Da pereza el cine mudo, pero si se consigue vencer
para enfrentarse a una buena película, siempre ese pequeño esfuerzo habrá
compensado. Si la película es la Juana de Arco de Dreyer quedamos tan
fascinados que queremos más. Tal es la belleza y sugestión de sus imágenes.
La pasión de Juana de Arco, una de las primeras grandes películas de la historia del cine, nos
deja subyugados con esos primeros planos de rostros singulares que destilan
verdad, con esos interiores bellísimos en su desnudez y esa desgarradora
interpretación de Jeanne Falconetti en la única película que hizo, tan
impactante y tan veraz, transmitiéndonos angustia, indefensión, fragilidad y fuerza,
determinación y espiritualidad.
La película se apoya en la historia de Juana de Arco, líder militar y personaje clave a favor del delfín
de Francia en la Guerra de los Cien Años, heroína que antes de ver consumado el
triunfo por el que luchó, fue capturada por el enemigo y condenada a muerte.
Pero esto se da por sabido; lo que nos cuenta el film es primero el juicio a
que fue sometida, recurriendo para ello a las actas originales del proceso, y la
quema de Juana en la hoguera después.
Realizada en 1928 será la segunda (De Mille se adelantó en 1916) de un
rosario de películas sobre la figura de la doncella de Orleans (Victor Fleming,
1948; Roberto Rossellini, 1954; Otto
Preminger, 1957; Robert Bresson, 1962;
Jacques Rivette, 1994; Luc Besson, 1999; Christian Duguay 1999). Correctas
algunas, inspiradas otras, interesantes todas, pero ninguna ha logrado hasta
hoy alcanzar el nivel al que Dreyer llegó con La pasión de Juana de Arco, indiscutible obra maestra que a los
noventa años de su realización nos sigue estremeciendo como el primer día
aunque el cine todavía no dispusiera de los muchos avances tecnológicos de los
que el tiempo le fue dotando.
Dreyer cuenta que eligió el personaje en una terna donde figuraban también
María Antonieta y Catalina de Medecis. Y, según dice, fue el azar el que
decidió, pero la verdad es que la figura de Juana estaba entonces muy de
actualidad, ya que había sido recientemente canonizada (en 1920), y elegida
patrona de Francia. Está aún fresca en el recuerdo la exitosa película de Cecil
B. De Mille, de grandes escenarios y gloriosas batallas sobre la vida de la
santa francesa, pero Dreyer no quiere contarnos la gesta de Juana, sino sólo su
indefensión frente a los jueces crueles e insensibles, su espiritualidad y su
sufrimiento, así que se centra en las actas del proceso, también hechas
públicas pocos años antes, y en su tormento en la hoguera.
Y se sirve para emocionarnos de su maestría de realizador genial: cuidadísimos
escenarios de sobriedad espartana y una muy acertada iluminación natural, que subraya el dramatismo
del relato; la fuerza visual de esas caras sin maquillar de los inquisidores, sus
actitudes de acoso, subrayadas con contrapicados y la habilidad con que nos desvela
el ensañamiento con la víctima, la perversa misoginia de sus jueces, al
servicio de conveniencias políticas; todo ello acentuado por el ritmo pausado
de la narración. Sin olvidar, la carga expresiva de la actriz, única
transmitiendo el misticismo y el dolor de la joven. En fin una
obra ejecutada y conseguida con un conocimiento de los medios que deslumbra y
desarma.
Si la lucha de Juana la llevó a los altares, a Lucrecia su fama de mala la
situó en el reverso de la moneda: de santa a pecadora, pero también mujer de armas tomar si hacemos caso a
todas las maldades que de ella ha divulgado la leyenda.
Porque su persona ha sido casi siempre
abordada desde una óptica sensacionalista, especialmente desde que Víctor Hugo
la hiciera objeto de uno de sus dramas, que además sirvió de base para la
famosa ópera de Donizetti, que lleva su nombre, y, que resultó asimismo
vehículo eficaz para extender su mala imagen. Alejandro Dumas, Mario
Puzzo, Dario Fo y otros muchos han
novelado también su vida y hasta en tebeos nos han contado sus peripecias (recordemos
Los Borgia de Alejandro Jodorowski),
pero no todos han dado una visión amable del personaje, sino que la mayoría han
insistido en divulgar su fama de envenenadora, ninfómana… y otros epítetos por
el estilo.
Lucrecia Borgia (1480-1519)por Bartolometo Veneto |
Eran sus tiempos, tiempos de sobornos y de
orgías; de ambiciones desmedidas, puñaladas y venenos. Y en aquella Roma donde
los suyos moraban, los Borgia resultaban unos extranjeros demasiado poderosos y,
por ello, fácil pasto de injurias, propagadas por familias nativas envidiosas
de sus éxitos sociales.
