lunes, 22 de octubre de 2018

Indefensión


Hoy, cuando el movimiento feminista se ve atacado desde dentro con planteamientos descabellados que insultan al sentido común y a la gramática o se enreda en pequeñeces, perdiendo a veces el hilo de lo que realmente son sus conquistas en la lucha por la igualdad, no está de más insistir en uno de sus más serios caballos de batalla.

Laia Marull y Luis Tosar en Te doy mis ojos, de Icíar Bollaín, (2003)
Un tema todavía capital: las consecuencias de la insumisión femenina, ya abordado en este blog en otras ocasiones, desde el testimonio personal de una víctima en Él, una novela de Mercedes Pinto… a la denuncia de la soledad e indefensión de la rebelde en Dos mujeres rebeldes… Cierto que el enfoque en este último estaba circunscrito a la mirada decimonónica de un Flaubert sobre su Bovary o un Tolstoi sobre su Karenina, lo que parecía reducir el asunto al estricto tema del adulterio. Del adulterio femenino, claro, que es el que entonces despertaba el rechazo en aquella sociedad, comprensiva con el varón adúltero mientras condenaba al ostracismo a la mujer en idéntica situación.

Hoy esto está superado y nadie condena ya el adulterio, concepto apolillado y puesto fuera de la circulación. Sin embargo el problema sigue ahí, porque muchas mujeres mueren a manos de sus parejas cuando intentan romper con ellas. Y nuestra sociedad fracasa frente al fenómeno que no deja de crecer. Algo está fallando si del rechazo social, ya superado, hemos pasado al amo justiciero de Carmen.

Por eso no está demás echar un vistazo a esas figuras del pasado para analizar el camino recorrido... y luego el no recorrido también, que observando el presente se agiganta. Infinidad de películas se han hecho eco de esta durísima lacra. Algunas denuncian como culpable al contexto social de la víctima, especialmente dramático y asfixiante en culturas insoportablemente brutales con las leyes y normas impuestas a la mujer, como La lapidación de Soraya, (Cyrus Nowrasteh, 2008), ambientada en el Irán del imán Jomeini, que cuenta la tragedia de una joven denunciada como adúltera por su marido y por ello condenada a morir apedreada. Pero no queremos irnos tan lejos. Sin salirnos del marco legal en que vivimos hay muchos ejemplos de este drama siempre pendiente de solución, como denuncian las españolas Celos (1999, Vicente Aranda), que a partir de un hecho real, profundiza en la psicología del verdugo, en este caso un celoso patológico; o Te doy mis ojos (2003, Icíar Bollaín), que incide en indicar la dependencia emocional respecto del agresor.

Porque con frecuencia tendemos a señalar la dependencia económica como la causa fundamental de que la mujer aguante esa violencia sin resolverse a romper, infravalorando las numerosas y diferentes razones y sinrazones emocionales que atan a víctima y verdugo. Estas dos películas se detienen en estos aspectos.


En Celos, Aranda se ocupa de mostrarnos el poder destructivo de esa pasión obsesionante y abrasadora que son los celos, capaces de convertir una relación amorosa en un verdadero infierno. Y lo hace además analizando el arrebato erótico y sus efectos en los amantes, convencido de que en la particular manera de vivir la intensidad sexual se encuentran muchas claves de tantas ataduras imposibles de soltar, aun cuando uno sea consciente de estar deslizándose por la pendiente. Su historia sobre esa pareja del camionero celoso y la empaquetadora de naranjas, impotente ante sus obsesiones y avanzando dolorosamente por caminos de locura, nos angustia por momentos.

Icíar Bollaín relata en Te doy mis ojos el tormento de otra pareja imposible. La mujer, harta de sufrir malos tratos escapa de casa con su hijo. Él irá tras ella, a suplicar perdón, a jurar corregirse… ¡la quiere tanto!, ¡es tan bueno, cuando no es malo! Y es que ella sigue también enganchada al espejismo del amor; no se resigna a aceptar la realidad, sigue en la esperanza de que sí, que de verdad cambiará un día. Vuelve al hogar, vuelven los malos tratos, vuelve el sobresalto, el terror ante sus iras que cuando se desatan no tienen freno, el temor angustioso de que acabe matándola. La humillación, la pérdida de autoestima, el miedo insuperable... El miedo a seguir y el miedo a romper, enredada en unos lazos afectivos perturbadores.

