Se entiende por
comedia romántica aquella que trata el enamoramiento de una manera amable y ligera,
rociado incluso con ciertas dosis de humor, porque su ingrediente indispensable
es ése, el amor de pareja, fluctuando desde el idilio empalagoso (Cuando Harry
encontró a Sally, 1989) a otros romances más contenidos, pero siempre vistos desde
su lado más amable y que a ser posible conquisten con la sonrisa e incluso con la risa.
John Barrymore y Claudette Colbert en Medianoche (Midnight, Leisen, 1939) |
Suelen
ser por ello historias con final feliz, aunque algunas se levantan sobre la
ruptura de la pareja (Annie Hall, W. Allen,
1977) y otras rozan el drama (Tu y yo - An
Affair to Remember- Leo MacCarey, 1957) o se precipitan en él (El apartamento, Billy Wilder, 1960). Sus
ambientes abarcan desde los más sofisticados a los más cotidianos y su motor
resulta de lo más variopinto también: una rivalidad profesional (La costilla de Adán –Adam’s Rib- George Cukor,
1949); una mentira difícil de perdonar (Indicreta,
Stanley Donen, 1958); el comienzo de una relación (Descalzos por el parque –Bareffot in the Park- Sacks, 1967); o el
final (Dos en la carretera -Two for de
Road- Stanley Donen, 1967) y hasta una trama de espías (Charada, Stanley Donen, 1963) o el más
acendrado enfrentamiento político (Ninotchka,
Ernst Lubitsch, 1939), que todo vale
para contar el amor de una pareja... o de un trío, porque a veces se complica y
se cuela un tercero (Una mujer para dos
-Desing for living- Ernst Lubitsch, 1933).
Muchas
de estas películas explotan el filón de Cenicienta, agazapada en el fondo de sus
tramas (Sabrina, Billy Wilder, 1954),
aunque a veces el príncipe no es tal, que es ella la princesa (Vacaciones en Roma, Roman Holiday, William
Wyler, 1953), porque el mito de Cenicienta es muy agradecido en este género. Puede
esconderse detrás de una chica trabajadora (Armas
de mujer, Working girl, Mike Nichols, 1988), una estafadora, (Las tres noches de Eva, The Lady Eve Preston
Sturges,1944), una cazafortunas (Cómo
casarse con un millonario, Jean Negulesco, 1953) o incluso alguien que
pasaba por ahí (Una chica afortunada,
Easy Living, Mitchel Leisen, 1937).
En algunas películas es fácil de reconocer; en otras se ha retorcido tan sabiamente
el mito que el cliché del que partimos no se corresponde con lo que veremos.
Pero esto es parte de su gracia y así sucede por ejemplo en Medianoche.
Don Ameche, Claudette Colbert y John Barriymore en Medianoche (Midnight, Leisen,1939) |
Medianoche (Midnight, Mitchel Leisen, 1939) podría encuadrarse entre las
historias de ambientes sofisticados, porque se mueve en un mundo de clases
altas, sí, aunque es un mundo donde se cuelan personajes de la calle, un
taxista y una vividora, que dan pie para burlarse de esos ambientes de privilegio
y de esos tópicos forjados en torno a los manidos conceptos de arriba y abajo.
Su
argumento: una aventurera joven y
despreocupada recala en Paris sin más recursos que lo puesto, pero dispuesta a
labrarse a la mayor brevedad un futuro envidiable. Comienza la historia cuando
acaba de bajarse del tren que la trae, desplumada, de Montecarlo y como se
suele decir no tiene ni donde caerse muerta, pero la chica entra con buen pie,
porque un taxista conmovido por su situación la protegerá al instante. Luego éste
irá cayendo en sus redes y se enamorará perdidamente, pero aparecen otros
hombres, otros acontecimientos y la historia se complica. A partir de aquí se
sucederán situaciones divertidas, enredos sin cuento, equívocos regocijantes y
entre peripecias y sorpresas se va desgranando esta historia que destila
ingenio y sátira social. Unos diálogos brillantes y el buen hacer de todos
convierten esta obra en una verdadera joya.
La
película es del año 1939. Sus guionistas, nada menos que Billy Wilder y Charles
Brackett; sus protagonistas, Claudette Colbert, Don Ameche y John Barrymore; su
director, Mitchel Leisen… Todos brillantes y todos afamados, aunque su
realizador, Mitchel Leisen, hoy en día menos que los demás, que está bastante
olvidado en la actualidad. Y ello muy injustamente, ya que hizo un cine de calidad, elegante y
divertido que no envejece, al contrario mantiene intacta toda su frescura.
