miércoles, 1 de mayo de 2019

Alfred Hitchcock y Billy Wilder


Uno nos hizo pasar mucho miedo, el otro nos hizo reír hasta las lágrimas. Y pensar, también. Imposible aburrirse con ellos; nos atrapan en sus historias. Y si volvemos a su cine, esto sigue funcionando. Es lo que tiene el genio, que permanece en el tiempo.

Alfred Hitchcock                                                                                             Billy Wilder

A pesar de que los avances tecnológicos hayan podido afectar en algún caso a sus puestas en escena, de que la moral social haya cambiado, amortiguando a veces la carga transgresora de sus argumentos, y, en fin, de todo lo que el paso del tiempo pueda incidir en sus obras, éstas siguen frescas desvelando el genio que había detrás, y sus distintas personalidades nos siguen produciendo una inmensa admiración. Por supuesto que no actuaban solos; el cine es un arte global. Pero también supieron rodearse de colaboradores de talento en los guiones, la interpretación, la orquestación musical, la ambientación y en todas las múltiples facetas de las que el cine se sirve y compone.

Uno se especializó en el thriller y nos contó infinidad de historias de crímenes pero estaban también cargadas de intriga, de sorpresa e incluso de humor. El otro se dedicó casi siempre a la comedia, aunque con excepción del western tocara toda clase de historias: el cine negro (Perdición), el bélico, (Cinco tumbas al Cairo), el de juicios (Testigo de cargo) o el drama (El gran carnaval, Días sin huella). Pero fuera cual fuera el género siempre lo abordó desde su estupendo ingenio satírico y burlón, ácido y corrosivo sin la menor concesión a la sensiblería. 

Los dos jugaban con nosotros, cada uno a su manera. Hitchcock a que permaneciéramos en vilo, adelantándonos a lo que le va a pasar al personaje; Billy, manteniéndonos pendientes y atentos a la respuesta rápida, agudísima y sorprendente  (William Holden decía de él que tenía el cerebro lleno de cuchillas afiladas).

Ambos eran de procedencia europea, inglés Hitchcock, austríaco Wilder, y en Europa iniciarían sus carreras, pero los dos dieron lo mejor de sí en Hollywood, y ello en torno a las cuatro décadas que van de los cuarenta a los ochenta. Ciertamente sus mundos son muy distintos, pero en común tienen la fuerza con que nos conquistaron y nos ganaron para siempre.



Hitchcock,(1899-1980), londinense de ascendencia irlandesa y religión católica, estudió con los jesuitas que fomentarían su capacidad organizativa y de análisis, pero también sus miedos. Miedoso desde muy niño según confiesa, con ellos aprendió también a temer los castigos corporales. Desde muy joven se interesó por el cine, desarrollando una brillante carrera en Gran Bretaña, tanto en el mudo como en el sonoro, antes de emigrar a los Estados Unidos en 1939, contratado por el poderoso productor David O. Selznick, cuando ya era un director de prestigio en su país. Y ese miedo que él confesaba sentir sería sin duda el motor que le llevara a tratar de contagiárnoslo.





Billy Wilder,(1906-2002) judío austríaco, se traslada muy joven a Berlín, entonces capital cultural de Europa. Allí le encontraríamos en 1929, ejerciendo ya de guionista, pero la ascensión de Hitler en los primeros años treinta le obligó a cambiar de residencia, dirigiéndose primero a Francia y después a los Estados Unidos, donde enseguida formaría equipo con Charles Brackett para continuar elaborando guiones. Lo hicieron en comandita, y con gran fortuna, para Ernst Lubitsch (La octava mujer de Barba azul, 1938 y Ninotschka, 1939), Michael Leisen (Medianoche, 1939 y Si no amaneciera, 1941) y Howard Hawks, (Bola de fuego, 1941) y seguirían haciéndolo juntos algunos años más.

Sin duda, con frecuencia asociamos las figuras de Wilder y Hitchcock a alguno de sus colaboradores, por las numerosas veces en que los vemos trabajando con los mismos.

Alfred Hitchcock y Bernard Herrmann
Con Hitchcock colaboró en infinidad de ocasiones Bernard Herrmann, convirtiéndose en el inseparable autor de la banda sonora de muchos de sus grandes éxitos (La soga, Vértigo, El hombre que sabía demasiado, Psicosis, Pero quien mató a Harry, Falso culpable, Con la muerte en los talones, Los pájaros, Marnie la ladrona, Cortina rasgada), así como un buen número de episodios de su serie para TV Alfred Hitchkcock presenta.

