Hace algunos años
y casi por casualidad tuve ocasión de ver en la Casa de Rusia en Madrid una
versión cinematográfica de La dama del perrito de Chéjov. Se trataba de una hermosa
película que recreaba con absoluto acierto la atmósfera del propio cuento.
La dama del perrito, (1959, Iosif Yefimovich Kheifits) |
Su
director, para mí desconocido, la realizó en 1959. Luego supe que se trataba de
Iosif Yefimovich Kheifits, bielorruso,
nacido en Minsk en 1905 y muerto en San Petersburgo en 1995, quien había
desarrollado en la Unión Soviética una importante carrera a lo largo de seis
décadas y había dejado una buena cosecha de realizaciones, algunas de las cuales,
como ésta, adaptaciones de relatos de escritores rusos; de Chéjov, pero también
de Turguenev y de Kuprín. Lamentablemente no he logrado ver ninguna otra de sus películas, pero me
impactó el buen hacer de este singular director, la sensibilidad, la gracia y la
delicadeza que volcó en relatar este cuento, que seguro que hasta al propio Chéjov
le habría entusiasmado. Porque está tan bien narrada la trama que el
gran contador de historias que fue Chéjov sin duda hubiera reconocido y admirado
la extraordinaria calidad de esta versión, hábil ilustración del que tal vez constituya su mejor
relato.
Chéjov
fue uno de los mejores cuentistas de la literatura universal. Su enorme habilidad
para escribir narraciones cortas se puso muy pronto de manifiesto y ello le permitiría
no solo pagarse su carrera de medicina, también ayudar a los suyos que no
gozaban entonces de situación muy desahogada.
Una
vez alcanzado el título de médico ya no abandonaría ninguna de las dos ocupaciones,
aunque desde que comenzó a desarrollar una tercera faceta, la de dramaturgo, el
veneno del teatro le acabaría invadiendo y tomando una presencia decisiva en su
vida, porque su pasión por la escena fue desde el principio un amor
correspondido a cuyo influjo se iría abandonando gradualmente.
En
definitiva, toda su obra, tanto sus cuentos como sus comedias, mantiene
frescura y actualidad. Es como si por Chéjov no pasara el tiempo. Constantemente
se producen reediciones de sus narraciones y en teatro es habitual encontrar al
menos una obra suya en cartel en cualquier lugar del mundo occidental. También
en cine son numerosas las adaptaciones de sus cuentos y de sus dramas. La dama del perrito entre los primeros; Tres hermanas (con cuatro adaptaciones)
o Tío Vania (con otras cuatro) entre
los segundos, son tal vez sus títulos más versionados en cine, con algunas adaptaciones
que constituyeron en su día verdaderas obras maestras. Como la arriba celebrada
del ruso Josef Kheifits para La dama del
perrito y, para ese cuento y algunos más, la brillante Oci Ciorne (Ojos negros,
1987) de Nikita Mijalkov de 1987. Y, asimismo, la que realizara su hermano Andréi
Konchalovski para el drama Tío Vania
en 1971.
Pero
es en su obra La gaviota donde vamos ahora
a poner el foco. Estrenada en 1896 en el teatro Aleksansdrinski de San
Petersburgo, empezó mal su andadura, esto es, con un fracaso total, pero cuando
un par de años más tarde Konstantin Stanislavski, (cuyo método de
interpretación implantado en el Actor’s Studio de Nueva York en 1947 gozaría de
tanto prestigio entre los actores estadounidenses), la volvió a poner en escena,
esta vez en el Teatro de Arte de Moscú, resultó tal éxito que el teatro adoptó
la gaviota por emblema. Éxito desde entonces revalidado en infinidad de
ocasiones en que la obra se ha vuelto a llevar a las tablas, y que, superado
con creces el siglo de existencia, se sigue hoy representando en los teatros de
medio mundo.
Ocurren pocas cosas en la obra porque, como en toda la dramaturgia de Chéjov, tan importantes son los sentimientos y las reflexiones de los personajes como lo que en las historias acontece. Centrémonos en ésta: una casa de campo, su dueña, la famosa Irina Nicolaevna Arcadina llega con su amante Boris Trigorin a pasar el verano; allí encuentra a su hermano, Sorín, enfermo y cansado, a su hijo, Kostia, al administrador con su mujer Selina y su hija Masha, áspera y desencantada. Sirvientes, y algunos amigos más, como el maestro o el médico que les acompañan, y, por último, Nina, joven, libre y feliz como una gaviota, la gaviota que vemos sobrevolar por el campo hasta que una mano torpe y estúpida interrumpa su vuelo con un disparo certero.
La rutina del discurrir cotidiano, los sentimientos que esconden los personajes en su interior, sus sueños, sus tormentos, sus ilusiones, el dolor del amor no correspondido presente en casi todos como una herida siempre abierta son los temas que vemos crecer. Selina ama al médico que no la corresponde; el maestro ama a Masha; Masha ama a Kostia; Kostia a Nina; Nina a Boris; Boris está con Irina… Asuntos y dolores de cada uno que el drama nos va desgranando, y que se van apoderando de nosotros mientras una mano invisible nos conduce lentamente al desenlace.
Annette Bening como Irina en La Gaviota (2018, Mayer) |
Irina
es soberbia y egoísta; su amante Boris Trigorin, superficial y fatuo; su hijo Kostia,
un joven torturado y acomplejado por el peso de la poderosa madre; Masha, una
amargada; Nina, inocente, hermosa y llena de ilusiones… Están ahí, hablan, pero
parece que en escena no sucediera nada, nada que no fuera el tiempo
sucediéndose a sí mismo. Y sin embargo, Konstantin Gavrilich, Kostia, se acabará
pegando un tiro, y la dulce Nina terminará como la gaviota, destrozada también por
una mano torpe, estúpida e irresponsable que torcerá para siempre su vuelo
alegre y confiado.
Hay
al menos cuatro versiones de La gaviota
en cine: Sidney Lumet la adaptó en 1968, con Vanessa Redgrave, James Mason y
Simone Signoret en los papeles principales. Hoy es película difícil de
encontrar. Por su parte, en 1977, el italiano Marco Bellochio la volvió a
adaptar a su manera, libre y personal. Y en 2003 el francés Claude Miller
realizaría, bajo el título de La petite
Lili, otra versión no menos libre del drama de Chejov. Por último, recientemente,
el estadounidense Michael Mayer ha llevado a cabo su propia versión de La gaviota,
estrenada en 2018, contando con un reparto destacable, encabezado por Annette Bening, impecable en su papel de diva.
No ha gustado unánimemente a la crítica, parte de la cual le recrimina haber errado
en lograr la intensidad dramática que la obra exige, dibujando en cambio un
clima ligero, más propicio para una novela de Jane Austen que para un drama de
Chéjov. Pero todos coinciden en afirmar que se trata de un montaje ágil, estéticamente grato, y que al menos la
elección del reparto ha sido acertadísima, dejando los actores tras de sí un
trabajo sobresaliente y logrando en fin una película que se ve con gusto.
El
teatro de Chéjov, tan rompedor en su día, y especialmente esta obra con la que
revolucionó la escena e infundió de vida y literatura un medio entonces
acartonado, es hoy un clásico y como tal, atemporal e imprescindible. La belleza
de sus textos, su hondura, su sello personal fascinó en sus días, sigue
emocionándonos hoy y no es difícil augurarle un largo futuro todavía.
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