Isolda Dichauk como Lucrecia Borgia |
Porque Lucrecia pertenecía a una influyente familia
española, oriunda de Valencia, los Borja que dio dos papas a la iglesia, (su
padre uno de ellos, y su tío abuelo el otro), y que dos generaciones después
darían también un santo, Francisco de Borja. Sus hermanos, bien situados
socialmente por su todopoderoso progenitor, fueron hombres de mando temibles y
crueles, sobre todo César que ha pasado a la historia como asesino sanguinario,
con documentos que parecen acreditarlo, lo que no sucede con Lucrecia, acusada de
conducta disoluta, incestuosa y hasta asesina sin que ninguna prueba lo
confirme. Lo más probable es que fuera tan solo una dama noble e instruida,
amante del arte y de la cultura, que paseó su persona por diferentes cortes italianas codeándose
con lo más brillante y granado del renacimiento: Leonardo, Miguel Angel, Rafael,
Copernico …; utilizada sin duda por su poderosa familia como moneda de cambio
para sus intereses, y pasto de la maledicencia que con ella se cebó, aunque con
toda probabilidad inocente de las barbaridades que se la han achacado y ajena a
los tintes sombríos con que se ha adornado su imagen.
Pero cualquiera
que fuese la realidad todos esos colores con que se ha pintado su existir
resultan tentadores para el cine, que ha vuelto sobre su figura y la de su
novelesca familia en diferentes ocasiones: 1922, Richard Oswald; 1935, Abel
Gance; 1940, Hans Hinrich; 1947,
Bayon Herrera; 1953, Christian Jaque;
1968, Osvaldo Civirani; 1982, Bianchi Montero; 2006, Antonio Hernández.
The Borgias, (Neil Jordan, 2011) |
Y también la TV
que en 2011 registra dos series interesantes sobre su familia: la del
canadiense Neil Jordan, The Borgias,
y la coproducción franco italiana Borgia,
dirigida por Oliver Hirschbiegel.
Si Juana, la doncella de Orleans, era una iluminada convencida de tener una
misión en la vida y decidida a cumplirla a cualquier precio, y la bella
Lucrecia nos ha llegado, con razón o sin ella, como un personaje peligroso por
su capacidad para el mal, la voluntad de mando de Isabel Tudor y su falta de
escrúpulos para manejar su inmenso poder, la convierten asimismo en una mujer
de cuidado.
Isabel I de Inglaterra por George Gower, 1588 |
Su figura
descuella también entre las favoritas del cine a juzgar por el gran número de
películas y series de TV que se han inspirado en su vida. Celebrada como mujer
independiente por un feminismo no muy riguroso, engrandecida y embellecida por
la propaganda protestante en su papel de represora de papistas, o calificada,
desde planteamientos más novelescos, de siniestra y malvada, por los actos más crueles
de su reinado, su figura ha sido abordada desde diferentes y hasta opuestos ángulos,
pero siempre mitificada como la dama poderosa, respetada y temida que sin duda
llegó a ser.
Así que tratada con fiereza o con comprensión,
querida u odiada, su tumultuosa biografía ha dado mucho juego para volver
repetidamente sobre el personaje. Y el cine lo ha hecho una y otra vez
recurriendo a actrices tan grandes como Bette Davis, Glenda Jackson, Vanessa
Redgrave, Judy Dench, Helen Mirren, Kate Blanche, entre otras, y es un placer
confrontar sus trabajos.
Bette Davis en La Reina Virgen, (1955) |
La televisiva serie Los Tudor,
(The Tudors, 2007), nos cuenta su
infancia, pero en casi todas las restantes ocasiones se nos relatan sus amores.
Así lo hace Henri Desfontaines en fechas tan tempranas como 1912 con Les Amours de la
reine Elisabeth, cortometraje protagonizado,
todavía en la infancia del cine, por la gran Sarah Bernhardt; Michael Curtiz en 1939 con La vida privada de
Elisabeth y Essex, (The Private Lives
of Elizabeth and Essex), donde Bette Davis y Errol Flynn encarnan a
la reina y a su amante, el infortunado Robert Devereux (cantados también por
Donizetti en su famosa ópera); George Sidney con La reina virgen (Young Bess,
1953), en la que una juvenil y dulce Jean Simmons da vida a Isabel en sus
primeros años; Henri Coster también con La Reina Virgen (The Virgin Queen, 1955), de nuevo
con Bette Davis, ahora en el relato de sus amores con Sir Walter Raleigh, el
pirata que asaltaba barcos españoles con el beneplácito real para robar el oro
de la América Hispana; y, dando un gran salto en el tiempo, Tom Hooper con Elizabeth I (2005), donde
Hellen Mirren en el papel de la reina interpreta sus últimas aventuras
amorosas, tanto con el Conde de Essex primero, como con Robert Dudley después,
quien, ennoblecido como duque de Leicester, es retenido en la corte por la reina, abrumado con cargos y prebendas.
