Un lugar y un
período de la historia que despierta mucho interés y curiosidad en el mundo
occidental de hoy, porque Berlín está experimentando en aquellos momentos, en
paralelo con una enorme conflictividad social y política, una etapa de gran
creatividad artística y literaria.
Kirchner, Fragmento de escena berlinesa callejera, 1914-1922 |
Es
este un paréntesis de dos décadas entre dos gigantescas conflagraciones, y, en
sus comienzos, se experimenta allí, junto al peso de la condena material y
moral por haber perdido la llamada gran guerra, el alivio, la alegría y las
ganas de vivir que trae la paz. En la primera década que sucede a la caída del
imperio alemán, los años veinte, a pesar de los conflictos extremadamente
serios que se viven, como el levantamiento espartaquista y el primer golpe de Estado de
Hitler, las cosas parecen evolucionar hacia terrenos de esperanza. El golpe
fracasó y gracias a la "Ley del Gran Berlín" de 1 de octubre de 1920,
la capital se convierte en la mayor ciudad industrial de Europa, telón de fondo
de un florecimiento de la vida cultural, facilitada por las libertades que la recién estrenada Republica de Weimar propiciaba. Y las ganas de disfrute y diversión refrenadas
por los largos años de la contienda estallan también.
En
fin todo parecía acabar confluyendo a favor de esa explosión de creatividad que
atraía a las gentes a Berlín y convertía a la ciudad en centro de la vida artística;
arte y cultura experimentan un auge hasta entonces desconocido y la vida
nocturna berlinesa se dispara también hasta cotas nunca alcanzadas. Sin
embargo, gradualmente, acontecimientos tan serios como el crack del 29,
decisivo para el hundimiento económico alemán, y la vertiginosa ascensión del
nazismo, irán agravando la situación a lo largo de los años treinta y
precipitándola finalmente otra vez en la tragedia de la guerra. Así que pronto
se acabarán las razones para el optimismo. Pero el caso es que, visto hoy con
la distancia del tiempo, este período aparece a nuestro ojos como
particularmente interesante, despierta nuestra curiosidad y, en la medida en
que veamos reflejado el presente, nuestras alarmas también.
Babylon Berlin, (Tom Tykwer, 2017) |
El cine, como no,
se ocupa de recrearlo y nos facilita el reflexionar sobre aquella sociedad y
sus gentes, centradas en vivir su presente y ajenas a la tragedia que les
aguardaba a la vuelta de la esquina. Muchas películas nos darán una estampa
ajustada de aquel período y a veces lograrán hacerlo con notable brillantez,
como es el caso de la series alemanas Berlín
Alexanderplatz, (realizada en 1980 por Fassbinder a partir de la novela
homónima de Alfred Döblin y restaurada hace unos diez años) y de la muy
reciente Babylon Berlin (basada en
una trilogía de novelas policíacas de Volker Kutscher, estrenada en octubre de 2017, y que de momento ya
va por su segunda temporada). O también de
la película que ahora centra nuestra atención: Cabaret.
Liza Minnelli y Bob Fosse en el rodaje de Cabaret |
Realizada por Bob
Fosse en 1972, se trata de un musical lanzado cuando ya este género era sólo un
recuerdo del pasado. En común con aquel de la edad dorada tendrá muchos puntos:
la calidad de su acabado, sus espléndidas escenografías, su buen repertorio
musical, sus muy brillantes interpretaciones … y es que detrás de todo ello está el
talento de Robert Louis Fosse, bailarín y coreógrafo perfeccionista y apasionado, que
logra aquí su mejor creación.
Pero a la vez la
película aporta singularidades más en consonancia con los nuevos tiempos, en
especial la amargura de la historia, también muy propia de Fosse; la magnífica
recreación ambiental, a cargo de
Rolf Zehetbauer, estilizada a la vez que realista y verosímil; la elegancia de su desarrollo argumental; el
acierto con que nos va mostrando el nacimiento y crecimiento del nacional socialismo, que
lo vemos agrandarse amenazante a medida que avanza la trama que el film
desarrolla.
