Truman Capote y Nelle Harper Lee compartieron infancia en Monroeville,
un pueblo de Alabama, donde Nelle residía y Truman pasaba largas temporadas. Él procedía de Nueva Orleans y su apellido Capote corresponde al segundo marido de
la madre, un empresario canario que le adoptó. Se crió como su amiga en esa
atmósfera de sur profundo de los años treinta, años de depresión económica y
segregación racial.
Él, un niño poco común, estrafalario y caprichoso; ella, una niña peculiar. Demasiado suave él, demasiado ruda ella, ambos amantes del misterio, de los libros y la lectura, ambos con una precoz vocación literaria. Esto lo sabemos porque Nelle Harper Lee nos lo cuenta en su novela Matar a un ruiseñor, una narración cargada de connotaciones autobiográficas.
Él, un niño poco común, estrafalario y caprichoso; ella, una niña peculiar. Demasiado suave él, demasiado ruda ella, ambos amantes del misterio, de los libros y la lectura, ambos con una precoz vocación literaria. Esto lo sabemos porque Nelle Harper Lee nos lo cuenta en su novela Matar a un ruiseñor, una narración cargada de connotaciones autobiográficas.
Pronto emigrarían los dos a Nueva York, donde continuarían
siendo amigos unas cuantas décadas más. Él, niño precoz, se reveló como escritor
importante a los 24 años con Otras voces
y otros ámbitos (1948), donde nos deja un retrato de su amiga Nelle. Siguieron nuevos éxitos como Color local (1950), El arpa
de hierba (1951), Casa de flores
(1954), y sobre todo Desayuno en
Tiffany’s (1958), antes de que tomara la decisión de abordar la novela que
se iba a convertir en su mayor éxito, A
sangre fría, crónica novelada de un suceso real: el asesinato, sin móvil
aparente, de una familia en un pueblecito de Kansas.
Esa década de éxitos literarios le ha conquistado un lugar
privilegiado entre la alta sociedad neoyorquina, donde se mueve a su capricho y
todo se le tolera. Extremadamente ingenioso y divertido, se le rifan en
sociedad y él se sabe mimado y famoso. Es muy competitivo pero no tiene rival,
así que disfruta paladeando sus éxitos sin sombras a la vista.
Truman Capote y Nelle Harper Lee |
Estamos en 1959. Nelle acababa de entregar a una editorial el
manuscrito de su primera novela cuando su amigo Truman le propone viajar juntos
a Kansas, porque The New Yorker le financia la elaboraciòn de una crónica del atroz suceso recientemente ocurrido allí y que había
conmovido a la sociedad estadounidense. Para ello tiene que desplazarse al
lugar del crimen y recopilar datos de primera mano, manejar documentos del
caso, hablar con los testigos, con los policías que arrestaron a los asesinos,
incluso con los propios asesinos. No quiere hacer solo ese viaje y a su amiga Nelle
le encanta la idea de unirse al plan; revisan juntos la documentación
conseguida, le tutela en las visitas que efectúan en el pueblo y elimina las
resistencias que sin duda sentían los del lugar frente a un individuo de
aspecto tan inusual y provocador, hasta el punto de que probablemente sin
ella no hubiera logrado ser atendido. Todo en su figura excéntrica, su forma de
hablar, de vestir, de moverse, de comportarse, en suma, estaba declarando a
gritos su homosexualidad en una sociedad extremadamente homófoba y convencional,
así que la presencia de su amiga en esos primeros contactos tuvo que ser para
él, más que positiva, determinante.
El trasunto de este viaje, así como
todo el proceso que sufrió la novela y la vida de Capote hasta el momento en
que los asesinos de la familia fueron ejecutados y el relato publicado, está narrado en dos
espléndidas películas que tuvieron la desgracia de aparecer casi simultáneamente, la magnífica Capote (2005),
dirigida por Bennett Miller con el
muy llorado Philip Seymour Hoffman, como protagonista, que recibió un merecidísimo Oscar por su
interpretación; e Infamous (Historia
de un crimen, 2006) de Douglas
McGrath, que constituye también un trabajo muy notable.
Volviendo a aquello años, la
novela de Harper Lee se publica en 1960; es a continuación premiada con el
Pullitzer, (1961), y enseguida llevada al cine, con el mismo título: To Kill a Mockingbird (Matar a un ruiseñor,
1962), bajo la dirección de Robert Mulligan. Se trata de un relato
autobiográfico donde la autora evoca el mundo de su infancia y traza paralelamente una
denuncia del racismo. Una obra digna de ser leída que se acabó convirtiendo en
manual de ciudadanía para las siguientes generaciones escolares de su país,
aunque censurada hasta 2013 en el estado de Virginia, y bloqueada infinidad de
veces en otros estados de la Unión, lo que en definitiva viene a abundar en su
condición de obra de denuncia.
Gregory Peck como Atticus Finch en Matar a un ruiseñor, 1962 |
Por
su parte el film, soberbia adaptación de la novela, lleno de matices, sensible
sin caer en la sensiblería, delicado en su observación de la infancia y honesto
retrato de esa sociedad injusta que describe, se convirtió enseguida en
película de culto, y Gregory Peck, su protagonista, ya no podría nunca
desligarse de ese personaje, Atticus Finch, que él nos hace inolvidable, y que para
muchos constituye el mejor de una carrera tan llena de aciertos como fue la
suya (Duelo al sol, El proceso Paradine, El
mundo en sus manos, Vacaciones en Roma, Horizontes de grandeza… y tantas y
tantas más).
Audrey Hepburn en Desayuno con diamantes, 1961 |
Mientras Nelle Harper Lee recogía su
Pullitzer, se estrenaba la versión para el cine de la novela de Truman Capote Breakfast at
Tifany’s, (Desayuno
con diamantes, 1961), dirigida por Blake Edwards, con música de Mancini, (que
alcanzó aquí con Moon River el Oscar a la mejor canción), y una también premiada Audrey Hepburn, cuya
imagen en esta película el tiempo convertiría
en verdadero icono mundial. El escritor estaba en la cumbre del éxito, pero sufría con la construcción de esa
novela de la que había dado algunas entregas a la prensa, y que nunca ultimaba.
El final se demoraba en tanto no fueran ejecutados los asesinos, hecho que además
debía desgarrarle en deseos contrapuestos, dada la implicación afectiva que
llegó a sentir por uno de los criminales. El caso es que pasaron siete años
antes de poder cerrar ese capítulo. Años que debió de vivir como de sequía
creativa y que venían a coincidir con la cosecha de éxitos de su amiga.
La amistad entre ambos se resintió. ¿Quizá Truman no valoró en
su medida la aportación de Nelle al viaje en común? ¿Tal vez él, que siempre
se confesó muy competitivo, sintió celos del éxito enorme de Nelle, de ese Pullitzer
que él nunca alcanzó, de esa película tan premiada (tres 0scars, tres Globos de
oro, el David de Donatello...) sobre la novela de su amiga? El hecho es que tras
ese viaje acabarían distanciándose y en la fiesta de celebración que Truman organizó
cuando por fín pudo publicar A sangre fría, con doble dedicatoria a su pareja y a su
amiga, Harper Lee brilló por su ausencia.
La novela de Capote tuvo también su adaptación
cinematográfica, un trabajo sólido y bien construido que con el mismo título, A sangre fría, realizó Richard Brooks en
1967. Rodada en blanco y negro, en los
escenarios naturales donde transcurrieron los hechos, la historia, constituye
una interesante reflexión sobre la pena de muerte.
Tras la experiencia vivida en la gestación de esa novela, Truman Capote no
volvería a ser el mismo. Seguiría escribiendo, viajando y desarrollando una
intensa vida social, pero con un trasfondo mucho más amargo. Moriría en 1989, a
los 64 años de edad, después de pasar por sucesivas clínicas de reposo y diferentes
episodios de desintoxicación del alcohol y otras drogas.
Nelle Harper Lee reaccionó a su éxito literario de manera diametralmente
opuesta al modo en que lo hacía su amigo; se mostraría siempre refractaria al
éxito, huyendo de la fama y refugiándose en su casa de Alabama donde viviría
con su padre y con su hermano, rehuyendo a la prensa y sin cambiar de
residencia hasta su reciente muerte en 2016. Sólo publicó otra novela más que
no ha alcanzado mayor repercusión.