Hay también una película europea bastante reciente que nos hace repensar de nuevo el desamparo de la víctima en nuestros países, aparentemente conscientes y concienciados, por la poca eficacia con que nuestra sociedad combate el problema. Nos referimos a Custodia compartida, (Jusqu'à la garde, 2017) la ópera prima del francés Xavier Legrand, que constituye uno de los retratos cinematográficos más lúcidos e impactantes sobre la violencia ejercida contra la mujer, sobre la indefensión de la víctima en nuestras sociedades europeas, inerme con frecuencia ante la ira del agresor, a pesar de contar con la protección de las Instituciones. Se estrenó en el Festival de Venecia en 2017 y obtuvo el León de Plata a la mejor dirección.


La historia comienza por situarnos en la vista en que se decide la custodia de los hijos de unos divorciados. Y nos muestra a cada integrante de la pareja rota, acompañados de sus respectivas abogadas, frente a la juez, también mujer. Todo un entorno femenino alrededor de la víctima: las abogadas, la juez, la asistente social… como para que no quede duda de que no hay favoritismo con el varón. Pero esta mujer, protegida según marca la ley, sigue claramente en peligro. Escondida en una vivienda social mientras el marido continúa libremente haciendo su día a día en la casa familiar, visitando a los suyos, sin tener que cambiar de vida y presionando a los hijos, que le temen. La película nos va mostrando minuto a minuto la realidad de esta “víctima protegida“ en su quehacer cotidiano, con lucidez y realismo, con crudeza también, hasta llegar a un clímax de miedo y desamparo, de verdadero terror, que si no desemboca en tragedia es porque el guionista no quiere hacer más sangre, no quiere hacernos sufrir más, pero que deja patente la insuficiencia con que la sociedad aborda el conflicto. Y lo que queda meridianamente claro es la radical insuficiencia de las medidas legales, su invalidez en la defensa del que está en peligro, constantemente perjudicado frente al agresor y nunca del todo a salvo con la acción de la justicia.

lunes, 15 de octubre de 2018

Actrices: Gloria Grahame (1923-1981) y Romy Schneider (1938-1982)


Dos generaciones distintas, dos diferentes tipos de mujer. Gloria con ese aire sensual y peligroso de mujer fatal tan característico de aquel cine del Hollywood de mitad de siglo veinte, Romy con una belleza elegante de europea cultivada que quiere hacerse perdonar su pasado.

Porque la Romy de madurez tiene un pasado, o mejor dos: el de sus inicios rosas en el cine alemán, cuando Sissi y sus secuelas, de las que ella reniega a veces. Y el que le viene de familia por la proximidad (¿ideológica?) a la cúpula nazi de sus progenitores, de su madre en especial, la también actriz Magda Schneider, a quien se le atribuía estrecha amistad con Goebbels e incluso con el mismo Hitler. 

Romy, nacida en Austria durante la Ocupación, en el seno de una familia proveniente de varias generaciones de actores, era de padre austríaco y madre alemana, y mantuvo la nacionalidad de la madre adquiriendo también la francesa. Fueron sus películas de adolescencia de la segunda mitad de los 50, Sissi, Sissi emperatriz y El destino de Sissi, una trilogía con la que rebasó fronteras y se hizo famosa. Luego vendrían sus trabajos de las siguientes décadas con directores como Visconti, Preminger, Orson Welles, Chabrol, Sautet, Clouzot, Losey, Granier-Deferre, Tavernier y tantos grandes de la cinematografía prioritariamente francesa pero también internacional del momento, trabajos por lo demás algunos de ellos altamente valorados. Pero por mucho que quiso hacer olvidar con sus obras de madurez aquellas historias de adolescencia sobre la emperatriz de Austria, éstas habían quedado grabadas en la sentimentalidad de los niños europeos que crecieron con esas películas, de manera que para ellos había dos Romys, la entrañable de su infancia y la mujer interesante, brillante y de enorme talento que demostró ser después. Un talento, reconocido por el medio cinematográfico con la concesión de dos César consecutivos por su actuaciones en Lo importante es amar (1976) y Una vida de mujer (1978).

La Sissi de  Marischka, 1955                                                           La Sissi del Ludvig de Visconti, 1972

Pero antes de estos trabajos sus incondicionales de la infancia ya nos habíamos reencontrado con ella en El proceso (Orson Welles, 1964), donde aparece dando la réplica a Tony Perkins en esa pesadilla angustiosa que es el mundo moderno visto por Kafka. O algo después en La piscina, (Deray, 1968), con Alain Delon como oponente; película a cuyo éxito no fue ajeno ese reencuentro con aquel amor de juventud; un noviazgo sonado en su día y que mantuvo en vilo a sus fans, llenando la prensa del corazón del momento. Pero sobre todo fue en el Ludvig de Visconti, reencarnando a nuestra Sissi con una madurez que nos deslumbró, donde volvería a ganarnos para su causa.