Helen Mirren como Isabel I de Inglaterra, (2005) |
Amoríos aparte, otro
aspecto interesante de su biografía, la relación con su prima María, la reina de Escocia, fue llevada a la
pantalla por John Ford en 1936 con el título María Estuardo (Mary of Scotland),
Aquí se cambian las tornas con una puesta en escena a favor de una bellísima y
pura María frente a una malvada y poco agraciada Isabel. Y en 1972 Charles
Jarrot vuelve sobre el tema con María
reina de Escocia, confíándole a Glenda Jackson la responsabilidad de
interpretar de nuevo a Isabel I, repitiendo un papel que el año anterior le
había proporcionado un Emmy por su trabajo en la serie Elizabeth R., y
asignándole el de María a Vanessa Redgrave, regalándonos así un interesante dúo
interpretativo.
Aspectos tangenciales de su reinado se tratan
en Shakespeare
in love, (John Madden 1998) donde se recrea la época del teatro isabelino y en
la pseudohistórica Anonymous (Roland Emmerich, 2011), sobre la falsa autoría de William
Shakespeare. En ambos filmes el personaje, interpretado por Judy Dench y
Vanessa Redgrave, respectivamente, presenta a una reina que utiliza el teatro
como refuerzo de su imagen.
Judy Dench como Isabel I en 1988 |
También en el
film Orlando (Sally Potter, 1993)
aparece puntualmente la figura de Isabel I, esta vez interpretada por el
conocido icono gay Quentin Crisp en una personificación de la reina muy
elogiada en su día por la crítica y el público.
Glenda Jackson en Elizabeth R, (1971) |
La televisión británica ha recogido, asímismo, como ya avanzamos, el retrato de Isabel
en la teatral producción de la BBC, Elizabeth R (Roderick Graham, 1971), con Glenda Jackson
interpretando, a lo largo de seis capítulos, la etapa más significativa de la
vida de la reina, desde su llegada al trono hasta la proclamación de Jacobo VI
como su sucesor. Serie tan exitosa que dio lugar a una parodia de Graham
Chapman en un sketch
del programa Monthy Python’s Flying Circus.
Y abarcando también todo su reinado, pero desde una óptica beatamente hagiográfica, el hindú Shekhar Kapur realizó en 1998 Elizabeth y, veinte años después, Elizabeth, la Edad de Oro, (Elizabeth, the Golden Age, 2008), donde, en su afán de elogiar la figura de la reina, el realizador cede a la tentación simplista de contarnos una historia de buenos y malos alentando la leyenda negra de Felipe II y su malvada corte española, oscurantista y cruel; visión maniquea y simplona de la historia que resta méritos al relato. Tolerado este enfoque edulcorado y reductor, la apropiada recreación de vestuario y decorados y la buena interpretación de Kate Blanchett salvan una película que prometía más.
Y abarcando también todo su reinado, pero desde una óptica beatamente hagiográfica, el hindú Shekhar Kapur realizó en 1998 Elizabeth y, veinte años después, Elizabeth, la Edad de Oro, (Elizabeth, the Golden Age, 2008), donde, en su afán de elogiar la figura de la reina, el realizador cede a la tentación simplista de contarnos una historia de buenos y malos alentando la leyenda negra de Felipe II y su malvada corte española, oscurantista y cruel; visión maniquea y simplona de la historia que resta méritos al relato. Tolerado este enfoque edulcorado y reductor, la apropiada recreación de vestuario y decorados y la buena interpretación de Kate Blanchett salvan una película que prometía más.
Kate Blanchett como Isabel I de Inglaterra (2008) |
Entre medias de
las dos realizaciones de Kapur, en 2005 otra soberbia actriz británica tomaría
el testigo de Blanchett y Dench, en el papel de la reina, la extraordinaria
Helen Mirren esta vez para la miniserie: Elizabeth
I.
Y a continuación, Anne Marie-Duff volvería a
encarnar a la reina en otra miniserie más, El
Favorito de la Reina, lanzada en 2006 por la BBC, para que no coincidiera
con la anterior.
Resumiendo, tres impactantes figuras: por la capacidad de entrega a su causa, la de Juana de
Orleans, que levantó todo un ejército victorioso en defensa del delfín de
Francia; la de Lucrecia Borgia, por esa imagen de mujer peligrosa, perversa y
degenerada que de ella han divulgado, tal vez injustamente, el tiempo y la historia;
y la de Isabel I de Inglaterra, por su poder omnímodo y tiránico, y su voluntad
férrea de ejercerlo. Personajes que no parecen tener demasiado en común pero
que sin duda responden totalmente al enunciado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario