viernes, 7 de junio de 2019

El caso de Bonnie y Clyde

A grandes trazos, un mal tipo es mucho más cinematográfico que un santo varón, y así, el cine está lleno de historias de malvados. Nos gustan las películas que nos hablan de crímenes y fechorías, porque sin duda el mal potencia la atención y la dispara a alturas impensables para historias sobre seres bondadosos. Lo malo es que en ocasiones se rebasan tanto los límites que acabamos haciendo de estos malvados personajes fascinantes, héroes en cierta manera ejemplares, o al menos individuos a los que parecemos perdonar su peligrosidad.

Warren Beatty y Faye Dunaway en Bonnie & Clyde (Arthur Penn, 1966)
Es el caso por ejemplo del protagonista de El padrino de Coppola en los años setenta e incluso del de la exitosa serie de Los Soprano, por ejemplo, estrenada cuando empieza a apuntar el nuevo siglo. Y de tantos otros. Pero sobre todo lo es de la película que Arthur Penn realiza en 1966 sobre Bonnie Parker y Clyde Barrow, ese par de psicópatas que se pasearon por la Norteamérica de la Depresión robando bancos y matando gente hasta caer abatidos por las balas de la policía.

Arthur Penn realizó en aquella ocasión una película brillante, contada desde el lado de los delincuentes, contemplados como dos marginados en conflicto con una sociedad injusta y represiva; una historia envuelta en un aroma romántico, por entonces moderno y rompedor, que conectaba con la nueva ola francesa, triunfante simultáneamente en Europa. Una película impactante, con una cuidada ambientación y un par de guapos protagonistas, poco conocidos hasta entonces, a quienes el éxito del film puso de absoluta actualidad. Faye Dunaway debutaba con esta historia y su presencia fue muy celebrada; Warren Beatty revalidaba así el éxito obtenido en 1961 con Esplendor en la hierba, ya un poco olvidado. Para ambos supondría un momento determinante de su carrera.

Warren Beatty y Faye Dunaway en Bonnie & Clyde (Arthur Penn, 1966)
La ambientación, el vestuario, el sonido, la luz, el montaje, los cambios de humor en la narración… todo hacía de esta película una experiencia original y daba al espectador la sensación de estar viendo algo muy nuevo.

Faye Dunaway como Bonnie Parker en Bonnie & Clyde (Arthur Penn, 1966)
Era desde luego un relato que mostraba la violencia, tal vez no más descarnada que en casos anteriores, pero sí con un cromatismo provocador, que excitaba la retina del espectador y sus instintos más primarios. Una historia que vuelve a poner el cine de gánsters, tan famoso en los años treinta, otra vez de moda. Pero en esta ocasión con una narración sin moralina, que no te sitúa frente al malo, como aquellas películas también espléndidas de entonces. Muy al contrario, ahora resultan atractivos sus protagonistas La película aborda temas claves: sexo, violencia y rebeldía resaltando en el marco de un poder duro y represor, que ha llevado a la sociedad hasta la pobreza más extrema. Son los años de depresión económica subsiguiente al crack del 29, años que desvelan lo corrompido de un sistema en el que ya no se cree, un contexto el suyo donde esta pareja es contemplada como un par de inconformistas no exentos de glamour.

Centenares de películas de Hollywood retrataron con extraordinario talento esos mismos años en que los criminales andaban a tiros por las calles de los Estados Unidos de América: El enemigo público (The Public Enemy, William Wellmann, 1931), Cara cortada (Scarface, Howard Hawks, 1932), o Los violentos años veinte (The Roaring Twenties, Raoul Walsh, 1939) son sólo tres títulos señeros entre tantos otros que reflejaban este enorme crecimiento de la delincuencia justo cuando y donde se estaba sufriendo. Pero en ellos los malos son inequívocamente malos, no están contemplados con sombra alguna de tolerancia o comprensión.

En 1966 en que esta película, Bonnie & Clyde, vuelve a tocar el tema y a ponerlo otra vez de actualidad, las historias de gánsters habían pasado a ser un recuerdo lejano y ahora reaparecen con un toque de modernidad que las hace especialmente atrayentes y que cambia de raíz la perspectiva del espectador, marcando una nueva mirada que condicionará también las que aborden el asunto en décadas sucesivas. Coppola en los setenta, Brian de Palma en los ochenta, Scorsese y los Coen en los noventa; Ridley Scott, Sam Mendes… y en fin todo el cine de criminales que vino después será de alguna manera deudor de este nuevo enfoque que estrena la película de Arthur Penn.

