después lo haría a gusto del público, y no sólo
eso, sino que aquella serie titulada Se
ha escrito un crimen (Murder, She
Wrote, 1984-1996) que Angela protagonizaba está igualmente inspirada en el
personaje de Miss Marple. Pero tal vez la mejor encarnación de esta maestra jubilada, perspicaz y curiosa, haya sido la que Geraldine McEwan realizara entre
los años 2004-2009 en la conocida serie británica que aun vemos regularmente en
nuestras pantallas, ahora con Julia Makenzie encabezando el reparto.
Dos ámbitos paralelos los
de Poirot y Miss Marple entre los que se mueve el mundo de la escritora y que
constituyen su universo vital. Poirot, el prestigioso detective belga lo hará
preferentemente en lugares exóticos o con encumbrados personajes, porque su
entorno es el cosmopolitismo orgulloso del Imperio Británico; Marple, en cambio,
lo hace en los ambientes provincianos del Reino Unido, entre gentes de vida
aburrida y convencional, habitadas sólo por chismes, rencores y menudencias,
entre las cuales esta anciana observadora y metomentodo, cuando el crimen salte
y les salpique, florecerá despejando enigmas. Y ambos se prestan
maravillosamente a estupendas recreaciones, aunque quizá hoy día interesen más
las historias que transcurren en paisajes y ambientes británicos que las
cargadas de exotismo.
No son tampoco, aunque sí las más frecuentes, las únicas figuras
a las que Agatha vuelve una y otra vez en diferentes novelas; ahí están además
la pareja Beresford (Tommy y Tuppence), el coronel Race, Quin, Olivier… figuras
cuyas aventuras tampoco descarta el mundo de las series. Y en general
cualquiera de sus obras despierta de nuevo el interés de los realizadores. Y es
que éste quizá resulte un formato más adecuado a sus intrigas o simplemente suceda
que su novelística vuelve a interesar.
Y también su figura. Hay un momento enigmático en su vida personal que el cine tampoco quiso dejar pasar. Nos referimos a Agatha, película realizada por Michael Apted en 1978, con Vanessa Redgrave dando vida a la protagonista, la propia Agatha Christie, en un episodio de su biografía algo inexplicable y oscuro, aquel en que se vio envuelta cuando en 1926, dejara durante varios días de dar señales de vida. La película nos contaba su escapada y su reaparición, bajo el nombre de su rival, en un balneario, cuando un periodista americano la reconociera y publicara su hallazgo. Dustin Hoffman interpretaba al periodista.
El episodio sucedió en 1926 y respondía a un
momento de crisis matrimonial. Su marido, enamorado de otra, le acababa de pedir el divorcio y ella
esa misma noche desaparecía dejando su coche junto a un lago. Su desaparición
conmocionó a su entorno más intimo, pero, como corresponde a un personaje
famoso, el hecho, claro, llegó también a la prensa internacional. Sus
familiares intentaron que el asunto no trascendiera, pero reacción de tintes
tan novelescos en una escritora de misterio no podía apagarse sin más. La
película lo demuestra, aunque el asunto en cualquier caso no llegó a alcanzar
gravedad ni revestir consecuencias serias. Agatha Christie volvería a casarse
esta vez con un arqueólogo al que acompañó en sus viajes y en sus novelas nos
dejó buena constancia de ello, como bien saben los aficionados a las historias
de Poirot.
Y de nuevo hoy este asunto vuelve a ser objeto de atención ya que existe un proyecto de telefilme para contarlo otra vez, así que vida y obra de Christie parecen estar experimentando un nuevo renacer.
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