Ocho premios Oscar obtuvo Cabaret, verdadera hazaña si además recordamos que competía con El padrino de Coppola y que, por si fuera poco, se trataba tan solo de un musical, un género que parecía ya totalmente pasado de moda.
Ocho premios Oscar obtuvo Cabaret, verdadera hazaña si además recordamos que competía con El padrino de Coppola y que, por si fuera poco, se trataba tan solo de un musical, un género que parecía ya totalmente pasado de moda.
Liza Minnelly como Sally Bowles en Cabaret, (Fosse, 1972) |
La historia está
basada en la obra autobiográfica del británico Christopher Isherwood, Adios a Berlín, relato novelado de sus
vivencias durante los tiempos transcurridos como profesor de inglés en el Berlín
de los primeros años treinta, y nos dibuja, con fuertes colores, sobre el fondo
de una sociedad en creciente conflicto, el personaje de su amiga Sally Bowles,
una bohemia americana que lucha por hacerse famosa en el mundo de la farándula
berlinesa. Sus carencias afectivas, sus amores desprejuiciados, su carrera
profesional y en definitiva, su lucha por sobrevivir en un país arruinado y sin
futuro donde el miedo y la violencia se van adueñando de todo. Y los
espectadores seguimos la trama desde los ojos de este profesor inglés, su
mirada algo pasmada sobre las complejas relaciones de sus extravagantes amigos,
seres marginales que asisten, incrédulos como él, al ascenso del nazismo.
Y nos interesamos en
lo que nos cuenta, conmocionados por la habilidad con que se nos retrata el
contexto histórico, pero sobre todo fascinados por el mundo de ese decadente y
hedonista cabaré, el Kit Kat Klub, al que acude la gente para escapar de una
dura realidad que irónicamente aflora, porque se cuela, inevitable, en sus espectáculos
con toda la carga de la pesadilla diaria: la inflación, el antisemitismo, el
miedo… Un cabaré que desborda de libertinaje, en el que la alocada Sally
florece y donde a su lado brilla ese impactante maestro de ceremonias con quien
comparte escenario. Lo interpretó con singular talento Joel Grey y su figura,
aparentemente secundaria en la trama, crece a primer plano por la fuerza de su
creación. También Liza Minnelli está en su mejor momento y logra darnos la
estampa de una mujer vital y frágil, amoral y tierna, llena de fuerza y
contradicciones, que tampoco nos deja indiferentes. Ambos lograrían sendos
merecidísimos Oscars por sus interpretaciones.
Joel Grey en Cabaret (Bob Fosse, 1972) |
Entre novela y
película, Cabaret se ha estrenado ya
en teatro en el Broadway de 1966, y ese cabaré teatral servirá también de
inspiración para la película a Bob Fosse, quien, hijo de actor teatral, y
bailarín sobre las tablas desde los trece años, venía de este medio cuando
comenzó a adaptar al cine los éxitos musicales del teatro neoyorkino. Lo había
hecho ya, sin demasiado éxito, con la versión teatral de Las noches de Cabiria, en Sweet
Charity (1969) y después de Cabaret
dirigiría otros tres musicales más (Lenny,
All that´s jazz y Star 80), pero ésta fue sin duda su mayor creación.
Su talento para hacer
de este Kit Kut Klub, de su atmósfera y de sus números musicales, un reflejo de
esa sociedad que camina irremediablemente hacia la guerra, le revela como
coreógrafo genial, pero también como estupendo cineasta. Y aquellas canciones
que seleccionó y coreografió tan
sabiamente, Cabaret, Welcome, Money, money… han pasado ya al acerbo cultural de todos. Una
película que hizo, claro, historia en el cine musical, pero que, al margen de consideraciones
de géneros, constituye sin duda una gran película.
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