Es de justicia señalar su trabajo en Lo importante es amar, (L’important c’est d’aimer, Andrezej Zulawski, 1976), un melodrama oscuro, desasosegante y perturbador, como una de sus mejores actuaciones. Allí la actriz desbordó todas las previsiones por su capacidad para emocionarnos intensamente con esa su enorme aptitud para la tragedia.

https://www.youtube.com/watch?v=65qS_ieFd00

Continuaría dándonos más pruebas de su buen hacer hasta el mismo año de su muerte acaecida poco después de filmar Testimonio de mujer, (La Passante de Sans Souci, de J. Ruffio) a cuyo término pidió que constara al final de la proyección la dedicatoria Para David y su padre.

Aunque el cine la trató muy bien la vida le hizo vivir experiencias terribles, en particular la muerte accidental de David, su hijo, en el verano de 1981, una tragedia que no pudo superar. Destrozada, se encerraría en su casa, tratando de ahogar su pena en alcohol. Moriría al año siguiente, ¿fue de puro dolor, del llamado síndrome del corazón destrozado?, ¿fue suicidio?... Nunca se practicó la autopsia. La enterraron junto al niño en una localidad cercana a París.

La cineasta Emily Atef ha realizado, sobre sus últimos meses de vida, el film Tres días en Quiberon, premio del Cine Alemán a la Mejor Película en 2018.  No ha gustado a su familia, sin embargo, la imagen que de Romy refleja esta producción. La película a España aún no ha llegado; lo que es seguro es que guste o no la visión que proyecte de la actriz, no cambiará en absoluto la que los espectadores que han seguido su trayectoria vital a través de los años tengan interiorizada en su imaginario sentimental, donde sin duda Romy Schneider tiene ya su lugar propio bien asentado.  

Hasta aquí, nuestro recuerdo emocionado de Romy.

Gloria Grahame transmite otro tipo de mujer. Actriz de fuerte personalidad cosechó también tempranos y merecidos éxitos y nos dejó en la retina la imagen perturbadora de esas heroínas que con frecuencia encarnó: la chica del gángster, (Los sobornados), la mujer del jefe, (Deseos humanos) o cualquier otro perfil de mujer inquietante, pero siempre atrayente, una seductora peligrosa frente a la mirada misógina de aquellos tipos duros de historias oscuras en el estupendo policíaco de mediados del veinte.



No tenía una cara especialmente bonita, pero sí un cuerpo escultural y una manera de moverse ante la cámara que la hacía fascinante. Aparece en el Hollywood de la inmediata postguerra como actriz secundaria y ya en los primeros cincuenta ha ascendido a papeles protagonistas. Y es que su presencia ante las cámaras se hacía sentir al instante con fuerza, derrochando frescura y seguridad. Así queda patente por ejemplo en esa fugaz aparición como Violeta en Que bello es vivir (Capra, 1946). 


                                                    Como Violeta en qué bello es vivir

Por ello no cuesta entender que enseguida se hiciera famosa y es fácil recordarla en algunos de los títulos míticos del cine negro: En un lugar solitario, (In a Lonely Place, 1950, Nicolas Ray), donde obtuvo un Oscar, todavía como secundaria; Cautivos del mal, (The Bad and the Beautiful, Minnelli, 1952); Los Sobornados, (The Big Heat, Fritz Lang, 1953); Deseos Humanos, (Human Desires, Fritz Lang, 1954)… Trabajó con grandes directores del momento como –además de los ya citados- Frank Capra, Edward Dimitrick, De Mille, Von Stenberg, Elia Kazan, Zinnemann, Kramer, Robert Wise… Y uno de ellos, Nicolas Ray, fue el segundo de sus cuatro maridos, los cuales le dejaron una cosecha de otros tantos hijos.

Gloria Grahame y Humphrey Bogart , (En un lugar solitario, 1950)

A mitad de la década Gloria Grahame desaparece del cine prácticamente para siempre; sólo la volveríamos a ver y como secundaria en la famosa serie “Hombre rico, hombre pobre” (1976) y en dos películas de comienzos de los 80: Melvin y Howard, de Jonathan Demme, (1980) y La mansión, de Armand Weston, (1981). Sin embargo sí siguió en el teatro, compaginando actuaciones en Los Ángeles, donde habitualmente residía, y en diferentes ciudades de Inglaterra. Allí, concretamente en Liverpool, conocería en 1979 a Pete Turner, su última pareja, un joven actor principiante que ignoraba su pasado de diva de Hollywood; hasta ese punto se había eclipsado su fama y se había olvidado su corta pero brillante y exitosa carrera. Cuando se encuentran ella tiene 56 años y el 27. Y se quieren. Su historia discurre feliz hasta que un buen día, sin más explicaciones, Gloria corta toda relación con Pete, dejándole hundido y desconcertado. Varios meses después, en septiembre de 1981, ella volvió a dar señales de vida y le confesó el por qué de su brusca ruptura.

