Hay
películas que desasosiegan y producen un malestar interior que no cesa;
historias que aunque verosímiles cuesta creer, porque bordean lo
fantasmagórico. Películas de las que el espectador sale un poco como poseído,
porque la trama se aferra a él, se le queda como enganchada dentro, arañándole
y produciéndole una extraña desazón.
Deborah Ker en Suspense (Innocents, Jack Clayton, 1961) |
Parece una descripción de los efectos del cine
gótico, pero el cine gótico no deja esa desazón, porque no resulta
auténticamente creíble; se entra en su convención mientras dura el relato y
luego el susto vivido se queda olvidado en la butaca. Es el caso de la
extraordinaria Suspense (Innocents. Jack Clayton, 1961) o de la
interesante Los otros (Alejandro Amenabar, 2001).
Y ello sucede porque resultan muy familiares sus
herramientas: la noche, la niebla, la muerte acechando… contornos
desdibujados, estancias en penumbra,
atmósferas insanas, sombras grotescas, ruidos atemorizadores. También sus
localizaciones: cementerios embrujados, castillos en ruinas, caserones sombríos
y solitarios… Y no digamos sus argumentos: profecías malignas, presencias
fantasmagóricas, relatos de seres monstruosos, tal vez vampiros… No,
decididamente, estas historias no son creíbles.
El otro (The Other, Mulligan, 1972) |
Pero hay otras que, aunque insólitas, convencen de
entrada porque parecen moverse en terrenos de realidad, aunque pronto la trama
lo desmienta. Así pasa con El otro (The Other, Robert Mulligan,
1972) donde la infancia es una pesadilla que revela una realidad difícil
de creer… pero casi verosímil, y deja tal desasosiego dentro que ya nunca consigue
uno librarse de esa historia, que además queda abierta, en un rasgo de
modernidad anticipador de enfoques más actuales.
Matar a un ruiseñor (To Kill a Mockingbird , Mulligan, 1961) |
Su director, Robert Mulligan, hace con frecuencia un
cine algo nostálgico, donde a menudo recurre a las vivencias de la niñez,
asociadas siempre con acontecimientos históricos relevantes y no muy lejanos:
el crack del 29, la segunda guerra mundial… de modo que ya había abordado el
tema de la infancia en anteriores películas y lo volvería a hacer después. En Matar un ruiseñor (To kill a Mockingbird, 1961), su obra más famosa, mostraba las injusticias y
crueldades del mundo de los adultos a través de los ojos de unos niños en los
duros años de la depresión económica. Y en Verano del 42 (Summer of 42, 1971) narra el despertar sexual de unos adolescentes estadounidenses,
los de aquel año, traumatizados por la aparición en su horizonte vital de algo
tan amenazador como la guerra, la segunda guerra mundial. Y retomaría el tema
de la infancia después, en Verano en Luisiana (The Man in the Moon, 1991) su última película, para relatar el descubrimiento del amor por parte de
una niña de catorce años y el conflicto con su hermana, enamorada del mismo
joven.
De manera que El otro (The Other, 1972) es una de sus varias películas centradas en la niñez. Esta vez sin embargo partirá de un punto de
vista radicalmente distinto de cualquiera de las antes mencionadas. Y lo hará para contar una historia inquietante y
perturbadora, poco tratada además hasta entonces por el cine, el instinto
criminal en el niño, algo tan opuesto a la inocencia y la ingenuidad que se asocia siempre con la infancia.
El otro (The Other,Mulligan, 1972) |
El argumento: estamos en algún lugar del sur de los
Estados Unidos, en la América agrícola y profunda del período de entreguerras,
aquellos años del desastre económico que sobrevino al crack del 29. Y en ese entorno
rural, de bellos paisajes de exteriores diurnos y luminosos, asistimos a la
historia de dos hermanos. Son gemelos, ambos de apariencia angelical; bondadoso
y encantador uno, perverso y desagradable el otro; el polo opuesto a su hermano.
Entre los dos, estrechamente unidos en sus juegos, crece la rivalidad. Están pasando
el verano con sus padres en casa de la abuela, pero una tragedia familiar acaba
con la vida de su padre y deja a la madre en un estado de postración
irrecuperable, cambiando el rumbo de su existir; se quedarán necesariamente bajo
el cuidado de su abuela en ese lugar remoto y campesino.