Woody Harrelson y Kevin Costner en Emboscada final (The Highwaymen,2019)
El pasado mes de marzo Kevin Costner presentó en Madrid Emboscada final, una película que nos cuenta la otra cara de la moneda en esta historia de malhechores. En ella se enfoca el asunto desde el lado de la ley para contarnos cómo fue la persecución de los delincuentes por parte de la justicia y el cerco definitivo a que éstos fueron reducidos y donde fueron acribillados. Frank Hamer, quien les dio caza, era el que estaba del lado del bien, es decir, el policía, pero tampoco parecía demasiado escrupuloso en su lucha contra el delito. En la película de Arthur Penn es claramente el villano, un asesino sin conciencia acosando a los protagonistas hasta rematarlos. En ésta hay un intento deliberado de lavar su imagen y, desde luego, las figuras de Bonnie y Clyde son tratadas como carentes de todo atractivo; son solo dos criminales despiadados más cercanos sin duda a la oscura realidad que a la pareja que Arthur Penn nos mostrara.

Resulta interesante y prometedora la idea de volver sobre el asunto con afanes desmitificadores y revisar la leyenda que tanto alimentaron los periodistas del momento y que una sociedad empobrecida y desencantada asumió como realidad legendaria.

Kevin Costner y Woody Harrelson en Emboscada final (The Highwaymen,2019)
Pero en este relato a la contra del anterior, los perseguidores, dos agentes federales retirados, retratados sin demasiada sutileza, se muestran simplemente como la fuerza de orden determinada a aniquilarlos como sea. Y este enfoque tan reduccionista empobrece un poco una película que podría haber apuntado a algunos otros aspectos interesantes para enriquecer la historia, ahondando quizá en las causas del fenómeno de masas que se produjo en torno a estos delincuentes hermoseados en vida por la leyenda. Y no solo en vida que, al parecer, se sigue todavía celebrando un festival Bonnie and Clyde en los aniversarios de la matanza en el lugar en que ésta se produjo.

Algo más de dos años costó frenar la desesperada carrera de la banda de Clyde Borrow por los diferentes estados testigos de sus hazañas: Tejas, Missouri, las dos Carolinas, Tenesse, Okalhoma y Missisipi, dejando en su huida interminable una estela de robos, secuestros, tiroteos y asesinatos: una cosecha de catorce muertos, en fin. La falta de conexión entre estados, la incompetencia policial, su pobreza de medios… contribuyen entre otras causas a explicar la tardanza de las fuerzas del orden en reducirlos. Sólo tras su última fechoría, el asesinato a bocajarro de dos jóvenes policías que les dan el alto y se acercan al coche desprevenidos, vuelve por primera vez en su contra a la opinión pública y parece reforzar la determinación de las autoridades en acabar definitivamente con ellos. Dos policías jubilados (dos antiguos rangers de Tejas) se encargarán de darles caza y tenderles en Louisiana la emboscada final.

Y esta etapa final de la persecución y la trampa que les tendieron para acabar con ellos es el objeto de la película, aderezado con ciertas dosis de moralina para explicar si no justificar los primitivos métodos de la pareja de policías, su tosquedad, su actuar a tiro limpio, simplificando el discurso en un choque de buenos y malos, donde la imagen de los buenos se pretende reivindicar. Todo el film se apoya así en las figuras de estos dos agentes confiando en el buen hacer de los actores que les dan vida, Kevin Costner y Woody Harrelson, que desde luego no defraudan. Pero los medios empleados en su realización que no fueron pocos nos ofrecen una estupenda realización en cuanto a fotografía, puesta en escena, interpretación… pero no tanto en cuanto a complejidad del guión, donde podía esperarse un resultado más ambicioso.

Una película de John Lee Hancock, en cualquier caso interesante, y que de alguna manera funciona como contrafigura de aquella historia que nos contara Arthur Penn a mediados de los sesenta con resultados tan fascinantes.

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