Se
trata en este caso de uno de sus films más celebrados, que componía con Candidata a millonaria (Hands Across the Table, 1935) y Una chica afortunada (Easy Living, 1937) una trilogía de estupendas
comedias amables, todas ellas en esencia diferentes visiones de este cuento de
hadas que hemos elegido para acercarnos al género. “Cada cenicienta tiene su medianoche”, dice nuestra protagonista en
un momento de la película. Y es fácil adivinar detrás de esa frase la mano de
Billy Wilder que tantas cenicientas puso en sus corrosivas y satíricas
historias (Irma la dulce, Bésame tonto,
El apartamento, Sabrina, Arianne…).
Medio siglo después un experto en comedias románticas, Garry Marshall, realiza
Pretty Woman (1990), que
desde su estreno gozó también de gran fortuna. La historia venía envuelta en un
formato atractivo, a un tiempo moderno y clásico, arropada por estupenda banda
musical donde brillaba una bonita canción, del mismo título que la película,
que arrasó. La trama evoluciona suavemente, sin meterse en honduras; aquí no
hay ironía ni sátira sino estrictamente un cuento amable bien contado. Lo que
empieza como una fría transacción comercial termina con un final feliz. En
medio, el público disfruta de una historia agradable y divertida, con sus
momentos de humor y su toque sentimental.
Este
es el núcleo de la trama: una prostituta y un alto ejecutivo. Él, Edward Lewis,
tiene que acudir en pareja a una serie de eventos sociales para cerrar un buen
negocio, pero acaba de romper con su novia. Ella, Vivian Ward, se mueve por
Hollywood Bulevard viviendo de alquilar su cuerpo. Se produce el encuentro y llegan
a un acuerdo para que Vivian acompañe a Edward en calidad de pareja formal a
todos los eventos de la agenda del ejecutivo durante los días que dure la
negociación.
Parece
que el argumento inicial no iba a ser precisamente una acaramelada historia de
amor, pero el azar hizo que quebraran los estudios que se iban a encargar de la
producción y al final fuese Disney quien lo llevara a término, dando un giro de
180 grados al guión de partida. Cierto o no, la historia que nos llegó fue un agradable
y simpático relato rosa.
Seguimos
con el argumento: para hacerla creíble en su papel, habrá que darle un giro
transformador a su imagen y de ello se ocupará el ejecutivo, dotándola, como un
hada buena, de todo el ornato necesario. Y Vivian, como cualquier cenicienta,
asistirá fascinada a la transformación de su imagen. La trama va evolucionando
entre anécdotas más o menos graciosas mientras surge el amor. Finalmente, tal
como esperábamos, el hombre poderoso cae rendidamente enamorado de la preciosa
mujer que gracias a su inteligencia y encanto, con solo unas cuantas
indicaciones suyas, se transforma en una distinguida acompañante y en un ser
maravilloso. Él, sin discusión es el prototipo de príncipe azul, joven, guapo y
rico, al que obviamente ella, desde su evidente perfil marginal, no puede más
que adorar identificándole claramente como el héroe que la rescata de una vida
oscura. La película nos va desvelando con eficacia cómo se produce el milagro y
todos contentos asistimos al deseado final feliz.
Otra
vez cenicienta ha encontrado a su príncipe.
Muy
exitosa desde el momento de su estreno, lanzó a su protagonista, Julia Roberts,
ya conocida pero aún en los inicios de su carrera, al estrellato más definitivo.
También su oponente, Richard Gere, ya veterano entonces como actor, vio
notablemente incrementada su popularidad con esta película que gozó de la
general aceptación y supuso un antes y un después en sus respectivas carreras. Oh! Pretty woman, la canción que
acompañó a la película, en su lanzamiento primero y en su fortuna después, la
superaría incluso en premios y celebridad. Se trataba de un rock de Roy Orbison
estrenado exitosamente en 1964. Su utilización como leitmotiv en la película de Marshall le regaló un cuarto de siglo
después una segunda juventud y la convirtió en un clásico que incluso hoy en
día sigue sonando como uno de esos títulos que a todo el mundo resulta placentero
y familiar.