Recientemente se han
estrenado dos películas sobre Churchill. Como si después del Brexit los
británicos quisieran recordarnos su papel de salvadores de Europa frente al
nazismo. Y también, por el estilo de exaltación patriótica de una de ellas,
como si experimentaran la necesidad de sentirse héroes.
Se trata de Churchill, (2017,
Jonathan Teplitzky, con Bryan Cox y Miranda Richardson), y, El instante más oscuro, (2017, Joe Wright, con Gary Oldman y
Kristin Scott Thomas).
El Churchill de Teplitzky parece que va a ser un retrato
intimista, alejado de heroicidades y elegíacos perfiles de personaje ejemplar,
pero se queda a medio camino, reflejándonos solo un anciano que no quiere
repetir los errores que cometió en Gallipoli durante la primera guerra mundial
y que por lo mismo se opone tercamente al proyecto de Eisenhower de desembarcar
en Normandía, obstaculizando el trabajo de los aliados hasta el punto de
resultar patético para unos espectadores que se saben el desenlace y por lo
mismo conocen lo equivocado de su postura. Estupendos los actores en unas
interpretaciones llenas de talento, especialmente la brillante Miranda
RIchardson en el papel de esposa de Churchill.
La película de Joe Wright, El instante más oscuro cuenta también con una excelente actriz como
la mujer del político, Kristin Scott Thomas, asimismo impecable en su papel, y
un Gary Oldman como Churchill que logra el Oscar, a pesar de una
caracterización en nada semejante al personaje y una interpretación
sobreactuada.
Gary Oldman en El instante más oscuro, 2017 |
El relato se centra en el momento más difícil para Gran
Bretaña, cuando se ha quedado sola frente a Hitler, y él, primer ministro,
sometido por el rey y por su propio partido a fuertes presiones para abandonar
la pelea, tiene que tomar la decisión de aceptar un acuerdo de paz o continuar
la guerra. El instante más oscuro, puesto que a ciegas y casi en solitario
tiene que elegir una opción trascendental que condicionará el curso de la
historia. Sus éxitos levantando la moral de los británicos y reforzando sus
ideales democráticos y su voluntad de lucha por la libertad es lo que la
película nos cuenta, sin ahorrarnos desde luego esas exaltaciones patrióticas
que vienen a reforzar la autoestima nacional.
Los británicos son notables recreando figuras de su historia. Ejemplos de su presente y su pasado reciente serían The Queen, (2006,
Stephen Frears), con una espléndida Helen Mirren, admirable en el parecido
físico que logra con la reina para componer su personaje de Isabel de
Inglaterra, o The Iron Lady (2011, Phyllida Lloyd), con una Meryl Streep de quien
se puede afirmar lo mismo, espléndida recreando a Margaret Thatcher. Ambas,
relatos biográficos que pasan de puntillas sobre la significación política de
sus figuras, sin un análisis riguroso de las mismas, pero que consiguen, sí,
transmitirnos la atmósfera que las rodea y nos las hace creíbles como seres
humanos.
Los presidentes de los Estados Unidos también han despertado
con frecuencia el interés del cine. Ahí está por ejemplo la figura de Nixon, abordada desde numerosos ángulos y en
numerosas ocasiones, bien centrada en su individualidad o aludida de manera
tangencial a través del retrato de personajes o acontecimientos sucedidos en la
etapa de su presidencia: El caso Fischer,(Zwick,
2014), J. Edgar, (Clint Eastwood,
2012), El asesinato de Nixon, (Mueller, 2004), Aventuras de la Casa Blanca, (Fleming,
1999) Forrest Gump, (Zemeczquis, 1994) por citar algunas.
Pero atendiendo a las primeras, la más reciente hasta hoy, Elvis & Nixon, (Liza Johnson 2016), nos relata tan solo una
anécdota: el empeño del rey del Rock & Roll en obtener una placa de agente
federal y su recibimiento, a causa de esto por Nixon en el Despacho Oval de la
Casa Blanca en diciembre de 1970.
Mas alcance tiene Nixon, (1994), donde Oliver Stone se detiene en su biografía y
logra trazar, con la inestimable ayuda de Stephen Hopkins, no sólo un inteligente perfil del ambicioso y desconfiado
presidente, sino también una estupenda estampa de los
entresijos de la política americana. Y especialmente lograda está la tensión
dramática de los últimos días de su presidencia, así como el momento de su dimisión por
el escándalo del Watergate.
Dustin Hoffman y Robert Redford en Todos los hombres del presidente, 1976 |
De desmenuzarnos ese caso se ocupó con gran éxito Todos los hombres del presidente, (Pakula,
1976), un canto a la libertad de prensa y al periodismo de investigación, que
en esta ocasión obligó al presidente de los
Estados Unidos a dimitir de su cargo, cuando dos intrépidos periodistas
lograron destapar un asunto de espionaje en el Comité Electoral de los Demócratas,
el partido rival, poniendo en evidencia además los intentos
desesperados de Nixon por entorpecer la labor de la justicia, hecho que
precipitaría su caída. Un caso que pasó a la historia como el escándalo Watergate. La película resultó ágil de ritmo y sobria de concepción, sin concesiones a recursos fáciles y en un estilo entre ficción y documental que la hizo muy creíble. Y, por si fuera poco estuvo impecablemente interpretada por Redford y Hoffman como la pareja de reporteros así como por un magnífico Jason Robards en el papel de Ben Bradlee, el editor.