Pete Turner volcó toda su historia con ella en un relato autobiográfico que, con el mismo título, Las estrellas de cine no mueren en Liverpool, (Film Stars Don’t Die in Liverpool), ha llevado a la pantalla Paul McGuigan en 2017, con Annette Bening en el papel de Gloria y Jamie Bell como Pete.

Una cuidada puesta en escena, una historia interesante y poco conocida y una excelente interpretación hacen de ella una buena película que engancha y conmueve. Para los que recuerdan a la actriz en su paso por la pantalla, añade también un regusto amargo y un sentimiento de tristeza por ese duro final que la vida le reservó.

Gloria y Romy murieron con un año de diferencia; Gloria, olvidada ya en vida, completamente ignorada; Romy con su fama intacta, en activo y manteniendo su carácter de profesional de éxito. La muerte de Gloria paso desapercibida, la de Romy nos conmocionó. Ambas fueron dos grandes del cine y seguirán viviendo en sus películas y en el recuerdo emocionado de aquellos a quienes conmovieron con su personalidad y su buen hacer. Y también, seguro, en el de otros más a los que, gracias al cine, todavía pueden seguir conquistando.



miércoles, 3 de octubre de 2018

Maupassant en el cine


Guy de Maupassant (1850-1893) gran novelista y cuentista insuperable. Un filón para el cine que justo comenzó su andadura cuando él tempranamente moría. Apenas habían pasado quince años de su desaparición y ya la cinematografía francesa, con Firmin Gemier, nos regalaba una versión muda de su cuento Le père Milon (El compadre Milon, 1908) y un año después, 1909, la estadounidense, otra del relato La parure (El collar), esta vez realizada por Griffith y con Mary Pickford como protagonista.


Bel-Ami, su novela más celebrada, se ha llevado al cine no menos de cinco veces, la primera en 1939; la última, de momento, en 2011. También Buñuel hizo una película de otra de sus novelas: Pierre et Jean (Pedro y Juan) en 1951 y la tituló Una mujer sin amor. Y Ripstein en 1998 adaptó, bajo el título La mujer del puerto, otra novela de Maupassant, Le port, que ya había sido objeto de anteriores versiones en 1934 y 1949. Y cabe mencionar todavía otra más, Une vie (Una vida), la primera que Maupassant escribió y que Stéphane Britzé ha realizado en 2016 bajo el mismo título de la obra literaria, que aquí caprichosamente se ha dado en llamar El jardín de Jeanette.

Pero lo que más juego da en la pantalla, tanto en la grande como en la pequeña, son sus cuentos: decenas de cuentos (los escribió a centenares) han sido adaptados al cine una y otra vez y nunca se cansa uno de verlos, tampoco de leerlos y releerlos. Hay tantos y tan buenos que se puede volver sobre los mismos sin dejar de disfrutarlos. Claro que en la pantalla ya no sólo dependen de su maestría y una misma historia tiene diferente sabor según el cineasta que la reelabore. En algunos casos las versiones son tan libres, que tenemos que fiarnos de lo que nos dicen sus directores, como Joseph von Stenberg o John Ford que aseguran ambos haber partido de Boule de suif (Bola de sebo) para contarnos El expreso de Shanghai (1932) y La diligencia, (1939) respectivamente. También Godard afirma que su película Masculino y femenino (1966) se inspiró en los cuentos La femme de Paul, (La mujer de Paul) y Le signe, (La seña). La mayoría sin embargo son más fieles a los relatos originales y aunque entre ellos, además de los ya nombrados, hay otros directores muy reconocidos (Robert Wise, Christian Jacques…), nos vamos a detener solo en dos en particular, especial e indiscutiblemente geniales recreando los mundos narrativos del autor, porque sus historias parecen estar rebosando el perfume que los cuentos destilan, su sensualidad, su erotismo, su gracia.

Une partie de campagne (Jean Renoir, 1936)
Nos referimos a Jean Renoir y a Max Ophüls. El primero, en Une partie de campagne (1936), un mediometraje donde el cineasta francés homenajea a su famosísimo padre con varios guiños visuales e interpreta el cuento de Maupassant con frescura y espontaneidad, con soltura y encanto y tal vez también con un punto de amargura, tal como pide el relato. Todo ello en perfecta sintonía con la obra literaria que parece respirar en cada una de sus imágenes.

