No conocemos muchos
directores de cine checos; el autor de películas como Isadora, Morgan o, La mujer del teniente francés, Karel
Reisz, es checo, sí, pero aunque nació en Checoslovaquia, llegó a Gran Bretaña en
1939 como uno de los centenares de niños judíos que el filántropo Nicholas Winton
lograra rescatar de la barbarie nazi y allí es donde desarrollaría su carrera,
asociada en sus inicios al "free cinema" y a directores como Tony Richardson, con
quien firma su primer trabajo cinematográfico. En esa nueva patria crearía toda
su obra, así que su cine queda encuadrado en el británico.
Las margaritas (Sedmikrásky, Vera Tchytilova, 1966)
Nuestro
descubrimiento del cine checo llega más tarde; será con Vera Tchytilova y Las margaritas (1966), aquella película traviesa y
transgresora con la que esta brillante realizadora acudiera al festival de
Cannes y se diera así a conocer en la Europa Occidental, con la consecuencia de
verse censurada después en su país y prohibida su actividad profesional hasta
1975. Ella formaba parte de lo que se llamó la nueva ola checa, con Juraj Herz,
cuyo film El incinerador de cadáveres (1969) se estrenaría en España en 1974; Jiri
Mentzel, autor de Trenes rigurosamente vigilados (1966), Oscar de Hollywood aquel año
a la mejor película extranjera, y Milos Forman de quien conocíamos su deliciosa
Los amores de una rubia (1965). Milos
Forman estaba en París en la primavera del sesenta y ocho, cuando la Unión
Soviética invade Praga, y entonces toma la decisión de no regresar a su país,
trasladándose a Estados Unidos, para acabar nacionalizándose y desarrollando allí
el resto de su exitosa carrera.
En
cuanto a Mentzel, tras los avatares de su segunda película, Alondras en el alambre (1969), inmediatamente prohibida por la
censura oficial de su país, tampoco volvería a dirigir hasta 1974. Y con
respecto al cine de Juraj Herz, éste iría llegando con cuentagotas mucho más
tarde.
Así
que apenas media docena de películas checas o poco más se habían proyectado en nuestras
pantallas antes de 1989, fecha en que la llamada revolución de terciopelo parece que va a abrir un camino de
esperanza para la difusión del cine checo. No se materializó esto en resultados
numerosos, pero sí es cierto que a partir de la década de los 90 empiezan a
llegar a nuestros cines, lentamente, algunas de sus creaciones y se produce, además
de un reencuentro con cineastas antes descubiertos, la revelación de otros
nuevos, tampoco demasiados, sin embargo.
Y
en esta panorámica nos llama la atención la figura de Jan Sverak (1965), actor,
director y productor de cine checo formado en la Academia de las Artes de Praga
de quien nos han llegado separadas por el tiempo tres preciosas películas
cargadas de ternura pero nada sensibleras.
Películas con niño, lo que de entrada nos pone en guardia, toda vez que
no son raras las historias ñoñas con niños repipis, pero al momento comprobamos
que no es el caso.
La
primera de ellas, Kolya, presentada en 1996 en el Festival de Cannes, y muy
premiada (Oscar, Globo de Oro…), es un esplendido melodrama, cuya exhibición en
aquel festival propició su difusión por los países de la Europa Occidental, y
con ello dar a conocer además de esta bellísima película la existencia de un
excelente cineasta.
Kolya
cuenta una bonita historia, tierna y sentimental, profunda y emotiva, con
elegancia, sencillez y sin caer en excesos.
Con guion de su padre, Zdenek Sverak, que es también el protagonista, Jan Sverak realiza una obra intimista que sin tratar de resultar un film de denuncia no esconde la falta de libertad en esa Praga ocupada por los soviéticos. El personaje central, un concertista de chelo represaliado por sus ideas políticas, sobrevive tocando en entierros y, soltero impenitente, acosado por las deudas, se ve en la tesitura de casarse por dinero con una mujer rusa necesitada de obtener la nacionalidad checa.
