sábado, 31 de octubre de 2020

Aventuras del Medievo


Con el cine de Spilberg, incluso con tan sólo su serie de Indiana Jones, bastaría para llenar páginas y páginas sobre las películas de aventuras. Y viniendo más cerca con el señor de los anillos o Star Wars. Más aún remontándonos a los clásicos, si hablamos de Tarzán y todo el rosario de películas que siguió a la primera. Tarzanes y Robinsones, que también los individuos obligados por el azar a sobrevivir a solas o casi con la naturaleza han dado pie a historias jugosas, como es el caso por ejemplo de Los robinsones de los mares del sur (Annakin 1960).

                                                     Errol Flynn como Robin Hood (Curtiz, 1939)

También están los caballeros medievales, nobles luchando por su dama y por su rey, y otros algo menos cortesanos y refinados como Robin Hood, personaje que ha generado una buena serie de títulos, desde los tiempos del mudo hasta la más rabiosa actualidad. Y qué decir de las novelas de capa y espada; éstas han sido el punto de partida para recrear en cine personajes y aventuras tan extraordinarias como las vividas por El prisionero de Zenda (Thorpe, 1952), Scaramouche (Sidney, 1952), La pimpinela Escarlata (Young, 1934), Los tres mosqueteros (Sidney, 1948)… hábiles espadachines todos ellos listos siempre a solventar sus problemas empuñando el acero.

Pero vamos a poner el foco en dos personajes del Medievo, Robin Hood e Ivanhoe. Ambos giran en torno a una misma historia, la usurpación del trono de Inglaterra por Juan Sin Tierra aprovechando la marcha a las cruzadas de su hermano, el primogénto, Ricardo Corazón de León. Los dos lucharán por devolver la corona a su legítimo dueño, cada uno desde su particular estatus.

Robin Hood es un forajido que tal vez habitaba los bosques de Sherwood, viviendo fuera de la ley y protegiendo a pobres y oprimidos; Personaje legendario cuya vida, de haber existido, se perdería en la noche de los tiempos. Cualquier momento de la larga Edad Media es bueno para ubicarle. La literatura y el cine lo recrean a su antojo. Baladas y canciones lo rescataron del olvido; después, la novela, el teatro, la ópera y el cine fueron agrandando su figura. En el cine aterrizó enseguida, en un cortometraje de 1908 y detrás vendrían otras cinco versiones en cine mudo y varias decenas de adaptaciones en el sonoro, la más reciente la de Joby Harold de 2018. Muchas estupendas pero una inolvidable, la de Michael Curtiz de 1938, The adventure of Robin Hood, titulada en España Robin de los bosques.

La película de Curtiz parte de un guion inteligente y bien escrito, cuenta con unos primeros actores excelentes, comenzando por Errol Flynn ajustadísimo a su personaje y siguiendo por Olivia de Havilland que le da la réplica más apropiada componiendo una Marianne perfecta. El ritmo ligero y rápido de la acción, con su punto de humor, la música, extraordinaria, y ese colorido maravilloso del technicolor… todo resulta perfecto en esta película, optimista y divertida, bastante inesperada en una productora hasta entonces más afín al cine negro que al de aventuras.


Ésta en particular supuso un hito en la historia del cine que desbancó en el recuerdo a la todavía hasta entonces más valorada, la muda Robin Hood realizada en 1922 por Allan Dwan y protagonizada con gran acierto por Douglas Fairbanks. Aunque a la de Dwan siempre le quedaría el mérito de haber vestido definitivamente la figura para la historia con sus mallas, caperuza y jubón corto, fue la interpretación de Errol Flynn la que reavivó el interés por el personaje, de manera que tras él vendrían otros muchos Robines o perfiles semejantes. Un buen ejemplo de esto sería la excelente El Halcón y la flecha (The Flame and the Arrow) con la que Tourneur, con otra pareja brillante, Burt Lancaster y Virginia Mayo, encabezando el reparto, recrearía en los cincuenta el mito del bandido generoso, trasladando sus hazañas a la Lombardía y dibujando otra especie de Robin Hood a la altura de la mítica creación de película de Curtiz.


                                                       Robert Taylor como Ivanhoe (Thorpe, 1952)

Y de caballeros andantes el cine nos ha dejado historias tan sabrosas como las de El príncipe valiente, (Prince Valiant, Hattaway, 1950), joven vikingo enviado por su padre a la corte del rey Arturo para ser armado caballero; las del propio Arturo y sus seguidores, Los caballeros del rey Arturo (Knights of the Round Table,Thorpe, 1953); o tramas en torno a la leyenda de su espada Excalibur (Boorman, 1981); o de indómitos escoceses bajomedievales como William Wallace (Bravehearth,1991); o Quentin Durward, (The adventures of Quentin Durward, 1955).

Pero va a ser la historia de lvanhoe tal como la contó Thorpe en 1952 la película en que poner ahora la atención, película que ejerce cierta fascinación, no sólo por tratarse de una trama interesante y divertida, sino además porque imprimió carácter y marcó infinidad de directrices en relatos de su género. El argumento, de emocionantes intrigas reales, justas en los castillos y románticos cortejos a bellas damas, está fielmente basado en la novela del mismo título de Walter Scott, Ivanhoe, prototipo de heroico noble sajón, ejemplo de fidelidad a su señor, que forma con Los caballeros del rey Arturo (1953) y Las aventuras de Quentin Durvard (1955) una a modo de trilogía, en la medida en que todas ellas comparten director y ambientación, que hasta se aprovecharon los escenarios de Ivanhoe para las dos siguientes.

Thorpe era un especialista en el género; contaba ya en su haber con historias sobre Tarzán, Huckleberry Finn y otras vidas aventureras, cuando aborda estas historias al tiempo que realizaba además otros títulos de personajes audaces como El prisionero de Zenda (1953) o Todos los Hermanos eran valientes (1953).

En Ivanhoe reunió un buen elenco de brillantes actores del momento, como Robert Taylor, que en adelante repetiría con frecuencia en el cine de Thorpe; Liz Taylor, quien, aunque descontenta con su papel, debió a esta película elevarse a la categoría de mito, no siendo a ello ajeno el contraste de su bellísima imagen con la apariencia apagada de Joan Fontaine, su rival en la trama. Y, sin duda, George Sanders quien ofrece aquí uno de sus espléndidos malos malísimos.

La hermosura de los paisajes, el acierto en ambientación y vestuario, y por supuesto, la música de Micklos Roszla, envuelven adecuadamente esta película bien contada, bien interpretada y de bellos diálogos, en la que la productora no escatimó recursos.

Aunque obtuvo tres candidaturas a los Oscar, no logró hacerse con ningún premio, pero gustó mucho y acabaría creando estilo. De hecho, sus secuencias del torneo, el ataque al castillo o el duelo final entre Ivanhoe y su enemigo De Bois-Guilbert, están tan bien resueltos que marcarían con su sello a las futuras producciones de aventuras.

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