Hacia 1860 aparece el tango en ambas márgenes del río de la Plata y rápidamente se extiende por los barrios bajos
de Montevideo y Buenos Aires donde moran los inmigrantes europeos. Se trataba
del tango arrabalero, bailado por parejas fuertemente abrazadas que escandalizó
a la sociedad rioplatense.
Considerado
lujurioso, la iglesia lo condena, la policía lo persigue y esto obliga a
bailarlo en sitios oscuros, en antros y burdeles, quedando así asociado a
lugares de vicio y placeres prohibidos, por lo que, al principio, pocas mujeres
lo bailan, es casi sólo una danza de hombres, hombres procedentes de los
estratos más humildes en los más pobres suburbios.
Pero
los niños bien de las familias bonaerenses frecuentan también estos lugares.
Ellos son los que lo darán a conocer en otras esferas sociales y sobre todo los
que lo llevarán a Europa. Allí el tango, antes considerado vulgar, conquistará
con su glamour a los sectores más altos de la sociedad y en poco tiempo se
bailará en todas las capitales europeas. El tango arrabalero convertido ahora
en tango de salón, seguirá evolucionando en sus coreografías, enriqueciéndose y
manteniéndose vivo y vigente hasta nuestros días.
Como
danza estuvo de moda hasta los años sesenta en que fue relegada por otros
ritmos y prácticamente olvidada hasta los noventa en que volvió a hacerse
fuerte, no solo en su país de origen sino llamativamente en infinidad de
capitales europeas.
En
el cine hizo su aparición desde fechas bien tempranas, porque ya en 1897
Eugenio Puy dirige Tango argentino y
con ese título no parece difícil
suponer que la película va de tangos. A continuación, a lo largo de toda la
historia del cine mudo son muy numerosos los films realizados en Argentina dedicados
al tango. En ellos intervienen entre compositores e intérpretes prácticamente todos
los grandes del tango del momento. Pero no sólo allí. En Francia bastante antes
de que Valentino se marcara en Hollywood ese tango, (La cumparsita), de The four
hoursement of the Apocalypse (Los 4 jinetes del apocalipsis, 1921, Rex
Ingram), Max Linder interpretaba un corto titulado Max, profesor de tango, (1912). Y otras grandes figuras del cine mudo como
Chaplin o Mac Sennet le dedicaban también su atención.
Carlos Gardel y Rosita Moreno en Tango bar, 1935 |
Con
la llegada del sonoro la presencia del tango en el cine se haría aún más
nutrida. Al principio, reducida, claro, a Argentina: Tango, (1933), Los tres berretines, (1933), El alma del bandoneón,
(1935), Tango bar, (1935), La muchachada de a bordo (1936),
Adios Buenos Aires, (1938), con la
obligada presencia de Gardel, Libertad Lamarque, Tita Merello y otras estrellas
que pronto se consagraron. No tardaría mucho en rebasar fronteras. De 1947 es la
japonesa Anjo-ke-no A Butokai,
dirigida por Kozaburo Yoshimura, que pone de manifiesto que no es sólo en
América y Europa donde va ganando adeptos la pasión por el tango.
En
las décadas siguientes el gusto por el tango sufre fluctuaciones, y cuando todo
indica que se ha ido apagando para no volver a encenderse se registra un nuevo
florecer. La fama de El último tango en
Paris (1972) parece que lo hubiera rescatado del olvido y así en esa década
y la siguiente estará de nuevo presente en buen número de películas. Pero será
sobre todo a partir de los años noventa, cuando en algunos países europeos
parece estarse viviendo una tangomanía, cuando cada vez sea más frecuente que sus
melodías participen, como leitmotiv, subrayando escenas, o, de algún otro modo,
de la banda sonora de un buen número de películas.
Películas
de las cinematografías más diversas, que son infinidad las que contienen algún
tango en algún momento de su discurrir, La lista de Schindler, (Steven Spielberg, 1993; Quemado por el sol, (Mijalkov, 1987) y tantas otras.
Y
no sólo la música, la magia del tango bailado se cuela también, y tal vez con
más frecuencia, en las tramas de numerosas películas, muchas veces para
convertirse en un momento señalado que busca emocionar fuertemente al
espectador. En ocasiones con un estupendo número de tango, otras con
exhibiciones medianas o exageradamente gimnásticas, pero siempre con resultados
impactantes por su melodía y su carga erótica. (Beltenebros, Pilar Miro, 1991; Esencia
de mujer, Martin Brest, 1992; ¿Bailamos?,
Peter Chelsom 2004).
En
cualquier caso y como quiera que se interprete es indudable que el tango ha
remontado barreras y se ha instalado en todo el mundo, que cada país lo ha
hecho suyo y lo ha cargado de significantes propios que se añaden a los de origen
y lo ha utilizado ampliamente en sus cinematografías.
Hay
al menos tres películas que sin embargo no utilizan la música del tango o el
tango bailado como un componente más, sino que todo en ellas es puro tango: Dos
realizadas a finales de los noventa: The Tango Lesson, (Una lección de tango, 1997) de Sally
Potter, directora inglesa de la que ahora está en cartel entre nosotros The Party, (2017), su última película,
y Tango, (1998), de nuestro compatriota
Carlos Saura, quien dedicó varias décadas de su producción a los musicales con
resultados muy brillantes.
Tanto una como otra constituyen dos esplendidas y diferentes lecciones de tango.
Tanto una como otra constituyen dos esplendidas y diferentes lecciones de tango.
La tercera, Un tango más, (2015), rescata a una antigua y genial pareja de bailarines, la formada por María Nieves Rego y Juan Carlos Copes, hoy octogenarios, y en torno a sus trabajos en común y sus vivencias en derredor de esa maravillosa danza nos ofrece una tercera lección de tango.
La
película de Sally Potter tiene un sorprendente carácter autobiográfico, porque
relata una experiencia propia, su decidido, intenso y fervoroso acercamiento a esta
danza. Sally Potter nos muestra su proceso de aprendizaje en manos de Pablo Verón como pareja
de baile, nos pone de manifiesto su carácter tenaz y su fuerte determinación de aprenderlo, cosa que consigue de manera notable. Rodada en blanco y negro en
París y Buenos Aires es un verdadero canto de amor al tango, que contagia al
espectador.
La
de Saura, que evoluciona en torno a un argumento que le sirve de pretexto,
constituye un verdadero homenaje al tango en particular y a la música popular
argentina en su conjunto. Contó para ello con cantantes, bailarines y
coreógrafos argentinos de primerísimo nivel (Juan Carlos Copes, Carlos
Rivarola, Julio Boca, Cecilia Narova, Sandra Ballesteros); un buen reparto de
actores argentinos y españoles, (Miguel Angel Solá, Juan Luis Galiardo, Mia
Maestro); la maravillosa fotografía de Vittoro Storaro y la banda sonora del porteño Lalo Schiffrin, que además de componer varios temas para el filme
seleccionó piezas consagradas de grandes compositores argentinos, desde los
clásicos más remotos hasta Astor Piazzola, conformando con un conjunto de
estilos y formas, una síntesis espléndida de esta danza.
El resultado es una película de impecable factura, inteligente, elegante y bellísima, en la que para muchos sin embargo sobra esa manierista alusión a la emigración italiana, más propia de una zarzuela o de una ópera y sobre todo las terroríficas escenas de matanzas de la dictadura militar argentina, que desbordan el tema y lo llevan por terrenos terribles a precipitarse en un infierno, cuando creemos que Saura nos está contando otra cosa, que lo que se propone es mostrarnos el tango, su esencia, su capacidad de conmover, su erotismo, su atractivo. Y desde luego esto lo logra, desplegando ante nuestro ojos las diferentes formas en que se expresa su magia, los múltiples matices que atesora, la amplia gama de emociones que suscita y la penetrante belleza que desprende. Pero lo logra, no con la ayuda, sino a pesar de este par de incursiones en lo que parecen otras películas y a pesar también de una trama argumental muy floja que salvan los espléndidos actores que la interpretan.
María Nieves Rego y Juan Carlos Copes en Un tango más, 2015 |
Por último Un tango más
(Kral, 2015) nos acerca a esta
danza con la lente fija en dos de sus intérpretes de culto: María Nieves Rego y Juan Carlos Copes. Germán Kral, su director, pretendía
contarnos la peripecia histórica de estos famosos tangueros, que se conocieron
en la adolescencia y bailaron juntos durante casi cincuenta años, pero no logra
reunirlos de nuevo, porque su historia de amor y desamor sigue viva y punzante, así
que tiene que replanteárselo todo, entrevistarlos por separado y recurrir a
imágenes de archivo y nuevas coreografías para aproximarnos a lo que en su día
llegaron a ser. Una lástima, pero, con todo, logra un muy interesante
documental que te atrapa y no te suelta hasta el final.
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