A partir de ahí la película ofrece pequeñas
pinceladas de asuntos horrendos que van poblando la fantasía de los niños y poniendo
también en guardia al espectador. A continuación muestra, como hechos
independientes, una serie de desgracias en el vecindario que vamos asociando al
discurrir de los juegos infantiles; uno en particular muy peligroso, el gran
juego, aquel en que la abuela introduce al hermano bondadoso. Por todas partes se nos va filtrando una
sensación creciente de sospechas, de alarma, de terror… Poco a
poco todo se irá entretejiendo y adensando hasta formar un atmósfera
irrespirable.
El Otro (The Other, Mulligan, 1972) |
El ritmo lento de la narración, tan acertado, acentúa
la carga terrorífica del relato, con momentos de tensión bien construidos e
insuflando un malestar que impregna al espectador mientras hace crecer en él el
interés por saber hasta dónde llegarán esta pareja de gemelos; por cierto,
magníficamente interpretados por dos desconocidos (Chris
y Martin Urvadnoky).
Una película además
de contrastes: los gemelos como el bien y el mal, en sus perfiles de Caín y
Abel; la paradójica fascinación de ese niño angelical por el otro, el
maligno, con una devoción resistente a todas sus atrocidades; la
abuela, encantadora y siniestra a la vez, enseñando a los niños juegos
tremebundos; la madre aparentemente sana, pero destruida por dentro; el medio, amable, pero cruel en su indiferencia,
que desvela a los hermanos con crudeza las maldades de la vida: noticias del rapto del
hijo de Lindberg, el famoso aviador; el feto monstruoso de la feria… pequeñas pinceladas que
desmienten la apariencia inocente casi arcádica de esos lugares campesinos en
donde todo está sucediendo.
No hay escenas
truculentas ni efectos especiales para atemorizar; alguna imagen macabra, como
la del circo de los horrores en ese mercadillo campesino, pero no se deleita en
ellas. La película impacta, no por sus imágenes, sino más por lo que esconde. Y
aterra también por su ambigüedad, por la indefinición de sus perfiles ya que a pesar de estar llena de
contrarios no deja nunca del todo claro
las fronteras entre ellos hasta el punto de que a veces confundimos incluso a
los niños o dudamos del desenlace. Y este matiz hace aún más terrorífica la
narración.
Una película, en
fin, interesante, que abrió, con su originalidad tanto temática como formal,
nuevos caminos al cine de terror, y que el paso del tiempo no ha maltratado
demasiado, a pesar de lo mucho que se han reutilizado después gran parte de sus
hallazgos.
Geraldine Page y Clint Eastwood en El Seductor (The beguiled, Siegel, 1971) |
Por las mismas
fechas o poco antes, también en los Estados Unidos, se hacía otra película
escalofriante: El seductor (The Beguiled, Don Siegel, 1971).
Ambientada en la Guerra de Secesión norteamericana, relata lo sucedido a un
soldado desertor, recogido en un campo donde lo encuentran herido y desvanecido
unas jóvenes residentes en un cercano internado de señoritas, a donde éstas lo
llevan para socorrerle. Es guapísimo, así que enseguida todas van cayendo en mayor
o menor medida bajo el influjo de su atractivo físico. Todas, alumnas y
gobernantas. Una tensa rivalidad entre ellas va envenenado la atmósfera, y el
soldado, ventajista y astuto, trata de mover a su favor los hilos de esos
sentimientos. Pero está en clara minoría en ese cerrado mundo de mujeres y las
cosas discurrirán por caminos complejos e inesperados. Un estupendo Clint
Eastwood, de vuelta de sus espaguetti
western, da vida a este personaje que se cree favorecido por la fortuna al
caer en tan dulces manos.
El seductor (The Beguiled, Don Siegel, 1971) |
La historia,
basada en una novela de Thomas P. Cullinam, se desliza por mundos tensos de represión
sexual, pasión erótica, violencia y perversión para desvelarse como una escalofriante
comedia negra. Hay también un remake de 2017, realizado por Sofía Coppola. Ambas,
versiones fieles a la novela, pero enfocadas desde distintos ángulos. Mientras
la adaptación de Don Siegel podría leerse como un cuento misógino que no hará
concesiones a la brutalidad de la historia, ni al morbo y la malignidad de sus
personajes, la de Sofía Coppola insufla ciertos toques feministas a este relato
que lo suavizan poniendo el acento en señalar cómo la presencia desasosegante
de un intruso en ese hermético universo femenino pone en peligro el equilibrado
mundo de complicidad entre esas mujeres. Interesante también, pero no alcanza ni
de lejos la fuerza, profundidad y negrura de la versión anterior.
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