Este es el planteamiento, a partir del cual la vida
de este solterón se verá radicalmente modificada cuando un buen día aparezca en
escena un niño, un niño ruso, delicioso y encantador, que no habla una palabra
de su idioma. Y la relación entre estas dos individualidades de mundos tan ajenos y edades tan dispares será el mano a mano por donde se deslice esta emotiva historia.
Jan Sverak logra mantener el equilibrio de la narración sin despeñarse por precipicios de blandenguería, lo que no siendo fácil en este
tipo de melodramas, él consigue, dirigiendo con tacto y mano segura una
historia conmovedora, sobria y contenida, desde luego muy lejos de resultar sentimental
en exceso. La delicadeza y elegancia con que desarrolla el asunto que trata consigue
emocionarnos profundamente sin resbalar por terrenos fáciles.
Su ritmo, la profundidad del relato, la belleza de sus imágenes, la estupenda banda
sonora que incluye temas de grandes compositores checos como Dvorak y Smetana magníficamente interpretados por
la Orquesta Filarmónica de Praga... todo esto bien manejado junto a unas
interpretaciones extraordinarias, especialmente por parte de sus dos
protagonistas, Zdenek Sverak y el sorprendente niño Andrej Chalimon, hacen de Kolja una película inolvidable, que nos dejó un hermoso recuerdo.
Bastante más tarde nos llegó Escuela Primaria (Obecna skola), su ópera prima, realizada en 1991 en torno a las memorias de su
padre, y que nos cuenta las vivencias de éste durante su primer curso escolar una
vez terminada la guerra.
Y de nuevo, casi 26 años después, retoma Jan Sverak los
recuerdos de su padre para ofrecernos otra historia nostálgica sobre la
infancia. Esta vez se trata de Lejos de
Praga (Po strnisti bos aka, 2017), ambientada
ahora en la segunda guerra mundial y narrada desde la mirada de un niño de ocho
años, que huyendo de la Gestapo con sus padres se refugia en el campo, en la
casa familiar de los abuelos. Una película inocente que se aleja mucho de las
barbaridades de la guerra y que tiene claras vinculaciones también con Kolja:
su condición de melodrama, la presencia actoral de su padre, Zenek Sverak, y de
nuevo un niño como protagonista. Pero tiene aún más vinculaciones con La escuela primaria, que continuaba la
historia aquí contada de la infancia de su progenitor, cuando, finalizada la guerra,
la familia regresa a Praga.
Ambas, pues, constituyen diferentes episodios de la infancia
de su padre, extraordinario actor y escritor que con frecuencia trabaja en
las películas de su hijo ejerciendo como guionista y actor. Y ambas son historias agridulces y amables, divertidas y serias, y delicadamente emotivas.
Sin alcanzar la excelencia de Kolya, están también muy
bien contadas y resultan muy gratas de ver. Narraciones, aparentemente sencillas
pero cargadas de profundidad de sentimientos, cuyos personajes, de sabia humanidad,
nos transmiten sus problemas sin exhibir el desgarro del dolor.
Escuela primaria, Sverak, 1991 |
En Escuela primaria, la figura de un nuevo profesor, héroe de guerra, le sirve al protagonista
para confrontar con este nuevo personaje la imagen que tenía de su padre y
modificar su visión; una visión, que por otra parte, nos devuelve las historias
de los adultos deformadas por los ojos de los niños.
Lejos de Praga, Sverak, 2017 |
En Lejos de
Praga captamos la dureza de la guerra y cómo ésta condiciona la vida de
todos. Y nos llega esta áspera realidad sin percibir ni una queja: la huida de
la familia antes de que sea demasiado tarde, el sufrimiento silencioso del maestro
frente a la ocupación, el comportamiento de los niños, fiel reflejo de lo que
viven. Y también las relaciones interpersonales, la lealtad, los odios, los
amores, las pequeñas alegrías, el dolor de la pérdida… la mirada del niño nos
muestra todo esto sin juzgarlo; somos nosotros, los espectadores quienes
tenemos que llegar al fondo emocional de lo narrado. Esta es la manera de hacer
de Jan Sverak, sobria y profunda. Y tener la oportunidad de reencontrarnos con su
cine es siempre un placer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario