domingo, 1 de julio de 2018

Rememorar la infancia


Hay muchas películas autobiográficas, e incluso muchos componentes autobiográficos en cualquier obra de creación, porque el individuo se expresa desde su propio ser. Pero, refiriéndonos a los intentos deliberados de contar la vida propia, no son pocos los que ponen el acento en los años de infancia, que siempre esconden infinidad de claves de nuestro presente y nuestro devenir.

Y así no es difícil encontrar un número considerable de buenas películas en las que sus directores nos relaten sus vivencias de cuando niños. Un ejemplo de ello nos da Los cuatrocientos golpes (Les quatre cents coups, 1959) de François Truffaut (1932-1984), un director muy inclinado a la autobiografía, en la que recae con frecuencia y siempre mediante un mismo personaje, Antoine Doinel, y un mismo actor, Jean Pierre Léaud, con quien se identifica estrechamente y al que convierte en su alter ego, en numerosas ocasiones más: El amor a los 20 años (L’amour à vingt ans, 1962), Besos robados (Baisers volées, 1968), Domicilio conyugal (Domicile conjugal, 1970) o El amor en fuga (L’amour en fuite, 1979).

Pero en particular en Los cuatrocientos golpes, (traducción literal; aquí diríamos "las mil y una", en referencia a las travesuras del adolescente) Truffaut rebusca en su niñez y, sin sentimentalismos ni lugares comunes, nos cuenta el día a día de su reflejo, Antoine Doinel, a los catorce años: su discurrir en un entorno de clase trabajadora, con unos padres que ni se quieren ni le quieren demasiado, unos profesores con tintes autoritarios, sí, pero como cualquiera de los de aquellos años de la inmediata postguerra, un ambiente de indiferencia e incomprensión que agrava sus pequeñas fechorías, las propias de un chico respondón e inquieto; cuatro trastadas, que, para su mala suerte, el azar concatena de manera que le acaben abocando al correccional, llevado de la mano de un padre del que él ha descubierto tanto que no es su progenitor como que su madre le engaña con otro. Y ese correccional como destino para un niño rebosante de vida y ansias de libertad parece un alivio para el matrimonio.

https://www.youtube.com/watch?v=i89oN8v7RdY

François Truffaut, aun veinteañero, tenía bien frescas en la memoria sus experiencias de adolescente cuando en esta película las recrea con desenfado a través de escenas cotidianas, que por su inmediatez despiertan nuestras emociones. Y ese tratamiento irreverente y desenvuelto con que aborda las instituciones tradicionales como la familia, la escuela, la policía y todo lo que emane autoridad, desvela un estilo que funciona como sello personal del director e incluso del momento, cuando está naciendo la nouvelle vague, de la que Los cuatrocientos golpes fue su primer exponente.

Pero si sigue siendo interesante y en su día resultó muy novedoso este relato de infancia, hay otras formas de volver a la niñez incidiendo no tanto en los avatares propios como en recuperar la escena, el entorno en que se vivió y el clima de lo vivido; formas que resultan extremadamente atractivas para el espectador.

Se trata de evocar el mundo perdido de la niñez recuperando sus aromas, sonidos, imágenes, sensaciones; un mundo también salpicado de hechos históricos que enmarquen el acontecer y le ubiquen en el espacio y en el tiempo. Así los años treinta de una ciudad italiana de provincias en el Amarcord (1973) de Fellini (1920-1993); los neoyorquinos cuarenta de Woody Allen (1935) en Días de Radio (1987); un barrio obrero del Liverpool de los cincuenta en Voces distantes (1988), de Terence Davies (1945). En todas ellas se recrea el paisaje social y emocional recordado por sus autores, siempre desde una mirada muy personal sobre lo vivido; una mirada melancólica y triste, (Distant Voices), tierna y humorística, (Radio Days), o sarcástica y esperpéntica, (Amarcord). Ello depende del que mira. Eso sí, siempre tratando de eludir la nostalgia y siempre evitando que el protagonismo esté en el sujeto que cuenta la historia; muy al contrario ésta se despliega en narraciones corales, porque es su entorno lo que el individuo rescata, el discurrir de la vida colectiva ante los ojos del niño que uno fue; el poso que dejó en él ese mundo irremediablemente desaparecido.

Fellini en Amarcord, (me acuerdo, en dialecto romañol), nos presenta a Titta, un adolescente que crece rodeado de los suyos, un apretado núcleo familiar de padres, hermanos, tíos, primos y abuelos, en una ciudad de provincias, durante la Italia de Mussolini. Una educación católica de fuerte presencia social condicionándolo todo, la dictadura fascista marcando el estilo de vida con su brutalidad y prepotencia, personajes y aconteceres singulares y pintorescos de una sociedad donde todos se conocen y todo cabe, el entorno familiar con sus servidumbres y miserias, la sorpresa adolescente frente a lo que le rodea, el choque del despertar sexual.

Fellini nos dice que se ha inventado su vida para la pantalla, que no hay autobiografía en la anécdota, pero sí desde luego el testimonio de una cierta época, la de su adolescencia, vista claro está desde su particular prisma. 

https://www.youtube.com/watch?v=qVUyHIkG6Bc

Y es precisamente este enfoque el que nos atrapa y el que hace único su relato de tintes fantasmagóricos, por donde desfilan, en un ámbito desprejuiciado, rostros y lugares, bromas y ocurridos, envueltos todos en una atmósfera mágica de cambiantes tonos emocionales, que fluctúan entre la burla y el dolor, sin caer nunca en lo patético; siempre frenados por un montaje severo y contenido, donde ironía, farsa y esperpento, bañados de poesía, tejen una historia fascinante.

Woody Allen en cambio recurre a la radio para trazar su también personalísimo recorrido por los años de infancia; sus voces y sus melodías dibujan el clima del recuerdo. A través de las canciones, los seriales, los concursos se perfila el acontecer de un adolescente que se mueve por el Nueva York de los cuarenta, arropado siempre por su nutrido núcleo familiar, que compone, con un protagonismo coral, la imagen ajustada de una familia judía en la sociedad americana de entonces. También son los noticiarios de la radio los que ponen las pinceladas que desvelan el contexto historico, (el ataque japonés a Pearl Harbour). 

https://www.youtube.com/watch?v=ugvsT96ikX8 

Lo demás, los sucedidos, se despliegan en un paseo con la sonrisa en los labios por las constantes de su cine; temas como el sexo, el psicoanálisis, el judaísmo o la pareja  que, con el pretexto de sus diferentes protagonistas,  nos asaltan entre canción y canción de Cole Porter o al ritmo de la orquesta de Xavier Cugat, los hermanos Gershwin, o Irvin Berlin. Días de radio conforma una mirada cálida, tierna y humorística, aunque no exenta también de algún momento dramático, de la vida de aquel chiquillo que fué y de ese mundo que ya no existe, pero que le contenía y le explicaba. 


La ambientación perfecta, el acertado vestuario, la estupenda reconstrucción de  exteriores, que recrea, convenciéndonos, el Manhattan de entonces, así como la utilización de archivos sonoros de la época para reproducir las excelentes melodías elegidas, verdadera columna vertebral del relato, son otros tantos aciertos de esta película deliciosa.


Asímismo es la música el principio vertebrador de Voces distantes, (Distant voices, 1988), donde Terence Davies nos desvela el amargo discurrir de su vida en la casa familiar, la brutalidad del padre, el crudo realismo de lo cotidiano en un entorno obrero donde todo es difícil, duro y escaso. No se centra sólo en la infancia, aunque ésta constituye la parte más lograda de la historia, sino que mezcla unos recuerdos con otros, dejandolos fluir en libertad tal como parecen surgir; sin cuidarse de órdenes cronológicos. Y esto es un hallazgo que enriquece el relato. También, desde luego, la sabiduría con que una fotografía de calidad reproduce la atmósfera de lo narrado, logrando influir en las emociones del espectador y conmoverlo.

La película evoluciona como un rompecabezas de escenas independientes enlazadas de manera aparentemente caprichosa, cuyo encaje desencadena un resultado de sorprendente autenticidad y fuerza emocional. 

https://www.youtube.com/watch?v=IdlslMb3KJY

Y por su parte la música, siempre canciones de la época, transmite intensidad a lo narrado, incluso por lo singular de su presencia, porque al contrario de lo que resulta habitual en los musicales, aquí cuenta historias que nada tienen que ver con las imágenes ofrecidas; a veces incluso son su reverso, acentuando por contraste el dramatismo de lo que vemos. Y también como si en elegir ésas y no otras estuviera la clave para escapar de la realidad oprimente y depresiva que se desprende del entorno.

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