La presencia de lo femenino constituye un elemento determinante en la vida de Galdós.
Noveno hijo de un padre ya en edad avanzada cuando él nace, su niñez transcurre bajo la vigilante mirada de su madre. Y su vida adulta, vida de soltería, fluye también entre las diversas mujeres de la familia que gobiernan su casa y sus numerosísimas aventuras eróticas, de muchas de las cuales tenemos noticia, e incluso de algunas abundante documentación, a pesar del empeño que el autor puso en mantener un clima de discreto callar en torno a su vida privada.
Esta presencia de lo femenino asume de igual modo en su novelística un papel hegemónico. Infinidad de tipos de mujer cargados de vida pueblan su imaginario narrativo, que el cine nos ha acercado en algunas ocasiones, sorprendentemente pocas en relación al potencial argumental que la fertilísima imaginación de Galdós nos ofrece. Mujeres de todo tipo y condición se asoman rebosantes de vida a sus páginas y se graban en la pupila del lector como seres que habitaran un mundo real. Qué serie inacabable de figuras, a centenares se pasean por sus novelas, saltando a veces de una a otra, para que volvamos a encontrarlas, ellas mismas, observadas desde otros ángulos, que no se agotan en una mirada: parecen mujeres de carne y hueso, con vida propia y acusada singularidad como la Benigna de Misericordia, toda bondad y abnegación; la Nela de Marianela, capaz de sublimar su erotismo por vía del sacrificio; la Isidora de La desheredada, tan alocada y tan desdichada; la doña Cándida de El amigo Manso, enredadora y megalómana. O fanáticas como Doña Perfecta, intransigente y soberbia; hermosas como las hermanas Refugio y Amparo, que conoceremos en El doctor Centeno y más a fondo en Tormento... A todas ellas las vemos vivir sus vidas tan dispares con una naturalidad admirable. Y entre todas, ninguna quizá tan lograda como esa Rosalía Pipaón de la Barca, La de Bringas, aparentando siempre un estatus superior al que tiene, envidiosa y consumista, compradora compulsiva y quintaesencia del quiero y no puedo.
Y ¿qué decir de la riqueza de tipos femeninos que surgen por doquier en Fortunata y Jacinta? Sólo con centrarnos en esta novela ya tenemos un buen puñado de mujeres singulares pletóricas de vida: desde la propia Fortunata, amante desdichada; la apocada Jacinta, mártir resignada del mismo niño bonito que arruina la vida de Fortunata; su suegra, doña Barbarita, madre amorosa y agobiante; la beata Guillermina Pacheco, encendida de caridad y siempre importuna arañando dádivas; doña Casta Moreno, presumida y cotilla, con sus hijas, la romántica Olimpia y la elegante Aurora; Doña Lupe, "la de los pavos", enfangada en negocios turbios o esa Mauricia la dura, recia y brutal... todas ellas conforman algunas de las más atractivas criaturas de esta novela, que figura entre las más importantes del XIX español.
El cine las ha hecho vivir de nuevo en diferentes ocasiones. Si nos fijamos en los personajes de Fortunata y Jacinta en seguida nos vienen a la memoria interpretaciones soberbias como aquella enérgica doña Lupe que compone con sabiduría María Luisa Ponte en la serie que Mario Camus realizara para TVE en 1979. O, en la misma serie, la doña Barbarita de Mari Carrillo; o la pedigüeña beata de Berta Riaza... por citar solo algunos de los muchos perfiles femeninos que pueblan la historia, magistralmente adaptada por un cineasta que acierta con todo: un reparto de primera, cuidadísima ambientación, adecuado ritmo narrativo... Merece especial mención esta serie porque supuso una prometedora iniciativa de TVE en la naciente democracia española, un gran esfuerzo coronado por el éxito que tendría que haber dado lugar a un larguísimo rosario de producciones de calidad, continuando en la línea de esta primera adaptación. Pero, aunque en efecto le siguieron algunas otras producciones notables, no se llegó a explotar suficientemente camino tan fructífero.
Volviendo a Fortunata y Jacinta, no fue ésta la primera vez que se filmaba. Existe una versión anterior, la de Angelino Fons de 1969, que contó con un reparto desigual, desde una Emma Penella, excelente actriz pero algo mayor para encarnar a la protagonista, a Terele Pávez, su hermana en la vida real, y ésta sí acertadísima, dando vida a aquella Mauricia con quien se amigara Fortunata en las Micaelas.
Dos son también las versiones cinematográficas de Doña Perfecta, ambas con el mismo título de la novela, una dirigida por Alejandro Galindo en 1950 y otra por César Fernández Ardavín en 1977. De Marianela conocemos tres, realizadas en los años 1940, 1955 y 1972 respectivamente. La primera y la última, producciones españolas, dirigidas por Benito Perojo la más antigua y por Angelino Fons la más reciente, mientras que la de 1955 es obra del argentino Julio Porter.
Nazarín, Tristana y Tormento son las restantes novelas adaptadas a la pantalla hasta hoy. Nazarín (1958) y Tristana 1970) constituyen dos espléndidas creaciones de Buñuel. En la primera, junto a un soberbio Francisco Rabal, como el angelical Nazarín, Ofelia Guilman nos recrea con talento otro de los estupendos tipos femeninos de Galdós, el de Estefanía Chanfaina, protectora de ese santo varón, mujer de genio violento pero caritativa y servicial.
En la versión de Tristana Catherine Deneuve realiza una inquietante composición, fría y perversa, de esa desgraciada joven, tempranamente seducida por su tutor, a punto después de encontrar la salvación por el amor y definitivamente frustrada por su invalidez; vencida, amargada y obligada a someterse a una realidad que detesta.
Tormento, dirigida en 1974 por Pedro Olea resultó también una excelente película, bien contada y con certeras interpretaciones entre las que destaca la de Concha Velasco dando vida a una ambiciosa y presumida Rosalía Pipaón, la de Bringas, que aparece aquí en su condición de tía de Amparo, Tormento, cuya historia nos narran novela y película.
Este mundo galdosiano poblados de tipos a los que vemos vivir, sentir y hasta respirar recompone más de un cuarto de siglo de nuestro discurrir. En él palpita la España de "La Gloriosa", de la Primera República, de Alfonso XII y de la Regencia, maravilloso universo en que nada falta ni sobra. Y ello por hablar sólo de su novelística, ignorando el enorme esfuerzo narrativo de nuestra historia decimonónica que suponen sus monumentales Episodios Nacionales e ignorando también su teatro y el resto de su producción literaria. Con razón Galdós ocupa lugar tan preferente en la literatura española. Y el cine desde luego, tiene un filón inagotable en sus obras, un filón algo olvidado hoy, pero al que sin duda volverán otra vez su mirada nuestros cineastas.
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