Siempre ha sido fundamental en el cine
la música. Empezando por el cine mudo que se proyectaba incuestionablemente con
acompañamiento musical, ya fuera piano, órgano u orquestina. Por otra parte, algunas
melodías se han incorporado a muchos programas de cine o no de cine que, aunque
no se hayan visto las películas para las que fueran compuestas, las hemos oído tanto
que resultan más que familiares.
Bernard Herrmann |
Un ejemplo que no puede fallar es el tema de Tara de Steiner para Lo que el viento se llevó (Gone with the Wind, 1939)
o el tercer movimiento de la Psycho Suite de Bernard Herrmann,
los famosos cuchillos en la escena de la ducha de Psicosis (Hitchcock, 1960); la melodía que Anton Karas creó para El tercer hombre (The Third Man, Carol Red, 1949);
o Entertainer, ese ragtime compuesto por Scótt Joplin en 1902 que la película El Golpe (The Sting, George Roy Hill, 1973) convirtiera en gran éxito setenta años después.
En ocasiones son canciones, como la de Joplin, que no habían sido creadas para el cine. Se trata de piezas preexistentes de la música popular seleccionadas por los cineastas para introducirlas en sus historias. En estos casos a veces ellas solas hablan de los gustos musicales del director, como es el caso de Woody Allen, cuyo cine rara vez deja de envolverse en piezas de jazz, preferiblemente del jazz de su infancia y adolescencia. O también de Pedro Almodóvar, con su música de raigambre claramente española, española de España o de Hispanoamérica, claro.
o el tercer movimiento de la Psycho Suite de Bernard Herrmann,
los famosos cuchillos en la escena de la ducha de Psicosis (Hitchcock, 1960); la melodía que Anton Karas creó para El tercer hombre (The Third Man, Carol Red, 1949);
o Entertainer, ese ragtime compuesto por Scótt Joplin en 1902 que la película El Golpe (The Sting, George Roy Hill, 1973) convirtiera en gran éxito setenta años después.
En ocasiones son canciones, como la de Joplin, que no habían sido creadas para el cine. Se trata de piezas preexistentes de la música popular seleccionadas por los cineastas para introducirlas en sus historias. En estos casos a veces ellas solas hablan de los gustos musicales del director, como es el caso de Woody Allen, cuyo cine rara vez deja de envolverse en piezas de jazz, preferiblemente del jazz de su infancia y adolescencia. O también de Pedro Almodóvar, con su música de raigambre claramente española, española de España o de Hispanoamérica, claro.
Woody Allen |
Y aunque la gran mayoría de las veces se recurre a componer música específicamente para cada película, aun así diferentes géneros y estilos de la música popular y diferentes temas de la música clásica son añadidos a la banda sonora combinando música original y piezas preexistentes.
Recurrir a temas de la música clásica se ha hecho muy a menudo y siempre con excelentes resultados. Recordemos el uso que hace Kubrick del Así Habló Zaratustra de Strauss en 2001: una odisea del espacio (1968), de tal fuerza que volvió a poner de actualidad en el cine a la música clásica cuando ésta empezaba a ser solución casi en desuso. Se había utilizado con frecuencia antes; Buñuel introduce a Händel y a Mozart en diferentes momentos de Viridiana (1960), por ejemplo. Y para los estupendos melodramas Sueño de amor (Song Without End, Vidor, 1960) o No me digas adiós (Aimez vous Brahms?, Anton Livack, 1961) resultaban tan indispensables Liszt y Brahms como Rachmaninov para la romántica Breve encuentro (Brief Encounter, David Lean, 1945) o para la divertida La tentación vive arriba (The Seven Year Itch, Billy Wilder, 1955). Pero en muchas otras sonaban también temas y motivos de Verdi (Una noche en la ópera, Sam Wood, 1935), Vivaldi (La carroza de oro, Renoir, 1953), Brukner (Senso, Visconti, 1954) Bach, (Como en un espejo, Bergman, 1961), Albinoni (El proceso, Orson Wells, 1961) y en fin un interminable número de consagrados compositores. Con todo, el efecto logrado en 2001 es tan impactante que vuelve a parecer casi imperativo contar con la música, que tanta presencia logra con su fuerza emocional en las historias narradas. Y especial protagonismo llegará a alcanzar en algunas películas posteriores, como la música de Mahler en La muerte en Venecia (Visconti, 1971), la de Wagner en Apocalipsis Now (1979), la de Mozart en Cadena Perpetua (Darabont, 1994) o la de Chaikovsky en Cisne Negro (Arnofski, 2010) por citar algunas.
