Con el cine de Spilberg, incluso con tan sólo su serie de Indiana Jones, bastaría para llenar páginas y páginas sobre las películas de aventuras. Y viniendo más cerca con el señor de los anillos o Star Wars. Más aún remontándonos a los clásicos, si hablamos de Tarzán y todo el rosario de películas que siguió a la primera. Tarzanes y Robinsones, que también los individuos obligados por el azar a sobrevivir a solas o casi con la naturaleza han dado pie a historias jugosas, como es el caso por ejemplo de Los robinsones de los mares del sur (Annakin 1960).
Errol Flynn como Robin Hood (Curtiz, 1939)También están los
caballeros medievales, nobles luchando por su dama y por su rey, y otros algo
menos cortesanos y refinados como Robin Hood, personaje que ha generado una
buena serie de títulos, desde los tiempos del mudo hasta la más rabiosa
actualidad. Y qué decir de las novelas de capa y espada; éstas han sido el
punto de partida para recrear en cine personajes y aventuras tan extraordinarias
como las vividas por El prisionero de
Zenda (Thorpe, 1952), Scaramouche (Sidney,
1952), La pimpinela Escarlata (Young, 1934), Los tres mosqueteros (Sidney, 1948)…
hábiles espadachines todos ellos listos siempre a solventar sus problemas
empuñando el acero.
Pero vamos a
poner el foco en dos personajes del Medievo, Robin Hood e Ivanhoe. Ambos giran
en torno a una misma historia, la usurpación del trono de Inglaterra por Juan
Sin Tierra aprovechando la marcha a las cruzadas de su hermano, el primogénto, Ricardo Corazón
de León. Los dos lucharán por devolver la corona a su legítimo dueño, cada uno
desde su particular estatus.
Robin Hood es un forajido
que tal vez habitaba los bosques de Sherwood, viviendo fuera de la ley y
protegiendo a pobres y oprimidos; Personaje legendario cuya vida, de haber
existido, se perdería en la noche de los tiempos. Cualquier momento de la larga
Edad Media es bueno para ubicarle. La literatura y el cine lo recrean a su
antojo. Baladas y canciones lo rescataron del olvido; después, la novela, el
teatro, la ópera y el cine fueron agrandando su figura. En el cine aterrizó
enseguida, en un cortometraje de 1908 y detrás vendrían otras cinco versiones
en cine mudo y varias decenas de adaptaciones en el sonoro, la más reciente la
de Joby Harold de 2018. Muchas estupendas pero una inolvidable, la de Michael
Curtiz de 1938, The adventure of Robin
Hood, titulada en España Robin de los
bosques.
La película de
Curtiz parte de un guion inteligente y bien escrito, cuenta con unos primeros
actores excelentes, comenzando por Errol Flynn ajustadísimo a su personaje y
siguiendo por Olivia de Havilland que le da la réplica más apropiada
componiendo una Marianne perfecta. El ritmo ligero y rápido de la acción, con
su punto de humor, la música, extraordinaria, y ese colorido maravilloso del technicolor…
todo resulta perfecto en esta película, optimista y divertida, bastante
inesperada en una productora hasta entonces más afín al cine negro que al de
aventuras.
Ésta en
particular supuso un hito en la historia del cine que desbancó en el recuerdo a
la todavía hasta entonces más valorada, la muda Robin
Hood realizada en 1922 por Allan Dwan y protagonizada con gran acierto por
Douglas Fairbanks. Aunque a la de Dwan siempre le quedaría el mérito de haber
vestido definitivamente la figura para la historia con sus mallas, caperuza y
jubón corto, fue la interpretación de Errol Flynn la que reavivó el interés por
el personaje, de manera que tras él vendrían otros muchos Robines o perfiles
semejantes. Un buen ejemplo de esto sería la excelente El Halcón y la flecha (The Flame and the Arrow) con
la que Tourneur, con otra pareja brillante, Burt Lancaster y Virginia Mayo,
encabezando el reparto, recrearía en los cincuenta el mito del bandido generoso, trasladando sus hazañas a la
Lombardía y dibujando otra especie de Robin Hood a la altura de la mítica
creación de película de Curtiz.
Y de caballeros
andantes el cine nos ha dejado historias tan sabrosas como las de El príncipe valiente, (Prince
Valiant, Hattaway, 1950), joven vikingo enviado por su padre a la
corte del rey Arturo para ser armado caballero; las del propio Arturo y sus
seguidores, Los caballeros del rey Arturo
(Knights of the
Round Table,Thorpe, 1953); o tramas
en torno a la leyenda de su espada Excalibur
(Boorman, 1981); o de indómitos escoceses bajomedievales como William Wallace (Bravehearth,1991); o Quentin Durward, (The adventures of Quentin Durward, 1955).
Pero va a ser la historia
de lvanhoe tal como la contó Thorpe
en 1952 la película en que poner ahora la atención, película que ejerce cierta
fascinación, no sólo por tratarse de una trama interesante y divertida, sino
además porque imprimió carácter y marcó infinidad de directrices en relatos de su
género. El argumento, de emocionantes intrigas reales, justas en los castillos y
románticos cortejos a bellas damas, está fielmente basado en la novela del
mismo título de Walter Scott, Ivanhoe, prototipo de heroico noble sajón,
ejemplo de fidelidad a su señor, que
forma con Los caballeros del rey Arturo
(1953) y Las aventuras de Quentin Durvard (1955) una a modo de
trilogía, en la medida en que todas ellas comparten director y ambientación, que
hasta se aprovecharon los escenarios de Ivanhoe
para las dos siguientes.
Thorpe era un especialista en el género; contaba ya en su haber con historias sobre Tarzán, Huckleberry Finn y otras vidas aventureras, cuando aborda estas historias al tiempo que realizaba además otros títulos de personajes audaces como El prisionero de Zenda (1953) o Todos los Hermanos eran valientes (1953).
En Ivanhoe reunió un buen elenco de brillantes actores del momento, como Robert Taylor, que en adelante repetiría con frecuencia en el cine de Thorpe; Liz Taylor, quien, aunque descontenta con su papel, debió a esta película elevarse a la categoría de mito, no siendo a ello ajeno el contraste de su bellísima imagen con la apariencia apagada de Joan Fontaine, su rival en la trama. Y, sin duda, George Sanders quien ofrece aquí uno de sus espléndidos malos malísimos.
La hermosura de los paisajes, el acierto en ambientación
y vestuario, y por supuesto, la música de Micklos Roszla, envuelven
adecuadamente esta película bien contada, bien interpretada y de bellos
diálogos, en la que la productora no escatimó recursos.
Aunque obtuvo tres candidaturas a los Oscar,
no logró hacerse con ningún premio, pero gustó mucho y acabaría creando estilo.
De hecho, sus secuencias del torneo, el ataque al castillo o el duelo final
entre Ivanhoe y su enemigo De Bois-Guilbert, están tan bien resueltos que marcarían con su
sello a las futuras producciones de aventuras.