Tres años después de su caída el británico David Frost
logra convencer al expresidente para la realización de una serie de interesantes entrevistas televisivas
que captaron en gran medida la atención del público y sirvieron de inspiración
para una exitosa obra de teatro, El
desafío: Frost contra Nixon, adaptada al cine con el mismo título, Frost/Nixon, por Ron
Howard en 2008. También con los mismos actores, Frank Langella y Michael Sheen,
que antes la habían representado con gran fortuna en los teatros de Londres y
Broadway. Howard lograría con esta película realizar un cine político de altura.
La preparación de la entrevista; la presentación del político
que no se resigna a que toda su aventura de poder termine de manera tan
lamentable y pone sus esperanzas de lavado de imagen en esta nueva aparición
ante las cámaras; las motivaciones del periodista, ya exitoso por anteriores
programas en el Reino Unido y Australia, pero que pretende con esto quitarse la
fama de frívolo que le acompaña… todo ello envuelve con brillantez el encuentro
de ambos ante las cámaras, dando densidad al acontecimiento.
De especial interés resulta también Il divo, (2007), una mirada fresca y algo burlona que Paolo
Sorrentino lanza sobre la personalidad y significación política de Giulio Andreotti,
personaje omnipotente y oscuro, siempre en el centro del poder en la Italia de
la segunda mitad del siglo veinte, desde que en 1947 Alcide De Gasperi, fundador de la
Democracia Cristiana, lo nombrara su segundo y hasta 1992, en que estalla el
escándalo conocido como Tangentópolis (de tangente,
soborno en italiano), que acaba con la Democracia Cristiana y de paso con el
Partido Socialista de Bettino Craxi, envueltos ambos en los formidables casos
de corrupción que entonces se destaparon. El asunto estalla cuando el
socialista Mario Chiesa es sorprendido embolsándose un soborno, y su partido
trata de aislar el hecho. El detenido, al sentirse abandonado por los suyos, empieza a confesar en la cárcel y otros empresarios y políticos tanto socialistas como
democristianos le secundan, acabando también los líderes de sus formaciones en el banquillo de los acusados. El escándalo produjo además una treintena de
suicidios y salpicó incluso a Berlusconi, quien milagrosamente consiguió salir indemne
del caso.
Para mejor comprensión de la película, quizá no sobre recordar la trayectoria del protagonista: Andreotti, miembro de la Democracia Cristiana desde su
fundación en los años cuarenta,
desarrollaría dentro del partido toda su actividad política. Ejerció primero y
hasta 1954 el cargo de subsecretario de la jefatura del Gobierno; fue presidente
del consejo de ministros en siete ocasiones; ministro de diferentes carteras en
muchas más: interior, finanzas y defensa entre otras; y, por último, senador
vitalicio desde 1991. Plenamente identificado con la derecha católica, responder a
los intereses del Vaticano fue una de sus tres prioridades. Los intereses de su
partido y los de la OTAN fueron las otras dos, a veces confundidas en una sola,
siempre alerta como estuvo a evitar que el partido comunista alcanzara el
poder. No demasiado escrupuloso en la consecución de sus objetivos acabaría
teniendo que enfrentarse con las consecuencias judiciales de sus actos, aunque
extremadamente hábil, a la larga nunca saldría mal parado.
La película se detiene especialmente en dos de los asuntos
más espinosos de la vivencia política de Andreotti: su postura contraria al pago de rescate
en el secuestro y asesinato de su correligionario Aldo Moro por las Brigadas Rojas, y sus
complicidades con el crimen organizado, que acabarían llevándole ante los
tribunales en diferentes ocasiones y por distintos casos. El más grave para él y por el que fue
condenado, fue su implicación en el asesinato, a manos de la Maffia, del
periodista Mino Pecorelli, quien había denunciado la infiltración masónica en
las altas esferas de la iglesia, (escándalos relativos a la logia P2 y la
quiebra de la Banca Ambrosiana) y decía
tener documentos sobre el caso Moro que implicaban a Andreotti. Todo empezó para
nuestro político en 1968, cuando se alía con el ala siciliana de la Democracia
Cristiana, plagada de infiltrados de Cosa Nostra, y termina en 1980 cuando ésta
organización criminal asesina a otro democristiano, Piersanti
Mattarella, hermano del actual Presidente de la República Italiana. En lo
sucesivo Andreotti se distanciará y empezará a hacerles frente.
Son sin embargo un buen número de años y los múltiples hechos punibles
acaecidos durante ese tiempo fueron aireados en diferentes procesos de los que no siempre
salió absuelto, pero de todos se libró porque aquellos en que se probó su
participación habían ya prescrito cuando fue juzgado.
Giulio Andreotti |
Sorrentino lanza sobre el político una mirada inteligente,
crítica, no exenta de ironía y paradójicamente también de cierta fascinación
por la habilidad del individuo para salir siempre victorioso en ese enredado
entorno, a menudo siniestro y oscuro, de atmósferas clericales, logias
masónicas, conspiraciones y traiciones en que se mueve. Toni Servillo, por su
parte, compone un personaje impasible e impenetrable, que esconde firmemente
sus emociones y se muestra duro como una roca ante todo lo que se le viene
encima, como si fuera intocable, que en verdad parece serlo, saliendo incólume
de tanto asunto turbio. Un personaje imperturbable, inquietante, astuto y bien
dotado para la intriga; un verdadero genio de la política, como sin duda fue
Giulio Andreotti, destacado democristiano, muerto en 2013, a los 94 años de
edad, después de sobrevivir a seis papas y dominar durante décadas la política
italiana.