A grandes trazos, un
mal tipo es mucho más cinematográfico que un santo varón, y así, el cine está
lleno de historias de malvados. Nos gustan las películas que nos hablan de
crímenes y fechorías, porque sin duda el mal potencia la atención y la dispara
a alturas impensables para historias sobre seres bondadosos. Lo malo es que en
ocasiones se rebasan tanto los límites que acabamos haciendo de estos malvados
personajes fascinantes, héroes en cierta manera ejemplares, o al menos
individuos a los que parecemos perdonar su peligrosidad.
Warren Beatty y Faye Dunaway en Bonnie & Clyde (Arthur Penn, 1966) |
Es
el caso por ejemplo del protagonista de El
padrino de Coppola en los años setenta e incluso del de la exitosa serie de
Los Soprano, por ejemplo, estrenada
cuando empieza a apuntar el nuevo siglo. Y de tantos otros. Pero sobre todo lo
es de la película que Arthur Penn realiza en 1966 sobre Bonnie Parker y Clyde
Barrow, ese par de psicópatas que se pasearon por la Norteamérica de la
Depresión robando bancos y matando gente hasta caer abatidos por las balas de
la policía.
Arthur
Penn realizó en aquella ocasión una película brillante, contada desde el lado
de los delincuentes, contemplados como dos marginados en conflicto con una
sociedad injusta y represiva; una historia envuelta en un aroma romántico, por
entonces moderno y rompedor, que conectaba con la nueva ola francesa,
triunfante simultáneamente en Europa. Una película impactante, con una cuidada
ambientación y un par de guapos protagonistas, poco conocidos hasta entonces, a
quienes el éxito del film puso de absoluta actualidad. Faye Dunaway debutaba con
esta historia y su presencia fue muy celebrada; Warren Beatty revalidaba así el
éxito obtenido en 1961 con Esplendor en
la hierba, ya un poco olvidado. Para ambos supondría un momento
determinante de su carrera.
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Faye Dunaway como Bonnie Parker en Bonnie & Clyde (Arthur Penn, 1966) |
Era
desde luego un relato que mostraba la violencia, tal vez no más descarnada que
en casos anteriores, pero sí con un cromatismo provocador, que excitaba la
retina del espectador y sus instintos más primarios. Una historia que vuelve a
poner el cine de gánsters, tan famoso en los años treinta, otra vez de moda.
Pero en esta ocasión con una narración sin moralina, que no te sitúa frente al
malo, como aquellas películas también espléndidas de entonces. Muy al contrario, ahora
resultan atractivos sus protagonistas La película aborda temas claves: sexo,
violencia y rebeldía resaltando en el marco de un poder duro y represor, que ha
llevado a la sociedad hasta la pobreza más extrema. Son los años de depresión
económica subsiguiente al crack del 29, años que desvelan lo corrompido de un
sistema en el que ya no se cree, un contexto el suyo donde esta pareja es contemplada
como un par de inconformistas no exentos de glamour.
Centenares
de películas de Hollywood retrataron con extraordinario talento esos mismos años
en que los criminales andaban a tiros por las calles de los Estados Unidos de
América: El enemigo público (The Public Enemy, William Wellmann,
1931), Cara cortada (Scarface, Howard Hawks, 1932), o Los
violentos años veinte (The Roaring
Twenties, Raoul Walsh, 1939) son sólo tres títulos
señeros entre tantos otros que reflejaban este enorme crecimiento de la
delincuencia justo cuando y donde se estaba sufriendo. Pero en ellos los malos son
inequívocamente malos, no están contemplados con sombra alguna de tolerancia o
comprensión.
En
1966 en que esta película, Bonnie &
Clyde, vuelve a tocar el tema y a ponerlo otra vez de actualidad, las
historias de gánsters habían pasado a ser un recuerdo lejano y ahora reaparecen
con un toque de modernidad que las hace especialmente atrayentes y que cambia de
raíz la perspectiva del espectador, marcando una nueva mirada que condicionará también
las que aborden el asunto en décadas sucesivas. Coppola en los setenta, Brian
de Palma en los ochenta, Scorsese y los Coen en los noventa; Ridley Scott, Sam
Mendes… y en fin todo el cine de criminales que vino después será de alguna
manera deudor de este nuevo enfoque que estrena la película de Arthur Penn.
Woody Harrelson y Kevin Costner en Emboscada final (The Highwaymen,2019) |
El
pasado mes de marzo Kevin Costner presentó en Madrid Emboscada final, una película que nos cuenta la otra cara de la
moneda en esta historia de malhechores. En ella se enfoca el asunto desde el
lado de la ley para contarnos cómo fue la persecución de los delincuentes por parte
de la justicia y el cerco definitivo a que éstos fueron reducidos y donde fueron acribillados.
Frank Hamer, quien les dio caza, era el que estaba del lado del bien, es decir,
el policía, pero tampoco parecía demasiado escrupuloso en su lucha contra el
delito. En la película de Arthur Penn es claramente el villano, un asesino sin conciencia
acosando a los protagonistas hasta rematarlos. En ésta hay un intento
deliberado de lavar su imagen y, desde luego, las figuras de Bonnie y Clyde son
tratadas como carentes de todo atractivo; son solo dos criminales despiadados más
cercanos sin duda a la oscura realidad que a la pareja que Arthur Penn nos
mostrara.
Resulta
interesante y prometedora la idea de volver sobre el asunto con afanes
desmitificadores y revisar la leyenda que tanto alimentaron los periodistas del
momento y que una sociedad empobrecida y desencantada asumió como realidad
legendaria.
Kevin Costner y Woody Harrelson en Emboscada final (The Highwaymen,2019) |
Algo
más de dos años costó frenar la desesperada carrera de la banda de Clyde Borrow
por los diferentes estados testigos de sus hazañas: Tejas, Missouri, las dos
Carolinas, Tenesse, Okalhoma y Missisipi, dejando en su huida interminable una
estela de robos, secuestros, tiroteos y asesinatos: una cosecha de catorce
muertos, en fin. La falta de conexión entre estados, la incompetencia policial,
su pobreza de medios… contribuyen entre otras causas a explicar la tardanza de
las fuerzas del orden en reducirlos. Sólo tras su última fechoría, el asesinato
a bocajarro de dos jóvenes policías que les dan el alto y se acercan al coche
desprevenidos, vuelve por primera vez en su contra a la opinión pública y parece
reforzar la determinación de las autoridades en acabar definitivamente con
ellos. Dos policías jubilados (dos antiguos rangers
de Tejas) se encargarán de darles caza y tenderles en Louisiana la emboscada
final.
Y
esta etapa final de la persecución y la trampa que les tendieron para acabar
con ellos es el objeto de la película, aderezado con ciertas dosis de moralina
para explicar si no justificar los primitivos métodos de la pareja de policías,
su tosquedad, su actuar a tiro limpio, simplificando el discurso en un choque
de buenos y malos, donde la imagen de los buenos se pretende reivindicar. Todo
el film se apoya así en las figuras de estos dos agentes confiando en el buen
hacer de los actores que les dan vida, Kevin Costner y
Woody Harrelson, que desde luego no defraudan. Pero los medios empleados
en su realización que no fueron pocos nos ofrecen una estupenda realización en
cuanto a fotografía, puesta en escena, interpretación… pero no tanto en cuanto
a complejidad del guión, donde podía esperarse un resultado más ambicioso.
Una película de John Lee Hancock, en cualquier caso interesante, y que de alguna manera funciona como contrafigura de aquella historia que nos contara Arthur Penn a mediados de los sesenta con resultados tan fascinantes.
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