Recurrir a temas de la música clásica se ha hecho muy a menudo y siempre con excelentes resultados. Recordemos el uso que hace Kubrick del Así Habló Zaratustra de Strauss en 2001: una odisea del espacio (1968), de tal fuerza que volvió a poner de actualidad en el cine a la música clásica cuando ésta empezaba a ser solución casi en desuso. Se había utilizado con frecuencia antes; Buñuel introduce a Händel y a Mozart en diferentes momentos de Viridiana (1960), por ejemplo. Y para los estupendos melodramas Sueño de amor (Song Without End, Vidor, 1960) o No me digas adiós (Aimez vous Brahms?, Anton Livack, 1961) resultaban tan indispensables Liszt y Brahms como Rachmaninov para la romántica Breve encuentro (Brief Encounter, David Lean, 1945) o para la divertida La tentación vive arriba (The Seven Year Itch, Billy Wilder, 1955). Pero en muchas otras sonaban también temas y motivos de Verdi (Una noche en la ópera, Sam Wood, 1935), Vivaldi (La carroza de oro, Renoir, 1953), Brukner (Senso, Visconti, 1954) Bach, (Como en un espejo, Bergman, 1961), Albinoni (El proceso, Orson Wells, 1961) y en fin un interminable número de consagrados compositores. Con todo, el efecto logrado en 2001 es tan impactante que vuelve a parecer casi imperativo contar con la música, que tanta presencia logra con su fuerza emocional en las historias narradas. Y especial protagonismo llegará a alcanzar en algunas películas posteriores, como la música de Mahler en La muerte en Venecia (Visconti, 1971), la de Wagner en Apocalipsis Now (1979), la de Mozart en Cadena Perpetua (Darabont, 1994) o la de Chaikovsky en Cisne Negro (Arnofski, 2010) por citar algunas.
Con todo, lo más habitual es la composición de bandas sonoras expresamente pensadas para cada película en cuestión. Excelentes compositores han dedicado su vida profesional total o parcialmente a crear este tipo de obras que se configuran como parte decisiva en el resultado final. Y no solo es trascendental para la película su banda sonora, sino que muchas de ellas constituyen verdaderas obras de arte. Muy conscientes de ello son los cineastas, que suelen elegir con gran cuidado a sus creadores. Y trabajarán a menudo con los mismos cuando los resultados sean satisfactorios, de manera que vemos con frecuencia estas prolongadas colaboraciones de directores con músicos brillantes. A ellos pertenecen muchas de las melodías que, con independencia de la calidad de las películas para las que fueron compuestas, viven frescas en nuestro imaginario musical, sin llegar a envejecer. Sin duda así sucede con gran número piezas; melodías y canciones de ayer, de hoy y de siempre, ideadas por compositores geniales a lo largo de la historia del cine.
Evoquemos a alguno de ellos. Uno con un fuerte sello personal fue sin duda Nino Rota, autor también de música clásica, pero, sobre todo recordado por su aportación al cine. Gran parte del mejor cine italiano, el de Lattuada, (Anna), Castellani (Due soldi di speranza), Monicelli (La grande guerra), Visconti, (El gatopardo, Rocco e i suoi fratelli…), Lina Westmuller (Film d´amore e anarchia ) o Zeffirelli (Romeo y Julieta) cuenta con sus composiciones. Y sus bandas sonoras acompañan también a películas francesas, René Clement (A pleno sol); suecas, Jan Troell (Hurricane) o estadounidenses, desde King Vidor (Guerra y paz) a Coppola (El padrino).
Nino Rota y Federico Fellini |
Sin embargo sobre
todo le asociamos con el cine de Federico Fellini. Con él mantuvo una estrecha
colaboración que duró más de un cuarto de siglo y casi todas sus obras más celebradas
fueron las que creara para sus películas (La
strada, La dolce Vita, Amarcord o Roma…). Su grado de compenetración era
tan alto que se percibía una íntima conexión entre música e imagen; parecía
como que la música traducía totalmente lo que la imagen quería decir, aportando
además nuevos coloridos y matices a la escena, sensaciones a veces contrapuestas,
emociones coincidentes o contradictorias, pero sugerentes y enriquecedoras
siempre. Y sí; los espectadores le asociábamos necesariamente a Fellini, aun a
pesar de que alguna de sus melodías más conocidas acompañen a otras cinematografías,
como sucede con la música que compuso para El
padrino de Coppola, tal vez la que ha alcanzado una mayor difusión mundial.