James Steward y Kim Novack
En cuanto a sus intérpretes, James Stewart, (La soga, La ventana indiscreta, El hombre que sabía demasiado, Vértigo) y Cary Grant (Sospecha, Encadenados, Atrapa a un ladrón, Con la muerte en los talones),  parecen ser sus actores favoritos, a juzgar por lo mucho que repiten en su cine.

Garce Kelly y Alfred Hitchcock
Y con respecto a las actrices, sentía, dicen, una absoluta predilección por las rubias, y en especial por Grace Kelly con quien realizaría tres películas seguidas (Crimen Perfecto, La ventana indiscreta, Atrapa a un ladrón) y sólo dejaría de trabajar con ella al abandonar ésta el cine para convertirse en princesa de Mónaco. E incluso después trataría, sin éxito, de convencerla para que actuara de nuevo en otra de sus películas, Marnie la ladrona, y parece que estuvo casi a punto de conseguirlo que, según Truffaut, ella llegó a aceptar la proposición, pero el mísmísimo De Gaulle obstaculizó el proyecto y éste finalmente no cuajó.

En lo que se refiere a Billy Wilder, ya hemos señalado cómo desde sus inicios en Hollywood forma pareja con Charles Brackett para la realización de los guiones. Y cuando en 1942 debuta como director, seguiría componiéndolos con este colaborador con quien tantos éxitos llevaba cosechados. De la mano de ambos saldrían todavía joyas como Días sin huella y El crepúsculo de los dioses. De hecho, Billy Wilder nunca hizo él solo sus guiones, y, rota su relación con Brackett, a continuación los haría con Raymond Chandler (Perdición), en una experiencia muy exitosa, pero poco grata para ambos, y con algún otro después. Sin embargo, pronto encontraría un nuevo socio, esta vez inseparable, en A. L. Diamond. Juntos hicieron el guión para Arianne, donde descubren que sus hábitos de trabajo son muy compatibles; luego vendrían Con faldas y a loco, El apartamento, Un dos tres, Irma la dulce, Bésame tonto, En bandeja de plata, La vida privada de Sherlock Holmes, ¿Qué ocurrió entre mi padre y tu madre?, Primera plana, y Fedora.
    Charles Brackett y Billy Wilder                                                                 Billy Wilder y A.L Diamond 

Entre sus intérpretes también repiten en su cine en diferentes ocasiones William Holden (El crepúsculo de los dioses, Sabrina, Fedora),  Walter Mattau (Primera plana, En bandeja de plata, Aquí un amigo), Shirley Mclane (Irma la dulce, El apartamento), Marilyn Monroe (La tentación vive arriba, Con faldas y a lo loco) y por encima de todos, Jack Lemmon que lo haría al menos en siete de sus películas, algunas de las cuales se encuentran entre las mejores que llegó a realizar. (Con faldas y a lo loco, El apartamento, Irma la dulce, Qué ocurrió entre tu padre y mi madre?, En bandeja de plata, Primera plana y Aquí un amigo).

Tony Curtis, Marilyn Monroe y Jack Lemmon en Con faldas y a lo loco (Some like it hot, Billy Wilder, 1963)

De Marilyn, con fama de conflictiva en los rodajes, circulaban infinidad de  anécdotas, una a nuestro juicio particularmente divertida: parece que Wilder, a menudo quejoso de su impuntualidad y sus olvidos del texto, ante la pregunta de la prensa de por qué entonces insistía en trabajar con ella, siempre respondía que una vez terminada la película, todo había merecido la pena. Y además que, si quería a alguien que llegara siempre puntual y se supiera el dialogo de memoria, tenía una tía en Viena que estaría lista a las cinco de la mañana y nunca se saltaría una coma, pero ¿quién querría verla a ella?...

Jack Lemmon y Billy Wilder
Así que en la elección de colaboradores no siempre funcionaría el buen entendimiento, que, por supuesto, lo primordial era el resultado final. Aún con todo ambas cosas no estaban necesariamente reñidas como lo prueba lo mucho que trabajó con Jack Lemmon, a quien parece que le unía además una verdadera y larga relación de amistad.

Alfred Hitchcock y Billy Wilder, dos inmortales de la historia del cine: únicos, irrepetibles, irremplazables, inolvidables. A quienes generaciones y generaciones de espectadores sin duda les debemos mucho. Y aunque han pasado ya varias décadas desde que dejaron de contarnos historias, algunas de sus películas, muchas de ellas, revisitadas de nuevo en ciclos de recuperación del cine clásico, en TV, o repescadas en la red formarán para siempre parte de nuestro imaginario colectivo y sentimental.

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