Por su parte, Max Ophuls alcanza casi la perfección con Le plaisir, (1952) amalgama de tres diferentes cuentos de Maupassant: La masque (La máscara), La maison Tellier (la Casa Tellier) y La modèle (La modelo), ingeniosamente trabados y trabajados para pasar de uno a otro con agilidad y desenvoltura y conseguir un resultado que solo se puede calificar de verdadera joya. En realidad como todo el cine de Ophüls, que parece tocado de una gracia especial. Su ritmo ondulante y armonioso, su elegancia y minuciosidad al abordar las historias, su manera sugerente de rozar las más variadas emociones: el erotismo, la ternura, el temor a envejecer, el ansia de vivir… cualquier tema siempre tratado con una finura y un hacer leve y sutil que nos seduce y nos arrastra suavemente a sus mundos armónicos, minuciosos, complejos, cargados a veces de ironía o de humor y siempre de vida.  


301 cuentos recoge en 2011 la edición en dos volúmenes para Cuentos completos de Guy de Maupassant de Páginas de Espuma Editorial, preparada por Mauro Armiño, con abundante aparato crítico, índices e información sobre sus diferentes adaptaciones a cine y teatro. Y ese número nos da ya idea de lo que puede significar como fuente inagotable de argumentos la portentosa imaginación de este grande de las letras francesas. Cuentos de amor, de guerra, de miedo, de pequeñas miserias o de grandes rencores; divertidos, amargos, irónicos, ácidos, turbadores, inquietantes, terroríficos, pavorosos, espeluznantes… tantos y tan varios: de todo hay. Algunos de ellos no han sido nunca adaptados, pero otros muchos, sí, y con frecuencia, en diferentes ocasiones.
La televisión francesa abordó en los años 2007, 2008 y 2011, la serie Chez Maupassant, en tres entregas que contenían cada una de las temporadas un número notable de sus cuentos, en una realización de gran calidad, que es una delicia visionar. Suponemos que derivada de su éxito o simplemente en el contexto de difundir su literatura, han ido produciendo en la misma línea otra serie en dos temporadas, 2009 y 2010, bajo el título Contes et nouvelles du XIXe siècle, con obras de otros escritores franceses como Balzac. Y ahora que las series están superando al cine en poder de convocatoria no parece una mala recomendación.
Giancarlo Giannini  (Racconti neri, 2007)
Sumamente destacables también son esos excelentes monólogos que Giancarlo Giannini, realizó en 2007 para la serie de la televisión italiana Racconti neri, (Cuentos negros), serie que no tiene desperdicio, compuesta por catorce capítulos de unos cinco minutos, en la que figuran tres relatos escalofriantes de Guy de Maupassant: Pazzo,  (Loco), La morta, (La muerta) y Lettera di un pazzo, (La carta de un loco). La genialidad de Giancarlo Giannini, su maravillosa voz, su excelente dicción, su dominio del gesto y de los ritmos verbales, combinado con una puesta en escena de una acertada sobriedad, centrada en unos primerísimos planos del actor resaltados por la iluminación en soberbio claroscuro, y el eficaz acompañamiento musical… todo en fin sobrecoge al espectador y potencia el relato hasta alturas insospechadas. No hay que perdérselo y se encuentra fácilmente en las redes.

Estos cuentos de terror que figuran entre los escritos en la última fase de su vida responden en gran medida a las pesadillas del autor, que acabó sus días despeñado en la locura, y aún así manteniendo la fortaleza de objetivar sus alucinaciones y narrarlas. A ellos debe esa negrura que flota sobre su imagen, pero hay otro Maupassant también lleno de alegría de vivir, de sensualidad, de lucidez para reflejar la vida alrededor y el goce de estar vivo: el parisino, que allí, en París, pasó la mayor parte de su etapa adulta, protegido por Flaubert a quien desde pequeño conocía y trataba; o el normando, el de la tierra de su infancia, vivida en Étretat, bajo la positiva influencia de su madre, quien le orientaría hacia la creación literaria. Y todavía nos queda otra faceta más de este genio, la patriótica, que le tocó vivir como soldado la guerra francoprusiana, (1870-1871), marcándole hondamente, y que, en consecuencia, aborda a menudo en sus cuentos. Cada una de ellas será punto de partida para infinidad de relatos ricos en tramas, profundidad de observación, variedad de tonos y colores… Y en fin, cualquier contexto o momento de su vida, que de todos ellos sabía generar argumentos y contárnoslos con esa habilidad para captar el interés del lector y  acaparar su atención, propias del buen narrador.

¡Gracias, Guy de Maupassant!