Con frecuencia las películas nos narran asuntos que viven los personajes mientras viajan. Cualquier tipo de viaje, pueden ser viajes de trabajo (Green Book, Peter Farrelly, 2018), de placer (Thelma y Louise, Ridley Scott, 1991), misiones bélicas, (El salario del miedo, Clouzot, 1953), o huidas de la justicia, por ejemplo (Un mundo perfecto -A Perfect World, Clint Eastwood, 1993). Por cierto que estos últimos son los más numerosos.
Susan Sarandon y Geena Davies en Thelma y Louise (Scott, 1991)
A veces se desarrollan en un barco (Las tres noches de Eva - The Lady Eve - Preston Sturgess, 1941) y en ocasiones sus héroes viajan en tren (Alarma en el expreso - Lady vanishes, Hitchcock, 1938), o en avión (El héroe solitario - The Spirit of Saint Louis- Billy Wilder, 1957) aunque lo más habitual para el cine son los viajes por carretera, puede que a pie (Pajaritos y pajarracos - Uccellacci e uccellini, Pasolini, 1966), pero habitualmente sobre ruedas, recurriendo al autostop (El desvío - Detour, Ulmer, 1945) o en vehículos más o menos propios, ya sea un camión, (El salario del miedo - La salaire de la peur- Clouzot, 1953), una moto (Diarios de una motocicleta - The motorcycle diaries, Walter Salles, 2004) y hasta en tractor (Una historia verdadera - The Straight Story, David Lynch, 1999), pero en general viajan en coche. Y son tantas estas aventuras en carretera que se han convertido en un género más con etiqueta propia, las road movies.
Abordan
historias divertidas a veces (Sucedió una
noche - It Happened One Night,
Frank Capra, 1934), dramáticas otras (Las uvas de la ira - The Grapes
of Wrath, John Ford, 1940) y en ocasiones hasta angustiosas, como esa
persecución de pesadilla que un hombre sufre brutalmente acosado por un camión
asesino en El diablo sobre ruedas, (Duel),
opera prima de Spielberg con la
que nos hizo pasar un mal rato en 2008. Muchas de ellas resultan verdaderos
viajes iniciáticos, y, en cualquier caso, todas serán determinantes para sus
protagonistas, para quienes el mundo después de vivirlas ya no será igual. O
tal vez ya no será.
Easy Ryder (Hopper, 1969)
Se
han hecho siempre estas películas, pero una en particular produjo tal impacto
que pareció que el género hubiera comenzado con ella: Easy ryder, (Denis Hopper, 1969). No hay
tal, pero eso sí, Easy ryder fue todo
un símbolo para una generación, ya que reflejaba una estética y una música que
definían los sueños hippies de aquellos años en que se realizó y aunque la
estética quedó atrás la música permanece.
Algunos
dicen que en ella se encuentran influencias de La escapada (Il sorpasso), inolvidable película de Dino Risi estrenada en
1963. La escapada comienza en un ferragosto romano - ese día en que la
ciudad se queda desierta, sus tiendas cerradas, sus habitantes huidos a las
playas…- con el encuentro de dos personajes radicalmente distintos: un joven
estudiante, serio y formal que siente que aún no ha vivido y un cuarentón tarambana,
juerguista y ocioso, que no soporta la soledad y el aburrimiento. Una vuelta
para matar el tiempo, una pequeña escapada de Roma, sólo unas horas de diversión
sin más trascendencia es la idea que el segundo propone al primero, quien
acepta intrigado y algo temeroso. Jean Louis Trintignant y Vittorio Gassman
encarnan estos personajes, timorato y contenido el primero, alocado y
arrollador el segundo, dotándolos de tantos matices que el relato se vuelve
complejo.
La película compone un estupendo fresco social de la Italia de los sesenta, que superados los traumas de la guerra desborda alegría existencial, pero a la vez es también una comedia ácida, divertida y amarga, como cabe esperar del talento y estilo de Dino Risi. Y es además profunda porque debajo del festivo viaje, subyace una honda reflexión sobre la libertad personal.
El
ángulo de comicidad desde el que se enfoca la historia, la fluidez con que
discurre, su ritmo agitado y rápido, así como la perfecta y equilibrada alternancia
de toques divertidos y dramáticos son todos elementos logrados de esta
excelente farsa tragicómica donde la química entre los dos personajes, el
hedonista y el pacato, funciona también a la perfección. Y las canciones de
aquellos veranos de los sesenta, grabadas en la memoria colectiva, subrayan ese
aire de retrato costumbrista que todo desprende.
También
una corta escapada, un fin de semana, es el planteamiento inicial de Thelma y Louise, (Ridley Scott, 1991) dos apenas amigas hartas de su aperreada
vida cotidiana que pretenden tomarse un pequeño respiro, pero a quienes el
azar y el descontrol de sus emociones lleva inesperadamente por otros
derroteros. Porque tras años de sentirse despreciadas, ignoradas y humilladas
por los hombres parece que en este viaje ha llegado por fin el momento del
desquite. Lo malo es que ese desquite precipitará la historia hacia una huida
loca y sin futuro.
El desierto, el asfalto, el polvo, todo ese universo hostil que las rodea acentúan la sensación de libertad que despiden las dos mujeres, satisfechas de su estallido emocional. Y el tono grandioso con el que Ridley Scott nos lo contó hace que uno se olvide del lado trágico de la historia para quedarse con ese discurso de las chicas son guerreras que levanta el ánimo. Y sin duda por eso la película se ha convertido en un icono del feminismo.
Algo
más largo será el viaje de esa pareja que nos presenta Dos en la carretera (Stanley Donen, 1967), un matrimonio en crisis
que vuelve a los lugares donde se conocieron y fueron felices, mientras revisan
entre reproches su vida en común, tratando de averiguar si todavía tiene o no futuro.
No
muy distintas son las líneas argumentales de Viaggio en Italia, también una pareja viajando y emocionalmente en
crisis, aunque la película de Rosellini, (superencumbrada por la crítica)
presenta mayor hastío en los personajes y discurre por cauces más dramáticos.
La de Donen en cambio se mueve en un exquisito tono de comedia, arropada con música de Henri Mancini y con un desarrollo muy moderno para su época, ajeno
a toda exposición lineal de la historia, saltando de una situación a otra con
independencia del antes y el después. Magníficas
las dos, son una buena prueba de lo que supone la personalidad del creador en la realización artística.
Otra
pareja de enamorados son los protagonistas de Malas tierras (Badlands, Malic, 1973); en este caso un par de desarraigados. Su historia parte de un
flechazo entre un veinteañero y una adolescente en los Estados Unidos de los años
cincuenta. Él, orgulloso de su parecido con James Dean, no se conforma con ser
uno de tantos, sino que ambiciona ser famoso, ¿un criminal famoso, tal vez?
Ella es una cría algo inquietante, o al menos eso nos va a parecer enseguida. Un
asesinato gratuito e injustificado, él acaba de matar al padre de la chica, les
obliga a vivir huyendo. Así, fuera de la sociedad, escondidos en medio de la
naturaleza, viven una realidad percibida al principio por los dos como un
paraíso. Pero, descubiertos en el bosque, el espejismo de libertad se rompe y
conforme avanzan en la huida, se van sucediendo nuevos asesinatos sin sentido. Están
perdidos, no se fían de nadie ni sienten apego por nada, no tienen rumbo, fines
ni proyectos; él se ha convertido en un animal acorralado que sólo sabe matar,
ella está harta de esa vida de fugitivos y presiente cómo se acerca el fin de una
absurda espiral que le resulta cada vez más ajena y en la que no quiere seguir
estando.
Envuelto
en un tono poético y salpicado de momentos mágicos, Terrence Malic nos ofrece
un asunto basado en hechos reales, duro y amargo, que nos inquieta con su
terrible carga de nihilismo y nos fascina con el talento particular con el que
sabe emocionarnos. El realizador, un poco al modo de la nouvelle vague, no juzga las conductas de sus personajes, se limita
a mostrar esa violencia fría y gratuita tal como se produce en aquellos lugares aparentemente tranquilos y de paisajes hermosos. Esta fue su opera prima y enseguida se
convirtió en película de culto.
La escapada, Thelma y Louise, Dos en
la carretera, Viaggio in Italia, Malas tierras, y en fin, todas las mencionadas son historias
que suceden por los caminos y cuentan cosas interesantes, diferentes,
conmovedoras. Cada una abre una puerta a un mundo propio, sarcástico, divertido,
estimulante, inquietante, aterrador. No importa; en cualquier caso, todas de no
perderse, porque todas nos enriquecen.
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