Nino Rota, en fin,
poseía una notable inventiva melódica y su música, delicada y marcadamente
romántica, sugiere mundos propios absolutamente originales que nos seducen a
todos y nuestra memoria se las apropia para que nos acompañen siempre.
Especialmente oportuno resulta ahora señalar la figura de Ennio Morricone (1928) quien, superados los noventa años de edad, ha comenzado a despedirse del cine con una gira de conciertos iniciada este pasado mes de mayo de 2019 precisamente en Madrid. Ennio Morricone es autor de las bandas sonoras de más de quinientas películas y series de televisión, muchas de ellas, claro está mundialmente famosas.
Especialmente oportuno resulta ahora señalar la figura de Ennio Morricone (1928) quien, superados los noventa años de edad, ha comenzado a despedirse del cine con una gira de conciertos iniciada este pasado mes de mayo de 2019 precisamente en Madrid. Ennio Morricone es autor de las bandas sonoras de más de quinientas películas y series de televisión, muchas de ellas, claro está mundialmente famosas.
Ennio Morricone y Sergio Leone |
Empezamos a
conocerlo por sus espléndidos trabajos en los años sesenta para los spaghetti western de Sergio Leone que en
España asociamos tanto a Almería porque allí, en el desierto de Tabernas, se
solían rodar esas hermosas panorámicas del Far
West que volvieron a poner este género, en aquel momento en franca decadencia,
de nuevo de moda. Un cine que también lanzó a la fama a Clint Eastwood hasta
entonces medianamente conocido. Las magníficas partituras de Por un puñado de dólares (Per un pugno di
dollari); La muerte tenía un precio (Per qualque dollaro in più); El bueno, el
feo y el malo (Il buono, il brutto, il cattivo) o Hasta que llegó su hora
(C’era una volta il West) enseguida
destacaron, y muchos de sus preciosos motivos pasaron pronto a formar parte
del acerbo común. Pero no se quedaría ahí, que Ennio Morricone, uno de los
compositores más versátiles de la historia del cine, ha seguido creando obras
brillantes, tanto para su amigo Sergio Leone (Erase una vez en América, Once Upon a Time in America, 1984) como
para otros muchos cineastas. Partituras muy diferentes y reconocidas, hasta
convertirse en uno de los más influyentes creadores de música de cine. Sirvan
la banda sonora de La misión (1986) o
la de Cinema Paradiso (1989) como
botón de muestra para corroborarlo.
Y entre los
compositores inolvidables figuran además muchos otros. Que no falte un recuerdo también para el estadounidense Henri Mancini, (1924-1994), quien, desde que firma
su primer trabajo en solitario para Sed
de mal (Touch of Evil, Orson
Wells, 1958), y a lo largo de toda su carrera después, consiguió regalarnos una
serie de temas soberbios, inspirados en el jazz, con los que va perfilando su
personalidad musical, en tantas ocasiones puesta de relieve. Muy especialmente pero
no solo, en algunas películas de Blake Edwards, (La pantera rosa, Desayuno con diamantes, Días de vino y rosas) y
Stanley Donen (Arabesco, Charada, Dos en
la carretera), alguno de cuyos números musicales ocuparán lugar de honor en
la memoria sentimental de tantos. ¿Alguien desconoce Moon River o los compases
del tema central de La pantera rosa?...
Cartel publicitario alusivo al agente 007 |
También
cualquiera puede haber tarareado en algún momento la melodía que sirve de presentación al agente 007, esa música que el británico David Arnold ligara estrechamente
a la figura, siempre resucitada y constantemente remozada, de James Bond.
O las
archiconocidas y bellísimas canciones que el ruso afincado en USA Dimitri
Tiomkin (1894-1979) escribiera para Solo
ante el peligro (High noon, Alfred
Zinnemann, 1952), El Álamo (John Wayne, 1960) o Los siete magníficos (John Sturges, 1960).
Y menos lejanas
en el tiempo tantas otras, como Oh! Pretty Woman canción de Roy Orbison que Marshall utiliza en 1990 como leitmotiv en su película del mismo nombre, Pretty Woman. O I Will Love You, escrita por Dolly
Parton y maravillosamente interpretada
por Whitney Houston en El guardaespaldas (The Bodyguard, Jackson, 1992).
Y eso que hemos dejado de lado el cine musical, tan plagado de talentos del género. Y que tampoco hacemos mención a compositores revelados después del cambio de siglo, que están produciendo ya una música insuperable.
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